A Juancito no le hubiera gustado nada algo así como una apología póstuma sobre sí mismo, y mucho menos un responso majadero, o un inútil minuto de silencio, o, qué se yo, algo que se parezca a esa verborragia funebrera que nos habla de un muerto fuera de serie, paradigma de la perfección y las buenas costumbres, amado por todo el mundo, súper afable, re piola en todas las circunstancias de la vida y de la muerte...
Nada que ver.
Juancito fue –seguirá siendo- un tipo sencillo, un tipo común y corriente, poco amigo de la grandilocuencia, nada amigo de las lisonjas y las palmaditas en el hombro, buen compinche, leal, franco, sin pelos en la lengua, sin esos dobleces que algunos especímenes de derecha, de centro y de izquierda, consideran “propios de la política” en estos tiempos de esmerado profesionalismo “militante”.
Juancito era nada más y nada menos que éso, y, además, un revolucionario de la punta del dedo gordo del pié hasta la punta del mate, incapaz de presentir siquiera cuánto influenciaron sus hechos en las conciencias de los más jóvenes que en la segunda mitad de los surrealistas ´60, íbamos arrimando al fogón esperanzador de la confrontación directa con una burguesía a la que él solía llamarle ya a comienzos de los ´70 “pequebú”, anticipándose a la percepción muy clara hoy de los despojos decadentes y semilumpenizados de una clase dominante que por vía del parasitismo crónico y la sujeción total a los dictados del Tío Sam, se iba convirtiendo en caricatura ridícula de sí misma y en taimada cofradía de mafiosos de poca monta siempre listos para obedecer a los que cortan grosso el bacalao y para sicariar a los que se rebelan.
En aquella bisagra turbulenta de las dos décadas de rebelión popular y de fascismo dependiente con viento maula en la camiseta, Juancito sería el primero en mostrarnos fácticamente que la “justicia” y las “fuerzas del orden” de la vacunocracia bancarizada, no sólo eran una fantasmada fabricada para amedrentar y anular a “la gilada” –como él mismo diría-, sino también una monumental fábula de inexpugnabilidad absoluta a prueba de todo intento plebeyo de alcanzar la libertad.
Juancito (el Ingeniero Juan Almirati Nieto), detenido unos días antes y con chance de quedarla hasta las pelotas a manos de un fallo judicial muy severo, burló en 1971 a pura corazonada la guardia policial que lo había conducido amarrocado al juzgado, ganó la puerta de la sede penal, miró para un costado y para el otro, y, sencillamente, se tomó las de Villadiego en un santiamén, mezclándose entre los peatones y los autos del Centro de una ciudad que apenas unos minutos después estaría unanimemente comentando la fuga del Inge y tejiendo casi que una justificada leyenda sobre uno de los personajes de nuestra historia contemporánea sobre el que no se ha escrito nada, casi, y que muy bien podría haberse otra que acomodado al frente de algún buen ministerio o algún ente estatal del “proceso progresista” (pero no, prefirió seguir siendo el tipo común y corriente sin pelos en la lengua, libre, revolucionario, imposible ya de ser atrapado por los largos brazos del tecno-burocratismo parado en los pedales del gran salvataje de lo que Juancito juró hacer pomada, de por vida)…
La fuga del penal de Punta Carretas de fines del ´71, conocida como “El Abuso”, fue naturalmente una obra maestra colectiva emprendida por un centenar de revolucionarios resueltos a salir para seguir la pelea. Ella tuvo en la performance de Juancito, sin embargo, ese aporte individual especial que parecen reclamar siempre los grandes momentos de la historia; su planificación milimétrica, a veces muy intuitiva, por momentos con obstáculos más bien deprimentes, tuvo en Juancito un Compañero que prácticamente no dormía obsesionado con el asunto, haciendo cálculos permanentemente, trazando posibles itinerarios subterráneos sin parar, elaborando ese momento sublime y grandioso que representa para cualquiera en prisión, la fuga, la LIBERTAD QUE NO SE PIDE NI SE DA…
Juancito murió esta tarde, y ahora no, ahora me voy a donde hubiera querido ir él (a la acampada de los cañeros), pero es casi seguro que esta noche, cuando los sentidos parecen prepararnos para nuestra propia muerte y los sentimientos libres preceden al sueño, es casi seguro que la sonrisa inolvidable y la entrañable forma de ser de Juancito, me arrancarán dos o tres lagrimones y me levantaré a fumarme un 51 y a ver qué pasa con la cachorra de mi perra Canela, recién nacida, y a mirar para arriba, tratando de reubicar esa imponente estrella de cinco puntas que el Inge tuvo metida en las sienes hasta su último suspiro, lo sabemos bien.
(Sé que es muy larga, pero vale la pena detenerse unos minutos para leer la entrevista que transcribo, hecha a Juancito hace unos siete años, y que recién hoy descubro en la internet).
Cháu, Juan. ¡Venceremos, perdé cuidado!!!
Gabriel –Saracho- Carbajales, 27 de febrero de 2013
La burra de oro
Samuel Blixen
El túnel del
"abuso" (la fuga de Punta Carretas de 111 tupamaros)
Contacto con Juanshito
A Juan Almirati
“...”dejate ´e cosas, cristo, dejá que la gilada
vote,
tarde o temprano les daremos pa´tabaco...”
