sábado, 2 de noviembre de 2024

Un millón de convicciones

SERGIO SOMMARUGA


1 noviembre 2024, Caras&Caretas
Por Alfredo Percovich

 

El integrante del Secretariado Ejecutivo del Pit-Cnt y miembro del comando de campaña a favor del Sí a la papeleta blanca realizó un balance profundo sobre el resultado del plebiscito. «No hay que subestimar a los trabajadores», reflexionó.



Invoca a Sócrates, Aristóteles o Platón para contrarrestar la lógica inquisidora predominante que busca amedrentar, secuestrar y, si es necesario, exterminar las ideas díscolas. En tiempos donde se imponen las nuevas razias —menos visibles, más sutiles, distintas pero igualmente feroces que persiguen el pensamiento crítico—, no debe resultar sencillo salir a la intemperie —allí donde la hostilidad es la ley— para defender una causa en clave de derechos humanos, impulsada por el movimiento sindical, que nació con ruidos y diferencias, pero que terminó siendo una iniciativa respaldada por casi un millón de personas que, a pesar de los augurios tenebrosos de las calificadoras de riesgo y de unos cuantos más, optaron por colocar la papeleta blanca del Sí. 

Sergio Sommaruga es profesor de Filosofía, integrante del Secretariado Ejecutivo del Pit-Cnt, dirigente nacional del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Enseñanza Privada (Sintep) y desempeñó un rol determinante en la campaña por el Sí, recorriendo el país con brigadas sindicales integradas por técnicos y militantes. Concurrió a cientos de entrevistas de prensa y participó en debates con representantes del gobierno herrerista, particularmente con el redactor de la ley 20.130, el doctor Rodolfo Saldain. Sommaruga estudió, preguntó, repreguntó, se asesoró mucho con algunos detractores de la papeleta blanca del Sí, «para saber qué pensaban y cuáles eran sus cuestionamientos» y se fue transformando en un experto en las normativas vigentes, en los fallos del sistema, en las promesas incumplidas y, de manera casi natural, se convirtió en un defensor del derecho de las y los trabajadores en soñar algo mejor que lo que disponía el sistema para ellos. Porque Sommaruga está convencido de que no es verdad que las manos, espaldas, piernas y almas deban trabajar hasta no poder mantenerse en pie, y que tampoco es verdad que haya que resignarse, calladitos, para no incomodar al gran capital al que —según dicen— no le gustan las impertinencias sindicales. Casi un millón acompañó la papeleta blanca con sus tres ejes y ahora el sistema político deberá actuar en consecuencia. «No hay que subestimar a los trabajadores», advirtió.

Sommaruga habló en asambleas y fábricas, debatió con mucha altura en la Facultad de Ciencias Sociales y en el prestigioso escenario periodístico del periodista Emiliano Cotelo, En Perspectiva; recibió en calles y pueblos el agradecimiento de cientos de familias y de gente de todas partes, gente común, y hasta obtuvo confesiones en voz baja de quienes adelantaron su voto por el Sí, sin aspavientos, para evitar estigmatizaciones y eludir a los francotiradores del pensamiento. Durmió poco, siguió estudiando, pidió consejos, estudió otras horas más y se rió a carcajadas en noches de retorno a la capital por las carreteras perdidas, luego de jornadas militantes agotadoras. Dice que va a pelear hasta que tenga oxígeno en sus pulmones para refutar aquello de «los ilustres y los salvajes». Y que, en tal caso, habría que discutir quiénes son las bestias.

Transcurridas algunas horas de la votación y a cartas vistas, Sommaruga realizó un balance sobre el resultado de la convocatoria popular, tras lograr la papeleta blanca del “Sí” un total de 935.029 adhesiones. Al respecto, afirmó que se trató de “una derrota electoral que consiguió triunfos políticos importantes” y aclaró que esto “no es una forma de ocultar que el objetivo principal no se alcanzó. Me refiero a triunfos en el sentido de que se logró instaurar un espacio argumentativo sólido y un debate público que profundizó la reflexión sobre la seguridad social, los perjuicios de la ley 20.130 aprobada por el Gobierno, y los fundamentos no sólo técnicos y conceptuales, sino también de viabilidad para implementar los derechos cautelares que planteaba la papeleta”, explicó.

En ese sentido, afirmó que “el movimiento sindical hizo una contribución que enriqueció el debate democrático en una campaña que no llegó a proyectar una visión sobre el Uruguay del futuro. Ese es un logro; benefició al movimiento social y también al país, a la sociedad en su conjunto. Además, creo que logramos otro aspecto muy significativo: la transversalidad. Logramos que, como trabajadores, pudiéramos hablarles a otros trabajadores, sin importar por quién votaron. Tenemos 120.000 trabajadores que votaron al Partido Nacional y al Partido Colorado que apoyaron la papeleta, y eso es relevante, considerando que las dirigencias de esos partidos adoptaron una postura muy cerrada y hostil hacia la iniciativa, centrada más en la estigmatización y la descalificación que en el argumento y la asertividad”.

