sábado, 7 de febrero de 2009

Un cuento para Mamá Corral



Subcomandante Insurgente Marcos


PARA MAMÁ CORRAL.
(cuentos para suplir las inyecciones)

Enero del 2009.
A quien corresponda:

De madrugada, como de por sí, llegó la noticia. Más fría se hizo la noche fría y, al amanecer, nos descubrimos como con un hueco, como si algo nos faltara, como si hubiéramos perdido algo muy propio.

La geografía donde nos ha tocado luchar a nosotros, nosotras, las zapatistas, es muy extendida. En los mapas lleva el nombre de “México” y caminar sus rincones es una tarea todavía más dilatada.

En el calendario de la Sexta llegamos a uno de sus rincones más extraños, porque a pesar de lo que el mapa y el kilometraje recorrido indicaban, la historia, esa compleja red de calendarios y geografías de abajo, señalaba uno de nuestros adoloridos corazones: Ciudad Juárez, Chihuahua.

Ciudad Juárez. La de las jóvenes obreras asesinadas impunemente. Asesinadas por ser mujeres, por ser jóvenes, por ser trabajadoras… por ser. La de la digna rabia de los habitantes de Lomas de Poleo, resistiendo ataques, trampas, calumnias, silencios.

La de Mamá Corral.

No, no voy a contar su historia. Eso les corresponde a quienes todo este tiempo estuvieron, y están a su lado, luchando por la presentación de l@s desaparecid@s.

Fuimos a hablar con ella. Fue una reunión privada con ella y otros familiares de desaparecid@s. Así lo pidió ella, así lo pedimos nosotros. Fue en la sala de su casa. Ahí nos amontonamos unas 15 o 20 personas.

Doña Concepción García de Corral era la de más edad… y la más fuerte.

Como si los calendarios buscando a su hijo, José de Jesús, no la hubieran agotado. Como si el no claudicar le permitiera ver más lejos.

Hablaron los compas familiares. Palabras más, palabras menos, dijeron: “Queremos saber la verdad”.

Doña Concepción fue más lejos: “Si Dios me ha dado tantos años de vida es porque José de Jesús está vivo y lo voy a encontrar”.

No, no recuerdo si ésas fueron sus palabras exactas, pero creo que sí el sentimiento.

Después hablé yo.

No dije mucho…

O lo dije todo…

No muy me acuerdo, pero creo que les dije lo que yo quisiera que le dijeran a mis familiares si hubiera lugar, tiempo y modo: no nos fuimos porque no los quisiéramos, sino porque los queremos, aunque de otra forma, con otro modo.

No me hagan mucho caso, pero creo que fue entonces cuando abracé a Doña Concepción García de Corral y le dije al oído: “Mamá Corral”.

Luego me fui.

Siempre me voy.

Otra vez llegaron las geografías y los calendarios a llevarnos y traernos. Pero en ellas y por ellos sabíamos de ella.

Creo que hasta una vez le dedicamos un texto. Por ahí debe de andar, creo.

Tal vez se lo leyeron. Tal vez sonrió. Tal vez entendió que le decíamos a ella: “aquí estamos y no olvidamos”.

Y ahora resulta que yo estaba escribiendo unos cuentos porque alguien estaba enfermo y algo había que darle de remedio, así fuera a la distancia.

Y, además, porque tengo un montón de cartas de protesta. Algunas de supuestas sociedades médicas reconviniéndome por mis declaraciones en contra de las inyecciones, y otras son de mamaces iracundas porque se quedaron con la jeringa preparada y la víctima en turno se rehusó a la tortura, aduciendo un supuesto punto de un supuesto programa nacional de lucha que supuestamente prohibía la producción, el tráfico y el consumo de inyecciones. Total, que en resumidas cuentas me hacen responsable de las más terribles epidemias y endemias.

Mentira, no han llegado cartas de protesta. Pero los oídos me zumban, lo que, según decía mi madre, quiere decir que están mal hablando de uno.

