AQUELLOS POLVOS TRAJERON ESTAS MUERTES
Entre Rosario y Sinaloa
Caras & Caretas
28 ene 2023
Por Carlos Peláez
Cadáveres descuartizados y quemados; un promedio de dos asesinatos diarios, son parte de la cotidiana información policial. Desde el principio de su gestión el ministro del Interior, Luis Alberto Heber, reafirmó su decisión de ir a la guerra contra los narcotraficantes.
Hace pocos días el director de Convivencia Ciudadana, Santiago González, expresó su preocupación porque “empezaron a encontrar metralletas en las bocas de drogas”. La escalada de violencia atroz tiene un correlato en la persecución contra las “bocas”. Lo reconoció el propio Heber. Pero esa posición desconoce una realidad. Hoy el que opera una boca de drogas puede llegar a ganar unos 200.000 pesos al mes. ¿En qué empleo legítimo lo lograría? Pero además, las bocas se reproducen inmediatamente. Y hoy los distribuidores van más adelante que la policía. Ahora montan pequeños negocios como pizzerías con delivery; pequeños almacenes o kiosquitos con lo que logran dos objetivos: 1) no tienen que esconderse y 2) pueden justificar legalmente sus ingresos. Gustavo Leal relató que Mónica Sosa, líder de los Chingas, tenía un lavadero con cuatro máquinas que funcionaban todo el día, claro que lavando siempre la misma ropa. No vivía de eso, pero era su tapadera para justificar ingresos. En el interior, donde la gente se conoce más, es común encontrar autos o motos de alta gama frente a ranchitos o incluso en asentamientos. La gente sabe quién vende y dónde, pero no puede denunciarlos porque no tienen garantías sobre su seguridad. En lugares muy pobres, los narcos son la “salvación” de mucha gente, porque les dan plata para comer cada día o pagar sus facturas.También “colaboran” con la comunidad, con la escuela de la zona o el club del barrio. Lo aprendieron de Pablo Escobar. Porque también ven las series.
Un consumo que crece
La historia muestra que desde sus orígenes los humanos consumieron drogas. Pero comenzaron a difundirse en el siglo XIX principalmente en Europa, sobre todo en Inglaterra por el arribo del opio desde la India y en Francia por el hachís que llegaba desde sus colonias africanas. La Compañía británica de las Indias Orientales empezó a vender opio en China. Cuando las autoridades de este país intentaron terminar con el negocio estalló la denominada “Guerra del Opio”. Como el Estado británico acumuló enormes riquezas con ese comercio, los traficantes contaban con muchísimas facilidades y apoyo otorgado por el gobierno. La aristocracia inglesa, enriquecida con el tráfico, difundió la idea de que su consumo en cantidades moderadas no generaba daño a la salud, por el contrario, ayudaba a sobrellevar los sufrimientos de la vida cotidiana. Como se le consideraba menos nociva que el alcohol, no tenía aranceles altos por lo que era muy accesible para la población, ya que su consumo, además, era legal. A finales del siglo XIX y principios del XX se empezó a consumir cocaína de venta libre en Estados Unidos desde 1885 y heroína que se vendía en Alemania desde 1898. La cocaína se usaba como una sustancia estimulante y energética, mientras la heroína fue presentada por el fabricante, la empresa Bayer AG, como un analgésico y sedante. Paralelamente fueron apareciendo nuevos tipos de drogas, esta vez sintéticas: la mezcalina, las anfetaminas y el LSD. Las anfetaminas se usaron ampliamente en las Fuerzas Armadas de los países participantes de la Segunda Guerra Mundial para estimular a los pilotos y a los efectivos de las tropas de misiones especiales. Con esta finalidad, las anfetaminas se siguieron usando hasta los años 70 del siglo XX. Fue a partir de mediados de 1900 cuando el tráfico de drogas se convirtió en una industria ilegal cuya red alcanzó a todo el mundo. La plantación de la adormidera del opio, la producción de heroína, su transporte y su venta al consumidor estaban repartidas entre las agrupaciones criminales más poderosas, empezando por las riadas asiáticas y acabando por la mafia italiana. Aparte de los capos del mundo criminal, estaban muy interesados en el narcotráfico los jefes de los servicios secretos, porque los ingresos de la venta de este producto ilegal les permitía financiar sus operaciones ilegales. Con dinero del narcotráfico la CIA financió a los “contras” nicaragüenses a fines de los 70. Con el dinero de la heroína se financió la entrega de armas estadounidenses a los mojahedines afganos en la primera etapa de la guerra contra la Unión Soviética en Afganistán desde 1979 hasta 1989. Después de la retirada de las tropas rusas, Afganistán le arrebató al “Triángulo de oro” ((Myanmar, Laos y Tailandia) su primacía como la plantación de opio más grande del mundo. En la actualidad,del opio afgano se extrae el 90% de la heroína que se consume en todo el mundo (Historia del Narcotráfico-Rotativo Digital. México). Tres mil años antes de Cristo, los incas peruanos mascaban hojas de coca para contrarrestar los efectos de la altura en la montaña. En el siglo XVI los españoles invasores la llevaron a Europa. La cocaína fue extraída de las hojas de coca por primera vez en 1859 por el químico alemán Albert Niemann. Recién en 1880 empezó a hacerse popular en la comunidad médica.
