domingo, 24 de junio de 2012

De genocidios e impunidades


De genocidios e impunidades       
Otro torturador es apresado. Las crónicas dicen: uno más, en Argentina, Plan Cóndor, el segundo detenido de los requeridos por la justicia italiana. Las heridas estallan, este “uno más” significa además otras muchas historias amontonándose durante casi treinta y cinco años
Por  Anahit Aharonian1

Los distintos medios de prensa dicen que este militar retirado está acusado de varias muertes. Las eternas angustias afloran: es inaceptable “medir” a los torturadores, no deberíamos medirlos solamente, repito, solamente por su responsabilidad en el asesinato o desaparición de compañeros. ¿Es más torturador uno cuya tortura llevó a los compañeros hasta la muerte que otro que “sólo” destrozó vidas y sueños? Tras interminables sesiones de torturas, físicas y psicológicas, unos fueron desaparecidos y/o asesinados, otros fueron condenados a largas y muy duras condiciones de prisión en un “universo concentracionario”,2 a otros les implicó tomar el camino del exilio, del desarraigo, y al resto de la población se la sometió a una vida dominada por el terror durante más de una década, cuyas innegables consecuencias aún padecemos.
Los sentimientos y pensamientos se atropellan, estallan las heridas abiertas por acumulación de dolor, de rabia, de largos, muy largos años sintiendo enorme impotencia. No encuentro cómo seguir, quizá por temor a comenzar y no lograr parar. Elijo, entonces, hacerlo a partir de trozos de mi sintético testimonio contenido en De la desmemoria al desolvido.3

Mis orígenes. Mi madre por un lado y mi padre por otro, llegaron a Uruguay donde se conocieron y lucharon por la causa armenia. Ambos eran sobrevivientes de la masacre de 1915, y vivían el exilio forzado al que fueron sometidos los armenios. Querían volver a su tierra, el gobierno turco debía reconocer el genocidio cometido contra la mitad de la población armenia, reconocimiento que aún estamos esperando.
Crecí escuchando las anécdotas de familiares perseguidos y desaparecidos, de pueblos enteros masacrados y de la lucha de los armenios a lo largo de siglos y siglos, pero en particular en este siglo que me incluía.
Un día de 1972, las Fuerzas Armadas allanaron la casa de mis padres y estaba mi abuela materna. Irrumpieron bruscamente ocupando toda la casa, revisaron, golpearon, pisotearon. Como consecuencia, ella quedó una semana postrada diciendo: “Volvieron los turcos”.
Arpiné, una prima de mi padre, estuvo desaparecida en Turquía durante cuarenta años. Fue una vivencia profundamente estremecedora encontrarla, y todos los pasos que hubo que seguir para traerla a Uruguay, donde estaban esperándola su madre y hermanos. Imborrables son los momentos que de niña viví junto a mi familia, en una mezcla de sufrimiento por todo lo soportado y ese asomo de alegría que implicaba el reencuentro. Ella estuvo acá, con nosotros, hasta hace muy poquito tiempo, muy dulce y cariñosa. “Hermanita”, le decía mi padre, quien había perdido a sus hermanas a manos de los turcos.
Cuál no sería mi sorpresa cuando uno de los oficiales que vino a mi casa a llevarnos detenidos era hijo de armenios, Antranig Ohannessian Ohanian –o Antonio, como gusta hacerse llamar–, quien supo conocer la historia de sus ancestros y con quien, junto a muchos otros niños y adolescentes de la colectividad armenia, yo había compartido actividades de canto, gimnasia, torneos deportivos, teatro en armenio, etcétera.
No cabía en mi asombro, era increíble ver cómo ese muchacho, que había quedado huérfano y había recibido todo el cariño de la colectividad, era capaz de torturarnos, robarnos, mentirnos, mentir a mi madre –quien tanto se había ocupado de él–, disfrazarse para salir a la calle a reprimir y traer más y más presos al cuartel donde primero fuimos torturados. Él era uno de los torturadores más activos, teniente segundo en ese momento y pertenecía al ocoa.4
La caída. Cerca de la medianoche del 11 de setiembre de 1973, mientras escuchábamos la radio –no teníamos televisión– para saber más de lo que estaba ocurriendo en Chile, oímos los golpes muy fuertes de aquellos que venían a llevarnos: el mayor Bonilla y el teniente Ohannessian, alias “el Turco”.
A partir de ese momento quedamos aislados, en un segundo perdimos contacto con el mundo, con nuestro mundo, con todo: relaciones, amigos y compañeros y nos separaron a nosotros dos durante once años y medio.
No recuerdo cuánto tiempo duró nuestra situación de desaparición. Ohannessian era uno de los que nos había llevado, nos torturaba física y psicológicamente en forma permanente. Desde lo más profundo comencé a entonar el “Himí el Lrénk”,5 lo cantaba con mucha fuerza o lo silbaba, era la forma que, aislada en un calabozo, encontré para exteriorizar dolorosos sentimientos, como los de mi abuelita.
Así, también encontraba una forma para recordarle a este hijo de armenios sobrevivientes del genocidio, que nosotros, los hijos de ellos, no íbamos a bajar nuestros brazos, no íbamos a callar nuestra bronca frente a este que se había transformado en verdugo.