Entonces yo, presionado por la Lupita y la Toñita, me puse a trabajar en mi laboratorio para producir una medicina alternativa a las inyecciones. Y entonces salió el primero de estos “Cuentos para suplir las inyecciones”.

Mientras esperaba la decisión de las Comandantas sobre si hacían o no un encuentro deportivo y cultural para el 8 de marzo, llegó, de madrugada, la noticia de la muerte de Mamá Corral.

Venía en una carta, firmada por el Comité de Madres de Desaparecidos Políticos de Chihuahua, que terminaba así: “Subcomandante Marcos reciba usted nuestro reconocimiento y nuestras condolencias. Mamá Corral se fue, pero aún está con más fuerza a su lado y al nuestro. Reciba un fuerte abrazo y nuestra bendición”.

Dolió. Mucho.

Ya más luego releí esas líneas y pensé que sí, que está a nuestro lado y de nuestro lado. Así que, con el permiso respectivo, hice algunos cambios y modificaciones al primero de los “Cuentos para suplir las Inyecciones” y se lo conté a Mamá Corral, a Helena, y a todas las mamaces con el dolor a flor a piel, tal y como a continuación lo transcribo:

I.- Remedio para el dolor de corazón:

El cuento de la otra hojita.

Habrá una vez una hojita que estaba arriba de un árbol, en la parte más alta. Contenta estaba la hojita porque tenía muchas hojitas cerca y bien que se cantaban cuando el viento las movía. Y muy lejos podía ver la hojita, todo el valle y hasta las montañas vecinas.

Claro que había sus inconvenientes porque, por ejemplo, como había muchas hojitas juntas pues rápido se hacían los chismes. “Ya viste que la tal por cual anda muy pegada con ésa otra”, a veces decían. Y se hacía mucha bulla porque luego se sabía el chisme y entonces contestaban: “y mira quién habla, si tú te pasas todo el tiempo al lado de ésa de más allá”. O sea que mucho peleaban entre sí las hojitas, como de por sí.

Y también ocurría que, cuando llovía, las hojitas de arriba eran las primeras en mojarse y no podían decir aquello de “qué bonito es ver llover y no mojarse”.

Pero había sus compensaciones, porque, cuando el sol salía, las de arriba eran las primeras hojitas en secarse.

Bueno, pues así estaba la hojita de este cuento, en el vaivén de lluvias y soles, cuando vino un viento fuerte y la arrancó de la rama donde estaba viviendo. Y la hojita empezó a volar, dando giros, subiendo y bajando por las corrientes de aire.

“¡Qué chido!”, dijo la hojita que era medio skatera.

“¡Síííííííííí!”, gritó cuando pudo hacer un doble rizo muy cerca del techo de una champa. Luego una ráfaga de aire la acercó a una nube que tenía una pinta de muchos colores que decía: “Libertad y Presentación de l@s desaparecid@s polític@s”.

Y en otra se leía: “Lo bueno de rayar nubes es que acá no llega la tira”.

Y así andaba de un lado a otro la hojita.

Pero pasó que el viento se fue con su canción para otra parte y la ley de gravedad se aplicó con todo rigor, así que la hojita, casi como no queriendo, fue a llegar hasta el suelo.

“¡Órales!”, se dijo la hojita, “¿y ahora qué voy a hacer?”.

La hojita quería regresar otra vez a la parte más alta del árbol. Aunque eran muy chismosas, ahí estaban sus amigas. Y aunque era la primera en mojarse con la lluvia, también era la primera en calentarse con el sol y podía ver muy lejos. Y aunque el viento la volviera a tumbar, ella podía ensayar nueva piruetas que ya se le estaban ocurriendo, y hasta pensaba rayar alguna nube con letras de muchos colores y tamaños muy divertidos y demandar libertad y justicia.

La hojita probó en caminar, pero como siempre había estado en el árbol agarrada de una rama, pues nomás no se le daba lo de la caminadera.

Entonces una hormiguita pasó por donde estaba. La hojita la reconoció, porque era una hormiguita que una vez había estado en lo alto del árbol y hasta le había dado una mordida a la hojita.

