lunes, 18 de julio de 2011

El Chiquito Becca



Falleció en Valizas el Chiquito Becca, Jorge Becca Tessa.

“El Chiquito Beca”, era chiquito mismo. Un petiso clásico, digamos: buena caja toráxica, ancho de hombros considerable, andar medio a lo “petitero” con pepos recién comprados; resuelto y ágil como gato criado a la intemperie.

Más ancho que largo, toda su figura era la imagen de la afabilidad científicamente combinada con una picardía y un humor penetrante que le salían del alma. Su soberano naso siempre alzado y atento a la vida nerviosa de la cárcel, había dado lugar a decenas de caricaturas de los presos con ínfulas artísticas que relativizaban aquella vida animal a punta de lápiz y ganas de promover la risa de nosotros mismos como una forma de vivir con alegría la tristeza planificada por los que nutrían su ideología patibularia desayunándose cada día con un vaso de mierda anticomunista y antitupa y grandilocuentes frases de amor a la patria y a un Artigas que en realidad odiaban tanto como a nosotros mismos, los rehenes de las cárceles chicas, las del otro lado del cerco de terror que separaba a la gente “en libertad” de la gente “en Libertad” del Uruguay fascista...

La verdad es que el “El Chiquito” tenía el aspecto de preso con oficio de preso. Lo ví un millón de veces ganándole a los botones por paliza y por carpetero, “discusiones” acerca de la “disciplina” y los “reglamentos” y toda esa supuesta “ética” del botón de alma, que los hubo y sigue habiéndolos al por mayor. Era capaz de ridiculizar al oficialito más verdugo y energúmeno, con respetuosas reflexiones que parecían adoptar la sintonía irracional del carcelero, para derribarla, para hacerla pomada tan sólo con palabras de irrefutable lógica “del deber debido”. Cada diálogo de “El Chiquito” combatiendo la cabeza del represor profesional, era un curso de poesía surrealista, un coloquio entre la bestia y el hombre, tan, pero tan sutil y cuestionador, que hacía que al menos por un momento, la bestia se sintiera hombre (al menos en tres o cuatro oportunidades, presencié la reacción tardía de algún sargento de reflejos retardados, que solamente horas después era capaz de percatarse de que el 1019 lo había cagado a finísimas ironías que únicamente podés imaginártelas en situaciones literarias o cinematográficas, pero no en la vida misma).

A “El Chiquito Beca”, todos los presos del período “cívico-militar” debemos agradecerle el impresionante kilombo que provocó a mediados de los ´70, frente al enorme cartel pintado con patrióticas letras celestes y amarillas, a la entrada del EMR Nº 1 (Establecimiento Militar de Reclusión), que sentenciaba con la firmeza de lo sencillamente estúpido: “AQUÍ SE VIENE A CUMPLIR”...

Lo habían sacado del calabozo, esposado y con la orden de sólo mirar hacia el piso, unas horas después de cenar, cuando ya estaban apagadas las luces del celdario y todos nos disponíamos a vivir una de nuestras merecidas casi 5.000 fugas nocturnas diarias, que cesaban todas las mañanas, como a las 6, con un estruendoso timbre-sirena más parecido a los de la fábrica chupasangre que a los de la escuela, por cierto.

Los alaridos del petiso se desparramaron por todo el penal como un extraño e interminable trueno de notas agudas pero taladrantes, que despertó a todo el mundo y que permitió que nos enteráramos del “flauteo” en puerta de alguien que se llevaban, nuevamente, para la “máquina”, a algún cuartel miserable o a algunas de las cuevas “militares” de las que muchos no volvieron jamás, sin que jamás nadie haya pagado ni siquiera unas horas de juzgado por decenas y decenas de muertes cobardes y mafiosas.

En un santiamén, se desató la tempestad. Las puertas de hierro de cada celda -de arriba a abajo, de abajo a arriba, a lo largo y a lo ancho de aquella “nave de los locos”-, se hundieron y temblaron con el escandaloso golpeteo del “personal recluso”, semejante a la rebelión onírica de una ciudad entera espontáneamente insurreccionada frente a la pesadilla colectiva y brutal fabricada desde el laboratorio del terror del nazi Britos y toda la burocracia maldita de las FF.AA. guardianas del “mundo libre” y de los cofré-fort de la misma casta, también maldita, que ayer mismo perdió a uno de sus principales mentores y autores intelectuales del vejamen y del imperdonable escarnio popular de los ´70 en el Uruguay dictatorial.