Agregó que, en ese contexto, el hecho de que 120.000 personas que votaron al Partido Nacional y al Partido Colorado también hayan apoyado la papeleta blanca “es una información relevante, especialmente cuando se analiza de dónde provienen esos votos, que son fundamentalmente del interior del país. En Rivera y en Soriano, por ejemplo, el Frente Amplio obtuvo muy buenos resultados, pero el ‘Sí’ superó incluso la cantidad de votantes del Frente Amplio. ¿De dónde provienen esos votos? Ahí está la transversalidad, y que haya sido impulsada por el movimiento sindical —que enfrenta una campaña histórica de descalificación desde el discurso hegemónico de la derecha y de los principales medios de comunicación— muestra un logro significativo en términos de legitimidad. Me parece que eso también es un triunfo”, añadió.


Representatividad social del movimiento sindical

Por otra parte, destacó como un logro haber alcanzado casi un millón de votos, lo que refleja una “representatividad social”. Resaltó que esta representatividad social tenga al movimiento sindical como actor central, ya que “le otorga respaldo no solo en el tema de seguridad social, sino también en términos de representatividad como interlocutor social relevante”.

En referencia a la estigmatización que enfrentó el movimiento sindical durante la campaña electoral, Sommaruga afirmó que este es uno de los elementos “más fuertes del pensamiento conservador que tiene clivajes esenciales como el caos frente al orden. Para el pensamiento conservador, ellos representan el orden, y todo lo que cuestione su paradigma único es caos. Quienes defienden el orden son los ‘ilustrados’. Esto se observa claramente en el pensamiento de Sarmiento, por ejemplo, quien dividía el mundo entre orden y caos, entre ilustres y salvajes. ¿Y quiénes son los ‘salvajes’? Son aquellos que realizan el trabajo pesado, quienes en última instancia aseguran la producción de bienes y servicios y el funcionamiento de las cosas, pero que carecen de estatus político o intelectual para pensar en la dirección social, el debate moral, las decisiones estratégicas, el rumbo del país, o en imaginar y construir el futuro. Los trabajadores, en términos ontológicos, están relegados a una subcategoría política: son quienes hacen las cosas, pero ‘no saben’ lo que deberían hacer. Así, cuando los trabajadores cuestionan un tema tan complejo y técnico como la seguridad social, ese pensamiento conservador, aunque provenga de personas que no necesariamente son conservadoras, impregna el discurso. No hace falta ser conservador confeso para recurrir a esos clivajes conservadores, y creo que eso estuvo muy presente”, explicó.

Recordó un debate en la Facultad de Ciencias Sociales con dos referentes que se oponían a la reforma, en el que ese mensaje y discurso quedaron claramente evidenciados. “En esa ocasión, dije: ‘No subestimen a los trabajadores. No se puede subestimar a los trabajadores’. Primero, porque es fundamental reconocer el valor que tiene para la sociedad la categoría de trabajo, que es sociológicamente fundante. Sin trabajo, no hay quien cure a los enfermos, quien enseñe a leer o escribir, quien produzca ladrillos, quien moldee metales o garantice la potabilización del agua. El trabajo es la base de todo lo que la sociedad genera. Sin trabajadores, no hay arte, no hay música, no hay periodismo. Así que no subestimen a los trabajadores”, enfatizó. “Los trabajadores han sido generadores de conocimiento en todos los ámbitos. Incluso han dotado a la Universidad de la República de profesores grado 5 con formación autodidacta, y no hablo de un pasado remoto; no me refiero al siglo XIX. Estoy afirmando que los trabajadores construyen conocimiento, y esa construcción tiene tanto valor epistemológico como político. Aquí entramos en otro problema: el estatus de los sujetos políticos para participar en la democracia. Nadie discute hoy que cada ciudadano tiene derecho al voto; ya no estamos en una democracia censitaria. Sin embargo, para la clase trabajadora ser sujeto político del proceso social parece implicar un umbral aristocrático invisible, un techo de cristal”, remarcó.

