Indisciplina Partidaria
12 febrero, 2025 Semanario Voces
Hoenir Sarthou
Un fantasma recorre el mundo. Es la reacción conservadora, esa que ya
llevó al gobierno a gentes como Giorgia Meloni, Javier Milei y Donald
Trump. La que amenaza, entre otras cosas, con borrar del mapa político
de Francia y de Alemania a gobernantes como Macron y Sholz.
Como era previsible, la alarma cunde en el progresismo políticamente correcto y en la izquierda cosmética.
¿Cómo?, se preguntan sus militantes, ¿no era que había que ser
sexualmente “diverso”, y en lo posible ser o sentirse mujer, hablar con
la “e” y sumar nuevas letras a la LGTB…, acatar a la ciencia
vacunatoria, temer al cambio climático, amar a las mascotas y odiar al
“macho”, a “la derecha”, al petróleo y a la ganadería? ¿Acaso eso no era
“el futuro”?
Achanchados en ONGs financiadas, en contratos con organismos
internacionales y en cargos públicos obtenidos por cuota partidaria o de
género, desacostumbrados a debatir, porque era más cómodo cancelar a
cualquier discrepante con acusaciones como “misógino”, “fascista”,
“discriminador” o “ignorante”, muchos funcionarios y militantes
progresistas profesionales ven con espanto que peligran sus empleos, sus
cargos y la financiación de las ONGs de las que vivieron durante
décadas.
Su problema es bastante real. Trump decidió cerrar la USAID, una agencia
de “cooperación” internacional que transfería decenas de miles de
millones de dólares por año para financiar a toda clase de
organizaciones, investigaciones y proyectos que promovieran la agenda
políticamente correcta, es decir enemiga del CO2, angustiada por el
medio ambiente y el cambio climático, proclive a las tecnologías
“verdes”, afin a los protocolos de la OMS y a la vacunación universal,
feminista, LGTB, vegana, hostil a la ganadería y muy silenciosa respecto
a cualquier accionar del capital financiero.
Para colmo, en la estela de Trump, además de Elon Musk y de la Fundación
Atlas, parecen haberse alineado muchos otros financiadores
“filantrópicos”, como Black Rock, la Fundación Ford, Coca Cola y Mark
Zuckerberg, entre otros, que se apresuraron a renunciar a su pasado
políticamente correcto y recordaron que son partidarios de la libertad
de expresión (incluida la políticamente incorrecta) y de la libre
empresa. Seguramente ese mismo rumbo tomarán muchas otras empresas,
gobiernos y fundaciones filantrópicas. Así que vienen tiempos difíciles
para el progresismo “correcto” y las izquierdas cosméticas.
Cabe preguntarse qué es lo que realmente está pasando detrás de esa
aparente “revolución conservadora” y el surgimiento de lo que algunos
califican como “internacional de la derecha”.
Para empezar, intentemos ver qué está pasando en este segundo gobierno
de Trump, que es un poco el paradigma y la gran carta de triunfo mundial
de la reacción conservadora.
Todos sabemos que Trump anunció el retiro de los EEUU de la OMS y del
Acuerdo Climático de París, que puso al frente de las políticas de salud
a Robert Kennedy, enemigo jurado de la industria farmacéutica y
alimentaria (además de tener cuentas personales pendientes con el
“Estado profundo” por atribuirle el asesinato de su padre y de su tío),
que cerró la USAID, que derogó una serie de restricciones sobre temas
ambientales y climáticos, que es muy crítico con la ONU y con sus socios
de la OTAN y que dictó medidas de restricción de la inmigración.
También sabemos que anunció que pondría fin a la guerra de Ucrania y que
dio apoyo explícito a Israel en su política de arrasamiento de Gaza.
Menos comentado es que puso las políticas financieras y monetarias en
manos de la élite del capital financiero. Jerome Powell, designado
presidente de la Reserva Federal en su anterior gobierno, y Scott
Bessent, designado hace pocos días como Secretario del Tesoro, son
banqueros, provienen del sector de la banca de inversión. Bessent, en
particular, trabajó durante décadas en el grupo Soros, lo que lo hace de
confianza también del clan Rockefeller. En otras palabras, la
revolución conservadora de Trump ha dado garantía de que se detendrá
ante las puertas de los bancos y de las firmas administradoras de fondos
de inversión, como Vanguard Group, Black Rock y State Street.
Quizá eso explique que la campaña electoral anti Trump haya tenido
ribetes de sainete, como el de bajar de la candidatura al presidente en
ejercicio por real o supuesta senilidad y sustituirlo en el medio del
río por la vicepresidente, que no tenía el peso político ni el tiempo
necesarios para ser una rival de peligro.