J.A.
si por vos fuera
te habrías quedado con el nombre juan
por lo sencillo
pero no sería un alias...
entonces elegiste “josé” y te quedó
perfecto:
ser uno más entre la gente simple
un josé más entre los hombres de tu
pueblo...
y de clande duraste como el mejor
volviste
una y otra vez
reincidiste
por amuebladas y bucos
por rajes y alambrados
por gambuseadas y operetas
insististe
tan ingeniero como bandido
tirando ideas y dando en el centro del
blanco...
siempre certero –juan- siempre eficiente
el túnel el atajo el enroque largo tus aportes
sabios
a la T1 al blindaje al amonal a los carritos a las
granadas
las bolsas numeradas de herramientas para la burra de
mailhos
el balde de poxipol para el eje partido del camioncito
citröen
tu antojo de café (¡!) en puntacarretas el día de tu fuga del
juzgado
dejar tu campera acribillada colgando del alambre de la ruta
9
mientras ganabas campo y te tiroteaban por la
espalda
después de la cagada del gringo malikosky viniendo del
caragua...
ahora todo es historia mal contada –juan-
parece un tango
de aquellos que escuchábamos juntos en el sótano de la guardia
nueva
mientras se preparaba la milonga grosa...
ahora te están velando –“josé”- ahora te están
llorando
los pocos ñeris leales que van quedando...
(...yo esperaré la tardecita
me arrimaré al circuito de la calle pando
entraré chiflando gallo ciego de bardi
te veré venir hacia el contacto
nos diremos lo mismo de siempre:
“los tupas shomos lo mejorshito del
mundo...”
y continuaremos conspirando...)
la única lucha que se pierde es la que se
pierde...
y nosotros -aún- en eso andamos...
chau “ingeniero de la libertad”
-como dijo
saracho-
adiós “juanshito”
hermano
nos vemos en un rato...
miguel ángel olivera
“el
cristo”
28 febrero 2013.
28 FEBRERO 2013.
24.07.2006
JUAN ALMIRATI
¿Si me arrepiento? No. Yo soy ingeniero, una cosa medio cuadrada. Creo que hay que mirar para adelante y trabajar
>
Por Gerardo Tagliaferro
1) Usted supo tener una empresa constructora. ¿De qué tamaño?
Para la época (entre 1958 y 1969) una empresa mediana. Llegué a tener
cien y pico de obreros. Tenía transporte de arena y pedregullo también.
Al principio con un socio y después solo, aunque casi siempre fue mía.
El nombre era Juan Almirati. Empresa constructora . Hice desde una casa
en Punta Ballena, arriba de las piedras, hasta en San José. Hacía
viviendas y construcciones para fábricas, silos y esas cosas.
2) ¿Fue una empresa exitosa?
Era una empresa mediana. Hoy no se ven muchas así, se ven grandes
transnacionales. Cuando quedé requerido se cerró sin problemas. Todavía
me encuentro con gente que trabajó conmigo y con proveedores y con todos
tengo buena relación.
3) ¿Venía de una familia de buena posición económica?
No. Mis viejos eran los dos funcionarios. Eran un matrimonio clásico de aquella época: mi padre militar y mi madre maestra.
4) ¿Siempre fue un hombre de izquierda?
No, no. Durante un tiempo voté a un partido tradicional. En determinado
momento cambié mi voto y me volqué a la izquierda. Pero nunca hablaba de
política, era una época muy intensa de trabajo y de estudio, no había
tiempo para hablar de política ni de fútbol, más allá de que el deporte
me gustaba. Jugué al básquetbol en Sporting.
5) ¿Cual fue el proceso que lo llevó primero a volcarse hacia la izquierda y luego a integrarse al MLN-Tupamaros?
Y bueno, me acerqué al MLN porque veía que la economía del país era muy
difícil para los que trabajaban y porque veía que había alguien que me
parecía que podía hacer un cambio. El Banco República era un banco de
fomento, pero a una empresa constructora como la mía no le prestaba,
tenía que ir a la banca privada. Llega un momento en que a uno le parece
que tiene que trabajar demasiado para sobrevivir y el país iba cada vez
más atrás. Entonces vi algo que podía servir para un cambio y me sumé a
ese algo.
6) ¿En qué año se integró al MLN?
En el 68.
7) ¿Cómo fue?
Yo qué sé... ves pasar a uno, hablás con él y de alguna manera te vas vinculando.
8) El suyo es un caso poco común: el dueño de una empresa de cien
trabajadores que se hace guerrillero. ¿Hubo otros en el país con su
grado de involucramiento?
Hubo, cómo no. No sé si en ese grado. Depende. Pero hubo varios
requeridos e incluso presos. El problema se ve hoy también: basta ver
cómo es postergado el empresario y el trabajador de industria y
comercio, los que crean la riqueza del país. Hoy se está viendo lo mismo
que yo veía a fines del sesenta.
9) Siempre se ha dicho que en el MLN confluían distintas vertientes:
marxistas, cristianos, anarquistas, blancos, colorados... ¿a cuál de
ellas pertenecía usted?
A ninguna. Yo no participé grupalmente en ninguna de esas vertientes.
Mis ideas se formaron a través de leer diarios, semanarios o algún
librito. Y convencerme de que si algunas cosas no cambiaban en el país,
llegábamos a lo que llegamos: hoy de tres millones de habitantes,
tenemos un millón en la pobreza.
10) ¿Cuál era la sociedad que usted aspiraba a construir?
El hecho era que hubiera un cambio en el Uruguay para que todos
vivieran, y vivieran bien. En un país riquísimo, con universitarios y
trabajadores brillantes, íbamos en un declive cada vez más pronunciado.
Desde que empezaron los cantegriles en el 55 hasta hoy, vamos
decreciendo. Entonces el hecho era que tenías que hacer un cambio para
revertir eso, que no se ha revertido.
11) ¿Cuál era su encuadre en el MLN?
Yo fui colaborador mientras andaba en la calle, legalmente. Después trabajé en servicios y en unas cuantas cosas.
12) En los años 71 y 72 usted era considerado, por lo menos a nivel de la prensa, un dirigente.
Sí, y antes también. Estaba cerca de lo que era un dirigente, podría
decirse que participaba de una dirección ampliada. Tenía
responsabilidades.
13) ¿Participó de acciones militares?
Y sí, la que es pública y por la que fui procesado, además de
asociación para delinquir , fue lo de Mailhos. Cuando se le retiraron
unos cuantos lingotes de oro. Esa es la que es pública y de la que puedo
hablar. Fue una acción importante para las finanzas, porque en realidad
uno era un militante rentado. Quiero decir: estaba clandestino, no
trabajaba, de algo tenía que vivir.