También se refirió a la oposición que surgió desde algunos sectores progresistas, que firmaron una carta contraria a la iniciativa popular. “Siempre he tratado de ser muy claro en esto. Yo defiendo la libertad de expresión porque defiendo la libertad de pensamiento. La libertad de pensamiento, primero, es un derecho humano, y segundo, nos beneficia como sociedad. Nos hace bien pensar; mientras más y mejor pensemos, mejor. Aporta culturalmente. Pero eso no implica que, detrás de esa libertad de pensamiento y expresión, no esté el derecho a la crítica. Defiendo tu derecho a expresar lo que piensas, pero también defiendo mi derecho a criticar lo que tú estás diciendo, en tanto eso que afirmas contradice lo que considero es la legitimidad política de la clase trabajadora, es decir, los intereses históricos de la clase trabajadora. Ahí es donde surge la controversia. También hay un problema de orden civilizatorio en la construcción de la democracia. ¿Por qué? Porque si la autoridad política para discutir determinados temas recae únicamente en los técnicos, entonces la democracia se limita a votar sobre opciones reducidas que sólo pueden ofrecer los expertos. Esto es crucial, ya que la crisis de las democracias contemporáneas tiene, entre otros factores, este componente: quién siente la gente que es la democracia. Para que las personas sientan que la democracia les pertenece, deben poder ejercer su voz en el ahora y participar en el debate político. No se trata de desconocer el necesario aporte de la ciencia, la técnica y los saberes procedimentales; sin embargo, es fundamental poner las cosas en su lugar. Ha existido una subversión, una subordinación de la política a la técnica, cuando en realidad es la política la que debe definir los objetivos”, agregó.

Recordó que el contador Bruno Gili, socio del economista Gabriel Oddone —futuro ministro de Economía en caso de que triunfe el Frente Amplio— cuestionó su visión porque el dirigente sindical hablaba en términos morales sobre el problema de la seguridad social. “Y sin ser el dueño de la verdad, como en ningún aspecto, yo creo que ésta sí es una discusión moral. Y esa discusión moral es el centro de la discusión política. ¿Sobre qué versa la discusión moral? Sobre lo justo, lo correcto, sobre lo que está bien y lo que está mal. ¿Cuál es el ámbito propio de la política y del derecho de la gente a opinar sobre política? Sobre los fines, valores y procesos que permitan construir una sociedad justa, igualitaria y libre. Después, la técnica debe venir a auxiliar esa discusión para decir: ‘Esto es lo que quiere hacer la sociedad’ y en arreglo a ese mandato político ponemos nuestros saberes a disposición para viabilizarlo. No es la técnica la que debe someter a la política, diciendo: ‘Esto no se puede hacer; lo único que se puede hacer es esto’. Porque ahí se impone la dictadura del pensamiento único, y la discusión sobre los medios termina ganando a la discusión sobre los fines. Si esto se consolida, sería el fin de la historia. Si el pensamiento único se afianza, siempre oscuro, termina siendo profundamente dictatorial, con una eficiencia mayor que la de una dictadura tradicional, porque no parece una dictadura. Es más eficiente, más sofisticado”.

Rebelión ética

Por otro lado, Sommaruga aseguró que durante la campaña electoral aprendió mucho sobre seguridad social. “Creo que estudié más sobre seguridad social que para los exámenes en el IPA. Además, tuve la generosidad de técnicos, economistas y abogados a quienes consulté, porque uno nunca puede saberlo todo. Por ejemplo, hablé con personas que pensaban diferente a mí. Algunos economistas, aunque no estaban de acuerdo con la papeleta, se pusieron al servicio de los trabajadores y de la causa, a pesar de sus diferencias con algunos contenidos de la misma. Y eso me pareció un valor impresionante. Cuando empezamos a discutir en el Pit-Cnt sobre el tema, y vislumbrar la relevancia, el impacto y la trascendencia que iba a tener, comencé a estudiar. Quería entender por dónde iba la discusión, qué significan términos como ‘cobertura’ y ‘suficiencia’, entre otros, y qué decía la Organización Internacional del Trabajo. Una vez que la discusión pública comenzó a tomar volumen, y al ver la ofensiva de los detractores, que hablaban de ‘confiscación’, ‘ruina’ e ‘irresponsabilidad’, me enojé y consideré que, a pesar de mis limitaciones, debía dar la cara y defender a la clase trabajadora, como lo estaban haciendo otros compañeros. Empecé a estudiar sobre seguridad social durante cuatro o cinco horas al día. Sentía la obligación de que se respetara a la clase trabajadora. Me pregunté: ‘¿Qué puedo aportar yo?’. Así que dediqué horas al estudio y traté de hacer lo que hago en clase: transmitir lo que aprendí de la forma más clara y comprensible para quienes no han podido dedicar tanto tiempo y que, de haberlo hecho, habrían llegado a la misma claridad que yo”, contó.