La hipótesis más plausible es que esta segunda presidencia de Trump es
resultado de una transacción previa, por la cual se le garantizó a la
cúpula del capital financiero el manejo de la política financiera y
monetaria a cambio de implementar una reacción cultural conservadora que
el pueblo norteamericano reclamaba después de otros cuatro años de
progresismo orientado hacia el predominio de las corporaciones del
“Estado profundo”, el privilegio demagógico de minorías sexuales y
raciales, y el olvido sistemático de la mayoría de la población.
Si algo parece claro es que la reacción conservadora no afectará el
papel del gran capital financiero. Al contrario. Basado en el discurso
de la libertad económica, le es facilísimo argumentar que el Estado no
debe intervenir en la gestión que los particulares hacen de su dinero.
Y, en el caso de los EEUU, si esos particulares tienen en sus bolsillos
al jefe de la Reserva Federal y al Secretario del Tesoro, los
comentarios sobran.
Otra cosa que la reacción conservadora no parece obstaculizar es el
acceso de las grandes corporaciones, que dependen del capital
financiero, a los recursos naturales estratégicos en todo el mundo. Allí
tenemos a Milei, negociando con Elon Musk la venta del litio, mientras
negocia en paralelo nuevos préstamos del FMI.
Mi hipótesis de fondo es que la cúspide del sistema económico global se ha visto obligada a un cambio de estrategia.
Quizá la apuesta a la vía rápida al poder, enancada en las alarmas
pandémicas y climáticas, endulzada con el discurso sensiblero de la
inclusión y la diversidad, que la hacía “soft”, esa vía simbolizada por
el Foro de Davos de Klaus Schwab y “filántropos” como George Soros y
Bill Gates, que promovían el gobierno mundial, el ambientalismo suicida
para las economías, una vacunación homicida como deber moral, las
guerras como causas nobles siempre contra enemigos de la humanidad
(Husein, Kadafy, Putin, etc.) y el conflicto entre los sexos y las razas
como camino a la justicia social, quizá haya pasado, al menos
temporalmente.
La gran apuesta de esa corriente globalista para reorganizar el mundo
fue la pandemia, y fracasó. No sólo fracasó, sino que quedó en
evidencia. Al punto que probablemente sea necesario sacrificar a Pfizer y
a algunos empleados de confianza, como Fauci y Tedros Adanom, para que
todo siga como está.
Todo indica que la nueva apuesta es a volver a los métodos de
tradicionales. El poder del dinero, y la presión militar sin eufemismos
cuando sea necesaria. El objetivo es el mismo: conservar el poder
económico y aumentar el control de los recursos estratégicos en
cualquier lugar del mundo. Los métodos son lo de menos.
Para grupos como los Rockefeller y sus socios y rivales en América y
Europa, estos cambios no son novedad. Fueron el capitalismo pionero,
puro y duro, el del petróleo y la libre empresa. Fueron eugenistas en
Africa y América. Promovieron y financiaron, junto a socios europeos,
las guerras mundiales que terminaron haciendo de los EEUU el centro
económico del mundo. Organizaron por medio de Kissinger los golpes de
Estado militares´de los 70´ en América Latina. Invirtieron en China.
Financiaron la formación de la primera generación de economistas
neoliberales en Chicago. Después respaldaron las aperturas democráticas
de corte neoliberal. Dejaron el petróleo en manos de fondos de inversión
e invirtieron en tecnologías verdes. Financiaron el ambientalismo y el
feminismo. Apoyaron a Davos e invirtieron en pandemia y vacunas. Ahora
apuestan a Trump con Kennedy incluido.
En suma, eso no cambia. Nos libraremos un poco de la prepotencia de
género, de los niños mutilados para cambiar de sexo, de la apología
homosexual, del discurso bonachón ambiental, de la censura del arte
“políticamente incorrecto”. Pero el curso de un mundo que no necesita ya
de miles de millones de trabajadores asalariados, y en el que el
control de recursos naturales estratégicos es la clave del poder y de la
riqueza, no cambiará por eso.
Presumo que lo que ocurrirá es la división de los discursos políticos
entre una internacional de izquierda y una internacional de derecha.
Unos serán “fascistas”, aunque sean liberales. Los otros serán “zurdos”,
aunque aspiren a volver a cobrar donaciones de fundaciones como la
Rockefeller. En suma, Peñarol y Nacional, solteros contra casados
.
Los verdaderos negocios pasan por otro lado. Y seguirán pasando gobierne quien gobierne.
Para saber la verdad hay que observar una sola cosa: hacia quién van los
recursos naturales valiosos que están encima y debajo del suelo que
pisamos.
El resto es politiquería y publicidad.
Sarthou, tiene idea de la tragedia que significa reducir los fondos de OIM? LAS DECENAS DE MILES DE EMIGRANTES, que quedarán sin protección, solo en México!!
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