“¡Hola!”, saludó la hojita a la hormiguita.

“¿Y tú quién eres? Acaso te conozco”, respondió la hormiguita que, para variar, andaba de malas.

La hojita se presentó: “Me llamo Hojita y vivo en la parte más alta del árbol, pero me caí y ahora quiero regresar a mi casa pero no sé cómo hacerle, ¿podrías ayudarme?”.

La hormiguita la quedo mirando, luego quedó mirando al árbol, luego volvió a quedar mirando a la hojita. Tardó mirando la hormiguita.

Ya luego dijo: “No pos ora que sí ya se chingó la Roma ésa, porque te tendría que cargar y luego tendría que subir tooooodo el árbol sin que me coman los pájaros o el oso hormiguero. Y ya luego, si es que llegamos hasta la parte más alta, pues la problema va a ser cómo te pegamos a la rama que te toca”.

La hojita quedó mirando a la hormiguita y luego quedó mirando al árbol. Tardó mirando la hojita, o sea que ya estaba agarrando el modo de la hormiguita.

Ya luego dijo: “no hay problema, porque podemos ir a comprar pegamento a la papelería o me puedo agarrar bien fuerte de la rama que me toca”.

La hormiguita escuchó a la hojita y la quedó mirando y… bueno, y ya no vamos a decir que tardó mirándola porque si no el cuento se hace muy largo.

Entonces la hormiguita dijo: “Tá güeno, te voy a llevar, pero antes tengo que ir a ver a mi comagre para pedirle maíz porque a mí ya se me acabó. ¿Vas conmigo o aquí me esperas a que regreso?”

La hojita pensó que, cuando la hormiguita encontrara a su comagre, iban a tardar mirándose y el cuento se iba a terminar sin que ella resolviera su problema, así que respondió: “¡Voy contigo! Y sirve que de pasada compramos el pegamento en la papelería”

Entonces, la hormiguita cargó a la hojita en el lomo y empezó a caminar rumbo a casa de su comagre.

Por el camino, la hojita iba mirando muchas cosas que no conocía… o que conocía, pero vistas desde lo alto del árbol donde vivía.

Y pasó a un lado de la piedrecita inconforme, la que quería ser nube, y la vio muy grande. Mientras miraba a la piedrecita inconforme hacer ejercicios para bajar de peso, la hojita pensó: “Tras que desde arriba se ven muy otras las cosas”.

“O no se ven”, dijo la hormiguita, que además de ser enojona podía escuchar lo que pensaban los demás seres.

“Sí, o no se ven”, quedó pensando la hojita.

Siguieron caminando.

Bueno, caminaba la hormiguita, porque la hojita nomás iba mirando el mismo mundo que había visto desde arriba pero que, visto desde abajo, era otro mundo.

Y mucho mundo miró la hojita.

Por ejemplo, miró al Mal y al Malo vestidos de gobiernos, de empresarios, de aviones bombardeando niños y niñas, de policías golpeando y asesinando joven@s y desapareciendo luchador@s sociales, de hombres violentando mujeres, de perseguidores de los otros amores, de racistas, de locutores de radio y televisión, de periodistas, de analistas políticos, de comisarios del pensamiento.

Pero también miró a un escarabajo con yelmo, fumando pipa y escribiendo en una ultra-mini-micro-computadora.

Y miró a la Lupita y a la Toñita jugando con unas jirafas que les regalaron en el Festival de la Digna Rabia. Y miró al Sup cuando les decía a las niñas que no eran jirafas, que eran unas vacas y que les habían estirado el pescuezo porque las querían hacer caldo, pero las vacas no se dejaron y se resistieron y que eran una vacas rebeldes y que se les había quedado el pescuezo estirado por su resistencia, pero no eran jirafas. Y miró que la Toñita y la Lupita lo regañaban al Sup y le enseñaban un libro de animales para que viera que sí eran jirafas y que no eran vacas con el pescuezo estirado. Y miró que el Sup les respondía que no era cierto, que ese libro lo habían hecho los mismos que querían hacer caldo a las vacas. Que para que no se publicara que tenían un su delito, dijo el Sup. Y miró que las niñas traían unas inyecciones porque decían que el Sup estaba enfermo y por eso decía tarugadas, y que lo iban a curar al Sup. Y miró que el Sup corría y corría. Y ya no miró si es que lo alcanzaron.