14) ¿Cómo era su vida en la clandestinidad?
Ah, una vida común. Como que uno se pone al margen de todo, en otro mundo, pero sin nada demasiado especial.
15) ¿Usted sabe cuál fue el destino del oro de Mailhos?
Ah, me lo preguntaron varias veces (los militares). Decían que lo había
convertido en plata el Toba (Héctor Gutiérrez Ruiz). Incluso cuando
estaba en Libertad, me preguntaban, sin apremios: ¿y las libras se las
llevó el Toba? Y yo qué sé , les decía yo, preguntale al Bebe (Raúl
Sendic) . Yo no sabía.
16) El propio hijo de Gutiérrez Ruiz, el fallecido Marcos, dijo en un
reportaje de César Di Candia en Búsqueda hace algunos años que su padre
había intervenido en la venta de ese oro para financiar el diario
herrerista El Debate. ¿Qué sabe usted?
¿Ah sí? ¿Él dijo eso? Es posible... es posible. Por algo terminó como terminó.
17) Usted se escapó de un juzgado en 1971, antes de la fuga masiva de
Punta Carretas. ¿Cómo lo hizo?
Fue en el juzgado de Canelones y Río Negro. Una cosa normal. Me llamaron
a declarar... y cuando terminé buenas noches, buenas noches , y cuando
salí afuera me fui alejando, trataron de agarrarme y crucé la calle.
Había un custodia en el patio y otro que creo que era sargento en el
patio grande. Después, cuando llegué a la puerta había otro que me tiró y
acá tengo la marca del tiro (muestra una cicatriz en la sien
izquierda). Sonó la bala y al mismo tiempo sentí un rocecito. Después
doblé la esquina y me fui. No estaba esposado porque ante el juez vas
sin esposas. Y eso fue en el momento que salí de la oficina del juez.
Supongo que en ese momento me debía haber puesto las esposas el primero
que estaba ahí.
18) ¿Es cierto que una de sus capturas fue en un hotel de alta rotatividad?
La primera vez. Siempre me preguntaban si la pieza tenía unos
pescaditos. Y tenía. No me agarraron adentro. Cuando me iba habían
rodeado la manzana porque estaban haciendo un rastrillo. Yo salí y
tuvimos un enfrentamiento. Eran policías de civil y uno recibió una
bala. Tiré y me fui y después me agarraron.
19) ¿Tuvo otros enfrentamientos?
Así, de frente, no. Que me hayan tirado sí. Días antes de ese hecho,
allá por la calle Instrucciones, detuvieron un coche, bajamos, nos
pusieron con las manos contra la pared y yo me fui. Y me tiraron varios
tiros. Ahí perdí los documentos.
20) Estando requerido imagino que andaba por la calle y seguramente, por
su actividad, habría mucha gente que podía reconocerlo. ¿Cambió su
aspecto?
No, creo que en alguna época tuve bigote. Pero uno cambia la rutina
totalmente, cambia de ambiente y de lugares. Y más allá de que mucha
gente me conocería, algunos seguramente me miraban pasar y me dejaban.
Eso pasó, creo, varias veces. O al cambiar totalmente la rutina y los
lugares, cambia la gente con que uno se encuentra.
21) El 14 de abril de 1972 fue detenido por segunda vez, en la Unión, y
no volvió a andar libremente por la calle hasta marzo de 1985. ¿Cómo fue
esa detención?
Estaba parado en una esquina, fueron, me pidieron documentos y me
agarraron. Agarraban a cualquiera. Nos pusieron con las manos contra la
pared, vieron el documento falso y me llevaron a la comisaría que está
ahí en 8 de Octubre (la seccional 15ª), porque eran policías. Pah, de
la que te salvaste , me dijeron en la comisaría, cuando se dieron cuenta
quién era. Porque ese día, si me agarraban los otros (las FF.AA.)
perdía. Estuve ahí un par de horas y después me trajeron a Cárcel
Central.
22) Se dice que usted fue el que diseñó la cárcel del pueblo . ¿Es así?
No. Trabajé ahí algunos días, puse algunos ladrillos pero ni sabía que
era cárcel del pueblo. Era un local y yo hice algunos jornales y capaz
que pensé algo. Pero no sabía para qué era. Era un berretín grande, nada
más.
23) Cuando se habla de las torturas de las Fuerzas Armadas,
frecuentemente desde algunos sectores se contesta que los tupamaros
también torturaron a sus prisioneros, por cómo los tenían en la cárcel
del pueblo . ¿Qué dice usted?
Yo estuve en otro lugar, donde había un secuestrado y las condiciones
eran correctas. Y comían lo que comíamos nosotros. Una vez tuve una
discusión con uno, un muchacho joven, porque nosotros íbamos a comer
pato y él decía que al prisionero no había que darle. Para mí, estaba
bien y nunca nadie dijo lo contrario. Lo que pasa es que si estás preso
estás hostigado, estás en condiciones que podrás soportar mejor o peor,
según tengas más o menos tranquilidad, o la cabeza más o menos
acomodada.
24) ¿En qué se equivocaron los tupamaros?
Es difícil decirlo, porque vas haciendo y te vas equivocando. Puede
haber errores más grandes y más chicos, y no solamente influyen tus
errores sino también tus aciertos. Un partido de fútbol se pierde por
los errores propios y los aciertos del otro.
25) A cuarenta años, ¿estuvo bien haber desencadenado la lucha armada en Uruguay?
De lo que yo vi o participé no guardo mal recuerdo.
26) ¿Qué haría si un día se cruza con Amodio Pérez?
No sé. Amodio, cuando salió en la última fuga, parece que ya colaboraba
con la CIA. Si lo viera, le diría Gustavo, pero sería como si viera a
otro de la CIA. Para mí era Gustavo, Gustavito, que era el seudónimo de
él.
