miércoles, 2 de septiembre de 2009

Las dos muertes de Roberto Facal

Asesinado en el Filtro


Por: Colectivo Construyendo. 15/8/ 2004
Reconstrucción del asesinato de Roberto Facal, a partir de una recorrida por el barrio y charla con vecinos

... que comprendan que la historia,
la historia, la escribe el PUEBLO.
Mirtha.


Con la llovizna en la cara llegamos al barrio. La calle estaba iluminada en esa fría noche de agosto. Los rostros vivos y tristes de los vecinos nos esperaron. La bronca aún está. Gente con mucha memoria y más amor aún por aquellos que lucharon y que la represión asesinó. Nos señalan su jardín. Su casa. El lugar donde lo mataron. El lugar donde ni siquiera esta el árbol de testigo.
Ellos, que lo conocieron, debelan el siniestro asesinato de Roberto Facal. A 10 años, aún, se angustian en el relato. Van y vienen por dolores que no se van. Porque Roberto vive allí entre ellos. Lo recuerdan cada vez que las flores blancas se asoman en los árboles que él ayudó a plantar. Aquella calle que cada verano quemaba sin verdes, y a la cual llamaban el desierto de Quesada será por siempre su calle, ahora más linda. Nos dicen: Si él la pudiera ver...! Cómo disfrutaría!.
Los perros de los milicos, sus caballos, sus armas de fuego, sus palos y cuchillos recorrieron toda la noche las calles. Y sus balas encontraron a Fernando y siguieron a Roberto hasta asesinarlo.
Roberto vivió toda su vida allí en Simón Bolívar, barrio lindante a Jacinto Vera. En la calle Juan José Quesada 3278, entre Valladolid y Benito Juárez.
Nos cuentan como él relegaba sus estudios de arquitectura para trabajar y sostener a sus padres. Tenía pronta la tesis final para recibirse con un trabajo sobre el reciclaje de la Ciudad Vieja. Era trabajador de Estadística y Censos, de la Facultad de Ciencias Económicas, afiliado a AFFUR.
Muy cerca también nació y vivió Fernando Morroni. En una casona en medio de un cantegril, luego derrumbado, porque allí se levanta hoy el Edificio Libertad. Desde allí Luis Alberto Lacalle los mandó matar. Recuerdan al padre de Fernando, un militante muy querido del Comité del FA, constante, que siempre estaba presente.
Dicen, con orgullo, que con su actitud, Roberto colaboró a la convivencia entre los vecinos. Aún hoy lo recuerdan en su bicicleta yendo de acá para allá. El se dedicó a reconstruir aquella relación de solidaridad que la dictadura destruyó, para imponer "el hacé la tuya".
Hablaban que antes del golpe, para la revolución no faltaba mucho. Pero la dictadura retrasó todo, años y años. Él sostenía que las cosas tenían que cambiar. Decía que la justicia social iba a llegar, más temprano que tarde.
Los vecinos afirman que Roberto era cristalino. Ellos lo conocían bien. Él no les hubiera ocultado su vida. Que al decir que era homosexual también mienten. Cuando lo matan los milicos siembran una falsa visión para separarlo de la masacre. Una visión muy pensada, muy lejos de la realidad.
Recuerdan como ante la huelga de hambre de los vascos su sensibilidad lo llevó a indignarse, como tantos jóvenes que vivían con impotencia la injusticia y represión del gobierno de Lacalle y Gianola. Él iba y venía de la vigilia. Los vecinos eran los encargados de llevar los termos con café.
Recuerdan como si fuera hoy aquel miércoles de masacre. Ellos habían estado allí.

