lunes, 22 de septiembre de 2025

¿“Cuántos kms. faltarán...

 


para llegar al pueblo aquel”?




SEÑALES EN MEDIO DEL VENDAVAL CAPITALISTA:
Ayer CHIAPAS, ¿HOY BURKINA FASO?

La Chacra, 15 de septiembre de 2025 — Álvaro Jaume (¡Siempre REDOMÓN!)

(I)

Cada uno de nosotros carga en su mochila con algún que otro “TOC” (trastorno obsesivo-compulsivo).
El principal mío ha sido persistente a lo largo de toda una vida: ¿cómo carajo ponerle fin a este “mundo de mierda”? O dicho de otro modo: ¿qué hacer políticamente para que experiencias tan emblemáticas como la de la Comuna (1871) no culminen arrasadas y enterradas en el olvido? ¿Cómo encontrar los caminos que nos conduzcan a una verdadera emancipación social? Nuestra generación militante acuñó una de las consignas más rebeldes que podrían imaginarse: “Seamos realistas, exijamos lo imposible”… pero vale como inspiradora de la lucha si, al cabo de ella, ese imposible se vuelve realidad. Y este desafío político (insisto con la palabra porque es clave ubicar el terreno en que se desenvuelve), en el mundo actual con un capitalismo cada vez más envalentonado por su revolución tecnológica y socialismos cada vez más derrotados por reiterar “horrores” (infinitas traiciones a la utopía libertaria), se asemeja a una escalada del Everest.

Para los “pibes” del 68, sobrevivientes, con la “parca” acariciándonos y con tantísimas caras ya desaparecidas, en su momento Cuba, particularmente en sus primeros días revolucionarios con el Che a la cabeza, fue aliciente necesario para contrarrestar la decepción producida por una URSS convertida en imperio fosilizado y decadente. Fue la señal que por un rato nomás, en nuestra A.L., permitió soñar con el imposible hecho realidad. Tropezamos con Cuba, pero con la entrada de los sandinistas en Managua (19 de julio de 1979), pensamos que Nicaragua podía ser la “nueva” Cuba. Allá marché yo, desde Holanda, en marzo del 84, para conocer de cerca, por dentro, si esa revolución contenía el ADN emancipador, o una vez más repetía las recetas conocidas (burocratización, clasismo, privilegios, poder y corrupción). No fueron necesarios demasiados minutos para comprender que la senda estaba trazada “al revés”.

Cuando, el primero de enero del 94, nos despertamos con la rebelión de los pasamontañas zapatistas, volvimos a respirar. En aquel entonces, sentenció Galeano: “una vitamina para la esperanza”. Hace un par de años, dedicamos más de una reunión del NN para analizar, evaluar, el proceso del EZLN y lo construido en Chiapas. Sobre esto, ya volveré después. En esta breve introducción me parecía más importante justificar por qué tratar, en un contexto planetario de tanta adversidad para una perspectiva revolucionaria, el “fenómeno” de Burkina Faso y su cabeza visible, el capitán Ibrahim Traoré.

Antes de entrar en lo específico de B.F., dos consideraciones: 1) De los 5 continentes, el más expoliado, explotado en sus riquezas naturales, desangrado en su trama social —no por casualidad la esclavitud supo vestirse generalmente de negro— fue el africano, particularmente por el colonialismo europeo. Con razón, hoy nos impacta la masacre del pueblo palestino en Gaza y Medio Oriente, pero no menor ha sido la cruel sangría —lenta pero permanente— sufrida por las tribus africanas a lo largo de los siglos. 2) En el pasado siglo XX, en sus últimas décadas, surgieron a lo largo del continente aires revolucionarios (en algunos países en clave de socialismo) que apostaron al llamado panafricanismo (UAN) con una línea de confrontación al neocolonialismo. Recuerdo nuestras ilusiones de aquellos años con el “destape” africano, vanguardizado por personajes como J. Nyerere en Tanzania, P. Lumumba en el Congo, K. Nkrumah en Ghana, A. Neto en Angola y A. Cabral en Cabo Verde. Por algo el Che y también varios uruguayos se fueron a pelear al Congo. Lo triste: estos procesos fueron arrasados. ¡Literalmente! Fogoneadas desde fuera sus contradicciones tribales, culturales, religiosas, para evitar esa unión. La conocida receta de los poderes imperiales: ¡divide y reinarás!