En 1886 la droga logró mayor popularidad en EEUU cuando John Pemberton incluyó las hojas de coca como ingrediente en su nuevo refresco: la Coca-Cola. Los efectos eufóricos y vigorizantes sobre el consumidor ayudaron a elevar la popularidad de la bebida a comienzos de siglo. En esa época la droga llegó a ser muy popular en la industria del cine mudo y los mensajes a favor de la cocaína que salían de Hollywood influyeron a millones de personas. En la década de los 70, la cocaína surgió como la nueva droga de moda para los artistas y hombres de negocios. Parecía la compañera perfecta para un viaje por el carril de alta velocidad. Suministraba “energía” y ayudaba a la gente a permanecer “alerta”. En algunas universidades norteamericanas, el porcentaje de estudiantes que habían experimentado con cocaína se incrementó diez veces entre 1970 y 1980. A finales de 1970, los traficantes de drogas colombianos empezaron a establecer una elaborada red de producción y contrabando de cocaína hacia los Estados Unidos. Y luego de la caída de Pablo Escobar, los cárteles mexicanos se adueñaron del tráfico. En los años 70 el consumo de marihuana y cocaína en Uruguay estaba circunscripto a pequeños sectores. Las consumían algunos artistas y sobre todo gente de muchos recursos económicos, porque su precio no era accesible. Fue después de la dictadura cuando el tráfico comenzó a desarrollarse, aunque lejos estaba de tener las características que vemos hoy. Tampoco era tan fácil conseguirla en la calle. Con la crisis de 2002, la pasta base se instaló en el mercado local y no ha cesado de crecer desde entonces. También creció considerablemente el consumo de cocaína. Algunos informes ponen a Uruguay como el primer consumidor per cápita de América Latina. Pero hay investigadores que ponen en duda esa posición aunque reconocen que “se consume muchísimo”. Los últimos informes de inteligencia policial ponen el alerta sobre la instalación de laboratorios clandestinos para fabricar drogas sintéticas. Varios han sido desbaratados, pero las autoridades señalan que, como son de difícil ubicación, no se sabe cuántos estarían en actividad. En los últimos tiempos, además, han ingresado al submundo de las drogas empresarios o personas de sectores acomodados con problemas financieros que tienen la esperanza de resolver sus problemas ganando mucho dinero con un “pasamanos”. Los casos de Martín Mutio o del empresario sojero de Soriano, Gastón Murialdo, son los más recordados. Entre los dos manejaron 10 toneladas de cocaína. Mientras tanto las familias se complican con el consumo problemático de alguno de sus miembros y las cárceles se llenan de presos en su mayoría jóvenes pobres y cada vez más mujeres.
