Violencia, corrupción policial y ultraderecha
Niños y adolescentes asesinados por sicarios y también policías; ajustes de cuentas casi cotidianos; padres que matan a sus hijos; niñas violadas por docentes y familiares, son parte de las noticias diarias que progresivamente nos van acostumbrando a este escenario de violencia. ¿Cómo se para esto? ¿Se puede parar?
16 de noviembre de 2024, Caras&Caretas
Por Carlos Peláez
Violencia y corrupción policial: Según datos tomados de fuentes abiertas, es decir, los partes policiales y las informaciones de prensa, al momento de cierre de este informe se han registrado un total de 1.786 homicidios en todo el país durante esta gestión de gobierno.
En los últimos 5 años del gobierno frentista se registraron 1.687 asesinatos, que era la cifra más alta hasta entonces. A pesar de las mentiras de algunos voceros, ya tenemos 99 crímenes más cuando aún quedan tres meses para cerrar el período.
Pero estos son sólo números si no se ponen en contexto. A mediados de abril del 2022 aparecieron restos humanos en la costa montevideana, frente al Barrio Sur. La visualización de cámaras de videovigilancia mostró a dos hombres empujando un carrito de supermercado por la calle Paraguay casi Carlos Gardel. Así se descubrió que un consumidor de drogas, que tendría una deuda importante, fue citado a una casa ubicada en la zona, allí lo mataron, descuartizaron, metieron los restos en el carro y los tiraron en el Río de la Plata.
Es difícil pensar en algo más horroroso. Sin embargo este tipo de crímenes se convirtieron en algo habitual. Así empezaron a aparecer cadáveres descuartizados, quemados o enterrados, siempre en barrios periféricos de Montevideo. Enseguida se instaló el sicariato como noticia diaria. Siempre dos tipos en moto, con casco, portando una pistola 9mm y más recientemente subfusiles.
Primero esperaban a sus víctimas cerca del lugar donde vivían. Pero recientemente las balaceras se hacen ante multitudes sin medir las consecuencias. Tal fue el caso de un hombre al que quisieron matar dos veces antes de encontrarlo jugando al fútbol en una cancha de Carrasco Norte. Lo acribillaron ante muchísima gente y una joven que nada tenía que ver recibió un impacto.
El fin de semana pasado, un joven de 24 años fue asesinado a balazos en medio de un baile en San José y ante unas 300 personas. También un inocente sufrió un roce de bala en la cabeza.
Siempre puede ocurrir algo peor. En enero de este año un niño de 8 años murió durante un ataque a balazos en su casa de Malvín Norte.
En febrero, un pequeño de dos años murió alcanzado por una ráfaga, disparada desde una moto, que iba dirigida al conductor del auto en que lo trasladaban. El padre del niño, de 22 años, también murió en el lugar. Otros dos pequeños que estaban en el vehículo sufrieron graves heridas. Todo ocurrió frente a una “boca” en Pinar Norte.
En mayo, un niño de 11 años y tres hombres mayores de edad, que estaban todos en una “boca” del barrio Maracaná, fueron asesinados a balazos. Los homicidas eran parte de una banda de pequeños traficantes que portaban pistolas automáticas calibre 40.
En octubre, un enfrentamiento entre bandas de Cerro Norte provocó el asesinato a balazos de un bebé de un año y graves heridas a su madre.
El lunes pasado, una adolescente de 16 años que estudiaba en el comedor de su casa del barrio Maracaná fue asesinada a balazos por un hombre que llegó en moto, saltó un murito, ingresó a la casa, le pegó dos balazos a la chica, baleó a otros dos niños que jugaban en el patio pero resultaron ilesos, y huyó.
Autoridades del hospital Pereira Rossell informaron que “aproximadamente cada 15 días reciben a un menor baleado”.
Todos estos casos fueron obra de sicarios contratados por pequeños narcotraficantes locales. En la mayoría de los casos la policía logró identificar a los responsables que luego marcharon a la cárcel. Pero a pesar de saber quiénes son los jefes de esas bandas y dónde están, la Inteligencia policial no ha logrado pruebas para condenarlos.
Vale recordar que el exministro Luis Alberto Heber mostró en el Senado un diagrama con los 45 grupos delictivos que funcionan en la zona metropolitana, incluyendo todos sus nombres. Es decir, saben quiénes son.
No es el caso de los niños pero sí de los mayores que se ha hecho costumbre en los partes policiales señalar que las víctimas tenían antecedentes, como si eso justificara el crimen.
La violencia está en nosotros
Si todos estos crímenes no fueran suficientemente terribles para toda la sociedad, ocurren otros que deberían promover la pregunta “¿qué nos está pasando?”.
Por ejemplo, los casos reiterados de violencia vicaria, es decir, padres asesinando a sus propios hijos. Los más recientes, una mujer que vivía en una zona rural de Young mató a su hijo de 10 años prendiéndole fuego. Una semana después un hombre de 22 años saltó desde un balcón a la calle en el barrio Casabó llevando a una bebe de 5 meses, a la que luego mató tirándola violentamente al piso.
O las cada vez más frecuentes violaciones de niñas y adolescentes por familiares directos e incluso por docentes o compañeros de clase.
Claro que no debería sorprender, porque esas personas viven en la misma sociedad donde el senador más importante del Partido Nacional pagaba a menores para tener sexo. O una sociedad en la que son frecuentes los casos de abuso sexual que involucran a policías, militares, políticos o empresarios.
Por otro lado, también existe un clima de extrema violencia en la misma sociedad. Cualquier pequeño incidente de tránsito puede terminar a los golpes. El fin de semana pasado, dos equipos de fútbol de Salto, que participaban de un campeonato policial, terminaron a las trompadas entre policías. En Lavalleja un juez de fútbol fue salvajemente golpeado en una cancha.