Por lo menos media hora duró lo que paulatinamente se convirtió en una verdadera explosión humana oída desde la cercana ruta (lo supimos luego), apenas matizada por los ininterrumpidos gritos de “El Chiquito”, al que cagaron a cachiporrazos hasta meterlo en un ropero cargado de uniformes, con el asesoramiento atento y profesional del Mengele oficial del proceso, que para contener definitivamente la ira y la razón del prisionero, ordenó la inyección de un poderoso “Calmancial” con el que la gente era transformada en silenciosas plantitas de jardín incapaces de poder armar siquiera un cigarrillo de tabaco o manejar un tenedor y un cuchillo.

A “El Chiquito” se lo llevaron nomás; lo torturaron, lo reventaron a golpes, trataron de hacerle cantar hasta la boleta de Kennedy y el asalto al tren de Londres. Pero no pudieron hacerlo sin que se enteraran varios organismos internacionales de DD.HH. y sin que los familiares movieran cielo y tierra reclamando la devolución del Compañero al penal. En éste, por supuesto, reinó durante semanas la incomunicación masiva absoluta –sin recreos, sin visitas, sin correspondencia, sin ninguna de las “libertades” de Libertad-, con yerba secada al sol, puchos armados con restos de puchos, amenazas de nuevos flauteos. Ni los ortivas se salvaron de la prolongada sanción colectiva, y, de algún modo, se había fisurado así, a golpes y puñetazos, el mito del preso que debe bancar cualquier cosa y de la sagrada disciplina carcelaria fundada en el terror de la incomunicación y el asilamiento total.

“El Chiquito”, el pequeño-gran prisionero de guerra que fue “El Chiquito”, este petiso compadrito, bueno y revolucionario por naturaleza que a todos nos fue enseñando una filosofía elemental para bancar lo imbancable, había logrado lo que ningún análisis de "estrategia de la resistencia" nos había proporcionado hasta ese momento: demostró que la dictadura, aún en sus alardes de supremacía inexpugnable, era permeable, todavía, a resonancias que ponían en cuestión su pretensión de “legalidad” después del allanamiento, el secuestro y la tortura, como si fuera posible convencer a todo el mundo de que lo suyo era “un gobierno” y no una sencilla y cínica dictadura de ineptos, ladrones y asesinos, como lo fue realmente.

Se podría seguir escribiendo un millón de párrafos sobre “El Chiquito Beca”, este personaje con el que en la última movida en la que anduvimos juntos, es la campaña por la rosada hace un par de años. Se podría abundar en sus reflexiones sobre cómo mientras luchábamos por la rosada, otros luchaban increíblemente contra la rosada; otros que ahora ni siquiera son capaces de admitir que hicieron campaña para boicotearla (y que tuvieron “éxito”, por cierto).

Pero me parece que recordarlo como lo hago ahora, a las apuradas pero con un enorme respeto por él y su ejemplo, es la manera más apropiada de homenajear a alguien que la distancia no me deja despedir en su velorio, pero sí diciendo y contando las cosas que hay que contar, no tan sólo para no olvidar ni olvidarlo, sino para que otros sepan que cuando muere alguien como “El Chiquito Beca” y se lo recuerda, no es su muerte, sino su vida, la que obliga al homenaje.

El homenaje no al que muere, sino al que sigue viviendo por haber sido y seguir siendo, antes que nada, un muy buen tipo y un auténtico revolucionario de los piés a la cabeza.

Un abrazo alegre y esperanzado al “Chiquito”, un docente de la vida, un Compañero con todas las letras.

¡Claro que habrá patria para todos, Petiso!!!