Más cerca de Rosario que de Sinaloa
En junio de 1998 el matutino argentino Clarín publicó una entrevista al general Charles Wilhelm, entonces Jefe del Comando Sur de los EEUU. El jefe militar sostuvo que “a consecuencia de la Operación Colombia, los narcos podrían mudarse al Cono Sur”. Pero esa estúpida guerra solo logró que el negocio cambiara de manos. Ahora los narcotraficantes grandes eran grupos paramilitares o sectores de la guerrilla que se financiaban así. Las plantaciones de coca crecieron. Después de la muerte de Pablo Escobar el negocio se trasladó a México donde ya operaban algunos cárteles. Si bien la tasa criminal era importante, la tragedia de esa nación comenzó el 10 de diciembre de 2006 cuando el entonces presidente Felipe Calderón ordenó el comienzo de la guerra contra el narcotráfico. Desde entonces algo más de 400.000 personas han sido asesinadas, hay unos 109.000 desaparecidos, 100.000 efectivos de la Guardia Nacional y la Marina combaten contra los cada vez más numerosos cárteles. La policía fue desplazada igual que el ejército porque los narcos los habían corrompido y penetrado. Por ahora es la marina quien tiene a cargo las principales operaciones en tierra. Crecieron el tráfico de personas, el tráfico de armas y el contrabando. La corrupción política fue infame. Tanto que hoy se está juzgando en EEUU a Genaro García Luna, exsecretario de Seguridad (algo así como el FBI mexicano), por haber recibido millones de dólares de los cárteles. Pero no es el único. Hoy se produce cocaína en grandes cantidades en Perú, Ecuador y Bolivia. Dos organizaciones criminales brasileñas se disputan el territorio al Sur: el Primer Comando de la Capital (PCC) y Os Manos. Tienen una estrategia definida para ir apropiándose de territorios desde donde puedan no solo abastecer los mercados internos, sino principalmente la “exportación” hacia Europa y Asia. Informes de Inteligencia argentina revelan que estas organizaciones tienen un plan para, desde Rosario, apropiarse de la ciudad de Buenos Aires. Y para ese objetivo han establecido alianzas. De Uruguay buscan su puerto y partes del territorio donde aterrizar pequeñas aeronaves. Las autoridades deberían prestar mucho más atención a lo que está ocurriendo en Rosario, provincia de Santa Fe, porque nuestro país se parece mucho. En el año 2017 Hernán Lascano y Germán de los Santos, dos prestigiosos periodistas de esa ciudad, publicaron el libro “Los Monos, la historia de la familia narco que transformó a Rosario en un infierno". El trabajo es una radiografía a fondo de los Cantero, una familia que se adueñó de una parte de la zona sur rosarina comercializando al por menor estupefacientes en la segunda ciudad del país. Lascano explicó que “en Rosario estaban pasando fenómenos muy complejos que yo creo que a todos los sectores -no solamente al sistema político sino también al mundo empresarial, al sistema penal-, se les escaparon. Que era una situación que tiene dos vertientes: una pauperización muy fuerte en determinados sectores de la ciudad, grandes, por ejemplo donde imperaron Los Monos, y al mismo tiempo una transformación que empezó hacia el año 2000 de la forma de producir y comercializar estupefacientes, básicamente la cocaína. En ese cóctel es que surge este grupo”.
