viernes, 6 de marzo de 2009

Con una muchacha llamada Victoria


El Popular





Mapa de ruta: San Martín, Automotores Orletti, el “segundo vuelo”, el Servicio de Información y Defensa (SID) y la Plaza O’Higgins de Valparaíso.
Por Walter Cruz


Tenía 14 meses y su hermano Anatole 4 años, cuando un contingente de 1500 efectivos (sí, no es error), asaltó su casa, asesinó a su padre Roger Julien, secuestró a su madre Victoria Grissonas y a los dos niños. Que a 33 años siguen siendo hijos de detenidos desaparecidos. Victoria es simpática, morocha, ojos claros, mirada penetrante y cabello lacio. Visitó Montevideo por primera vez siendo una niña de 9 años. Preguntó porque había cosas que no cerraban. Una tía le confirmó quien era. Se sintió "horrible, era como meterme en la tortura". Hubo superados desencuentros familiares entre los Julien y los Larrabeiti Yañez. La muchacha cuenta que adora, tanto a sus parientes uruguayos como a los chilenos. Su historia es terrible y a la vez apasionante. Ella lo sabe y, aunque tenga dolores en su alma, nada esquiva. Victoria decidió, hace dos años, salir a jugar fuerte y decir sus verdades a quien la quiera oír. Estuvo un mes y medio en Uruguay con dos objetivos clarísimos: la denuncia penal por el crimen de sus padres y colaborar con la campaña de firmas para anular la Ley de Caducidad. Hoy Victoria está en Valparaíso, pero su voz quedó en el grabador. Su aporte es inmenso y esclarecedor. Vale entonces la pena seguir en la próxima edición.

“En Valparaíso vivo tranquila: nadie sabe quien soy”
- ¿Cómo preferís que te llamen? ¿Claudia Victoria o Victoria sólo?
- Victoria. En Chile la mayoría de la gente me dice Victoria. Solamente la gente de la escuela o mi novio me dicen Claudia Victoria.

- Hacelo cambiar a tu novio.

- (risas) Ocurre que él me conoció en la escuela.
- ¿Cómo es tu vida en Valparaíso?

- Bastante tranquila. No ocurre nada de lo que sucede acá o en Argentina, que es como un revuelo mediático. Nadie sabe quien soy, excepto gente de la generación de mis padres. Que ellos veían en las noticias lo que había pasado con nosotros cuando nos encuentran en la plaza. Si nadie te indica, nadie tiene idea quien eres. Yo allá trabajo en Viña del Mar en psicología y hago terapia de reiki en una consulta privada.

- ¿Tu hermano Anatole?

- Trabaja como fiscal en Santiago de Chile.

Tenes novio, vas a los bailes y ¿qué más?

- (risas) Tengo novio hace poquito, vivo con mi madre y mi abuela de 93 años en una zona muy linda, patrimonial de Valparaíso. Y hago deportes, estoy con mis amigos, trabajando y es bastante tranquila mi vida.

- Una vida normal de todo joven.

- Ya.

“Ahora estoy haciendo lo mismo que mi abuela Julien”

- A vos te jode o lo hacés porque considerás necesario andar contando tu historia a cada rato.

- Me pasan dos cosas. Por un lado me remueve todo una y otra vez, pero por otro lado es necesario. Lo que pasa que ahora me siento capaz de hacerlo. Así como una vez nos encontraron y por lo mismo nos mostraban a los medios para que la gente siguiera buscando. Ahora en cierta medida yo estoy haciendo lo mismo que mi abuela Julien. Que es como hacer un ruido significativo para que la sociedad se anime a derrocar la Ley de Caducidad que es inconstitucional. Los tiempos han cambiado. Antes probablemente te amenazaban si ibas a hacer algo al respecto, pero al día de hoy no es así. Por lo tanto ahora siento que es un buen momento y además me siento con la fuerza y entereza para realizarlo. Eso no significa que no me afecte. Por eso estoy tratando de dar la menor cantidad de entrevistas posibles.

-Pero ésta es una más.

- (risas) Una más de las elegidas.