(II)

Hasta el 4 de agosto de 1983, el Sahel africano (África occidental), sin salida al mar, estaba conformado por tres países: Alto Volta, Malí y Níger. Antiguas colonias francesas. Ese día, un grupo de militares, capitaneados por Thomas Sankara y su hermano adoptivo, Blaise Compaoré, se hicieron del poder en Alto Volta y dieron inicio a lo que luego se denominaría “Revolución Burkinesa”. Por empezar, se le cambió el nombre al país: pasó a llamarse Burkina Faso, que en su idioma significa “patria de hombres íntegros”. ¿Habrá sido casualidad que recalcaran el concepto de integridad?

En su recorrido económico-social, la revolución burkinesa arrancó de forma más bien convencional: ruptura con el poder colonial francés, nacionalización y expropiación de grandes multinacionales de ese origen sin indemnización, reparto de tierras, apuesta a la soberanía alimentaria, al desarrollo primario (oro, minerales diversos como uranio y litio, petróleo) e industrial autóctono, y mejoras sustanciales desde el Estado en salud, educación y vivienda. Sin embargo, tuvo notable inspiración, partiendo de una figura clave como la de Thomas Sankara (para algunos el “Che” africano), en ciertos aspectos:

(*) En el montaje del aparato del Estado, la línea fue de absoluta austeridad y servicio al pueblo. Los funcionarios percibían un salario mínimo nacional, debían desplazarse en los R5 (miniautos) o en bicicleta (se vendieron los autos de lujo), dos días a la semana debían vestirse con telas fabricadas por la industria nacional de algodón y estaban sujetos a permanente evaluación de su gestión. El mayor ejemplo lo daba el propio T. Sankara, en general vestido de civil con ropa burkinesa, asistiendo en bicicleta a su sobria oficina en la que jamás, por ejemplo, aceptó que se instalara aire acondicionado.

(*) Tuvo un perfil que hoy llamaríamos “feminista”, destacando el papel de la mujer en la cultura africana, integrando a varias de ellas al CNR (Consejo Nacional Revolucionario), incluso llegando a detalles insólitos, como decretar que al menos una vez a la semana el varón debía ir al mercado.

(*) Increíblemente incorporó una dimensión ecológica en su programa, con una política pública consciente para frenar la deforestación y preservar el medio ambiente.

(*) Finalmente, tuvo una real “obsesión” por la unidad de los países africanos en la lucha contra el neocolonialismo. En julio de 1987, en una conferencia en Addis Abeba (Etiopía), T. Sankara, en un encendido discurso, afirmó: “Si solo Burkina Faso no paga la deuda externa, injusta, inmoral e impagable; si no resolvemos una conducta común en todo nuestro continente de NO PAGO de la misma, entonces seré asesinado...” Y efectivamente, cuatro meses después, el 15 de octubre de ese mismo año, él y 12 integrantes del gobierno revolucionario fueron fusilados. Lo más doloroso e impactante de este episodio es que el operativo, pergeñado por el gobierno francés de Mitterrand (nuevo “socialismo” de aquellos años), contó con la decisiva ejecución del plan a manos de Blaise Compaoré —nada más ni nada menos que su hermano “del alma”— devenido en gran traidor, al punto de suceder a T. Sankara en la presidencia de Burkina Faso.