27) ¿Fue un traidor o un infiltrado?
Ah no, fue alguien que se cambió en determinado momento. Como se han
cambiado gobernantes de distintos países, de un lado para otro. O se han
cambiado de un grupo político para otro grupo político. Son cambios más
gruesos o menos gruesos. Como Amodio, también hay gobernantes que se
han pasado para la CIA. Del Uruguay ¿no?
28) ¿A quién se refiere?
No sé. Del Uruguay, de la Argentina En la época de Perón lo
bombardearon y yo no pude ir a la Argentina a ver a Dogomar Martínez y
Archie Moore porque me negaron el pasaporte. Y después bombardearon toda
la Argentina. Si la CIA trabaja y ahora hay cárceles y vuelos ilegales
en países de Europa, es porque hay alguien en esos países que ha
trabajado para la CIA.
29) ¿El gobierno actual es su gobierno? ¿Forma parte de aquello por lo cual usted luchó?
Y, por ahora, cambios no se han visto muchos. Yo no participo, pero
cambios, por ahora quizás Jorge Batlle tenga razón. O no. Batlle dice
que si la Bachelet y Vázquez son socialistas, él también lo es. Es una
opinión de él, yo no sé.
30) ¿Cuál es su explicación del fenómeno Mujica ?
El fenómeno Mujica es el mismo fenómeno de Erro, por ejemplo. Mujica y
su entorno sacaron el 30 por ciento de los votos; Erro y Michelini, que
por algo lo mataron, también sacaron el 30 por ciento de los votos del
Frente (en 1971). No hay diferencia.
31) Algunos consideran a Fernández Huidobro como el cerebro del MLN desde su fundación. ¿Qué opina?
El Ñato siempre ha sido dirección, desde el inicio del MLN. La primera
dirección, cuando todavía era el coordinador , fue el Ñato , Sendic y
el Pepe Rivero. El más reconocido, con más influencia, es Sendic.
Ahora, yo no soy quién para valorar eso, además no estuve desde el
inicio. Yo no estoy de acuerdo con los que dicen que Sendic en algunos
períodos no funcionó orgánicamente. Lo ponen como medio orgánico, medio
inorgánico. Yo fui responsable, digamos, de él, y si había que mover una
cosa cinco centímetros para allá, consultaba. Mi experiencia con Sendic
es que él respetaba a quien estaba al mando.
32) ¿Cuando dice que fue responsable de él , se refiere a que Sendic estuvo bajo su mando?
Sí. En Paysandú. Después del abuso (fuga de Punta Carretas) toda la
dirección antigua fue a la base. Él se fue a Paysandú y como yo estaba
en ese lugar, arriba, él estaba más abajo que yo. Él había sido antes
jefe mío. Yo había convivido con él, ahí en Timbúes y Aparicio Saravia,
al lado del cantegril. Para mí siempre fue igual, tanto siendo
subordinado como jefe.
33) ¿Cómo definiría a Sendic?
Para mí fue un amigo. De las personas que yo he conocido en este país,
podría catalogarlo como alguien con capacidad especial. Conozco tres o
cuatro. Uno fue Eladio Dieste, que no tiene nada que ver con Sendic. En
otro terreno, otro hombre con una capacidad especial. En la cárcel leí
sobre arquitectura latinoamericana, y del Uruguay se nombraba
principalmente la iglesia de Atlántida y también otra que hizo él en
Durazno. Y después de muerto fue reconocido por un congreso
internacional de arquitectos por su aporte a la arquitectura, siendo
ingeniero civil. Son tipos especiales.
34) ¿El MLN cayó a partir de 1971 en una desviación militarista que le
hizo perder el apoyo que tenía, con acciones sangrientas y poco
explicables?
Bueno, es lo mismo que te decía hoy. Puede haber errores y también
virtudes del otro. Juega uno y juega otro. No tengo posición sobre eso.
No me puse a pensar en eso porque fui en cana y chau. Hubo discusiones
en la cárcel, pero yo, en general traté de no participar. Si estuvimos
bien, si estuvimos mal a mí me era suficiente con tratar de superar el
estado muy especial en que estaba, después de haber ido por varios
cuarteles. Lo que hice fue tratar de leer y jugar al ajedrez. En
discusiones de esas no entré.
35) ¿Qué opina de Tabaré Vázquez?
Y, no tengo opinión. Una compañera médica dijo: una vez que sale uno
bueno en la medicina, se lo llevan (se ríe). Eso fue cuando fue
candidato a la Intendencia. Pero no lo conozco. Al Perro Vázquez (el
prosecretario general de la Presidencia) sí, y todo el mundo tenía muy
buena opinión de él en la cárcel. Estuvo como diez años.
36) ¿Es frenteamplista?
Sí, militante.
37) ¿Se arrepiente de algo?
Ah, no. Yo soy ingeniero, una cosa medio cuadrada. Creo que hay que mirar para adelante y trabajar.
38) ¿Cuál es la sociedad ideal?
Para lo que uno vive ahora, la sociedad ideal sería en la que todo el
mundo viviera tranquilo, sin los problemas de la pasta base, sin los
problemas del hambre. Que uno no tenga que trabajar doce horas para
ganarse el jornal.
39) ¿Cree que este gobierno del Frente Amplio es el inicio de un proceso hacia eso?
Y, es muy difícil, porque de tres millones de uruguayos hay un millón
que están en la lona. Sé que hay que trabajar y empujar, eso sí. Por el
bien del Uruguay.
40) ¿Volvería a tener una empresa?
No después que salí (de la cárcel) hice alguna cosa de construcción,
tipo empresita. Pero es difícil, y ya a esta altura de la vida, además,
no. Lo que me gustaría sería jubilarme por Industria y Comercio con una
jubilación digna y no por edad avanzada, con 2.500 pesos.
