viernes, 17 de enero de 2020

Armados con cámara

Haciendo cobertura


>>> Se complica la cosa

Brecha   Protesta social y periodismo en el próximo gobierno

Lo que se viene

Un informe de la revista británica The Economist citado por el diario El País sostiene que “el gobierno entrante de Luis Lacalle Pou tendrá que administrar recortes de gastos en un momento en que el desempleo está en su nivel más alto en una década”. Y advierte, sin dar más detalles, que “hacerlo sin provocar ninguna reacción violenta será un desafío”.

Para Mazzarovich, la nueva administración plantea un escenario que empujará a los trabajadores de la prensa a hacer su tarea de forma distinta y tejer estrategias de autocuidado: “El clima político lleva a pensar que va a haber ajuste y represión, y que la represión va a ser más despiadada y más generalizada. Hay escenas que hasta ahora han sido inimaginables. En estos años que pasaron era imposible pensar en un escenario represivo en movilizaciones sindicales, de masas. Ahora sí es posible. Esto cambia el panorama, porque en la represión de las masas los aparatos que se despliegan son más grandes”.

Generalmente, el trabajo de los fotógrafos se desarrolla en solitario cuando de movilizaciones se trata. “Vas por ahí y te colgás con alguien que tiene un cartel. Generás un vínculo para hacer la foto con esa persona. Sería raro, apabullante, que cayeran tres colegas más a hacer lo mismo”, explica Mazzarovich. Y aventura que en el futuro “habrá que agruparse más para que nadie pueda quedar colgado en un escenario represivo”.




En la primera línea Martha Passeggi

La policía desaloja el local del CODICEN que estaba siendo ocupado por los estudiantes de secundaria con un operativo represivo que terminó con 12 personas detenidas y varios heridos por la policía / Foto: Adhoc, Santiago Mazzarovich


Cada vez que Lucas está frente a una manifestación, no puede evitar recordarse a sí mismo abrazado a la cámara, atravesando la calle con la espalda curvada y los pies acelerados, como una ardilla, esquivando las balas de goma que agujereaban el aire apenas a unos centímetros sobre su cuerpo. La policía había avanzado por la calle hasta cerrarla y sólo podía llegar al otro lado penetrando la línea de fuego.

Fue en Brasil, cuando el canal de televisión chino para el que trabajaba lo envió a cubrir la previa de la Copa del Mundo, en 2014. El gobierno de Dilma Rousseff había gastado miles de millones de dólares en la infraestructura de los estadios, y el pueblo protestaba contra el derroche y el aumento de las tarifas de transporte. Los uniformados tenían la orden de despejar la calle ante la llegada inminente de turistas. Las manifestaciones y la represión, cada vez más intensas, llevaron a que el medio chino, que contaba con recursos económicos suficientes, comprara chalecos antibalas, cascos y máscaras antigás, y proporcionara a sus trabajadores, que no tenían experiencia en aquel tipo de cobertura, formación en prensa de riesgo.

“Si de alguien tenés que cuidarte en las manifestaciones, es de la policía. Según las estadísticas, alrededor del 90 por ciento de los heridos se debe al accionar policial”, afirma el entonces camarógrafo Lucas Cilintano. “Las fuerzas represivas –sostiene– están entrenadas para derribar. Aunque les expliques a los que están como Robocop que sos periodista de determinado medio, no van a escuchar, van a ir para adelante igual. Algo básico es filmar de costado y evitar la línea de choque.”

Represión en La Paz, Bolivia durante la marcha de noviembre de 2019 / Foto: Rolando Andrade Stracuzzi


En las movilizaciones la policía siempre da los mismos pasos, constató el muchacho: “Primero, las bombas de ruido. No hacen nada, pero meten miedo y la gente empieza a correr. Sabiendo que no es peligroso, podés seguir trabajando tranquilo. Después viene el gas lacrimógeno. Tenés que tener una máscara para los ojos y la boca, porque no se aguanta; es imposible seguir trabajando. Lo que sigue son las balas de goma. Lo peor es cuando disparan al cuerpo de quienes se acercan a la primera línea con cartuchos de gas o bombas de ruido. Son fuertes. Tendrían que tirarlos hacia arriba para que cayeran, y no dispararlos directamente”.

Mirar a través de una cámara acota el ángulo de visión. Los ojos están más pendientes del foco y el cuadro que de las piedras que vuelan sobre la cabeza o de cuán cerca está la policía. “Es muy intenso lo que se vive; hay mucha adrenalina –dice Cilintano–. Las imágenes son potentes y hay que hacer visible lo que está pasando. Pero cuando tenés las tomas necesarias, ya está: no hay que quedarse, hay que irse.”

