domingo, 27 de enero de 2008

Balance del pasado 2007 desde un enclave maderero


Por Gonzalo Abella

La bisnieta menor quedará embarazada a los trece años, y a los quince volverá a los bailes cumbieros ya con la dentadura estropeada; comprará cigarrillos de a uno para tener un pretexto y cubrirse la boca cuando sonría.





"El campo ya fue" "la forestación trajo plata; eso se ve en Tacuarembó". Bien, pero hay un dicho paisano muy viejo que nos advierte que a veces "esto es pan para hoy, hambre para mañana".

¿Hacia dónde vamos?

Los cuatro partidos políticos con representación parlamentaria apoyan la expansión de los monocultivos forestales. Aisladamente algunos ediles o diputados nos dicen, casi en secreto, que no están de acuerdo, que hay que parar; pero su silencio público apoya en realidad este modelo en expansión.

En el Uruguay tenemos 18 000 000 de hectáreas de suelo fértil. Se reconoce que ya está forestado 1 000 000. Pero posiblemente ya sean mucho más de 2 000 000. Y los impactos sobre el agua ya son terribles. Las plagas e impactos secundarios, más que conocidos, son sufridos por nuestros vecinos vinculados al campo.

Lo peor es que para el 2015, si no revertimos estas políticas públicas, vamos a tener 8 000 000 de hectáreas bajo esos palos gringos pegaditos, altos y profundos, asesinos de la Naturaleza [eucaliptos].

El floricultor montevideano que es Ministro de Ganadería y Agricultura habla de repartir decenas de miles de hectáreas para lechería y agricultura, y eso nos alegra, pero lo alarmante es la tendencia general. Y quien tenga duda de hacia dónde vamos, que consulte a cualquier oficina de negocios rurales. Hermosísimas praderas de Cerro Largo o Durazno ya están compradas por las trasnacionales del monocultivo forestal, que por ahora dejan las vaquitas, y nos van metiendo de a poquito los monocultivos para que no tengamos oportunidad de protestar todos juntos.

Las plantas de celulosa son una catástrofe; el trabajo en plantaciones (y en viveros) es una condena segura para la salud. Los aserraderos ya son otra cosa; allí hay trabajo mejor para muchos. Pero allí donde aún hay trabajo ¿qué porvenir nos espera en general?

El Estado ha firmado convenios de protección de inversiones con Finlandia y Estados Unidos, grandes compradores de tierras con fachadas diversas. Los extranjeros siguen acaparando ¿Podremos después reclamar un uso socialmente solidario para esos latifundios extranjeros?

Pero si "el campo ya fue" ¿la ciudad al menos es un buen futuro? La modernización de las industrias y los servicios incorpora cada vez más computadoras y requiere menos mano de obra. Veamos el futuro inmediato. Para unos pocos jóvenes que sepan un inglés fluido y tengan la capacitación adecuada (o la recomendación política precisa) , esta modernidad ofrece puestos de trabajo bien remunerados y desafiantes.

Pero este modelo de maldesarrollo cada vez deja más gente afuera. Por eso el Gobierno expropia a los asalariados con ingresos mejores (no al capital extranjero) para la sobrevivencia de los excluidos.

Para quien tenga doscientas cuadras de campo, el mejor negocio parecería ser su venta a las forestadoras gringas. Conseguirá hoy un buen precio y comprará casita en el pueblo; sus hijos podrán estudiar allí. Pero cuando (con mil sacrificios) sus hijos obtengan su primer certificado de inglés, los hijos de los más ricos ya estarán volviendo de su estadía en Oxfortd o Harvard para iniciar su postgrado en la Universidad de la Empresa. ¿Para quiénes serán los pocos puestos de trabajo calificados?

Para quien fracasa en la ciudad, la caída de generación en generación es estrepitosa. Estadísticamente, uno de cada tres vivirá para ver a algunos de sus nietos en los asentamientos precarios, que no son sólo de hurgadores sino también de laburantes zafrales, vinculados el resto del tiempo a la economía informal.

La bisnieta menor quedará embarazada a los trece años, y a los quince volverá a los bailes cumbieros ya con la dentadura estropeada; comprará cigarrillos de a uno para tener un pretexto y cubrirse la boca cuando sonría, y así evitar que se adviertan sus colmillos y un único incisivo sobreviviente pero con caries. Y la asistente social no le creerá cuando aquella gurisa le diga "mis abuelos tenían campos".

Hoy todavía podemos pensar, especialmente si la familia sobrevive unida pese a la TV cable y al ruido adolescente, si nuestros hijos no están ya en la pasta base. Hoy todavía podemos decir: o bien salvamos el campo para quien lo trabaja o desaparecemos como pueblo.

Dificil, pero... ¿quién dijo que enfrentar estas políticas públicas extranjerizantes es fácil? La pregunta es si somos dignos hijos de Artigas, de Leandro y de Aparicio. Si valió para algo la muerte de aquella maestra soñadora que fue Elena Quinteros y la de todos los que dieron su vida contra las dictaduras y la injusticia social.

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