domingo, 6 de abril de 2008

Cinco historias de trabajadores y una traición confirmada

textos breves de Jorge López Ave

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I
No estaría mal conocer el número de docentes de la enseñanza pública que llevan a sus hijos a colegios privados o concertados (eufemismo que indica que reciben dinero público que se gestiona sin rendir cuentas, mientras los dueños ponen orden y firmeza en las aulas, para hacerse con un nombre en el mercado educativo y ganar así matriculaciones en el curso que viene). Los centros públicos de primaria y secundaria caminan a velocidad de crucero a ser un lugar de acogida de emigrantes y pobres, y de esa quema y compaña, buena parte de los profesores que cobran del estado huyen con sus hijos a lustrosos y afamados colegios privados/concertados, a practicar el célebre deporte de las clases medias: “no tengo pero aparento”. De paso, sólo de paso, a que otros profesores enseñen en valores regios a sus hijos. Para rematar la contradicción educativa, y dar fe del estado de las cosas, muchos de esos mismos docentes votan en consejos escolares y claustros para que su centro público tenga cámaras de vigilancia en pasillos y aulas, vallas alambradas con pinchos, conserjes vigilantes, guardias de seguridad y hasta policías locales y de los otros para poder, de esta manera, trabajar en el aula de un modo más relajado. Que ya se sabe que la inseguridad cuando es hija de la pobreza estresa lo suyo.

II
Vendió su puesto de trabajo por una pre-jubilación y pasados tres años no sabe si actuó de un modo correcto. Es cierto que varios miles de obreros hicieron lo propio, pero eso no le consuela. Pasado ese tiempo, tiene el ingreso acordado por los sindicatos cada mes y eso tranquiliza pero también tiene en casa a su hijo con su novia y una nieta recién llegada. Sabe que su sueldo alimenta ya a tres generaciones, y que de algún modo su firma aceptando la prejubilación contribuía a poner fin a una zona industrial que en su día fue próspera. A estas alturas no le tranquiliza del todo pensar que no tenía muchas más opciones. El futuro laboral de su hijo y de su nieto le angustia, sabe que no podrá encontrar un empleo digno en mucho tiempo, y que en algún momento se pondrá encima de la mesa la palabra emigrar. Por eso, cuando va al banco a poner al día la cartilla, le azotan las preguntas y las sospechas de que alguien los engañó a todos con un caramelo envenenado.

III
En la empresa hace cinco años eran 257 trabajadores, la cosa fue menguando y ahora quedan sólo 121. Los jefes dijeron que la cosa (la demanda del producto en traducción económica) venía horrible y aceptaron aumentar media hora la jornada, luego no contempar la subida del IPV, luego directamente una reducción de salario, luego la quita de mejoras como una ayuda por hijo que estudiara, y todo en apenas seis meses. Pero nada, la citada cosa –les dijeron- no se mejoraba y llegaron los despidos. Los primeros en irse fueron los nuevos, incluso gente con estudios. Pero, no fue suficiente y ya han dejado caer que el mes que viene salen otros 15, y los dos trabajadores que nacieron en Nigeria andan apesadumbrados. No tanto porque tengan más papeletas para el despido sino por el comportamiento hostil que han comenzado a padecer por parte de algunos trabajadores, hasta hace unos días compañeros de tajo. Para éstos, la culpa de la crisis no la tiene ni el capital ni el sistema, sino el color de la piel de los dos africanos que vinieron sin que se les llamara y ahora ocupan dos puestos. Los nigerianos caminan solos y a la hora del café se ponen en un rincón como esperando la sentencia. La de los jefes la tienen asumida, esta vez le tocará a ellos, pero la de sus compañeros les duele porque es presagio de una época muy dura que se avecina.