ENTENDERLO RÁPIDO. A diferencia de sus vecinos, Uruguay no ha visto sus calles teñirse de sangre últimamente, pero ha sido testigo de la represión policial en ocasiones. El fotógrafo Santiago Mazzarovich, quien ha registrado para medios comerciales e independientes un sinfín de movilizaciones la última década, recuerda haber presenciado al menos tres situaciones represivas: la ocupación de la Suprema Corte de Justicia (Scj) en rechazo del traslado de la jueza Mariana Mota, en 2013, la ocupación del Codicen durante las luchas presupuestales de 2015 y la marcha contra la empresa Upm el pasado setiembre.

“La vez que reaccioné mejor en cuanto a la cobertura fue la del Codicen, porque el clima represivo se construyó varias horas antes y el montaje del aparato que iba a reprimir fue muy visible. El edificio estaba rodeado de policías y a mí me dio un tiempo emocional para entender lo que estaba pasando, para cambiar de chip y prepararme espacialmente. En esos momentos tenés que pensar cosas que parecen boludeces o hacés por pura reacción –como qué espacio tenés para estar con un lente gran angular al lado de los milicos y que no te lleven puesto si avanzan con un palo–, pero que tienen que estar un poco meditadas para poder hacer fotos y no comerte ningún garrón. Ese día la policía entró reventando una puerta de vidrio a palazos. Sentí que la situación era un delirio, pero que la tenía controlada: sabía dónde estaba, qué movimientos tenía que hacer, para dónde correr si era conmigo”, relata el fotógrafo.

En la marcha contra Upm la experiencia fue distinta, porque no había clima de represión: “En cuestión de medio minuto apareció la cortina de policías por Avenida Libertador, a los tiros, con escopetas cortas y balas de goma. Mi primera reacción fue correr con el malón de gente. A las dos cuadras paré y volví a hacer fotos. No tuve tiempo de hacer el clic, porque una lógica es sacar fotos de gente con carteles en una marcha y otra es una situación policial, en la que no sabés si sos objetivo o si se te permite laburar como si no estuvieras. Nunca sabés de antemano si se te habilita o no; lo vas descubriendo en el momento y tenés que comprenderlo rápido”.

Ver la foto de un policía verde camuflado con un chiquilín bajo su rodilla no es igual que leer las palabras que lo cuentan. La síntesis que se hace de los hechos cuando hay imágenes es distinta a cuando no las hay. Por eso, si la cosa se caldea, este fotógrafo intentará no correr y quedarse a hacer fotos.

Tras la cobertura en la Scj la Policía denunció a Mazzarovich y a un colega suyo por agresión. En el interrogatorio los agentes insistieron en su vínculo con los movimientos sociales. “Querían definir desde qué lugar estaba sacando fotos, si era periodista o militante social. Había un intento de que quedara ‘marcado’ como militante en ese escenario, lo que significaba estar desprotegido de esa cosa medio intocable que es la prensa en situaciones represivas”, afirma el fotógrafo.

En aquel tiempo varias notas de prensa denunciaron las irregularidades del procedimiento del Departamento de Operaciones Especiales de la Policía para citar a los trabajadores, que incluyeron mensajes de texto sin remitente, efectivos que intentaron ingresar a sus viviendas sin una orden de allanamiento y policías vestidos de civil que abordaron a los fotógrafos en la calle y deslizaron, a modo de amenaza, información sobre sus familiares y sus rutinas.

Mazzarovich tenía tres denuncias: dos policías sostenían que les había pegado y un tercero insistía en que el joven tenía un “artefacto electrónico que usaba para enceguecer a la Policía y entorpecer su trabajo”. Se trataba del flash. “En la citación judicial le pregunté a la jueza si tenía cinco minutos para explicarle para qué se usa un flash, y terminé haciéndole un taller de flash y sensibilidad de la cámara”, cuenta. La jueza archivó el caso.

VIEJOS MÉTODOS. En los años previos a la dictadura, cuando el cineasta Mario Handler capturaba las protestas de los estudiantes en las avenidas montevideanas y el fotógrafo Aurelio González recorría el país documentando las luchas obreras y campesinas (y también la represión), había que cuidar que las cintas no cayeran en manos indeseadas. Así, más de 50 mil negativos de González permanecieron escondidos durante décadas en las paredes de un edificio en el Centro de Montevideo. En contextos hostiles la premisa de asegurar el material antes que cualquier cosa se mantiene vigente y los fotógrafos contemporáneos, que ya no usan cintas, sino tarjetas de memoria, echan mano de distintos métodos para conseguirlo.