     Saracho, 18 de julio de 2011, Buenos Aires



EL CHIQUITO BECA
Esa mañana de invierno lagarteaba al sol del fondo de su casa, en Valizas, mientras Analía, su compañera, componía en el piso un mosaico que habían ideado tiempo atrás. Cuando quieras yo sigo –le dijo, levantándose de la reposera–. Ahí, nomás pegó un grito desgarrador y cayó fulminado. 
Viven en Valizas desde hace muchos años, desde que el Chiquito Beca se jubiló. Analía trabaja de asistente dental en Castillos dos veces por semana. Desde que se instalaron allá trabajaron sin cesar y duramente para levantar la situación desvalida de ese pueblo que ahora tiene Policlínica, computadora para los niños de la escuela, Internet, taller de expresión plástica. De sus manos realizaron campamentos con los gurises descalzos de los pescadores y, en algún caso por primera vez, viajaron a conocer Montevideo. 
Camilo nació cuando Daniel Viglietti entusiasmaba a todos los jóvenes cantando "Niño, mi niño vendrás en primavera, te traeré…" Fruto de su primer amor con Marvis labrado entre los arrebatos de la Facultad de Odontología y la epopeya tupamara. 
A Marvis la conocí en el penal de Punta de Rieles, cuando yo caí, llevaba, igual que el resto de las mujeres, diez años presa. Tan pequeña como el petiso, coqueta como pocas, tenía diez años más que yo pero su pensamiento y su actitud era joven y dinámica. En el sector C las compañeras todavía no habían caído en que era posible acortar las condenas de treinta años a doce, yo quería alertarlas (1982) de que era así, que me creyeran. Pero las compañeras se cerraban a la idea porque no querían tener falsas expectativas... En cambio, Marvis con sus grandes ojos de mirada transparente estaba ahí para creer, para recibirme, pero por sobretodo para hacerme el aguante a mi propia cana. Marvis estaba entera. Supongo que habrá bebido en la fuente de su bebé Camilo, a quien veía una hora por semana. Jorge y Marvis vivieron juntos después del 85, pero no pudieron construir su futuro.
Pude compartir con ellos las primeras vacaciones en Valizas, en su rancho frente al Francés, cuando arrancaban los 90. La casa siempre abierta, llena de gente, llena de estudiantes de odontología que iban y venían recogiendo los sueños del mundo mejor que prometía entonces la izquierda revolucionaria. 
No sería justa si no dijera que con el Beca compartíamos otra pasión: Peñarol, el Chiquito era un manya de ley, capaz de ir de Aguas Dulces a Valizas caminando seis kilómetros bajo un temporal de lluvia y viento, a medianoche, por no perderse el último minuto de un clásico que ya perdía el carbonero. 
El Beca, tupamaro de la primera hora, sufrió (como tantos) la tortura, no solo en el momento de la máquina, no solo por largos años de cárcel. El fantasma lo persiguió durante mucho tiempo, sus noches pobladas de terror le robaban la serenidad de la entrañable libertad. La pesadilla –ahogada en alcohol cada amanecer– fue larga. Salió. Se pagaron los costos… se siguen pagando los costos. 
Pero su convicción no sufrió mella. Construyó en la concreta para mejorar la vida de su comunidad valizera; luchó para que la rosada devolviera la justicia que hace dignos a los uruguayos; se reunió y discutió, con los compañeros para no arriar las banderas.
Ni su inteligencia ni su sensibilidad le permitieron entender porqué tupamaros históricos, compañeros del alma –ahora en el gobierno- dejan por el camino el programa de liberación nacional que se habían comprometido a sangre y fuego. Primero desconcierto. Después desazón y vergüenza. La impunidad se le clavó en el alma. 
Cecilia Duffau                                                                                                                                                          COMCOSUR MUJER 294 - 20/07/2011

Una recarga para el "Chiquito" Becca


“La arena es un puñadito


pero hay montañas de arena...”



Atahualpa Yupanqui



Tu arena de Valizas –Chiquito-

nuestra...

1/

éramos un puñadito

al comienzo:

vos/ pablito y unos pocos náufragos

aventados del otro lado de la cordillera

y apenas llegados

las ganas de volver...



2/

era empezar de nuevo

a construir la orga

la misma pero lejos

entre pocos

pero con todos

y el objetivo de volver...



3/

fuimos creciendo

los poquitos

al rato

éramos un puñado más grande

y la montaña y el polígono y la pista de guerra

y la voluntad de volver...



4/

caía la noche en el cajón de Santiago

y desde La Reina o Ñuñoa o Lo Prado

todos decíamos:

“a esta hora están apagando las luces de las celdas...”

y “la guacha “ crecía

y la orga también

y el país se incendiaba

y la decisión de volver...



5/

aquellos pocos náufragos lejanos

construían sus balsas / sus embarcaciones

construían sus “granmas” a pura conciencia

y la forma de volver...



6/

casi todo está igual que entonces

-Chiquito-

se volvieron a cerrar las grandes alamedas

y nosotros estamos un poco más viejos...

sin embargo

nos queda

la conciencia

un barco inacabado

y el compromiso de volver...

(con todos y todas

-Chiquito-

con vos también...

pero volver...!)



miguel ángel olivera

el cristo

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