Esperando al ingeniero
El 15 de abril de 1972, al otro día de la jornada más sangrienta de la
historia contemporánea del país, en la que murieron cuatro funcionarios
del gobierno y ocho tupamaros, El País publicó las fotos de dos
sediciosos capturados, con la siguiente leyenda: Juan Almirati Nieto y
Eleuterio Fernández Huidobro, dos tupamaros importantes en poder de la
policía . Apenas tres años antes, el ingeniero Almirati era dueño de una
conocida empresa constructora, que empleaba a más de cien trabajadores y
llevaba su propio nombre.
Hoy podría decirse, sin la carga de dramatismo que la realidad impuso a
aquellos tiempos, que este hombre vivió en esos tres años una verdadera
aventura, alguno de cuyos capítulos es digno de Hollywood. A principios
de 1969 debió pasar a la clandestinidad, cuando una patrulla lo detuvo y
se fugó corriendo entre las balas policiales. En marzo de 1970 fue
capturado a la salida de un hotel de alta rotatividad no se llamaban
así entonces- luego de resistirse a balazos. En abril de 1971, estando
recluido en Punta Carretas, se fugó de un juzgado cuando fue llevado a
declarar. Simplemente aprovechó una distracción y se fue corriendo; la
cicatriz de un roce de bala en su sien lo atestigua. Antes, había
participado de una de las operaciones más célebres de la guerrilla
tupamara, cuando aún era vista por parte de la población como los Robin
Hood del cemento : el robo de varios lingotes de oro de la casa de la
familia Mailhos, que no fue denunciado por sus propietarios.
Empresario y guerrillero, una mezcla exótica. Aunque no fue el único, sí
fue el que adquirió más notoriedad. Una leyenda urbana le atribuye ser
el ideólogo de la cárcel del pueblo , aunque él lo niega y asegura que
sólo puso unos ladrillos. Estuvo preso entre 1972 y 1985. Hoy, a los 74
años y con una enfermedad ocular que le dificulta mucho la visión,
participa del Instituto de Vivienda Popular (Invipo), donde asesora a
cooperativas de vivienda.
Juancito
Jorge Rossi Rebufello
Lo conocí muy poco,una vez bromié con él en una buseca de Ibiray. Lo que conozco de él son las mentas.-
Desde que una vez cayó preso en un amueblado dónde había ido a encontrarse con su compañera (y justo los milicos coparon el amueblado) hasta que el inefable Mayor Mario Mouriño quiso encerrar a la Bruja Lazo y le ofreció a Juancito encargarse de terminar la interminable bufanda de Penélope del 2° horno de la panadería y Juancito - ya avisado - declinó la oportunidad profesional diciendo: "Nó Mayor,hace un tiempazo que no ejerzo la ingeniería y estoy olvidado...",
hasta cuando salía en un jeep con el Cnel. Costa a recorrer el predio del añorado EMR-1 ,(mientras los milicos de la custodia corrian al lado con los M-1) para ver la ubicación de las garitas de un proyecto que los "pichis" le habían vendido a los milicos pa' hacer una granja modelo; y el Cnel. le decía a Juancito:
- "Ah,nó,Ingeniero así Uds. se nos van todos...", y Juancito le decía: "Nó Corona,dejate de Ingeniero,decime Juancito y yo te digo Costita; vos sabés como son éstas cosas de la política: hoy vos me tenés preso a mí, mañana yo te tengo preso a vos...y mirá Costita: si no hay confianza, no podemos trabajar...." El preso exigía confianza del carcelero...Así era Juancito.-.
Dicen los pichis charlatanes que era 1/2 abandonado y que siempre andaba con un rompe-viento azul todo chorriado que no se lavaba desde 1972. Un día tenía visita y el cro. de celda le dice: "Pero Juancito,vas a ir con ese rompe-viento todo mugriento a la visita? Tu compa vá a pensar que andás mal,que te quebraste...". "Te parece,che?" le contestó Juancito,"Bueno,tenés razón". Se sacó el rompe-viento y se lo puso al revés y fué a la visita...Así era Juancito
.-
Ésta reseña con humor,lejos de ser una falta de respeto,pretende ser un humilde homenaje que escribo mientras mi corazón llora. Nadie dijo que las revoluciones tienen que ser tristes. Aquella bellísima heroína Jessie Macchi ,que también ya se fué,decía que ella iba a hacer la revolución de minifalda. Son diferentes maneras de matar pulgas,yo que sé.-
Chaú,compañero.-
MAU-MAU
Se fue Juancito Almiratti
El 27 de febrero, con 80 años sobre las espaldas, se fue Juancito Almiratti, ingeniero de profesión, revolucionario por vocación y poseedor de una personalidad difícil de describir en palabras.
Sin embargo, esa dificultad no estriba en las características sobresalientes de alguno de los perfiles de Juancito, sino en lo contrario, en su total y absoluta sencillez y sobre todo, en el humor que irradiaba permanentemente y seguramente sin proponérselo.
Sobre sus orígenes como militante tengo una ignorancia casi absoluta y creo que esa ignorancia es generalizada, como si Juancito hubiera pasado a la clandestinidad con la celebridad mediática que le otorgaba su título de “ingeniero” y allí hubiera empezado todo. No tengo constancia de militancia anterior, de su participación en otros grupos de izquierda, ni de activismo social, ni de perfiles ideológicos contestatarios, ni de nada. Todo de acuerdo con la sobriedad que rodeaba la figura de Juancito, que un día –él sabría por qué- decidió comprometerse y dejarlo todo, siendo un hombre joven, pero ya un empresario exitoso con un promisorio futuro de buen burgués.
Ayer le pregunté a Azzarella sobre el motivo que lo llevó a la clandestinidad y la respuesta estuvo a tono con el personaje: “Lo único que sé es que una noche recibió una llamada telefónica y cuando colgó dijo: ‘Me tengo que ir’. Y se fue”. Sencillamente, como este miércoles lo hizo de manera definitiva.