Con el paso de los años algunas tácticas perduran en la cultura popular y otras se reinventan si la coyuntura lo requiere. “En los años setenta, iba a las marchas de traje y corbata, porque si caían los milicos, yo sólo estaba pasando por allí”, dice un militante de la vieja guardia. La apariencia es algo a lo que también prestan atención quienes cubren manifestaciones o situaciones de posible represión. “Hay que estar vestido lo más normal posible, pasar desapercibido. Yo tengo rastas, como un boludo, entonces me cuesta. Si no hace calor, me cubro con capucha, pero sin taparme la cara, y siempre llevo una identificación grande de periodista, además del chaleco de prensa”, explica el periodista independiente argentino Nazareno Roviello.

De maneras más o menos artesanales, instintiva o racionalmente, los periodistas se preparan para sus coberturas, sobre todo si se desarrollan en ámbitos desconocidos. “Hacer contactos en los lugares antes de viajar y tener una red por si pasa algo es vital. En contextos hostiles hay que trabajar como si fuera periodismo de guerra”, sostiene Roviello, llegado hace pocas semanas de Chile, donde conoció el contexto represivo más “groso” que le tocó cubrir.

En el aeropuerto de la capital chilena el periodista fue retenido junto con otros colegas porque, le dijeron, el contenido de sus redes sociales “incitaba al odio y la violencia”. “Uno debería –indica– saberse de memoria los contactos de abogados y la embajada, porque si te sacan el teléfono, no tenés manera de llamar a nadie. Nos dieron permiso para hacer una llamada, pero no teníamos ningún número.”
La fuerte represión en Chile durante las manifestaciones de fines de 2019 / Foto: Nazareno Rivello

DESDE QUÉ LUGAR. “En la mayoría de los casos la policía trata de una manera a los medios grandes y de otra a los periodistas independientes, que son fáciles de reconocer y, además, los que molestan. En los últimos años en Argentina se llevaron presos a varios periodistas independientes, pero nunca a un movilero de un canal grande”, sostiene Roviello, desde la acera de los medios alternativos. “Para mí –añade– siempre es importante registrar el accionar de la policía, porque es el Estado, más allá de lo que hagan los manifestantes, que de eso siempre se encargan los medios grandes.”

“Desde dónde hacer fotos es una decisión medio intuitiva y empática. Siempre que me vi cubriendo situaciones de represión hice fotos de policías reprimiendo, avanzando hacia la cámara, y si aparecen personas tirando piedras, están de espalda. O sea, siempre estoy del lado de la manifestación. Eso tiene que ver con dónde te sentís más cobijado o más seguro para laburar”, dice, por su parte, Mazzarovich.

Para el fotógrafo uruguayo, la policía hace una diferenciación entre los fotógrafos y los periodistas, no necesariamente porque estén señalados como de medios alternativos, sino por dónde se ubican para sacar fotos. “Hay una cosa casi espacial. Se arma una lógica de dos bandos: los que están reprimiendo y los que están aguantando, y si no satanizás a los manifestantes con la cara tapada tirando piedras, sino que le hacés fotos al policía reprimiendo, te podés llegar a transformar en un objeto de persecución”, señala.

“En la marcha contra Upm –cuenta–, los milicos detuvieron a un pibe y lo tenían con los pies arriba de su rodilla. Me acerqué a sacar una foto y se me vino un milico encima con el palo en la mano. Yo estaba nervioso. Me hablaba, y no le entendía. Yo sólo repetía: ‘Estoy trabajando’. Después me di cuenta de que lo que me estaba diciendo era: ‘No nos saques fotos sólo a nosotros, sacá cuando ellos nos pegan también’. El tipo me exigía parcialidad en esa situación.”

El año pasado hubo al menos dos conflictos entre trabajadores de medios comerciales y manifestantes. La exposición del accionar de quienes se manifiestan implica una tensión atravesada por cuestiones éticas e ideológicas. El asunto podría ser objeto de una nota aparte. Sobre ello, desliza el periodista gráfico: “Nos pasa a mí y a otros periodistas que nos movemos sueltos porque hay un marco de confianza con las organizaciones. Hace diez años que cubro marchas y marchitas, y de mí nunca salió nada que le haya complicado la vida a alguien, judicial o mediáticamente. Va en cómo te pares”.

“Si vas a una marcha y te dicen: ‘No queremos que filmes caras’, corre por tu cuenta respetar o no. Si la policía le dice a un canal de televisión que no puede cubrir determinado momento, me imagino –capaz que prejuzgo– que no lo va a hacer, porque es el Estado marcando límites. Yo creo que esos límites también hay que respetarlos cuando los marca la organización que convocó una movilización”, opina.