 El genocidio armenio

El 11 de noviembre de 2002 presentamos nuestro libro, 6 a mi turno, decía: “Esta melodía que intenté silbarles es una canción armenia que se llama ‘Himí el Lrénk’. Una canción que viene de mis ancestros y que silbé y canté en el primer calabozo en el que me encontré, intentando comunicarme con las compañeras y compañeros que estaban en los otros calabozos. Aunque prohibido, el silbido era una forma de comunicación. Esta canción en particular, refiere a la lucha de los armenios enfrentando al enemigo que lo estaba masacrando, diciendo ‘No nos callaremos ahora, hermano, ahora que el enemigo hunde su espada sobre nuestro pecho. Libéranos, liberémonos...’”.
Ellos eran los que decidían sobre nuestras vidas y nuestras muertes. Algunos quedaríamos vivos, otros no y ya muertos decidían también si “aparecerlos” muertos o simplemente desaparecerlos del todo. Ellos decidían cómo, cuándo y cuánto torturarnos, hostigarnos y, sobre todo, dividirnos.
Nueve meses estuve en el cuartel, la mayor parte en un calabozo sola, torturada, aislada. Un calabozo totalmente blanco con luz potente prendida día y noche o con luz apagada día y noche. Oía cuando traían compañeros a los demás calabozos, oía sus desgarradores gritos, su sufrimiento, sus nombres... como todos los que allí estábamos, distinguía al torturador de turno. El Turco, también llamado “Babosián” por la tropa, parecía estar siempre “de turno”, se disfrazaba de mujer, de pordiosero, de civil.
El victimario permanecía impune, y como si eso no fuera suficiente, aparecía en las páginas de “sociales”. Sí, nos sorprendimos la primera vez que vimos su foto en una fiesta. En el lado izquierdo de la foto se ve al “señor Antranig Ohannessian” y en la punta derecha de la foto su esposa, contadora de un grupo empresarial. Marido y mujer en “sociales” festejando un aniversario de la firma J C Lestido, integrante del Grupo d’Arenberg… La impunidad lo hacía un “señor”. Nos preguntamos: ¿acaso ella sabía quién era verdaderamente su marido? ¿Qué saben sus hijos de su pasado como oficial del Ejército?
Se festejaba al verdugo y a quienes lo protegían, mientras se invisibilizaba a la víctima, un inmejorable testigo de las tropelías cometidas.
* * *
Hoy Antranig Ohannessian Ohanian está detenido. Duele que no sea la justicia uruguaya la que haya tomado esta iniciativa. Duele en lo más profundo la constatación del paralelismo entre el negacionismo del genocidio armenio y nuestra absurda y ahistórica ley de impunidad: levantar las manos y anularla sería una demostración de madurez política.
Un día de primavera vino mamá a la visita y me preguntó: “¿Te acordás del ciruelo rojo que plantaste en el frente del Club Vramián y del sauce que plantó Antranig?”.
“Sí, teníamos 13 años”, contesté, a lo que agregó: “El sauce se secó, el ciruelo está en flor”.