Agregó que “cuando hablamos de la banda de Los Monos tenemos que hablar en el fondo de una banda narco-policial, porque la mitad de los procesados son efectivos de la fuerza de seguridad. Sin la policía Los Monos no podrían haber existido. La policía era la que le aportaba información muy fina que les servía a ellos para la logística. Información sobre otras fuerzas de seguridad federales, por ejemplo, que merodeaban Rosario y estaban investigando al narcotráfico. Les señalaban qué búnker desactivar porque iba a ser allanado. Y esa información por la escasa sofisticación que tenía la banda de Los Monos no la podrían haber tenido sin la ayuda policial”. Los Monos en los hechos no son un cártel, sino una organización de microrredes narcos que solo venden, no producen. La droga llega de afuera. Y de ahí la importancia de su asociación con el PCC, que le provee droga e infraestructura. Igual que en Uruguay donde tampoco hay un cártel, sino microrredes dirigidas por familias o delincuentes expertos, aún desde la cárcel. Acá no se produce ni cocaína ni pasta base, llega desde afuera, principalmente de Paraguay adonde es trasladada desde Bolivia. Hubo un tiempo en que la Dirección General de Represión al Tráfico Ilícito de Drogas, encabezada por el inspector Nelson Rodríguez Rienzo y la Brigada Antidrogas a cargo del comisario Ricardo De León, eran centros de corrupción, tal como se reveló con la investigación realizada por el juez penal Homero da Costa sobre el narcotraficante Omar Clavijo. Fue el inspector principal Roberto Rivero, quien cuando asumió al frente de la Dgrtid, investigó y desplazó a ambos oficiales. De su mano llegaron los inspectores Julio Guarteche y Mario Layera. Rivero elaboró una nueva estrategia que pasaba por evitar el ingreso de grandes cantidades y combatir el lavado de dinero. Con él comenzaron las grandes incautaciones. Pero en medio se encontró con la corrupción política. Investigando las actividades del Cártel de Juárez en Punta del Este, en el año 2000 descubrió que el periodista Danilo Arbilla había vendido una casa a testaferros de Amado Carrillo Fuentes. El periodista era vendedor de buena fe, no sabía a quién vendía. En cambio su escribano sí. Pero para intentar evitar un escándalo público, Arbilla -entonces director de Búsqueda- usó todo su poder y logró que el vicepresidente Luis Hierro López y el ministro del Interior Guillermo Stirling destituyeran a Rivero que entonces era director nacional de Policía. Nunca más se investigó nada sobre el cártel y la policía perdió a uno de sus mejores hombres. Todos en este país saben que hay policías que colaboran con los narcos. Lo saben los policías honestos, que son la mayoría, pero no pueden enfrentar “el muro azul”. El caso del comisario Fernando Pereira, tercero en jerarquía de la Jefatura de Maldonado, actualmente preso por varios delitos, es ilustrativo. Durante tres años bandas de narcotraficantes asolaron la ciudad de San Carlos, con muchos muertos. La madre del jefe de una de las bandas acusó a la policía de “cobrar coimas para tolerar la venta de drogas”. El comisario Pereira, quien antes de ser coordinador de Jefatura se desempeñaba como responsable de la seccional de esa ciudad, tiene un patrimonio que no se justifica con su salario. Desde que Pereira está preso los asesinatos narcos en San Carlos pararon mágicamente.
¿Dónde va a parar el dinero narco?
La guerra contra las drogas está perdida antes de empezar. Lo aseguran las policías más profesionales del mundo. Heber insiste con su planteo y las calles de Montevideo, con su reguero de cadáveres trozados en pedazos o la muerte de inocentes, muestran que nos lleva hacia el abismo. La droga es un negocio que genera mucho dinero a diferentes niveles. Un proveedor de varias bocas, digamos 10, puede ganar algo más de 10.000 dólares por mes. Hay alguien o algunos que están financiando los grandes cargamentos. Hay otros que les hacen sociedades para esconder ese dinero. El gobierno a través de la LUC elevó a 120.000 dólares el máximo que se puede gastar sin justificar. Digamos, se puede comprar un departamento sin tener que explicar de dónde salió el dinero. Esa es una debilidad importante en la lucha contra el narco. Porque al final lo que más les interesa es el dinero. ¿Dónde van a parar todos los objetos que, robados generalmente, entregan en la boca los consumidores a cambio de su dosis? ¿Quiénes son los reducidores? ¿Cómo los colocan estos? Tal vez nuestros lectores ensayen respuestas como las ferias, por ejemplo. Pero eso solo no alcanza para mover un mercado enorme de objetos. Porque mientras el talante de las autoridades sea solo comparar números con el pasado, la tragedia golpeará nuestra puerta todos los días. Sobre todo la puerta de los barrios más pobres. Porque en Carrasco se consumen drogas pero no se serruchan cadáveres.
En el barrio Peñarol ganó el método mexicano
Publicado el 23 de enero de 2023 La Diaria
Escribe Gustavo Leal
En el barrio Peñarol se vive un infierno. Ocurrieron 17 homicidios en diez meses. Una nueva banda criminal tomó el control del barrio y desbancó al clan de la familia Segales descuartizando y quemando rivales.