No hay partido de los equipos de 1º División que no registre algún incidente violento. Claro que también hay bandas de narcos mezcladas entre las barras de Peñarol y Nacional. Más allá de la acción policial, hinchas de Peñarol cometieron tropelías en Río de Janeiro en ocasión del partido con Botafogo, y no era la primera vez.
Referentes de la barra de Nacional pretendieron robar los cofres fort de un banco de Buenos Aires.
¿Se entiende el grado de locura que vivimos?
La violencia y la corrupción policial
Lo saben propios y ajenos, la corrupción es un grave problema instalado en el seno de la Policía. Son ya innumerables los casos de jerarcas policiales, entre ellos casi una decena de jefes de Policía, que han sido destituidos o formalizados por actos de corrupción. Sólo el caso Astesiano se llevó puesto a casi la mitad de la cúpula policial.
Los casos de gatillo fácil, alentados por la LUC y negados por el Gobierno, han provocado al menos 5 muertos en este período. El último esta misma semana, cuando una funcionaria mató por la espalda a un niño de 14 años cuyo delito era hacer “wheelie” en moto.
¿Cuántos casos serían necesarios para parar la mano?
Los vínculos de policías con traficantes de droga barriales son harto conocidos. Hay muchos policías que no pueden justificar el auto que tienen con el sueldo que ganan. La gente no confía en la Policía. Y eso a pesar de las encuestas y de los buenos funcionarios que son mayoría.
En los barrios marginales la gente no denuncia porque tiene miedo a represalias, ya que la Policía es incapaz de brindarles seguridad. Pero en los barrios centrales de todas las ciudades también la gente teme a los delincuentes porque la Policía es ineficiente. Por ejemplo: un vecino de Piriápolis, una ciudad con pocos habitantes y hasta no hace mucho muy tranquila, relataba que los comercios están cerrando apenas se va la luz del sol “porque temen ser asaltados”.
Nadie está tranquilo ni en su casa.
El Gobierno podrá dar mucha cifra intentando demostrar que todo está mejor que antes, pero el ciudadano no piensa lo mismo.
A este cronista le resulta curioso y preocupante que la corrupción policial no haya sido siquiera mencionada por ninguno de los partidos políticos durante la campaña, aunque todos anunciaron mejoras para el instituto policial. Pero la principal mejora es barrer a los corruptos dentro de filas. Ellos son los que han destrozado a la Policía. Es francamente curioso ya que en conversaciones privadas dirigentes de todos los partidos lo reconocen pero nadie lo expresa en público. Tal vez porque no quieren perder esos votos.
La violencia y la ultraderecha
El filósofo Thomas Hobbes, tan despreciado por el presidente Luis Alberto Lacalle Pou, decía que “cuando los humanos viven sin otra seguridad que la que les suministra su propia fuerza y su propia inventiva, el hombre se convierte en el lobo para el hombre”.
En un mundo donde las guerras son cosa de todos los días, donde individuos inescrupulosos como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Javier Milei y tantos otros se imponen usando la institucionalidad que desprecian, no solo no estamos seguros, también tenemos miedo.
La violencia ha sido el argumento usado por Nayib Bukele para encarcelar a miles de personas sin ser juzgadas. Gobiernos autoritarios de América Central y del Sur también usan la violencia como motivo para generar miedo y aplicar políticas que van contra los intereses de la gente.
Quienes éramos adultos en los 60 sabemos el grado de violencia que entonces ejercía la ultraderecha, de la que casi nadie habla ahora. La historiadora Magdalena Broquetas ha escrito varios libros muy ilustrativos al respecto.
Blancos y colorados solo mencionan a los tupamaros como únicos gestores de violencia y olvidan a propósito que muchos de los terroristas de la ultraderecha de entonces eran miembros de sus partidos.
Miguel Sofía, integrante del Escuadrón de la Muerte, exhibía su carnet de miembro del Partido Colorado. En tanto, los fundadores de Azul y Blanco y del Movimiento de Restauración Nacional no solo tenían vínculos con el Partido Nacional, años después tuvieron lugares de privilegio en sucesivos gobiernos democráticos.
El golpe de Estado lo dio la ultraderecha militar asociada a dirigentes blancos y colorados que integraron el Consejo de Estado, parodia de Parlamento, u ocuparon cargos relevantes de gobierno, mientras miles de compatriotas eran encarcelados, salvajemente torturados, las mujeres eran violadas y muchos desaparecieron.
Todos dieron vuelta la cara aunque no ignoraban lo que pasaba en los cuarteles. Y lo hicieron porque compartían con los militares el mismo odio cerril contra todo lo que les parecía comunista, desde el PCU hasta Wilson Ferreira Aldunate, y que debía ser exterminado.
Esa ultraderecha regresó, modernizada, en este período de gobierno. Varios políticos, que cobran suculentos sueldos como parlamentarios pero no han hecho nada significativo, usan la red social X para mentir, para denigrar adversarios, para generar odio contra todos aquellos que no piensan como ellos. Esta es la práctica que emplea la ultraderecha en el mundo entero.
¿Cómo se asocia la situación de violencia e inseguridad que vive el país con esa postura ideológica? Solo piensen en quienes reclaman “la volada” para ser ministros de Interior en un posible gobierno de la coalición multicolor: Guido Manini Ríos y Gustavo Zubía. Probablemente no lleguen a ministros pero sí a subsecretarios.
A esa ultraderecha le sirve que haya inseguridad para que la gente tenga miedo y reclame medidas más represivas.
Si la gente tiene miedo, tampoco ejercerá su derecho a la protesta. Y si nadie protesta, podrán hacer lo que quieran. Aquellos que los denuncien serán lapidados en la red de Elon Musk.
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