1. Uruguaya, presa política desde el 11 de setiembre de 1973 hasta el 10 de marzo de 1985.
2. Concepto tomado de El universo concentracionario, de David Rousset, Anthropos Editorial, 2004.
3. De la desmemoria al desolvido, Editorial Vivencias, primera edición, noviembre de 2002. 
Publicado el viernes 4 de abril de 2008, en Contratapa

El Muerto |||: DE GENOCIDIOS E IMPUNIDADES

 

LOS FUSILADOS DE SOCA DE ASESINATOS E IMPUNIDADES
Anahit Aharonian[i]
(Publicado en contratapa Brecha, 31 de diciembre de 2008)

Treinta y cuatro años después, el 21 de diciembre de 2008 parece que finalmente les dimos sepultura a tres compañeras -una en avanzado estado de gravidez-y dos compañeros. Cinco que eran seis, los fusilados de Soca,[ii] los fusilados porque sí.

Diciembre de 1974.
Hacía ya un año y medio que habían disuelto el Parlamento, el país entero convertido en una gran cárcel y las cárceles repletas. Entonces inventaron nuevos centros de detención, no sé por qué se les llama "clandestinos", como si la legalidad importara a quienes detentaban el poder. Apenas mataron al coronel Trabal en París, incomunicaron a todos los presos políticos, quedamos totalmente aislados, como castigo (¿castigo?), incomunicados de nuestra familia, de nuestros abogados que entonces eran aún abogados civiles. No sabíamos qué podía ocurrir, a qué nuevas situaciones nos iban a someter a nosotros y también a nuestros seres queridos que debían soportar una nueva carga de incertidumbre acerca de nuestra realidad. No podemos dejar de tener en cuenta las fechas, las familias no sólo no contarían con sus seres queridos en sus mesas de Navidad y año nuevo, sino que estarían más que angustiadas ante esta nueva arremetida.

En el Penal de Punta de Rieles
Estábamos en el sector D, el de bolsillo rojo, que tenía ventanas -pintadas de blanco- hacia el frente del edificio. Ellos vienen a buscarme, ¿cuáles ellos?, ¿por qué? ¿Dónde me llevarán? ¿Para qué? Siempre llegan y gritan. Esta vez también: "Prepárese 009, póngase el uniforme de visitas". ¿De visitas? ¿Qué visitas si estamos incomunicadas? Rápidamente Alba[iii]  se escabulle y se interna en el baño, se sube al inodoro para vichar desde la banderola y ver si reconoce a algún oficial, adelantarse para intentar avisarme. Es inútil, no reconoce a ninguno. Entonces, ¿quiénes son los que vienen a llevarme? Como mi "uniforme de visitas" no está aún dobladillado, será el de Sandra el que me ponga. Se abre la reja del sector en medio de un tenso silencio, las compañeras están alertas en todo el penal, vichando a través de todos los agujeritos que hacíamos en la pintura de las ventanas, queríamos/teníamos que reconocer a quienes me llevaban. ¿Sería sólo a mí o se llevarían a otras compañeras? Bajamos las escaleras, me metieron en un vehículo militar todo cerrado, me vendaron y así me trasladaron sin explicaciones, sin decirme por qué, para qué ni hacia dónde. ¿Quiénes son que se mueven con tanta naturalidad? Alba no los reconoció.