A los 9 años conoció Montevideo y descubrió que era Julien y no Larrabeiti.

- Tu historia la conocés en parte por lo que te ha contado Anatole
- Anatole, mis tíos de acá, conocidos de mis padres, los textos de los diarios, textos de los archivos. De todo un poco.
- Contanos qué te ha dicho tu hermano y qué has averiguado vos
- La verdad es que a mí no se me dijo nada hasta los 9 años. Mi hermano estaba de acuerdo con eso, de hecho promovía que no se me dijera nada. En cierta medida para preservar una estabilidad emocional en mi infancia. Porque Anatole volvía de Uruguay a Valparaíso, muy abruptamente después de visitar a nuestra familia de aquí.
- ¿Qué te contaban tus papás chilenos?
- Me cuentan, pero me dicen otra historia. Ellos me dicen que mis papás habían muerto en un accidente automovil ístico. Y me lo dicen justo antes de hacer mi primer visita a Uruguay a mi familia. Los conocía porque ellos habían ido a Chile. Pero yo nunca había venido.
- ¿Y qué te pareció esa primer visita a tus familiares de Montevideo?
- Mi familia de acá me contó como había sido la cosa. Mi hermano nunca me contó nada, él mantuvo el secreto.
- Ante tu familia adoptiva, ¿cómo reaccionaste?
- Hace poco reviví la sensación, porque la tenía un poco olvidada. No me acordaba que mis papás adoptivos me habían dicho lo del accidente de auto. La sensación la tengo muy patente. Era un dolor de estómago, de pecho, de garganta. No sabía como reaccionar, no sabía que cara poner. Sabía que me sentía muy mal y quería ocultárselo a todo el mundo.
- ¿Por qué?
- Porque sabía que estaban todos pendientes y no quería que se hicieran problemas con esto.