Mientras repienso esta historia de Burkina Faso, no puedo sacarme de la cabeza que precisamente durante esos mismos años, aquí en nuestro tibio y paliativo paísito, el FA se desvivía por encontrar la forma —el fenotipo que a la larga se convirtió en genotipo— de rebajar sus históricas definiciones con tal de empezar a ser alternativa electoral. Con tal de romper con el corral que lo reducía a unos cientos de miles de “votitos de izquierda”. Cierro este escueto relato de la revolución burkinesa con dos frases del amigazo Sankara que lo pintan de cuerpo entero y sacuden el morral posmoderno de lo políticamente correcto: “Todo lo que sale de la imaginación humana puede ser realizado por el hombre”... “Tenemos derecho a no tener por qué elegir entre el purgatorio y el infierno”!! Cualquiera de las dos explica por qué fue asesinado. Y como era de esperar, se inicia un período de “rectificación” de la revolución que en pocos años desanda todo el camino transitado. El pueblo no salió a las calles a defender “su” revolución. ¿Por qué? ¿La sentían realmente de ellos? ¿Cuatro años fueron suficientes para contrarrestar siglos de opresión mental?

(III)

El 1º de enero de 1994, los zapatistas (EZLN) patean el tablero político no solo mexicano ni latinoamericano; me animaría a decir que intercontinental. Un “hackeo” político totalmente inesperado. En plena fiesta neoliberal, en la década de su apogeo en Occidente ante la caída de la URSS (el “fin de la historia” según Fukuyama) irrumpe una revolución indigenista en Chiapas que, con armas en la mano (¡otra que casi de juguete!), no pretende “tomar el poder” central, sino defender el derecho a existir como cultura, como comunidad, gestionar su territorio y construir “un otro mundo”, confrontado radicalmente con el neoliberalismo capitalista.

Rompió con el esquema clásico del “partido de vanguardia” que, verticalmente desde la posesión del poder del Estado, promueve la transformación macrosocial. Fueron los propios integrantes de los pueblos originarios los que se organizaron para hacer su revolución. Este proceso ya lo hemos analizado varias veces en el NN, y no es mi intención repetir aquí dicho análisis de forma minuciosa. En cambio sí me parece importante resaltar algunos aspectos —que comparativamente nos permitan descifrar mejor tanto el pasado de Burkina Faso como su significado actual.

Por empezar, echó por tierra los vaticinios pesimistas que sostenían que ya no era posible hacer una revolución. Demostró una nueva forma de encarar la política, integrando la ética como principio básico, la participación directa sin mediaciones dirigentistas o representaciones “profesionales”, y fundamentalmente se abocó a construir realmente una nueva sociedad desde las bases, con principios claramente comunitarios y colectivos. Así fue que las comunidades zapatistas se organizaron en “caracoles”, pusieron a funcionar las Juntas del Buen Gobierno, con principios diametralmente opuestos a los de la burocracia estatal, invirtiendo la pirámide bajo el lema “mandar obedeciendo”.

Pero lo que más me importa remarcar ahora, en este afán por desglosar semejanzas y diferencias con Burkina Faso, es la “marca de fábrica” que desde sus orígenes tuvo la revolución zapatista: su plena consciencia de que sola estaba condenada al fracaso. Organizaron todo tipo de eventos internacionales contra el neoliberalismo, con convocatorias de máxima amplitud, para obtener aliados fuera de México. Y dentro de su propio país, chocando abiertamente con la “clase política”, ensayaron mil formas de comunicarse con el pueblo. En 2001 se recorrieron todo México con la “marcha del color de la tierra”, culminando en el Zócalo (plaza principal de la Ciudad de México) con una muchedumbre de casi un millón de personas apoyándolos. En 2006 volvieron a desplegarse por todo el territorio nacional con la “Otra Campaña”. Una marea de militantes zapatistas, incluidos los “comandantes”, invadieron plazas y ciudades. El propio “Sub” (Marcos) parando su moto en cualquier esquina; todos ellos haciendo trabajo de base, explicando por qué no creían en el voto, por qué era necesario organizarse socialmente y dar la lucha no solo indigenista, sino del pueblo mexicano en su conjunto. Lucha organizada desde abajo, tras la emblemática consigna: “por verdadera democracia, justicia y libertad”. Según ellos, lucha “por la vida”, directamente contra el capitalismo que es sinónimo de muerte.

