miércoles, 7 de marzo de 2012

Día de gritar "¡REVOLUCIÓN! ¡MUERTE AL CAPITALISMO PODRIDO!"





La burguesía es la clase dominante que con mayor destreza y más alevosía ha podido disfrazar la totalidad de los vínculos reales existentes entre el trabajo social y el desarrollo histórico de cualquier formación socio-económica.

Su cultura –“nuestra cultura”— ha cumplido con creces la misión de irradiar universalmente la más necia y sesgada versión de cómo ocurren las cosas en la realidad contante y sonante de cualquier sociedad basada en la explotación y la opresión.

Ha tenido, y seguirá teniendo, la pedante pretensión de que la humanidad entera crea que todos los bienes materiales –los necesarios y los suntuarios-- surgen de la bonhomía empresarial y de la sacrificada aptitud burguesa para poner pesito sobre pesito, generosamente, en aras del bienestar general.

En su falaz y burlón maquillaje de los hechos, los ladrones organizados del Estado capitalista, han podido tergiversar incluso hasta la estrechísima y elemental relación que hay, forzosamente, entre la naturaleza en general y la naturaleza humana en particular.

La inversión capitalista --nos dicen minuto a minuto-- es lo que mueve y seguirá moviendo al mundo. El brutal afán de lucro a costa de la bestialización del ser humano, es la motivación clave del avance de la civilización, según nos han dicho hasta el cansancio y nos lo seguirán diciendo aunque el capitalismo se desparrame y agonice de irracionalidad y salvajismo genocida.

Han escondido el hecho fundamental y determinante de la explotación, por cierto, pero también lo han hecho con la única acción lisa y llanamente generadora de bienes materiales y de desarrollo social. O sea, con el trabajo, sencillamente, con la intervención del cerebro y las manos humanas organizados en la transformación colectiva de los elementos primarios básicos que la naturaleza pone a nuestro alcance como si ésta reconociera en nosotros a una parte de naturaleza necesitada de “la naturaleza” para seguir siéndolo.

La rostruda cultura burguesa ha construido la gigantesca y duradera mentira de que “el capital” es la fuerza creativa y creadora supranatural, omnipotente, capaz de esclavizar pasivamente a las mismas fuerzas de la naturaleza –incluida la naturaleza humana, obviamente-- y de hacernos morir de hambre si un día “el capital” decidiera “desaparecer”.

Debajo de toda esta fábula miserable, se esconden también formas de súper explotación multitudinaria que han adquirido la apariencia de “lo lógico” y “lo natural” y que sobreviven soterradamente asimiladas culturalmente como tal, gracias a una aletargante fuerza de la costumbre que de hecho opera en favor de la clase dominante sin que prácticamente nada ni nadie lo cuestione.


Especialmente quienes hemos abrazado la causa de la revolución como alternativa emancipadora para el pueblo trabajador, tenemos un debe monumental con la más importante de estas formas doblemente ocultas del abuso burgués y que objetivamente constituye la más grandiosa e incalculable usina generadora de mega-plusvalía absoluta imaginable a lo largo y a lo ancho de toda la historia:

La relación intermediada y a distancia entre las patronales y su Estado burgués y la masa inorgánica pero socialmente imbricada de las mujeres que desde su hogar aportan el trabajo “socialmente necesario” para la reproducción de la masa asalariada –de hombres y de mujeres— que interviene directamente en las operaciones productivas, que son, a su vez, operaciones de reproducción del capital y de consecución regular de un modo de producción en el que lo producido socialmente mediante la explotación asalariada, es apropiado privada y violentamente por los parásitos del inversionismo.

Estrictamente hablando, en la persona de cada asalariado, hay por lo menos otra persona –en la inmensa mayoría de los casos, una mujer, compañera y madre— cuya tarea primordial en el esquema articulador del sistema capitalista, es la de preservar y sostener el verdadero ejército de mano de obra que mueve directamente con sus manos y sus cerebros todo el andamiaje del modo de producción capitalista. Cada una de estas mujeres, realiza un auténtico e ininterrumpido trabajo por el que no recibe de la clase dominante siquiera unas migajas de retribución económica, ni tampoco posee ni en grado mínimo una organización que funcione como herramienta reivindicativa-defensiva elemental.

Nadie, tampoco, la alienta a ello; nadie se ocupa de la “concientización”…

La cultura burguesa ha logrado tal disociación racional entre la acción productiva directa del asalariado “contratado” y la indirecta de las “jefas de hogar”, que hoy suena a demanda lírica o romántica la pretensión de que de una vez por todas esta explotación absoluta y archirapiñera tenga su correlato económico básico, así éste fuese al menos simbólico.

En los cálculos de los “costos de producción” de la empresa capitalista, obviamente que ni figura la parte equivalente a la acción de quienes desde su hogar –alimentando, educando, vistiendo hijos; alimentando y cuidando la mano de obra que son sus compañeros— proveen a los burgueses de la fuerza productiva humana que sí figura en sus costos productivos aunque sea en forma mínima.

En realidad, es la familia como tal la que sirve a los parásitos de la inversión, honorariamente e ininterrumpidamente, de por vida. Es la familia trabajadora en sí misma la que nutre a los holgazanes del modo de producción capitalista, del “recurso humano” perpetuo sin el que los empresarios e inversores no serían tales ni por asomo. Y es en la familia, la mujer, la que carga con impotencia y angustia perpetua, el peso alienante de ser el cero a la izquierda del sistema y de quienes nos proclamamos anti-sistema.