Si me muero,
que no me mueran antes de abriros el balcón de par en par...
Un día entre todos llevaremos, al hombre a su lugar... al hombre a su lugar.
El terror recorría las calles buscando a quién se atreviera a salir, a quienes aún quedaban en la zona.
Volvió a su casa en la noche, se despidió en Gualeguay y Quesada, de otro compañero, otro Roberto, su compinche, también vecino del barrio, gritándole:
- Vos llamá a la 36 yo llamo a la 44.
El barrio estaba copado por los milicos. Sus sombras estaban en todos lados. Lo habían señalado, su físico robusto entre la gente, su cámara de fotos. Lo habían seguido. Los habrán oído.
A solo tres cuadras de allí, en la madrugada, en la esquina de la calle Quesada y Benito Juárez lo mataron.
Llegó a su casa y estuvo con Blanca y Pepe, sus padres, mirando televisión. Tranquilizándolos, porque ellos veían por la tele lo que estaba pasando y oían las sirenas y los tiros.
Su madre vivía al fondo. Roberto delante en una humilde casa que estaba reparando. Volvió al frente, donde vivía, a eso de las tres de la mañana. Allí lo esperó la muerte.
En la calle Quesada un zapato y una mancha tan ancha como su espalda fue el rastro mortal que señaló el trayecto entre el árbol de morera y su casa. Unos sesenta metros anduvo la muerte con él. Hasta allí lo arrastraron, lo apoyaron en una vieja camioneta y luego lo entraron. Una oscura marca que los vecinos angustiados contemplaron sin poder creer.
Al llevarle el desayuno, su madre, abre la puerta y ahí está, sin camisa, degollado, sentado en el piso, recostado contra la pared. Blanca quedó paralizada. No podía ser. No podía ser. Era una pesadilla. Ella quedó como muerta, detenida en el tiempo. Por años mantuvo su cama tendida. Le hablaba a su foto pidiéndole a Roberto que le dijera, quien fue, como fue.
De allí en más, los detalles los tienen sus asesinos. Los vecinos suponen que estaban ya dentro de su casa. Lo interrogaron. No tienen ninguna duda: para torturarlo lo sacaron de su casa. Querían saber que era lo que había visto.
Arrancaron y se llevaron una bandera vasca con un listón negro que Roberto tenía colgada, así como un cuadro del Che.
Revolvieron todo, se llevaron cada papel que les pareció sospechoso. Incluso una carpeta de historia que Roberto había armado sobre el viejo Batlle. Fotos. Apuntes. Tiraron todo. Rompieron.
La orden era clara: No podían dejar tras de sí ninguna prueba de la noche que salieron a matar.
Por los ruidos que algunos oyeron, suponen que buscaron un lugar para matarlo. Roberto fue sacado de su casa, lastimado terriblemente y luego vuelto a la casa.
Asesinado, con 12 puñaladas, degollado. Así lo encontraron.
Alguien vio y calló.
Extraña coincidencia, 12 balas matan a Fernando, a Roberto 12 puñaladas.
Lo cierto es que los vecinos que querían a Roberto por como era él, con el barrio, con los amigos y compañeros, con su familia, no lo olvidan. Y ellos debelan con su relato lleno de emociones y certezas que los servicios planificaron cada detalle del asesinato de Roberto. El de Fernando no lo pudieron desvincular del Filtro. Pero el de Roberto sí, lo desvinculan de esta masacre.
La familia llama a la policía. El primero en aparecer es un milico en bicicleta, que ni siquiera entra a la casa. Espera a que llegue el patrullero, con el Comisario de la 13 quién desde la puerta y sin entrar gritó, para que el barrio oyera: - Esto es un asunto de homosexuales.
Golpearon la puerta como suelen ellos hacerlo. Con prepotencia y premura.
Blanca abrió y el comisario vuelve a decir:
- Su hijo, ¿se vestía de mujer?
Esa frase discriminante va a implicar que la muerte de Roberto sea clara solo para aquellos que sabían que él fue uno más aquella noche donde la luna de Jacinto Vera se tiñó de rojo con su sangre y la de cientos de heridos y la vida de Fernando
Aún yacía su cuerpo allí, cuando lo volvieron a matar, para no juntar su muerte a la de Fernando.
Alcanzó para que el convencionalismo social lo desvinculara de la masacre de Jacinto Vera.
Bastó para que se hablará de un solo muerto. Pocos se jugaron por Roberto. Lo peor, el silencio social, cómplice y pacato. Pesó más la versión oficial para sacarse de arriba un asesinato político que la certeza de que Roberto era un luchador social, comprometido con sus ideas y participante activo en la vigilia del Filtro. Para la gente fue una manera más fácil de borrar el miedo. Es mejor comentar lo morboso que asumir la muerte de un militante político asesinado con esa barbarie.
Recuerdan como la carnicera del barrio se sumó a los comentarios:
- Ud. ¿vio que era un maricón?- se fueron sin comprarle más y se fundió.
Las compañeras y compañeros de Roberto afirman que causa más efecto una mentira bien difundida que una verdad amordazada.
Roberto era un comprometido luchador social y político. El siempre andaba haciendo algo, siempre. Organizado u organizando. Militante de la IDI a la salida de la dictadura, defensor de los derechos humanos, de la verdad y de la justicia, en la pelea por el voto verde contra la ley de impunidad. Él recorría casas conversando, vendiendo pegotines, era un conquistador de voluntades, provocando el enojo de algún veterano, porque él lograba compromisos impensados.
Estuvo todos los días del Filtro. También a la hora de los caballos, de los sables, de las balas, siempre con su cámara de fotos.