Pero esta apertura que demostraron hacia la sociedad toda pareció (al menos para quienes miramos desde afuera el proceso vivido) chocar con el muro del modelo civilizatorio capitalista: consumismo, individualismo, dictadura tecnológica. Modelo hegemónico no solo en tierras aztecas, sino en gran parte del planeta, y que, para desgracia de estos, casualmente su vecino —EE. UU.— es uno de los padres de la criatura. ¡Otra que contaminación directa! A lo largo de sus más de 30 años de existencia, el zapatismo apostó a unificar la multiculturalidad indigenista (CNI) con los verdaderos habitantes de la tierra. También construyó diálogo y conexiones con los más diversos movimientos internacionalistas, pero se empantanó en superar su divorcio con el 80% de la masa social mexicana concentrada en las ciudades. Ni política ni ideológicamente ocurrió el efecto contagio.

Salvando las distancias, esto me recuerda nuestra historia chacrera/comunitaria entre los años 2000 y 2010. Una vuelta con Lucía hicimos una lista de todos los que durante los primeros años admiraban/elogiaban nuestra experiencia, nos visitaban y colaboraban con nuestros quehaceres, y pasamos los 200 nombres. Con el tiempo, fuimos quedando solos. Progresivo aislamiento a medida que esos rostros eran cooptados por el modo de vida sistémico, a medida que se alejaban cada vez más de la austeridad y de la tierra.

Para cerrar la reflexión sobre el proceso zapatista: la historia de los movimientos revolucionarios está plagada de contradicciones que cuestan comprender en relación a su propia lógica identitaria. Por ejemplo, ¿cómo explicar que un movimiento que impulsó una difícil y heroica puja como la de la “Otra Campaña” (2006/7) haya decidido, mediante valoración táctica (así se justificó públicamente), presentar una candidata para las elecciones presidenciales de 2018? El CNI (Consejo Nacional Indígena), en coordinación con el EZLN, optaron por recorrer el camino institucional clásico, siempre con el archiconocido argumento de utilizar la instancia electoral para difundir/agitar ideas y caras, proponiendo a María de Jesús Patricio, “alias” Marichuy, como candidata. Médica indigenista, nacida en la comunidad de Tuxpan, siendo mujer y con larga trayectoria de militancia en el zapatismo, era una candidata “ideal” para anunciar lo otro. Se registró en el INE (Instituto Nacional Electoral), hizo campaña recorriendo todo el país, recogió unas 280.000 firmas que apoyaron su candidatura y, finalmente, como no alcanzó las 887.000 necesarias para entrar en la carrera electoral (en un padrón electoral compuesto por más de 90 millones), quedó fuera de concurso. La gran pregunta que uno se hace es: desde una perspectiva revolucionaria, pensando en todo el empeño que puso el zapatismo en marcar un rumbo distinto, ¿valió la pena? Queda como evaluación pendiente... Y si fuese posible, ganas no me faltan de hacer lo que hice en marzo del 84: cruzar el continente, recalar en Chiapas y, mate de por medio, escucharlos y pensar juntos, como dice la canción, “los caminos de la vida”... para concretar el sueño tan promovido por Marichuy en su esforzada campaña, el de acabar con el capitalismo que huele a destrucción y muerte.

(IV)

Volviendo al Burkina Faso del presente. Su señal. En septiembre del año 2022, un grupo de oficiales, con el capitán Ibrahim Traoré a la cabeza, dio un golpe de Estado. Los burkineses salieron a las calles de la capital, Uagadugú, festejando. Hay videos que muestran el apoyo popular, con I. Traoré desfilando entre la multitud. Pero notorias son las diferencias con el enero del 94, en el que las calles de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, se llenaron de curtidos rostros sin uniformes, con pasamontañas y viejos fusiles: un ejército del pueblo. En cambio, en B.F. el protagonista fue un ejército regular con tanques y tropas convencionales, brazo armado del Estado. Se creó una junta militar que, a partir de octubre de ese año, designa a I. Traoré como presidente interino. Con 37 años, resulta ser el más joven de los “mandamases” que gobiernan los 193 países integrantes de la ONU. Fundador, entre otros, del Movimiento Patriótico para la Salvaguardia y Restauración.