Destaca este sector social especial y absolutamente mayoritario para el que ni siquiera existe la posibilidad del paro o la huelga, objetivamente ninguneado no solamente por sus amos de “guante blanco”, sino también en cierto modo por sus propios hermanos de clase, que son sus compañeros, sus hijos y hasta sus nietos, convencidos de que “así debe ser” la situación de súper explotación de la mujer trabajadora (ni hablemos de la que, además de las 8 horas y más, dedica otras cuantas horas a cocinar, lavar y preparar los gurises para la escuela después de ayudarlos con los deberes).

Porque de eso se trata: de la mujer trabajadora-esclava ignorada hasta por su propia clase, que homenajeamos cada 8 de marzo cargando las tintas en la “violencia doméstica” y no en la violencia matriz y despiadada del capitalismo y refiriéndonos a “un género” que al no discernirse entre la mujer en general y la mujer súper explotada en particular, no hacemos otra cosa que ratificar la culposa y engañosa asunción de la ONU (Organización de las Naciones Unidas en el capitalismo) del “Día de la mujer” (sin Trabajadora), que coloca en un inexistente pié de igualdad tanto a las honorables damas ricas y pitucas de las multinacionales y las finanzas como a las sacrificadas mujeres de barrio para las que, a lo sumo, el 8 de marzo funciona como, apenas, reconocimiento facilongo de lo obvio: todo nos viene de las entrañas femeninas.

Lo que debemos celebrar cada marzo y todo el tiempo, es la existencia de la “Mujer trabajadora”, no como poético y perogrullesco reconocimiento “ontológico” al género, sino como reivindicación y reconocimiento revolucionario a nuestras hermanas de clase, cuyo día internacional se originó en el crimen masivo de las “camiseras” de Nueva York secuestradas e incineradas por burgueses y burguesas que alquilaron los servicios de asesinos y asesinas profesionales, para ejecutar una de las masacres más podridas e imperdonables de los que se vanaglorian de ser los que ponen la guita para que esta mierda globalizada siga funcionando.


Es probable que muchos sientan que esta es una manera pesimista o amarga de conmemorar este nuevo “Día de la Mujer TRABAJADORA”.

Es preferible este riesgo al de seguir haciéndole el coro, por desidia y por injusticia propias, a la buena onda burguesa--pequebú que a su vez le hace el coro a una ONU que amasija mujeres a granel en los genocidios imperialistas pergeñados en la misma metrópolis donde una manga de hijos de mil putos, en 1909, carbonizó ferozmente a un centenar de verdaderas mujeres con el nombre bien puesto y que mostraron el camino de la revolución del que aún apenas somos capaces de percibir los tramos menos invisibilizados por la burguesía y apenas considerar el rol de auténtico sujeto social revolucionario de la mujer que encerrada entre cuatro paredes, cada día más clama por salir a las calles y arremeter contra el imperio y sus represores como lo hacían las gallegas que recibieron a Napoleón con generosas dósis de aceite hirviendo desde las ventanucas podridas de sus casas miserables al paso del ejército invasor francés.


“Día mundial de la mujer”, minga…

“DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER TRABAJADORA”. Día en el que todos deberíamos empezar a gritar como mujeres furiosas y llenas de odio de clase aunque algunos y algunas se caguen de la risa de nuestra locura ovárico-sesentista:

¡REVOLUCIÓN! ¡MUERTE AL CAPITALISMO PODRIDO!!!.

Gabriel Carbajales

El día de la mujer tiene un origen sangriento
En 1908, 40.000 costureras industriales de grandes factorías se declararon en huelga demandando el derecho de unirse a los sindicatos por mejores salarios, una jornada de trabajo menos larga, entrenamiento vocacional y el rechazo al trabajo infantil.

Durante esa huelga, 129 trabajadoras murieron quemadas en un incendio en la fábrica Cotton Textile Factory, en Washington Square, Nueva York. Los dueños de la fábrica habían encerrado a las trabajadoras para forzarlas a permanecer en el trabajo y no unirse a la huelga. El 8 de marzo es día de conmemorar y no de festejar


Los 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer, una efeméride que hunde sus raíces en una tragedia acaecida en Nueva York el 25 de marzo de 1911.
Las costureras de la fábrica de camisas Triangle de Nueva York

  La fábrica de camisas Triangle Shirtwaist ardió en la madrugada con centenares de mujeres que trabajaban en el interior de aquel edificio de diez plantas y que no pudieron escapar de las llamas porque los propietarios habían bloqueado todos los accesos para evitar robos en su interior.
El incendio en el corazón de Manhattan conmocionó a la opinión pública. 146 mujeres murieron.
Al no encontrar otra vía de escape, muchas de las trabajadoras saltaron por las ventanas del edificio resultando gravemente heridas en la caída y produciendo escenas que ABC describió a sus lectores de la época como de «pánico horroroso». Según contaba el periódico, 53 mujeres murieron tras «estrellarse contra el suelo».  

Murieron 142 obreras más, la mayoría inmigrantes que trabajaban en una pésimas condiciones laborales.


Los derechos de los trabajadoras fue el legado que dejó el incendio de la fábrica Triangle: los sindicatos textiles resurgieron tras este incendio y dieron lugar al Nuevo Sindicalismo

 El incendio de la fábrica Triangle Shirtwaist, ocurrido en Nueva York en 1911, desató la indignación pública, obligando al gobierno a tomar medidas. En un plazo de tres años se aprobaron más de 36 nuevas leyes estatales sobre la calidad de las condiciones en el lugar de trabajo. Esta histórica legislación dio a los neoyorquinos las más amplias leyes de seguridad en el lugar de trabajo de todo el país, y se convirtió en un modelo para la nación. “Hay una línea que une el incendio con el New Deal, la reforma de la legislación laboral de la época, el estado de bienestar, la creación del sindicalismo industrial y el derecho a organizarse, en la década de 1930”





.

0 comentarios:

Publicar un comentario

No ponga reclame, será borrado