Si me muero, que sepan que he vivido
Luchando por la vida y por la paz

Había luchado hasta lograr que lo que era un basural se transformara en lo que es hoy la Plaza Simón Bolívar. Había conseguido semillas del árbol tradicional de Venezuela para plantar allí. Al poco tiempo la masacre de Jacinto Vera, el presidente de la Comisión Vecinal, que Roberto había integrado hasta su muerte, prohíbe a los vecinos hablar en un acto en la Plaza. Ellos querían poner una placa recordando a Facal, hecha mediante una colecta en el barrio. Una vecina le contesta a ese arribista que él no tiene bien puesto lo que a ellos si les sobra. Mientras tanto el embajador hablaba de Roberto recordándolo como un amigo de Venezuela.
La IMM que con los votos de todos los ediles, ha colocado una placa homenajeando a represores, aun no ha autorizado una con el nombre de Roberto. Un expediente duerme hace años en algún cajón de la Intendencia. Los vecinos siguen reclamando que el Rincón Infantil de la plaza lleve su nombre.
La parodia de reconstrucción de lo que la cana denominó un crimen pasional entre homosexuales se hizo a los pocos días. Una noche fría, con una pertinaz llovizna, sin aviso, la calle apareció vallada. Desde las ventanas unos pocos vecinos miraron y oyeron, como se armaba la escena del crimen. Los supuestos asesinos eran dos hombres flaquitos, que conversaban amablemente con los milicos, que les pedían cigarros y a los cuales un jerarca policial tuvo que decirles hasta cual era el jardín de Roberto. Es decir los "asesinos" no sabían cuál era la casa en la que habían estado y de donde habían sacado y vuelto a traer a Roberto. Se hacía difícil imaginar a esos dos hombres delgados arrastrando sesenta metros por la vereda, el cuerpo de Roberto de más de cien kilos. En una noche, en un barrio donde la represión reinaba ¿nadie los vio?.
Sus padres nunca vieron la autopsia ni el expediente, y murieron sin saber que pasó.
La historia oficial predomina aún sobre este asesinato. La reconstrucción histórica es esencial. Los represores juegan con nuestra pasividad, con los silencios. Con la aceptación implícita de la versión del poder por parte de aquellas organizaciones que aún no levantan la muerte de Roberto como un asesinato más vinculado al Filtro. Los prejuicios son un arma potente en mano de los asesores de la represión.
Roberto vive en nosotros. Esta en nuestras mentes. De él quedan los hechos.
Los vecinos sostienen que hay testigos directos de su muerte. Y que la gente sigue teniendo miedo de hablar.
La actitud comprometida de sus compañeros aporta en la construcción de la memoria colectiva, de la verdad sobre la masacre de Jacinto Vera
. La justicia sigue faltando.
Por Roberto. Por Fernando. Basta de silencios. Hay que quebrar la impunidad.

EL FILTRO Y LA MEMORIA

Estimados compañeros;

Ya que directamente se me trató de que fantaseo, por parte de la compañera Margarita Ferro, a quién no tengo el gusto de conocer personalmente. Pero tiene mi correo. Que me escriba y nos sentamos a conversar. Y a aclarar todo los detalles que se pretendan no solo por ella sino por los compañeros que lee la posta porteña.
Nunca fue mi estilo fantasear, y menos con un compañero de militancia que cayó el 24 de agosto en el Filtro, al contrario no fantaseamos de ninguna manera.
Nosotros miles de militantes estuvimos; no fuimos ni Fernando, ni Roberto, porque les tocó las balas a ellos, pero nos quedamos a resistir, y fuimos a buscar los compañeros que desaparecían en esas horas, y a mi en particular un arquitecto (José Luis Masseo) , docente de Fac. de Arquitectura, en aquel momento , como a su prima y alguien mas que cayo atrás mío nos salvó la vida. Pues sino éramos tres muertos más.
Y no me gusto realmente , lo que plantea esta compañera, porque cuando quisimos participar del velatorio los propios compañeros del sindicato de AFUR CCEE, yo era de AFUR Arquitectura, nos dijeron que la familia "se negaba a que fuéramos los compañeros, que les respetásemos su intimidad", y que no era una muerte política, hasta el día de hoy en los propios funcionarios de la Facultad subsisten las dos versiones, allí no nos dijeron la dirección
Lo que también recuerdo, que en el Filtro al compañero Zabalza lo subieron inmediatamente a un auto, y lo sacaron de la embestida policial, lo cual nosotros en ese momento quedamos en una encerrona junto a niños y una señora en la puerta de un caserón y nadie nos fue a buscar en auto, luego fue que como pudimos tratamos de cobijar a esos niños y esa señora, e ir hacia Luis Alberto de Herrera , que allí nos abrieran ante los tiros de los milicos, la puerta; un compañero, que de casualidad era de la Universidad de AFUR también, y aparecieron varios cuerpos tirados junto a nosotros entre ellos el cro. Daniel Viglietti. Allí aguardamos hasta que paró la balacera.
Luego , siguió sin duda nuestra búsqueda de compañeros, que no los encontrábamos e hicimos lo que todo militante que tiene las cosas claras debe hacer siempre ir a buscar a los otros compañeros que es una práctica que siempre tuvimos, la solidaridad con los compañeros de nuestra clase.
Realmente hubiera preferido no tener que escribir esto por respeto a todos los que esa noche muy negra de nuestra historia, tuvimos que pasar aquella masacre, en particular por Fernando Morroni y por Roberto Facal.
Agradezco que publiquen esto, y espero que no sea una metodología que sea perniciosa para informar y confundir ya que bastante lo hace la prensa que está con los poderosos y no con la clase trabajadora.


Rosario Rossi-

postaporteñ@__________________
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