La realidad es muy diferente del relato autocomplaciente y triunfalista del gobierno, que asegura que se ha desarticulado una banda criminal de las cinco que operan en la zona.
En los últimos días, el clan de la familia Segales, relacionado con el narcotráfico en el barrio, quedó duramente golpeado en su estructura porque otra banda criminal se impuso con un método feroz: secuestrando, torturando, quemando, asesinando y enterrando gente para desaparecerla. En el barrio con más homicidios del país se presume incluso que hay más cuerpos enterrados de personas que desaparecieron y que aún no se han encontrado.
Atribuirse el éxito de una banda criminal que desplaza a otra como mérito propio de la política de seguridad es irrisorio, además de irresponsable. La banda fue sustituida por otra aún peor que hoy se consolidó. Pero en la persistente construcción del relato, el gobierno se esfuerza en atribuirse lo que insólitamente considera un logro.
Los investigadores policiales tienen claro el escenario, pero no pueden evitar que las ansias de protagonismo político de las autoridades presenten un panorama de situación bajo control. Son conscientes de la gravedad de lo que sucede y observan en silencio, sin poder contradecir en público el relato. Sienten hasta vergüenza ajena por la liviandad con la que se abordan problemas complejos.
En el barrio Peñarol operan varios grupos vinculados a la distribución de drogas con vínculos hacia otras actividades delictivas. Hasta hace un tiempo, la familia Segales mantenía el liderazgo, pero en una confrontación de diez meses fue desplazada por La Tita, una mujer que implementó en forma minuciosa el modelo mexicano de control territorial. En menos de un año, se convirtió en la patrona del vecindario.
La caída del clan Segales
La banda de los Segales estaba constituida por Walter Segales, padre de cinco hijos a los que se sumaban algunos otros parientes, además de personas del barrio. No era un grupo numeroso, pero mantenían en la zona al menos cuatro bocas de drogas. En noviembre de 2021, Walter Segales fue encontrado muerto en su casa como consecuencia de un paro cardíaco. Su caso fue caratulado por la Policía como “fallecimiento sin asistencia”. En ese momento estaba en condición de emplazado por la Fiscalía, ya que debía de responder en el marco de una investigación de tráfico de drogas en la que una de las evidencias era lo encontrado días antes en un allanamiento en su propia casa.
El equilibrio en la ecuación de fuerzas se alteró a partir de esa muerte. La banda de la familia Vallejo, otro de los cinco grupos que se disputan la zona, resolvió destronar a la banda de los Segales. Pero en la dinámica de ganadores y perdedores que produce un enfrentamiento abierto le allanaron el paso a otro grupo que, a fuerza de la violencia inusitada y el terror, se hizo más fuerte y dio el jaque mate.
En los primeros días de enero de 2022, en plena tarde veraniega y desde un auto, integrantes del clan Vallejo dispararon más de 20 veces hacia la casa de la familia Segales, matando a uno de los cinco hijos, de 32 años, e hiriendo a otro, de 26 años de edad. Desde esa fecha hasta mayo hubo nueve homicidios en la zona, cifra que se duplicó entre julio y noviembre. Las muertes siguieron y comenzaron a aparecer cuerpos calcinados y desmembrados en las calles del barrio. A partir de ahí, la situación empeoró aún más.
Mauro Segales, uno de los hijos de Walter, tomó el mando al morir su padre. Los vacíos de poder se olfatean en las estructuras criminales. Sabedor de que la ausencia de su progenitor podía interpretarse como debilidad de la banda, resolvió atacar. Junto a uno de sus lugartenientes, apodado El Keto, en la antesala de la Noche de la Nostalgia, robaron la droga que distribuían tres vendedores de La Tita. Ella había decidido abrir una fuerte competencia en un escenario de alta movilidad y de muchas oportunidades.
Es así que, en la noche del 23 de agosto, además de rapiñarles la droga a los distribuidores, asesinaron a cada uno de ellos con un disparo en la cabeza. El triple homicidio se produjo en un baldío en camino Edison y Watt. En la madrugada tiraron en los pastizales los cuerpos de un hombre de 49 años, otro de 44 años y una mujer de 49 años.