Ya desde esos días nos acicateó la pregunta: ¿restauración de la “revolución asesinada”? Por empezar, al menos en el discurso oficial, ¡sí! Se comenzó una restauración ideológica, revalorizando las ideas de T. Sankara, particularmente su propuesta panafricanista, reivindicando la soberanía del continente africano en contra de toda forma de opresión colonial. Con énfasis en la confrontación al ancestral saqueo ejercido por Occidente, sobre todo por Francia en toda la zona del Sahel. Basta entrar en Wikipedia para constatar que Traoré es tildado de marxista y panafricanista. Ni qué hablar que nos falta mucha info para hacer un análisis serio y riguroso de estos tres años que lleva gobernando “el capitán”. Simplemente quisiera destacar algunas “cosillas” de lo vivido en B.F. en este trienio que creo nos pueden dar aliento... dar oxígeno político para salir de la resignación, para no sentir que “todo está perdido”, o que —como diría el “sabio” coreanito (BCH)— “la revolución es imposible”!

Unas tienen que ver con la actitud y estilo personal de I.T. Con orgullo defiende su raza contra la repulsiva supremacía que sienten europeos y yanquis por los africanos —otra que racismo, elitismo y discriminación! Con orgullo habla de su pasado pobre, en el medio rural, reconociendo que tuvo la suerte de acceder a un título universitario (geólogo), y no solo militar. No se disfraza con ropaje occidental (traje y corbata), ni se viste de gala. Siempre igual, con su uniforme de campaña; sin medallas ni galones de ningún tipo. Con total dignidad encara y enfrenta a cualquiera de los top-personajes mundiales —llámenlos Trump, Putin, Xi Jinping o como se llamen— denunciando e increpando en cuanto foro internacional hay, a las superpotencias y al “Primer Mundo” que amasa sus riquezas a costillas del hambre, el dolor y el sufrimiento de África.

Cierto, no es Sankara andando en bicicleta por todos lados, pero vive en permanente contacto con “su” gente (así lo dice él mismo) y rescata el enorme valor de la austeridad en la vida personal y la gestión pública. Hasta aquí algunos aspectos de su práctica personal que contrastan con el común de quienes ejercen normalmente cargos de poder. Respecto a medidas adoptadas en estos tres años, creo que vale la pena remarcar que, por supuesto, su gestión está lejísimos del tsunami revolucionario político/ideológico que provocó Sankara en tan solo cuatro años. En Internet hay varios materiales que hablan de los “20 megaproyectos” que está impulsando su “dictadura” (así la tachan en Occidente), algunos notables como los de las dos megaplantas procesadoras de tomates con miras a desarrollar la soberanía alimentaria, hasta la lamentable construcción —en acuerdo con los rusos— de una megaplant a de energía nuclear. Reparto de tierras (no tan generalizado como en el 83); nacionalización de los yacimientos de oro; red de agua potable, saneamiento, promoción de la salud pública; creación de cooperativas de producción industrial (algodón): son algunos de los planes/medidas que se han ido instrumentando en este tiempo. Habrá que ver en qué van derivando estos esfuerzos por mejorar condiciones materiales de vida sin romper radicalmente con una visión de la producción, de la naturaleza y de formas de vida, como sí lo hacen los zapatistas en sus comunidades. El zapatismo, en la concreción de sus proyectos, fue incorporando la cosmovisión (obviamente no capitalista) de los pueblos originarios. ¿La revolución burkinesa (en su nueva etapa) lo hace? ¿Cómo es su relación con la tradición y la cultura de las distintas etnias africanas?