Soca y la Casa de Punta Gorda
El viaje no es largo. Estacionan el vehículo luego de que se abre una especie de portón. Me arrastran escaleras arriba. Es raro el ambiente, no se oyen soldados pero sí el sonido del mar, las olas rompiendo cerca. También oigo voces de niños. Trato de mirar por debajo de la venda y veo piso de parqué. ¿Dónde estaremos? Parece absurdo, esto asusta más. No es un cuartel y eso da mayor inseguridad, inseguridad que crece al ver guardias diferentes: en los cuarteles los guardias son soldados de uniforme, acá no, acá los guardias están de torso desnudo y portan armas que impresionan más, todo impresiona más y ellos lo saben. Pero, ¿para qué me trajeron?
Simultáneamente me dicen que fueron al penal de Libertad a buscar a Rubén[iv], mi compañero, pero no lo trajeron a él, ¡ ¡ ¡trajeron a su hermano!!! ¿Error? ¿Generar una nueva confusión? ¿Irán nuevamente a Libertad a buscarlo? Comienzan a "interrogar". ¿Interrogar acerca deque, si hace 15 meses que mi compañero y yo estamos presos? ¿Sobre la muerte de Trabal? ¿A nosotros, bueno, en este caso a mí? Resultaba grotesco, no entendía nada, ellos matan a un oficial de su Ejército y me preguntan a mí quién lo hizo. Imposible creerlo.Y tan descarada es la situación, tan impunes se sienten que me quitan la venda, los puedo ver (¡¡los puedo ver!!), por lo que pregunto su nombre al primero que tengo delante: "Mayor 300", es su única respuesta. Al siguiente no le pregunté porque lo reconocí, era Gavazzo.
Cuando lo decidieron, algunos días después, me volvieron a vendar y me llevaron de vuelta al penal, directamente a un calabozo de aislamiento, ¿para prolongar la incertidumbre de todas las compañeras? Ellos eran los que decidían sobre nuestras vidas y nuestras muertes. Algunos quedaríamos vivos, otros no, y ya muertos decidían también si "aparecerlos" muertos o simplemente desaparecerlos del todo.
Ellos decidían cómo, cuándo y cuánto torturarnos, hostigarnos y, sobre todo, confundirnos a los de afuera y a los de adentro para -finalmente- dividirnos. Finalizado el período de incomunicación de todas y todos los presos políticos, llegaron las noticias: todo esto fue simultáneo a los fusilamientos de Soca. Tiempo después supimos que habíamos estado en una casa de altos frente al mar, al lado del hotel Oceanía, en el barrio de Punta Gorda, donde vivían niños. También supimos que esos niños y sus mayores oían lo que ocurría en esa casa, la hoy famosa por su clave: "300 Carlos".


[i] Ex presa política, detenida la noche del 11 de setiembre de 1973 y liberada el 10 de marzo de 1985.
[ii] Héctor Brum, María de los Ángeles Corbo, Graciela Estefanell, Floreal García y Mirtha Hernández.

[iii] Alba Sendic, apresada en abril de 1974 y llevada al mismo cuartel donde yo estaba, el Cuartel de Trasmisiones 1 (ex Batallón de Ingenieros 5) hoy Batallón de Comunicaciones 1 y 2.

[iv] Ruben Elias, preso político desde la noche del 11 de setiembre de 1973 hasta el 10 de marzo de 1985.

 

LOS FUSILADOS DE SOCA DE ASESINATOS E IMPUNIDADES




                                                                        Anahit Aharonian*
Hace 35 años que los asesinaron, hace sólo un año, el 21 de diciembre de 2008 sentimos que recién les dábamos sepultura a tres compañeras –una en estado avanzado de gravidez- y dos compañeros, cinco que eran seis, los fusilados de Soca, los fusilados porque sí. María de los Ángeles Corbo (su embarazo era de seis meses y medio), Graciela Estefanell, Mirtha Yolanda Hernández, Héctor Daniel Brum y Floreal García Larrosa.