Jessica Paola Silva Montero, de 27 años de edad, alias Beba, fue testigo casual de aquella masacre. Ella era una consumidora de drogas y estando en las cercanías del baldío presenció la ejecución. Inmediatamente después de observar lo sucedido fue a la casa de La Tita para entregarle información y conseguir a cambio un pago en sustancias por el dato tan relevante que aportó. La Tita se enfureció y, en represalia, mandó matar a El Keto. Pero ese atentado no fue exitoso: las balas le rozaron la cara, pero no lograron el objetivo. Eso sí, los disparos le dejaron la marca de “cara cortada” en ambos pómulos.
Cuando hay acción, hay reacción. La consecuencia del fallido atentado a El Keto fue que este y Mauro Segales secuestraron a Beba. La noche del 29 de octubre, la subieron a un auto y la llevaron por la fuerza a la casa de Claudia Gisele Viana Caramez (hermana de El Keto), quien prestó su hogar en pleno barrio Peñarol para que fuera sala de tortura y calvario. En su presencia, la golpearon y la interrogaron hasta matarla. En el ínterin le sacaron fotos y la filmaron para enviar esas imágenes a parientes y allegados como forma de señal mafiosa. Luego la descuartizaron en el living con un serrucho y pusieron partes de su cuerpo en cuatro bolsas de nailon negras. Ambos asesinos le indicaron a la dueña de casa que ella debía descartarse del cuerpo, tirando en diferentes lugares las bolsas que contenían las partes del cuerpo desmembrado. La escena de sangre en las paredes y pisos de la morada era dantesca, pero la mujer salió a dispersar por el barrio, a manera de señal mafiosa, las partes del cadáver. Luego de ubicar los restos del occiso en diferentes lugares, retornó a su casa para baldear el living y tratar de limpiar todas las manchas de sangre que habían quedado. Terminó su tarea cuando ya había amanecido.
Dejó una de esas bolsas en una boca tormenta en la esquina de Edison y Marconi. Los vecinos denunciaron que veían “un paquete y una bolsa” en una alcantarilla y que se registraba un fuerte olor a putrefacción. Se constató, al llegar la Policía Científica, que en esa bolsa había partes del cuerpo de una mujer en estado de descomposición.
Horas después, asustada por la situación, la mujer que tiró los restos se presentó a la seccional, acompañada por su madre, para entregarse y al mismo tiempo denunciar en la Policía a su hermano, El Keto, y a Mauro Segales. Este último fue detenido y actualmente cumple prisión preventiva. El Keto logró escapar de la Policía.
El ascenso de La Tita
Pero la historia de muerte y venganza continúa. Un joven de 24 años apodado Brasil había sido pareja de Beba, con quien tenía un hijo de dos años. Tanto Brasil como Beba eran consumidores de drogas y clientes recurrentes de una de las bocas que regentea La Tita. Al enterarse del descuartizamiento de la madre de su hijo, Brasil juró venganza y se puso a la orden de la jefa emergente para hacer justicia. Hace unas semanas, Keto y su hermano Pachi seguían siendo buscados por la Policía, pero fueron emboscados por los lugartenientes de La Tita, quienes le dieron a Brasil un papel protagónico en la venganza. El golpe contra los hermanos Viana Caramez fue una señal contundente del nuevo poder ascendente. Luego de asesinarlos con dos tiros a cada uno, varios consumidores que estaban en la boca participaron en el enterramiento de los cuerpos, en un ritual macabro previo a esparcirles cal. El Keto fue enterrado, pero el codo quedó a la vista, mientras que a Pachi lo tiraron en una zona de cañaverales de muy difícil acceso, cerca de un arroyo.
Luego del doble homicidio, Brasil y su nueva pareja se fueron a Artigas, de donde es oriundo. Ahí le confesó a su padre que había vengado el descuartizamiento de su exesposa y este lo denunció a la Policía. La joven que acompañaba a Brasil intentó una última jugada para protegerlo: se presentó a la Policía para informar que sabía con precisión la ubicación de los cuerpos, lo que permitió los hallazgos. Las delaciones mediante llamadas anónimas de los participantes del ritual macabro permitieron aclarar los homicidios y encontrar los cuerpos enterrados en pleno barrio Peñarol.