Era hombre de temple y un formidable escapista. Creo que una de sus claves era que más allá de su afabilidad, de su capacidad para tratar a todos de la misma manera, de esa sencilla fraternidad que irradiaba, había cosas que las decidía ante sí mismo, sin consultar a nadie. Y tal vez en esa poderosa personalidad de Juancito, que decidía los rumbos de su vida por sí y ante sí, esté la clave de su decisión de darlo todo por una causa que se encontraba en las antípodas de su perspectiva profesional y social.
Eso lo demostró en repetidas ocasiones y la más conocida es su fuga del juzgado al que fue conducido, sin avisarle a nadie que lo haría, aprovechando el instante infinitesimal que la guardia se distrajo, echando a correr por la puerta de salida. Eso es solo una muestra de su carácter decidido y repentinista.
Durante su velatorio me enteré por boca de “Manolo” Domínguez de otro de los rasgos de esa personalidad: su astucia. Días antes Manolo había concurrido al mismo juzgado y a su regreso al Penal de Punta Carretas había sido inquirido por Juancito acerca de las condiciones en que lo llevaron y lo trajeron. Se enteró que en la sede del juzgado le sacaban las esposas, para volver a ponérselas luego de comparecer ante el juez. Le preguntó además si había alguna custodia adicional y Manolo le dijo que en la puerta quedaba un guardia armado con un Mauser. La pregunta de Juancito lo dijo todo: “¿Y tirará?” “Creo que no”, respondió Manolo con gesto dubitativo.
Así fue que cuando le llegó el turno, todo aconteció como lo anticipara Manolo y en el segundo que los guardias se distrajeron y vio la ocasión, Juancito echó a correr hacia la puerta, empujó al fusilero que la custodiaba y emprendió carrera hacia la esquina. Pero en algo se equivocó Manolo: el milico tiró y rozó su sien izquierda con una munición capaz de perforar el mejor blindaje.
Fue un hecho individual y heroico, pero en boca de Juancito era una humorada, sobre todo cuando contaba que al doblar la esquina sintió un ardor en la sien, se llevó la mano allí y se dijo a sí mismo: “¡Shangue!”. Porque así hablaba Juancito, convirtiendo la “s” en “sh” y sorteándose a menudo las consonantes, lo que añadía comicidad a sus relatos de antihéroe, que muy a menudo me hacían recordar a los personajes que interpretaba el inolvidable Alberto Sordi.
Luego, con unos pesos que había preservado dentro de la cárcel, se tomó un taxi y partió con rumbo a la clandestinidad. O así al menos lo contó siempre, lo que nos lleva a otra cualidad de Juan, la de saber ser un noble simulador. No hace 24 horas que me enteré que eso era una mentira. No existían los pesitos, no existió el taxi, sí existió la casa de un colega en las cercanías que a media tarde tuvo el presente griego de Juancito sangrante golpeando en su puerta. Haciendo honor a la amistad lo escondió en el sótano y así capeó lo peor de la tormenta. Obviamente que la ficción del taxi fue un artilugio para preservar a su protector y sólo se lo confió a su amigo del alma, el “Paco” Sclavo que con el adiós de Juan se sintió exonerado de preservar el secreto y me lo confió al pié de su féretro. Resumiendo sus cualidades agregamos otra: era sumamente astuto.
Precisamente con el Paco había hecho sus primeras armas como escapista, cuando los detuvieron con su amigo al volante y aprovechando la oscuridad del camino vecinal y los pastos altos que lo flanqueaban, pese a su corpulencia y su andar lento, supo anticiparse al arresto y se perdió en la oscuridad, recibiendo una avalancha de disparos que milagrosamente no lo tocaron. La narración de esa anécdota también era la del antihéroe: “Me revolcaba entre los yuyos como un gushano y las balas me picaban por todos lados”, contaba, y nos hacía reír sin proponérselo.
Y tenía también la memoria del elefante, noble animal al que se asemejaba por su cuerpazo y su paso cansino. Muchos años después, cuando se pudo encontrar con Manolo, que logró anclarse en el exilio europeo, recordó el incidente y con una sonrisa le dijo: “Hijo de puta, me dijiste que no iba a tirar”. Todo eso ante las protestas de Manolo que decía que eso era sólo una presunción.
También junto a sus restos, Azzarella me contó las circunstancias de su primer arresto, insólitas, como casi todo lo referido a Juan. Estando éste en la clandestinidad, su esposa había recibido un diagnóstico de leucemia de un hijo (que felizmente a la postre resultó falso) y desesperadamente salió a rastrear a su esposo por la geografía de Montevideo. Consiguió el dato de que había sido visto en determinada zona y luego de días de búsqueda lo encontró. Fue así que no fue la pasión sino la angustia lo que los llevó a la casa de citas en que los detuvieron. Se resistió valientemente, de nuevo hubo disparos, algún herido de levedad y después lo que recuerda Azzarella, la formidable paliza que le dieron in situ, que para su esposa significó un recuerdo traumático que llevó de por vida y que para quiénes la escuchábamos de boca de Juan era motivo de regocijo por el humor que ponía en sus detalles. Es que además de todo lo que mencionaba antes, Juancito tenía otra característica, era capaz de desdramatizar todo, sobre todo sus propios padecimientos.
La fuga autogestionada de Juancito nos resultó providencial. Tuvo una participación decisiva en las sucesivas y masivas fugas de compañeras y compañeros, monitoreando con su profesionalidad el proceso de apoyo a las evasiones, tanto desde dentro como fuera de las cárceles.
Su participación fue decisiva también en la expropiación de las libras de Mahilos, uno de los más grandes apoyos a las finanzas de una organización sobrepoblada de clandestinos. Hubo otras cosas, pero él hasta el final de sus días las guardó en su memoria y no seré yo quien quebrante secretos tan bien guardados.