- Y a los Larrabeiti Yañez, ¿cómo les cayó?
- Ellos estaban asustadísimos. No reaccionaron bien, querían mantener el secreto y se enojaron muchísimo con mi familia. Querían volverse a Chile cuando me enteré. Pero, bueno lo superaron. No podían tapar el sol con un dedo, ¿no? Tarde o temprano alguien me lo iba a contar. Si no era mi familia, iba a ser alguien de la prensa, alguien se me iba acercar a decirme algo. Y eso yo considero que iba a ser peor. Así que se dio de esta manera brutal. (pausa prolongada). Bueno, igual iba a ser brutal del modo que fuese. Aunque me lo dijeron amorosamente. Para mí fue un dolor muy profundo que en ese momento no sabía describir. No sabía lo que me estaba pasando. Solo sabía que me sentía horrible. Era como meterme en un tema como la tortura. A los 9 años fue muy fuerte concebirlo.
Los 1500 efectivos y el quiosquero de San Martín
- Tenemos entendido que tus padres Victoria Grissonnas y Roger Julien, vos y Anatole vivían en la calle Mitre de la localidad bonaerense de San Martín. Y que un quiosquero fue testigo del operativo de setiembre de 1976. ¿Es así?
- Exactamente, es como tú lo dices. El año pasado fui a conocer a Automotores Orletti y al mismo tiempo le pedí a una amiga de las Abuelas de Plaza de Mayo que me llevara al lugar donde vivía con mis padres. Ella se ofreció a llevarme a la dirección exacta. Donde ya no estaban las casas, estaba un bodegón industrial. Sin embargo encontramos el quiosco donde nuestro padre nos compraba golosinas. Estaba siendo atendido por una joven. Me dije que capaz que era la hija o la nieta del caballero que atendía. Y le comenté: "Sabe, yo he vivido acá mí". Inmediatamente se dio cuenta de la envergadura de la situación y fue corriendo a buscar al papá que estaba durmiendo la siesta. Eran las tres de la tarde. Y él apareció impresionadísimo y nos sentamos dentro de la casa a charlar. Fue muy emotivo, muy fuerte. Y él me contaba cosas anecdóticas y también el día del operativo.
- Sospechamos que esto último debe ser muy fuerte para vos.
-Te lo cuento. El día del operativo él estaba regresando a su casa de noche y había un contingente de 1500 personas entre civiles y militares. Gente armada y entonces nos ve a mi hermano y a mí siendo custodiados por militares en una gasolinera. Él no sabía quiénes eran mis padres, que eran militantes de algo. No tenía idea, tenían una relación bastante coloquial de amistad. Entonces el quiosquero va a ver lo que estaba pasando. No lo dejan pasar obviamente. Y él les dice, "bueno, yo vivo aquí, tengo que pasar". Pero, "espérese, espérese". Ve que llevan a mi padre muerto y a mi madre viva. Ve que a mi madre la azotan contra el suelo. O sea la tenían agarrada de las extremidades entre varios, la levantan hasta arriba y la dejan caer al suelo, al cemento boca abajo para que se azotara la cara, el cuerpo, etc. Él dice que se la llevaron en la cajuela de un auto. Y él empieza a urgirse por nosotros. Dice, "los niños, los niños. Porqué no los dejan con nosotros, capaz que viene la familia..."
- Perdoná, ¿vos tenías?
-Un año y medio y Anatole cuatro recién cumplidos. Él va a reclamarnos y la secretaria de un militar le dice, "reclame porque sino no se los van a pasar". Este caballero me cuenta que los militares "con una seriedad, con una frialdad que no se les movía un pelo", le decían: "No, no. Nosotros nos vamos a hacer cargo, no se preocupe, no se meta más". Fue una vez, un segundo día y le dijeron: "¿Sabe qué? Si sigue lo vamos a llevar a usted". Entonces ahí él dio un paso al costado. Hizo lo que pudo, ¿no?
- Sí. Y es casi surrealista que mil quinientos tipos, con una paranoia infernal, vayan a secuestrar a un matrimonio y dos niños.
-Después de ahí desaparecimos de la vista de la gente.
En Orletti con María Claudia de Gelman, el “segundo vuelo” y la plaza O’Higgins
- ¿Luego?
-Nos llevan a Automotores Orletti, junto con mi madre. Hasta que nos separan. María Claudia de Gelman estaba en un colchón, esposada, encapuchada y me cuidaba a mí.
- Tenías un año y medio. ¿Cómo sabes esto?
-Por el relato de un ex militar, que no era represor y estaba encargado de hacer los mandados y cosas así. A partir de lo que vio pidió la baja. Y gracias a él se supo que mi hermano y yo estuvimos ahí.
- Ese ex militar, ¿te lo contó a vos?
-Me he encontrado con él, por supuesto. Lo conozco en persona.
- ¿Posteriormente?
-Nos traen a Montevideo en el "segundo vuelo".
- Donde trajeron a tu madre, a María Claudia García de Gelman y a una veintena de secuestrados más.
-Ahí desaparece María Claudia y a nosotros nos llevan al centro de detención del Servicio de Información y Defensa (SID) de Bulevar Artigas y Palmar. Pasa un tiempo y se decide nuestro destino. El mío y el de Anatole a Chile. Nos dejan en la plaza O. Higgins de Valparaíso y se van.