Mazzarovich afirma que ni la Policía ni ningún agente estatal exigió nunca su material. Pero sí lo ha cedido a organizaciones que lo utilizaron para denunciar el disparo directo de balas de goma al cuerpo de los manifestantes y el uso de palos con puntas por la policía.

OJOS DE MOSCA. Los días de calor la piel se le irrita y le da picazón. Es un recuerdo que, asegura, le dejó la pasada ministra de seguridad argentina, Patricia Bullrich, antes de terminar su mandato, cuando los gases lacrimógenos que lanzaron sus subordinados lo alcanzaron. “Los trabajadores de prensa tendríamos que demandar al Estado por haber utilizado armas químicas contra los trabajadores y los ciudadanos, aparte de las balas”, señala el fotógrafo ecuatoriano radicado en Argentina Rolando Andrade.

“Estos últimos años no fue fácil trabajar: la policía fue muy violenta. Los medios populares son los que más causas penales tienen. Los medios privados han sido cómplices de la violencia y no han defendido a sus trabajadores”, dice Andrade. Sostiene que han sido abogados de las organizaciones de derechos humanos quienes han defendido a los periodistas presos, y no los dueños de los medios de comunicación.

Marcha en La Paz, Bolivia, el 21 de noviembre por los muertos del día anterior debido a la brutal represión en la planta Senkata de Ypfb / Foto: Rolando Andrade Stracuzzi

La periodista argentina de prensa escrita Alejandra Dandan recuerda cuando el Congreso apareció vallado tras largo tiempo; fue cuando se discutió la ley de la reforma jubilatoria, a fines de 2017. “Veníamos del kirchnerismo, y fue la primera vez que nos encontrábamos en una zona rodeada por gendarmes, con toda la parafernalia bélica”, dice.

Tras la asunción de Mauricio Macri, en 2015, y con el endurecimiento de la represión, Dandan cuenta las dificultades para tomar nota y cubrir las movilizaciones entre gases lacrimógenos: “Al principio llorábamos. Los fotógrafos empezaron a buscar formas de protección casera, cosas para taparse la boca [como pañuelos humedecidos con limón y lentes de natación para enfrentar el gas lacrimógeno], cascos de bicicleta para las balas. Los movimientos de mujeres hacían circular cadenas por Whatsapp sobre cómo cuidarse y, antes de salir a la calle, indicaban dónde iban a estar las carpas de primeros auxilios y los organismos de derechos humanos, qué documentos era importante llevar, cuáles abogados estaban de guardia. Esto tiene que ver con la lógica feminista de la sororidad”.

Los grupos de Whatsapp entre compañeros y el reporte a los medios de las coordenadas geográficas donde se encuentran los trabajadores son otras maneras de cuidarse. “Durante los últimos años las protestas fueron muy organizadas. No se trataba de un movimiento cívico, como el de Chile o Bolivia, que se arma en dos minutos. Eso fue 2001 para nosotros. Estos últimos años la calle estuvo organizada. No había insubordinación civil, como les dicen ahora a estos procesos que se están dando, sino que eran organizaciones sindicales y políticas, colectivos que salían a la calle. Por lo general la gente estaba agrupada en algún espacio”, indica Dandan.

“Identificar la bandera del gremio de prensa en la plaza y llevar las pecheras con las que se identifican los periodistas es importante cuando la policía empieza a cazar personas”, afirma. Los elementos identificatorios en muchas ocasiones eran una protección, aunque también “muchos de los hechos de violencia de la Policía y la gendarmería tuvieron como blanco a quienes pudieran contar lo que estaba pasando, a los fotógrafos profesionales y a la gente que se manifestaba, se transformaba en un medio cuando agarraba el celular y se ponía a hacer un retrato de alguna escena”, explica.

Hace poco más de un mes Andrade regresó de Bolivia. Había ido para denunciar, a través de sus fotos, lo que sucede bajo el gobierno de facto. Volvió antes de lo previsto, escondido y amenazado, pues en este país, al igual que en Chile, la persecución de los periodistas no oficialistas es cosa de todos los días.

“Uno se acostumbra a los hechos de violencia –dice–. A Bolivia viajé con máscara antigás y casco. Uno se mete ahí y cree que está protegido. En ese momento no se siente el riesgo. Yo creo que somos inconscientes porque queremos hacer, queremos registrar, como si fuéramos los ojos de una mosca. Miramos para todos lados y nos protegemos. Si me hacés pensar en frío, no sé cómo lo hacemos. Debe de ser la bilirrubina, que se pone arriba y nos lleva. Y creo que también es la necesidad de informar, de tratar de estar ahí con todos los riesgos que hay.”
















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