En cuanto a su “torpe aliño indumentario”, al decir de Machado, podríamos decir que el poeta se queda corto. Al menos en la cárcel, la vestimenta de Juancito no se diferenciaba mucho de la de un linyera. A eso agregaba su poca afición al aseo. Así lo recordamos en Punta Carretas, trillando indiferenciadamente con presos políticos o comunes, midiéndolos a todos con la misma vara, escuchando sus confidencias, dando una mano cuando se podía.
El universo de aquella generación era abundante en personajes y magro en prototipos. Podríamos agregar que entre los personajes, el que sobresalía era Juancito. Entre otras cosas porque su humor no era un atributo, sino que era constitutivo de sí mismo. El humorista hace reír a sabiendas de que está logrando ese efecto. El humor, en Juancito, era cosa constitutiva, en su lenguaje, en sus dichos, en la conformación de las frases y en otra de sus grandes cualidades, el prodigioso sentido común que poseía. En más de una ocasión le vi desarticular alguna brillante exposición retórica de algún compañero con una observación que podía parecer perogrullesca, pero que, bien considerada- desmoronaba la pretendida construcción teórica. A ese sentido común me refiero al hablar de Juancito.
Su capacidad para observar y para retorcer el lenguaje, hacía que los apodos que adjudicaba se transformaran en eternos. Tanto es así que cuando llegué al lugar de su velatorio me encontré con Marx Menéndez y Julio Faravelli, con quiénes compartimos cárceles y caminos. Ambos me dijeron que no bien fueron presentados a Juan, inmediatamente los rebautizó. Marx extendió la mano, se presentó y recibió la réplica inmediata: “¿Vos Marx?, Marxito sos vos”, y así quedó para la eternidad. Lo propio sucedió con Julio: “¿Faravelli? Que vas a ser Faravelli, Farabute sos vos”.
Especialmente Marxito me encomendó que hablara también de las pálidas, en este caso, del maltrato que Juancito recibió en el Penal de Libertad cuando ciertas inflexiones dogmáticas nos llevaron a menospreciar a ejemplares compañeros por su origen social y en el caso de Juancito una insuficiente base doctrinaria que hoy veo que era una absoluta estupidez que hacía desconocer una de sus mayores virtudes, a saber, la robusta sensatez y el apego a la realidad que poseía. Pero más que de maltrato yo hablaría de “ninguneo”, algo que quizás es peor. Creo que eso estuvo limitado a poca gente, particularmente a alguna que quedó por el camino, pero también participaron en eso buenos compañeros influenciados por el clima dogmático que nos había ganado puertas adentro.
Paradójicamente, tengo una opinión matizada de ese “dogmatismo”. Por un lado fue un blindaje ante una situación tremendamente agresiva, por otro lado, fue una herramienta para construir una suerte de realidad virtual que llevó a generar una escala de méritos y deméritos tremendamente injusta y que en algunos casos rondaba lo irracional. Sin embargo, no creo que ese fuera un fenómeno general, ni siquiera relevante. Pero que existió, existió.
Por supuesto que si eso fue percibido por Juancito, seguramente –tal como él diría-, “le importaría un carajo”.
Anoche llamé muy tarde al “Chocho” Paiva –creo que lo desperté- porque, contra mis previsiones, estaba muy triste. Pensé que la personalidad de Juancito me reconciliaría más con la sonrisa que con la tristeza, pero no resultó. Hablando de esas cosas me refirió una anécdota contada por uno de sus hijos, que ilustra que aquello del desaliño, de la aparente indiferencia ante las cosas del entorno era pura apariencia –“puro farol”, como diría él-. En una oportunidad, en tiempos que ejercía la ingeniería al frente de su empresa, encaró la construcción de un enorme silo. Una de las características que tiene esa modalidad de construcción es que los cálculos previos deben ser muy afinados ya que luego que se comienza a hormigonar la suerte está echada. En consecuencia, cualquier error previo, por insignificante que sea, puede dar por tierra con la construcción.
Entonces el hijo contaba que su padre estuvo varias noches sin dormir, yendo y viniendo de su casa al silo, inquieto por el resultado, como un editor se desvela ante un eventual error en las páginas cuando estas están en rotativa y es imposible volver atrás. En más de una ocasión Juancito demostró que esa aparente indiferencia hacia los detalles escondía una naturaleza hiperresponsable.
Poco antes, por su porte y su memoria lo comparé con un elefante. Tenía también algo en común con los paquidermos: una naturaleza cómicamente vengativa. Eran proverbiales sus discusiones constructivas con el “Inge” Manera, que Juancito culminaba lapidariamente: “A mí nunca se me cayó una pared”, cosa que, según Juan, le había sucedido al “Inge” en una oportunidad.
A mí me lo demostró en 1972, cuando estábamos hacinados esperando que nos volvieran a llevar a la tortura. Primero me sucedió a mí. Me sacaron, me dieron la felpeada de rigor y me devolvieron unos días después. Acto seguido le tocó a Juancito, que justamente fue a parar a la misma unidad. Con esa torsión maníaca que teníamos en las circunstancias extremas, cuando le anunciaron a Juancito que lo “flauteaban”, me dio por convencerlo que para resistir los shocks eléctricos me había hecho mucho bien ingerir mucho azúcar. Inventé una teoría estrafalaria e inverosímil sobre la naturaleza de la electrolisis en la sangre y lo hice comer azúcar durante una hora. Al final, cuando no podíamos más de la risa, le di cuenta de que era una broma.
Al retorno, memorioso y vengativo como el buen elefante que residía en él, me dijo: “Y vos no te hagas el vítima, que me dijeron que te la dieron con una picana a pilas. No te me vengas a hasher el héroe”. Me fundió, porque era cierto, la cosa había sido bastante liviana y creo que por esas cosas que uno tiene, la magnifiqué un poco. Nuevamente Juancito me hizo bajar a tierra.