- Tu hermano recuerda el cruce de la cordillera en avión. ¿Por qué los dejan solos en esa plaza?
- Se puede especular nomás. Ningún militar ha venido a decirme por qué (risas).
-Pero, un operativo de eso para dejarlos en una plaza.
-Es como dejar un cabo suelto muy grande, ¿no? A mí se me ocurre que ellos tenían determinado donde dejarnos pero algo falló.
- Algún posible contacto.
-Sí, algo no resultó. Y dijeron, "bueno, vamos a tener que dejarlos acá". Porque comprenderás que fue todo un operativo llevarnos sin documentación. Llevarnos ilegalmente a otro país involucra al gobierno argentino, al uruguayo, al chileno. Llevarnos fue ya todo un quilombo y traernos de vuelta habría sido demasiado. Dijeron, "dejémoslos acá, pues ya más no podemos hacer".
- Argentina, Uruguay, Chile. Sos una síntesis del Plan Cóndor.
- Absolutamente sí.
“Anatole protegió siempre mi nombre”.
- ¿Cómo llega a vos esa familia chilena?
-Primero las autoridades se dieron cuenta que no éramos chilenos, que no éramos niños abandonados de lugares marginales. Estábamos bien vestidos, bien alimentados. Entonces nos separan a Anatole y a mí. A él lo llevan a un centro de varones y a mí a uno de niñas. Después vuelven a repensarlo y dicen que ésos no son lugares para nosotros. "Los niños corren peligro ahí, y los mismos niños te hacen daño". Y se decide llevarnos a cada uno a una familia distinta por el momento, para no tener que estar en hogares de menores. Que las condiciones son bastante inestables por la misma gente y por los mismos niños. A Anatole se lo llevan con una señora sola y a mí con un matrimonio joven que estaba esperando un hijo. Esta mujer tenía la intención de quedarse conmigo, pero no podía económicamente quedarse con mi hermano. Y se daba cuenta que no era ético separar nuevamente a unos hermanos. Ella trabajaba en un servicio de salud y luego -a quien sería mi papá adoptivo que era médico- le dice, .¿sabes que aparecieron estos niños? "Sí, sí sé del caso y la verdad es que necesitan unos padres y nadie los va a reclamar", le responde. Ellos no podían tener hijos, se les propone que nos lleven con ellos y mi papá dice inmediatamente que sí y que lo va a consultar con quien fuera mi madre adoptiva y ella también dice inmediatamente que sí. A partir de esta mujer que me cuidaba, que estaba embarazada y que se llama Claudia, me ponen Claudia a mí.
- Nos imaginamos a tu hermano.
- Anatole protegió todo el tiempo mi nombre Victoria. Entonces quedé como Claudia Victoria.
- Tus padres adoptivos, ¿cómo se llaman?
- Mi mamá Silvia y mi papá Jesús. Mi papá falleció en el 99, se agiliza todo y nos llevan a vivir con ellos. Desde ese momento yo los asimilé como padres Yo no tengo recuerdos de mi pasado; mi hermano sí. Y a él le costó más porque se acordaba que tenía otros papás. Entonces para él fue muy disgustivo.
- ¿Se enfrentaba con esos papás?
- Abiertamente. Él decía, "tú no eres mi papá".
- O sea que se rebelaba.
- Absolutamente. Anatole sufrió mucho por eso.
Una uruguaya y otra chilena: dos familias en el corazón
- Vos has hablado muy bien de la familia Larrabeiti - Yañez
- Absolutamente. Mis papás adoptivos tuvieron la grandeza de entender eso, de tratarlo con especialistas, hasta que Anatole pudo estabilizarse y aceptar lo que más necesitaba y que eran unos padres.
- O sea que no tenían nada que ver con el régimen de Pinochet.
- Ellos son de una izquierda moderada.
- Bueno, dentro de ese panorama que nos estás contando, se puede decir que tuvieron suerte.
- Tú lo has dicho. Es una familia excelente, excelentísima. Recibimos todo lo que necesitamos: cariño, estabilidad, seguridad, amor, educación. Todo lo que un hijo en buenas condiciones recibe. Así que para mí, mi papá fue mi papá y mi mamá, mi mamá. Para adorarlos.
- Tú asimilas bien que tenes dos familias.
- Claro, claro.
- En Uruguay, ¿qué familiares tenes?
- Me quedan mis dos tíos, hermanos de mi padre. Y ellos tienen sus hijos. Mi tío tiene una pareja y mi tía un joven.
- ¿De pareja?
- (Carcajada) No, un hijo que tiene el mismo nombre de mi padre o sea Roger. Y bueno, me quedan los amigos de mis padres, militantes y amistades. Ex novios, ex novias, anteriores a sus matrimonios (risas). Y ahí he ido investigando y reconstruyendo quienes eran mis padres biológicos como personas. Aparte para bajar esa cosa que uno tiende a idealizar cuando se trata de personas que han fallecido. Entonces se trata de rescatar la parte humana, la parte real.
- Por esta edición, la última.
- Quiero que la verdad salga a la superficie y que se anule la inmoral Ley de Caducidad.



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