Aseguró que lo movilizó mucho “la agresividad” y los términos incluso “desleales” en los que, en ocasiones, se desarrolló la discusión pública. “Sentí que había una agresión cuando nos señalaban como confiscadores y una descalificación hacia el movimiento sindical, además de que no se estaba aportando al debate público. Estoy en contra del modelo AFAP, pero entiendo que hay quienes pueden estar a favor y defiendo su derecho a tener esa opinión. Sin embargo, no acepto que se tergiverse la discusión. Cuando comenzaron esas dicotomías, como la idea de que estábamos defendiendo a las personas mayores en detrimento de los niños, sentí una rebelión ética y supe que tenía que salir a discutir. Para ello, debía prepararme y hacerlo con decoro, no sólo por mí, sino por la clase trabajadora que tanto quiero y por el movimiento sindical que siento profundamente en mi conciencia”.


El Uruguay del futuro

Por otra parte, se refirió al Uruguay del futuro y al debate que debe emprender el movimiento sindical, luego de que la papeleta por el “Sí” lograra un importante caudal de votos.

Casi un millón de votos representa un capital político importante que el movimiento sindical debe utilizar para impulsar discusiones sobre el Uruguay del futuro. Hay temas que el movimiento sindical debe abordar más allá de la disputa distributiva, el aumento salarial y la defensa de los derechos laborales, que son su función primaria. Debemos debatir sobre la inserción laboral de los jóvenes, la incorporación de trabajadores en situación de precariedad o informalidad al empleo formal con derechos, y sobre cómo va a crecer el país, en qué áreas se agregará valor y con qué matriz productiva. Al mismo tiempo, es crucial discutir qué modelo redistributivo se adoptará para que el crecimiento económico sea realmente una herramienta al servicio de una sociedad más integrada, que garantice más derechos y mejores condiciones para el ejercicio de las libertades individuales”, subrayó.

“Tenemos muchas tareas por delante, pero hay una idea que me gusta mucho: el movimiento sindical debe imaginar el Uruguay del futuro. En este contexto, integramos la continuidad de la lucha por la seguridad social como un derecho humano fundamental. La ley 20.130 ha generado daños y perjuicios que se notarán en el futuro, especialmente en materia de desempleo juvenil y para las personas mayores de 50 años. También afectará la cobertura y la pérdida de aquellos que la seguridad social debería proteger, así como la eficiencia social, ya que las remuneraciones tenderán a la baja, lo que generará problemas en el mercado interno y afectará la calidad de vida. Además, es una ley obsoleta, que no entiende ni interpreta el proceso de transformación del mundo del trabajo”, remarcó.

Sommaruga afirmó que el movimiento sindical debe trabajar con fuerza en la construcción del Uruguay del futuro, ya que tiene una función inherente que es tan esencial como el aire para la vida: garantizar el salario, los derechos laborales y las condiciones de trabajo. Para cumplir con esta función primordial, es necesario contextualizarla en las coordenadas históricas. “Discutir estos elementos es poner la mirada en el futuro de Uruguay, especialmente porque estamos inmersos en una revolución tecnológica en curso y enfrentamos dos problemas fundamentales: la dependencia tecnológica y la desigualdad social. Debemos repensar el rol del Estado y su función social, considerando cómo agregar valor para que el crecimiento económico genere condiciones propicias para el desarrollo de políticas públicas que aborden el problema del trabajo. En la medida en que avance la revolución tecnológica, en un sentido capitalista, muchas personas quedarán excluidas. Hay que repensar todo esto, y para ello es fundamental que imaginemos el futuro; esa es una función muy importante del movimiento sindical”.

“Siempre digo que los Mártires de Chicago, en 1886, tal vez no tenían plena conciencia de que estaban discutiendo el futuro cuando estalló la huelga por las ocho horas de trabajo. Seguramente su lucha respondía a la urgencia de vivir bajo el agobio de jornadas de 14 o 16 horas diarias, en condiciones de explotación extrema, mientras veían que su vida se desvanecía trabajando y viviendo de manera miserable. Sin embargo, terminaron imaginando un futuro, a pesar de que les dijeron que, si se implementaban las ocho horas, la sociedad sucumbiría y que habría una crisis irreversible. Y eso no sucedió. Levantaron una reivindicación que creó un futuro posible y ha llevado a la humanidad a un estado de mayor prosperidad, bienestar y derechos. Esta tradición de usar la imaginación para diseñar hojas de ruta es fundamental para que el movimiento sindical desempeñe un papel relevante en la sociedad y para la clase trabajadora. En la discusión sobre el Uruguay del futuro, el fortalecimiento de la unidad es clave”, puntualizó. 

 

 

 

 



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