Luego de la fuga, cayó nuevamente en el bolsón del 14 de abril. Yo caí diez días después y nos reencontramos en Cárcel Central, que ofició como posta para llevarnos a Punta de Rieles, hacernos itinerar por cuarteles y dar con nuestros huesos en el Penal de Libertad, donde el azar quiso que a Juancito le tocara el 013, es decir, la “yeta”, lo que es una cuasi demostración de que el humor lo buscaba. Por esos días el Escuadrón de la Muerte, que estaba muy activo, había publicitado una lista de sentenciados a muerte, que estaba encabezada por Alejandro Artucio, maestro de abogados, un ícono entre los compañeros. Por añadidura, Artucio defendía a Juancito, lo que le sirvió para hacer una más de sus humoradas: “Qué me voy a ir yo de acá, botija, si mi abogado es golero del Escuadrón”.
De aquellos días en los que estábamos juntos y hablábamos hasta la madrugada tratando de buscar una explicación a lo que estaba sucediendo, empezamos a hacer –en broma- una especie de librillo que se llamaría “Las citas de Juancito”. Me gustaría recordarlas, pero era la visión del sentido común proyectada sobre la tragedia y debo reconocer (si bien recuerdo el contexto y no los textos) que Juancito, a su particular manera, era más sabio que nosotros. Sólo recuerdo la primera: “Una guerrilla para más o menos ganar tiene que ser medio victoriosa, porque si no cualquier gil se te hace contra”. Lo que remite a otra de las características del Juan, eso del “más o menos”, o del “medio”, es decir, la manera con que relativizaba todo lo que decía, a contrapelo de la pedantería que a menudo nos ganaba, sobre todo a los más jóvenes.
Luego que salimos de Libertad la vida nos fue separando por diferentes caminos. Con Juancito no fue la excepción.
Lo vi más de una vez en la casona del Servicio Ecuménico Solidario (SES), que fue lugar de reunión y de cobijo para todo aquél que precisara una mano, donde se procesaban insumos y apoyos (particularmente para el movimiento cooperativo), donde invariablemente se le encontraba junto al “Paco” Sclavo, como si luego de aquella noche de fuego graneado en la que uno “la quedó” y el otro escapó entre el paso espeso, hubieran decidido no separarse.
Nos encontramos en movilizaciones, en asambleas de ex presos, con una ceguera que progresivamente le iba ganando terreno pero a la que peleaba con su astucia de siempre, haciéndose experto en reconocerte por la voz y hasta por el tacto. Me contaba ayer el “Conguito” que la última vez que lo vio lo hizo de esa manera. Sin palabras, le tocó la cabeza y le dijo: “Estás más alto”. Era otra de sus ironías, en realidad era Juancito el que estaba más bajo.
Me prevenía “Marxito”: “no escribas como esos para los que todos los que se mueren son buenos. Contá cuando se hacía cargo de los papeles del funcionamiento interno y las manos le temblaban, pero igual asumía, como asumió todo siempre, porque era uno de los mejores de entre nosotros”.
Sí, lo recuerdo, como recuerdo que todos convivimos con el miedo (menos Arturo). Y en el balance final doy gracias a la vida por haber vivido todo lo que viví junto a la mejor gente que conocí en mi vida. No es que todos fuéramos “en el buen sentido de la palabra buenos”, como se definía Machado. Es más, creo que esos compañeros buenos, simple y sencillamente buenos que convivieron con nosotros en esos años no eran muchos. Los había. Seres a los que no conocí jamás una mala actitud, por mínima que fuera y que no menciono por pudor. Los demás, con alguna rara excepción, éramos gente con más pliegues o con algún perfil más defectuoso, pero en definitiva, gente muy buena y generosa.
Quiero terminar estas líneas diciendo que a medida que envejezco creo menos en la casualidad y más en la causalidad, menos en Dios y más en los Ángeles, entendiendo por ello a esos mediadores enviados por no sé quién (tal vez por nadie) para revelarnos alguna cosa que teníamos delante de las narices y que, no obstante, permanecía escondida en algún repliegue de la memoria.
Quiso la suerte que al retornar de la despedida a Juancito me cruzara con Javier Miranda, el hijo del escribano Fernando Miranda, cuyos restos fueran encontrados junto a los de Ubagesner Chávez en una chacra de Pando. Lo saludé y no pude evitar recordar que precisamente a esa chacra iba el “Paquito” Sclavo y Juancito cuando los emboscaron y el Juan se les escabulló entre los pastos. No pude evitar recordar que esa madrugada los esperaba en la misma chacra junto a uno de nuestros principales dirigentes. No pude evitar pensar en nuestra huída precipitada de la chacra con un NSU cargado hasta el agobio con cajas que contenían las libras que había expropiado Juancito (una fortuna por entonces) y que meticulosamente me había hecho contar el dirigente, experto en balances.
Recuerdo que luego de muchas vueltas, el jefe me dejó en Montevideo, frente al Mercado Modelo y hubieron de pasar casi tres años para que me enterara que ese prócer, “de cuyo nombre no quiero acordarme”, había transferido parte de ese tesoro sagrado a su propio bolsillo.
Aún no sé qué cosa fue, pero algo me cerró. Algo que me habla de una historia de padres e hijos, de hombres y de mocosos, de héroes y de tumbas, de fraternidades que van más allá de la muerte y también de traidores. Porque en toda historia que se precie de tal no pueden faltar los mártires, pero tampoco los traidores.
Por entonces tenía diecinueve años y era un chiquilín iluso, algo engreído, lleno de certidumbres y lo suficientemente inmaduro para no darme cuenta que tendría que haber aprendido más cosas de gente como Juancito, que me doblaba en edad. No sé si es o no una fortuna haber sido uno de los más jóvenes de aquella falange y poder escribir estas crónicas de una generación que hoy se está yendo de a poco. Pero sé que tengo que agradecerle a la vida el haber estado entre sus filas y poder hoy conservar en mi retina la última imagen de Juancito, de gorra y pantuflas, con un viejo pantalón y un buzo de color indescifrable, adivinándome por la voz y diciéndome con la sonrisa de siempre: “¿Qué pasha botija?”.
José López Mercao