Para cerrar con lo interno (dejo pendiente lo de Nico sobre prohibición de la homosexualidad y retornos tradicionalistas al estilo Putin, para indagarlo porque lo desconozco y claro que es algo que “huele mal”), me queda un último aspecto más que preocupante: el grave conflicto con el Estado Islámico y la guerrilla yihadista. ¡Menudito problema tienen Traoré y los suyos! Se les critica, desde afuera, que para resolverlo han negociado (¿hocicado?) con la Rusia de Putin, aceptando una base militar rusa en territorio burkinés, así como la participación de mercenarios rusos (Wagner) para combatir a las milicias islámicas. Tema este especialmente complejo, porque sabido es que tanto el imperialismo yanqui como los europeos (Francia muy incisivamente) se encargan de promover y abastecer logísticamente el conflicto. El caso de Libia (que el curita propuso incluir en la discusión) es bien elocuente al respecto. Por eso prefiero ser prudente en la mirada, preguntarme posibilidades/estrategias de lucha antes que caer en juicios tajantes.

Por último, desde el punto de vista geopolítico, allende fronteras, remarco dos cosas positivas: 1) que han conformado la Unidad del Sahel = Confederación, con un amplio acuerdo de cooperación no solo militar, con un rol más que importante jugado por I. Traoré; y 2) que I.T., al igual que T.S. en el pasado, brega incansablemente por la unidad de los países africanos, reclamándole a sus pares gobernantes del continente una conducta más independiente y digna, más confrontativa con el neocolonialismo.

(V)

La dejo por aquí... confío en el matecito compartido, en rueda y no en soledad... lo que hacemos en los NN: pensar juntos, preguntarnos juntos, sacudirnos la modorra sistémica, desactivar nuestros instintos individualistas, acomodando nuestras vidas al “confort” de lo posible o a la rutina; cayendo en la gimnasia militante de lo que hacemos siempre, o en el abandono liso y llano ¡mientras nos vienen ganando por goleada! Las crueldades del capitalismo han existido desde siempre, desde que se impuso como modelo civilizatorio... Están en su ADN. Las sufre la naturaleza, las sufrimos los humanos. Cierto, hoy tienen la impunidad de masacrar Palestina. Ayer fue Libia. Hoy Putin juega a ser zar en Ucrania, Xi a ser emperador de Asia y Trump (con su MAGA = América grande de nuevo!) a ser el gran dueño del planeta entero. Y nosotros nos sentimos los peones de una partida que POR AHORA viene fea. ¿Cuál es el valor de experiencias como la zapatista en Chiapas, o la del “traorismo” en Burkina Faso? Con sus errores, sus límites o sus carencias, sirven porque señalan la rebeldía... sirven porque son señal de que no bajamos los brazos... son resistencia resiliente que busca la incidencia. Por algo una Marichuy salió en 2018 a recorrer los polvorientos caminos mexicanos, los que no recorre el “mundo consumo” para despertar a sus hermanos y hermanas oprimidas. Por algo Ibrahim rescata el pasado revolucionario de su querido terruño.

En la correlación de fuerzas mundial no son el todo; son pequeñas llamitas. La relación micro-macro es todo un tema. Pero seguro: si no hay una sustancia micro permanente, jamás existirá el efecto macro. En esto, soy bien creyente en la dialéctica. El 11 de abril, cuando solo tres ollas organizamos el OLLAZO, éramos conscientes de esa soledad política que no se revierte desde la parálisis, sino desde el hacer. Hoy la Olla del Tole es otra llamita. Como lo fue ayer la Comunidad Chacrera. Cuando se cerró, cuando “fracasamos” porque el sistema nos comió las cabezas, varios agoreros del pesimismo festejaron. Pero hoy resurgió de las cenizas. Es un espacio abierto a los sufrientes, a los excluidos de esta sociedad que se la pretende consagrar como la única posible. ¡No! ¡Decididamente no!

La canción de Numa pegó en el clavo: es la pregunta esencial: ¿Cuántos kms. faltarán para llegar al pueblo aquel? Como está el mundo hoy, sin duda que faltan muchos... PERO MUCHOS MÁS FALTARÁN SI CADA UNO DE NOSOTROS ABANDONA!!!!!!!!!

 

 

 

 

 

 

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