Hace también un año –mientras inaugurábamos el mural de Marcelo Píriz en memoria de nuestros cinco compañeros casi seis- que Amaral[1][1] preguntó “¿por qué?” y no tuvimos respuesta. Nos miró uno por uno, pausada y profundamente y volvió a preguntar pero no tuvimos ni tenemos respuesta.
Tantas preguntas han surgido desde entonces, y casi todas comienzan con el “¿por qué?”:

20 de diciembre de 1974
¿Por qué los fusilaron?
Dijeron que porque en París un coronel del servicio de inteligencia había sido asesinado, era obvio que nosotros no éramos los autores, todos nosotros estábamos acá presos. Por otra parte, era sabido –aunque recién ahora aparezcan los testimonios- que al coronel Trabal lo querían muerto sus propios camaradas de armas, ¿por qué, entonces, los asesinaron a ellos cinco casi seis?

Cuando en 1973 los militares sacaron al primer grupo de compañeras del penal de Punta de Rieles para aislarlas en cuarteles, les dijeron que quedaban en calidad de rehenes. Luego sacaron compañeros del Penal de Libertad y les dijeron lo mismo. Lo mismo ocurrió con las compañeras sacadas en 1974.
Si eran éstas y éstos los rehenes, entonces, ¿por qué fusilaron a otros?

Dónde estaban estos “otros”
El 8 de noviembre de ese mismo 1974, en un operativo coordinado entre represores argentinos y uruguayos, apresan a un grupo de uruguayos residentes en Buenos Aires junto al pequeño hijo de dos de ellos. No se sabe cuándo, pero en algún momento antes de ese fatídico 20 de diciembre ese grupo fue trasladado a Montevideo en el ahora llamado vuelo cero, un vuelo especial mal denominado “clandestino” de la Fuerza Aérea uruguaya. Los llevaron a la casa de Punta Gorda que se estaba “estrenando” como centro clandestino de torturas, la casa conocida por su clave “300 Carlos”, una casa de altos en la rambla, desde donde se oía el sonido de las olas pero también las voces de los niños vecinos[2][2].
¿Por qué los trajeron? ¿Habrían ya planificado su fusilamiento? ¿Habrían ya decidido quiénes sobrevivirían? ¿Por qué? Pareciera que la respuesta respecto al niño se encontrara con facilidad: se lo apropiarían los represores. Para acercarnos a la comprensión de la situación compartimos una explicación que encontramos repasando el libro “Paisajes de Dolor, Senderos de Esperanza[3][3]”: “Más que la eliminación física de sus opositores, el régimen militar perseguía implantar un control político y social a través de una política de terror sobre las masas.(…) se dirigía a toda la sociedad, no sólo con los métodos más coercitivos, sino con estrategias más colectivas y sofisticadas de producción de subjetividad que igualmente diseminaban la impotencia y el silencio”.

Seguramente una forma de diseminar la impotencia y el silencio es la que encontraron al liberar a Julio Abreu, bajo amenazas, apenas cuatro días después.

Cómo vienen los recuerdos
Necesitaba reunirme con Julio, habíamos compartido tiempo y espacio en esa casa de Punta Gorda devenida en centro de torturas, pero no lo supimos entonces. Necesitaba armar la memoria de esos días. Julio era protagonista y testigo. Nos reunimos en un boliche… imborrables momentos de profunda conexión.
Hablaba del terror que sembraron, del miedo profundo que le metieron, de las amenazas hacia toda su familia en caso que contara lo que había vivido, lo que había protagonizado y de lo que había sido testigo: le dijeron que a él y a sus afectos les pasaría lo mismo que a los otros cinco-casi-seis. Eligieron el 24 de diciembre para liberarlo, y con todo este bagaje de miedo pudo comprobar que era verdad, los habían fusilado. El miedo se metió a fondo, el mismo miedo que tenía la población silenciada. Le aseguraron que iban a vigilarlo, lo vigilaban, y también –quizá no tenga importancia la diferencia- él sentía que estaba vigilado… el miedo penetra, acaso el mismo miedo de cada ciudadano que cada día y cada noche estaba alerta, tenso.