IV
Mintió a su gente para que no se preocupara, al fin y al cabo, Guayaquil está muy lejos de Madrid para andar con incertidumbres. Dijo que una empresa lo había contratado para hacer repartos de piezas industriales y que andaba con una furgoneta ocho horas y ganaba un sueldo digno. Para remarcar el avance dijo que incluso tenía móvil pagado por la empresa pero que, eso sí, no podía hacer llamadas al extranjero. Lo cierto es que su jornada empieza a las 4 de la madrugada descargando pescado que viene del norte hasta las 6.30, luego reparte prensa gratuita en la boca de metro hasta las 9, luego atraviesa la ciudad para poner relleno en sándwiches hasta las 14, come lo que puede en una plaza próxima y a las 17 limpia un pub irlandés hasta las 19, luego recoge una moto que le presta un paisano para hacer reparto de una papelería, a las 22 limpia los servicios de en dos bares contiguos por la zona de Estrecho, y eso es fenomenal porque queda cerca de la habitación que alquila, donde llega sobre las 24. Tiene buenas noticias, porque el dueño de la sandwichería le ha prometido que en cuanto tenga los papeles en regla le va a hacer un contrato legal por dos horas.

V
Que le llamaran “el utópico” tenía un pase, siempre quedaba el consuelo de que la historia la hacen los que paren utopías y esas cosas, pero que en el propio sindicato lo llamen ahora “el radical”, es para reflexionar largo tendido. Piensa esto porque él siempre ha dicho las mismas cosas, es más, muchas de ellas compartidas por la mayoría de los compañeros y compañeras hasta hace nada, pero ahora la soledad en las asambleas es patente. Como algunos todavía le tienen cariño, de vuelta a casa le invitan a que piense, a que entienda que ha cambiado el mundo, que no hay muro de Berlín ni comunismos salvadores, pero él, erre que erre plantea una y otra vez temas como la solidaridad con otros gremios en lucha, dar una parte del salario a un fondo de emergencia para que, llegado un conflicto, no se dependa de nadie, aportar una ayuda mensual y fija a sindicatos que bregan en condiciones penosas en otras partes del mundo, y cosas por el estilo. Incluso una compañera pareció comandada a explicarle en un receso, y durante casi una hora, la necesidad de ser pragmáticos, realistas, dar paso a una zona de entendimiento con los inversionistas (antes llamados explotadores, luego patrones, luego empresarios y hasta hace poco emprendedores) porque eso traía más cuenta a la hora de conseguir mejoras, etc. Su total silencio en un par de asambleas (por cierto, cada vez más separadas en el tiempo) fue interpretada como que al fin estaba reflexionando. Por eso, cuando en la última reunión pidió la palabra, se hizo un silencio expectante, tosió para que se le escuchara con firmeza y espetó: “Compañeros, si yo soy el radical, ¿ustedes qué son?”

La traición confirmada
Cuando salió de las mazmorras del fascismo uruguayo, sus familiares y la Embajada de Italia, le facilitaron un viaje urgente de recuperación de heridas, con la excusa de agradecer la solidaridad y de encontrarse con sus antepasados. Su condición de ex preso político mereció el cariño y arrope de muchos italianos, pero lo que vio le dejó una tristeza profunda y definitiva. Decenas de camaradas le hablaban del comunismo con “rostro humano” que estaba practicando el PCI en cientos de municipios (ellos lo llamaban eurocomunismo, una especie de socialdemocracia con otro nombre), como si el que pariera el odiado Lenin, fuera otra cosa que humano. Pero él, por mucho que recorría, no veía diferencias entre gobiernos locales y regionales del PCI y de la Democracia Cristiana. Pese a que le informaban que en este lugar gobernaban los suyos desde hacía treinta años, el socialismo no aparecía por lado alguno. En una de las cenas lo insinuó. Tuvo una respuesta contundente “no nos diga eso, le pongo un ejemplo, aquí gobernamos nosotros y el presupuesto de cultura es del 2,7%, y a 23 kilómetros, en otro municipio, gobierna la derecha y es de 2,4%”. Se fue al hotel a vivir una noche de insomnio pensando en si merecía la pena tanto esfuerzo para tan poco. Para no hundirse, quiso atribuir el desaliento a su estado físico aún más que debilitado.
La visita a una hija emigrada lo llevó, treinta años después, a volver a esos mismos sitios y no halló más que políticos practicando la gestión aséptica como única ideología. Del PCI no quedaba ni el nombre.



La ilustración es de la artista plástica uruguaya Anna Rank.




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