Jorge Zabalza
Publicado en Voces
“Acá llegamos nosotros, los dueños del Uruguay, a gobernar según
nuestras necesidades y perspectivas”, es el mensaje de la coalición multi
reaccionaria. No hemos necesitado de los viejos golpes de Estado para
hacernos cargo de la política económica, el control policial de la población
y las relaciones internacionales. Desde siempre hemos sido dueños del
poder, ahora pudimos recuperar el gobierno sin salirnos de la Constitución
y las leyes.
Parece ocioso debatir sobre el articulado de la “ley de urgente
consideración”, cuando lo esencial no fue el debate parlamentario, sino el
acto de poder y de soberbia que significó. La LUC es mucho más que la
hoja de ruta para los próximos cinco años de gobierno. Ante nuestra
pasividad, nos sodomizaron una vez más, sin piedad y sin escrúpulos. El
medioeval derecho de pernada.
Frente al hecho inevitable, hubo parlamentarios que inicialmente pusieron
el grito en el cielo, desplegaron toda la parafernalia verbal de que
disponían y condenaron la LUC de Lacalle Pou. Sin embargo, luego de
discutirlo entrecasa, predominó la mesura y terminaron aprobando casi el
50% de la LUC. Flagrante incoherencia entre el discurso y los hechos. Sin
consultar al movimiento social para nada, se auto convencieron de que
solamente la mitad del engendro era antipopular y anticonstitucional.
Consideraron que la otra mitad era urgente, estaba en el “camino correcto”
y merecía pues ser aprobada para reducir los daños, según sostuvieron.
Podrían haber convertido el parlamento en el primer escalón de la defensa
del movimiento popular, pero no se los permitió su particular visión de un
quehacer responsable: transar y transar, retroceder y retroceder. En
definitiva, consintieron la sodomización.
“Hay que escapar a la lógica de ganar y perder”, redondeó el Pelado
Gómez la tarde del jueves, pues no se trata solamente de si las firmas
alcanzarán o no: se trata de dar una señal clara, un gesto que indique la
disposición a lucha contra el proyecto multi reaccionario que la coalición
viene ejecutando. Exclamar ¡no nos dejaremos sodomizar! ¡no pasarán!
Dejar claro que, para hacerlo, deberán vencer la resistencia popular. Es el
momento del grito de dignidad, de trasladar a las calles la democracia,
sacarla del recinto parlamentario y mudarla al territorio de la participación
política directa. Como ha hecho el pueblo chileno durante el último año
como vienen haciendo en Colombia, Perú, Guatemala y Honduras. Hasta
en Brasil el pueblo corcovea indignado. El movimiento popular debería
anticiparse a las luchas sociales que se le vienen encima, aprontar los
corazones y preparar brochas y pinceles, pero, sobre todo, recuperar aquel
horizonte transformador que convocó a empujar la dictadura militar y a los
gobiernos de derecha que la siguieron.
Lo fundamental es dar una señal bien clara: con las calles llenas de pueblo
no les será tan fácil como en el parlamento cumplir con sus propósitos de
sodomización. Es el momento de abandonar las lógicas que todo lo
analizan en cantidades de votos para el 2024 y comenzar a acumular en
consciencia, recuperar aquel viejo horizonte que se extravió en el salón de
los pasos perdidos.
Desde el pacto del Club Naval, las fuerzas armadas sostuvieron que era
todo mentira que, convocados por el poder ejecutivo, el parlamento y la
partidocracia,
habían actuado en defensa de la “nación agredida” por el comunismo
internacional y la subversión. Esa pétrea historia oficial era el basamento
ideológico de la disciplina ciega, la obediencia refleja, sin pensar. Durante
35 años los gobiernos no cuestionaron la falsificación que se enseñaba en
liceo y escuela militar.
Ante sendos tribunales de honor un par de notorios verdugos confirmaron
que la institución armada fue la responsable orgánica de los crímenes de
lesa humanidad. Las torturas, violaciones, asesinatos y desapariciones
forzosas se realizaron siguiendo las órdenes del comando superior, no
fueron errores ni excesos cometidos por algunos degenerados. Era una
política de Estado.
Ahora, al parecer, la oficialidad más joven se siente afectada por los
“sentimientos negativos” que despierta esa verdad archisabida en la
sociedad. Salvo uno cuantos “políticos”, la gente no los abraza ni adula. Se
les desarticuló el entramado ideológico que sostiene la obediencia debida.
Los inocentes querubines quedaron desconcertados, la mirada perdida en
lontananza. En una institución piramidal, no democrática, cuando se
debilita la confianza religiosa y política que une a sus miembros, comienza
a fallar la disciplina de los robots.
Antes de que el desconcierto se les transformara en duda existencial, los
mandos superiores salieron a salvarlos de la confusión. Verticales como es
su deber ser, decidieron revisar los programas de historia que se enseñan
en el liceo y la escuela militar. En especial el período comprendido entre
los años 1968 y 1985. Su propósito no es escribir la otra historia sino
revisarla para encontrar nuevas justificaciones a los viejos crímenes.
¿Con qué perspectiva revisarán la historia oficial sobre el asesinato de
“Nucho” Batalla en 1972 torturado en el cuartel de Treinta y Tres en plena
democracia? ¿Seguirán sin reconocer la responsabilidad de los mandos en
el asesinato de Roberto Gomensoro, muerto bajo tortura en el cuartel de
La Paloma, cuando todavía no había dado el golpe de Estado?
Todavía no han dicho una sola palabra sobre la orientación de la revisión,
pero, sin esperar algo más concreto, imbuidos por el espíritu liberal que
domina la coyuntura, todo el progresismo (el partidario y el social) se sumó
a la algarabía que despertó esta iniciativa de los generales. Se hicieron
eco de la derecha liberal y de sus medios masivos. ¡Llegó la
democratización esperada! Sin embargo, nada indica que esa ilusión se
haga realidad: el mismo comandante que decretó el “estado de revisión de
la historia”, fue el presidente del tribunal que no encontró que José
Gavazzo hubiera faltado al honor militar por torturar y desaparecer a Tito
Gomensoro.
De puro desconfiado y suspicaz, uno se inclina a pensar que es otra
operación de inteligencia, otra de esas maniobras dirigidas a neutralizar
cúpulas partidarias y de las organizaciones sociales. Algo así como fueron
los documentos dados a conocer en febrero de 1973. Aquellos que, medio
siglo atrás, se quemaron con leche, debieran asustarse al ver la misma
vaca con otra caravana.
La estrategia de oposición responsable toma forma de responsabilidad
hacia lo anunciado por un ejército que aún no ha respondido por sus
crímenes. Es el sainete que remeda la tragedia de 1972/73, cuando tantos
y tantas buscaron “oficiales nacionalistas” en el pajar de la Doctrina de
Seguridad Nacional. Huele a nueva sodomización del movimiento popular.
Tal vez, como hace medio siglo, logren su objetivo, pero, esta vez, por lo
menos, intentemos no consentir la sodomía.
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