Julio, compañero
Su charla fluye con naturalidad, como si siempre hubiéramos estado conversando. Me cuenta qué pasó, confiesa que él estaba en Buenos Aires para entrar a trabajar de ayudante en el laboratorio de la empresa Ciba-Geigy, tenía 22 años, no entendía nada de política, pero la realidad le hizo un curso intensivo, conoció a valiosísimos luchadores, aprendió de y con ellos.
Otros lo ponen “bajo sospecha” por haber sobrevivido, él tiene la grandeza de susurrar que no puede decir que a él no lo mataron “porque no tenía nada que ver”, porque de ese modo justificaría el asesinato de los compañeros y ese acto –insiste- no tiene justificativo alguno. Curiosa situación: quien no tenía formación política alguna es capaz de tener un pensamiento profundamente político, sin embargo otros, encaramados en una suerte de soberbia, interpelan sembrando desconfianzas. Pregunto, ¿no son capaces de preguntarse por qué cada uno de nosotros sobrevivió? Preguntémonos entonces por qué unos fueron encarcelados, otros asesinados, otros desaparecidos, otros asesinados y aparecidos, otros clasificados en categorías A, B y C. Preguntémonos por qué a todos nos tocó vivir bajo el terrorismo de estado.
Si en esas mismas fechas todos los presos políticos habíamos sido incomunicados de la familia y abogados, ¿por qué no eligieron entre nosotros a los fusilables?
Julio nos cuenta que un día antes del fusilamiento, Graciela Estefanell le comunicó que ellos iban a ser asesinados y le pidió que se conectara con los compañeros de la Organización y les dijera que ninguno había hablado nada.

Se sintió culpable de no cumplir con el pedido de una compañera a quien tanto había aprendido a respetar. Para ser honestos, en diciembre de 1974, sin considerar las amenazas recibidas, ¿con qué organización podría conectarse para trasmitir semejante mensaje?
Sin embargo, se sintió profundamente culpable de su silencio, ahogó sus culpas/miedos refugiándose en el alcohol… aunque siempre preocupado porque tenía “una deuda”, una deuda muy grande.

Cuando finalmente Julio pudo ir a declarar ante un juez fue que pudo dejar su adicción, ya no estaba solo como antes.

19 de diciembre de 2009
La Junta Departamental de Canelones decide sumar su homenaje colocando un monolito al lado del Mural que habíamos inaugurado en 2008.
A pesar de la fuerte lluvia, el homenaje se hizo. Esta vez y antes de descubrir el monolito, Julio nos habló a todos públicamente, agradeció a Roger Rodríguez, al Servicio de Rehabilitación Social (SERSOC), a los compañeros, pidió disculpas. Esperamos llegue el momento en el que desde la sociedad se comience a asumir los miedos paralizantes y los silencios cómplices que habilitaron la permanencia de tanto terror durante más de una década.

En el proceso de construcción colectiva de la memoria se hace imprescindible contextualizar lo que recordamos, no podemos obviar la escalada represiva que se vivía en todo nuestro Sur, ya mucho antes de los circunstanciales golpes de estado. Para que el sistema pudiera imponernos su modelo económico en una nueva etapa del desarrollo del capitalismo, el miedo profundo y el silencio, fueron impuestos a sangre y fuego, con el objetivo de eliminar la oposición y además todo intento de construirla.

Resulta entonces absurdo este pedido de disculpas de una víctima, palabras que con tanto coraje pronunció Julio, ¿le correspondía a él pedir disculpas o es al estado que practicó el terrorismo a quien corresponde pedírselo a él y en él a todas las víctimas?


* Publicado en "noteolvides" Nº 1, Marzo 2010, Revista de la Asociación de Amigas y Amigos del Museo de la Memoria- Uruguay.


[1][1] Amaral García Hernández, hijo de Mirtha y Floreal.
[2][2] Estos fueron los sonidos que pude percibir cuando desde el penal de Punta de Rieles me llevaron allí encapuchada e incomunicada para ser interrogada.
[3][3] Janne Calhau, Marco Aurelio Jorge y Sonia Francisco del Grupo Tortura Nunca Más Río de Janeiro (GTNM/RJ) en Violencia organizada, impunidad y silenciamiento, Editorial Polemos, 2002.

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