El nuevo plan de Heber
Hoy el clan de la familia Segales fue desplazado en su liderazgo, aunque no dejó de existir. Pero quien ganó la pulseada lo hizo aplicando una dinámica criminal que comenzó a asomar en el país emulando la modalidad mexicana de control territorial. No hay un éxito del Estado. Lo que está en juego es la gobernabilidad, y como sociedad estamos cada vez más en deuda con la democracia.
Eso implica un Estado que no pudo parar la espiral de violencia ante la escalada de homicidios, descuartizamientos e intentos de desapariciones de cuerpos. Fue en mayo que el ministro del Interior anunció en Peñarol un plan para combatir los homicidios. Desde entonces hasta la fecha aumentaron 25%.
En estos días el ministro Heber anunció un nuevo “Plan de Prevención de Homicidios”. Nadie sabe si el plan anterior existió y era real o fue otro anuncio vacío. En todo caso, lo que no se puede discutir es que fue un fracaso, porque aumentaron los homicidios que pretendía disminuir. Pero de eso nada dijo.
Los políticos deberían acostumbrarse a debatir con rigurosidad. A días del inicio del cuarto año de gestión, Heber anuncia en un programa de televisión que va a reclutar exdelincuentes como consultores del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para que hablen con los sicarios, promuevan un alto el fuego y los convenzan de dejar de asesinar. Serán contratados bajo el nombre de “interruptores de violencia”.
La cúpula del Ministerio del Interior parecería no tener noción de lo que sucede en la dinámica criminal. Tal vez esa sea la razón por la cual plantean la idea de pagarle un sueldo de consultor internacional a exmafiosos para que logren convencer a La Tita y al clan Segales, utilizando la palabra y técnicas de psicología conductual, de que depongan su actitud. El ministro Heber ejemplificó que, ante el cobro de cuentas impagas de los narcos por la compra en las bocas de venta de drogas, es necesario tener gente “en el terreno” para que “las consecuencias de esa guerra que tenemos [en referencia a la Policía] contra el narcotráfico no se transformen en muertes”.
Este gobierno está confundido, sin rumbo ni estrategia. Recurre como manotazo de ahogado a un préstamo millonario para una propuesta que el propio Heber reconoció que no sabe si funcionará. Es la improvisación y el talenteo al mando del Ministerio del Interior. Además, Heber dijo que el acuerdo con el BID está “por firmarse” y que espera ponerlo en práctica recién “el año que viene”, o sea en 2024, que es el último año de gobierno y en pleno calendario electoral.
Las experiencias de mediadores o referentes de pares no son pertinentes para desarticular el accionar de organizaciones criminales. Son instrumentos para apoyar procesos de reinserción en el mundo educativo y laboral cuyo “trabajo” debe ser en la economía formal y real a través de empresas o empleos públicos. Este tipo de acompañamiento puede ser utilizado en casos de procesos de egreso de la cárcel o en el cumplimiento de medidas alternativas a la libertad de personas primarias. Se trata de que personas de las comunidades puedan ser un punto de apoyo para una mejor reinserción social.
Pero en esta propuesta la confusión conceptual es total, la incertidumbre mayor y la deriva segura.
El anuncio del gobierno desmoralizó a la Policía y cayó como un balde de agua fría porque no valora su trabajo profesional. Ni se preocuparon por consultarla. Uruguay tiene una crisis de seguridad que hay que afrontar con políticas integrales serias y respaldando a la Policía. No acepto que se pretenda ridiculizarla y menoscabarla en su moral bajo el argumento de que “no entienden el léxico” de la delincuencia.
Con los sicarios y narcos no se negocia. Y menos aún se les anuncia que con deuda externa se contratará a personas de sus propios entornos para que los hagan desistir y capitular. El anuncio público de Heber es la antítesis del profesionalismo y la seriedad. Ya puso en alerta a los criminales y expuso a los policías a represalias. Se deberá hacer responsable.
Gustavo Leal es sociólogo