Y miró el lado oscuro de la luna, cuando Sombra, el guerrero, la llevaba cargando en un mecapal.

Y miró a Elías Contreras, Comisión de Investigación del EZLN, llevar unas flores a la tumba de La Magdalena.

Y miró al Viejo Antonio forjándose un cigarrillo en hoja de doblador.

Y miró a hombres y mujeres indígenas, que nunca habían ido a la escuela, explicarle el mundo a una investigadora con un doctorado en ciencias sociales.

Y miró a las tropas zapatistas haciendo la champa para Radio Insurgente.

Y miró al Moy platicando con las Comisiones Agrarias Autónomas sobre un problema de tierras.

Y miró a una pareja tocándose con toda la piel desnuda, y miró que no importaba si la pareja era de mujer y hombre, o de hombre y hombre, o de mujer y mujer, o de otr@ y otr@.

Y miró a alguien rayar en una pared “Un muro sin grafiti es como un barquillo sin helado”, y miró que el muro se convertía en bandera.

Y miró que nadie se preparaba para enfrentar a Polifemo.

Y miró a los calendarios y geografías caminar a encontrarse.

Todo eso y muchas cosas más miró la hojita, pero son para otros cuentos.

Por fin llegaron donde la comagre de la hormiguita y, como era de esperar, la comagre no estaba porque no llegaron rápido y le tocaba trabajar en otro cuento, así que se fueron a la papelería para comprar el pegamento.

A la hojita, con todo lo que había mirado, ya se le había olvidado que iba a comprar pegamento. Así que le dijo al dependiente de la papelería: “Quiero un cuaderno y unos lápices de colores muy divertidos”.

El dependiente respondió: “Acaso son divertidos los lápices de colores. Los lápices de colores son lápices de colores”

De ahí se siguió una larga discusión sobre la capacidad o no de sentimientos de las cosas inanimadas, discusión que nos vamos a saltar porque si no el cuento se va para otro lado.

Bueno, resulta que al final la hojita consiguió sus lápices de colores, su cuaderno y su pegamento (porque la hormiguita le recordó a qué habían ido a la papelería).

Ya luego, la hormiguita y la hojita llegaron al pie del árbol.

Ya iban a empezar a subir cuando, ¡zas!, se sintió como un terremoto. Todo empezó a crujir y como a romperse.

Como si se desarmara un rompecabezas y las piezas se desordenaran.

La radio, la televisión y los periódicos de arriba no dijeron nada porque también se habían desarmado, así que lo que se supo fue porque lo publicaron los medios alternativos de comunicación.

Porque resulta que los zapatistas, las zapatistas, habían ganado la guerra contra el olvido y todo el mundo se estaba volteando de cabeza y quedando todo al revés.

Y el sol ya no salía por el oriente, sino por el poniente.

Y lo que estaba arriba quedaba abajo, y lo que estaba abajo quedaba arriba.

Y entonces resulta que, para ir a la rama donde vivía la hojita, ahora tenían que bajar, en lugar de subir, a la copa del árbol.

“Mta magre” dijeron a coro la hojita y la hormiguita, y se pusieron a discutir entre ellas.

Y es que la hojita le echó la culpa a la hormiguita porque tardó mucho mirando y en ese tiempo los zapatistas, las zapatistas, ganaron y voltearon el mundo al revés.

“Para que el mundo ya esté cabal”, así dijeron las zapatistas, los zapatistas, y, como ya es costumbre, nadie les entendió.

Tan-tan.

Vale. Salud y paciente rabia, Mamá Corral, paciente rabia.

SupMarcos. México, Enero del 2009.



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