'El Escuadrón de la Muerte' y los crímenes cometidos en nuestro país, en especial los asesinatos de Manuel Ramos Filippini e Ibero Gutiérrez y las 'desapariciones' de Abel Adán Ayala y Héctor Castagnetto", según el escrito. Los implicados en esa denuncia eran los doctores Carlos Pirán y Santiago Brum Carbajal, el capitán de marina Jorge Nader Curbelo, el coronel Pedro Mato, brigadier Danilo Sena, coronel Walter Machado, los inspectores Víctor Castiglioni y Jorge Grau Saint Laurent, el comisario Hugo Campos Hermida y "el hoy pastor Nelson Bardesio".
La extradición de Bardesio será solicitada por dos delitos de homicidio muy especialmente agravado (los de Manuel Ramos Filippini e Íbero Gutiérrez) y dos de desaparición forzada (los de Abel Ayala y Héctor Castagnetto). Ayala fue el primer desaparecido. Tenía 27 años, estudiaba medicina y trabajaba en los servicios de Sanidad Policial. Desapareció el 17 de julio de 1971. Y el 31 del mismo mes, el Escuadrón de la Muerte asesinó a Ramos Filippini: su cuerpo apareció en las rocas de Pocitos, lacerado por las torturas y con 14 balazos.
La desaparición forzada de Castagnetto data del 17 de agosto de 1971, cuando fue detenido en avenida Italia y Propios por el "comando cazatupamaros" del Escuadrón. Tenía 19 años. Bardesio contó en detalle a los tupamaros cómo se hizo el operativo que terminó con la desaparición del joven en aguas del Río de la Plata. El asesinato de Gutiérrez tuvo lugar el 28 de febrero de 1972, tres días después de que los tupamaros detuvieran a Bardesio para interrogarlo. Con 22 años, estudiaba y escribía poesía. Su cuerpo, fracturado y con 13 balazos, fue abandonado en un baldío cerca de Camino de las Tropas y Melilla.
LA CONEXIÓN PARAGUAYA
EL ESCUADRÓN Y SUS APOYATURAS
Clara Aldrighi (Brecha)
En setiembre de 1971 Nelson Bardesio ordenó a Mario Nelson Benítez Saldivia y Óscar Rodao, como tarea adicional remunerada, la custodia del embajador paraguayo Luis Atilio Fernández. Los dos policías eran miembros de un grupo del Escuadrón de la Muerte dirigido por Bardesio y dedicado a efectuar atentados. Debían ocupar el lugar de los policías asignados habitualmente a la custodia del personal diplomático, para que éstos no presenciaran las actividades ilegales de Fernández.
El embajador, en efecto, integraba el núcleo de organizadores del Escuadrón de la Muerte. Desde entonces Benítez Saldivia y Rodao custodiaron al diplomático en la embajada y en su residencia, en el octavo piso del edificio Panamericano. Vecinos de Fernández eran el ministro del Interior Danilo Sena y el consejero policial estadounidense Richard Martínez, principal colaborador de Mitrione en 1970.
En su nueva ocupación, Benítez Saldivia conoció al amigo del embajador Fernández, el también paraguayo Ángel Pedro Crosas Cuevas, que se presentaba como médico psiquiatra. Pudo observar que en la embajada se reunían Crosas y "sus dos lugartenientes": un individuo de aproximadamente 27 años llamado "Carlos" (que trabajaría como "asesor" de la dnii en el Departamento 5), y otro que manejaba un Fiat 600 y visitaba frecuentemente a Bardesio en el estudio fotográfico Sichel. Los tres fueron señalados por Benítez Saldivia como dirigentes del Escuadrón. A sus reuniones en la embajada concurrían el representante de Paraguay ante la alalc, Ugarte Centurión, otro paraguayo de apellido Martínez, y una persona llamada "Segundo", de gran influencia en la colectividad paraguaya exiliada.
Benítez Saldivia tenía la certeza de que Crosas había estado comprometido en otros países de América con los escuadrones de la muerte. El paraguayo dirigía también un equipo encargado de la infiltración en el mln y poseía un fichero de sus miembros, simpatizantes y personas relacionadas. Apenas su nombre apareció en los periódicos, en setiembre de 1971, se marchó del país, presuntamente a Paraguay. El senador Juan Pablo Terra, que recibió en marzo de 1972 las confesiones de Benítez Saldivia, obtuvo el testimonio de un tercer integrante del Escuadrón cuya identidad no quiso revelar al Senado. Pero estaba dispuesto a llevarlo a una comisión investigadora para que diera su nombre y prestara declaración en régimen de secreto.
El testigo trabajaba en la embajada paraguaya y por supuesto conocía a Benítez Saldivia. Participaba en otro grupo ilegal que se reunía en la residencia del embajador Fernández o en la misma embajada. Este individuo servía de chofer y hasta de mozo en las recepciones y fiestas de la embajada. Su grupo se daba cita en la sede diplomática, se enmascaraba con "ropas extrañas" y salía a realizar los atentados nocturnos. Cuando se produjo el secuestro de Bardesio, el embajador Fernández le confió "su preocupación ante la gravedad del hecho, porque este señor, según él, era un dirigente importante de la cia. Lo dijo así (...). No tengo otras explicaciones que dar;; además, no conozco los mecanismos de la cia (...). Lo dijo el embajador", refería Terra en el Senado.
El terrorista arrepentido reveló al senador frenteamplista que el embajador frecuentaba con asiduidad unidades militares. En abril de 1972 visitó el 5º de Artillería, de Burgues y Chimborazo, y los cuarteles de Paysandú, Artigas, Salto, Paso de los Toros y Durazno. Lo acompañaba un guitarrista de su país. Fernández comentaba abiertamente a sus allegados que incitaba a los militares a dar un golpe de Estado. Al escuchar en el Parlamento esta denuncia de Terra, el ministro de Defensa Enrique Magnani increpó a los gritos al legislador, diciendo que no permitiría insultos de ese calibre contra las Fuerzas Armadas. Exigió que aportara pruebas. Si los militares hubieran escuchado las expresiones que Terra atribuía al embajador paraguayo -continuó el ministro- lo hubieran denunciado inmediatamente. A su juicio, Terra insultaba y atacaba el honor militar al sugerir intenciones golpistas en las Fuerzas Armadas.
De la embajada paraguaya provenía el dinero que financiaba al periódico Azul y Blanco, el órgano de prensa que incitaba al golpe de Estado y justificaba las acciones del Escuadrón. Su redactor responsable -continuaba Terra- era un español falangista, católico integrista y ex fraile jesuita, José González, asiduo concurrente a la representación diplomática.
La conexión paraguaya del Escuadrón de la Muerte pone de manifiesto la intervención de los servicios de inteligencia extranjeros en el terrorismo de Estado de los años 1970-73. Crosas, el embajador Fernández, Centurión, "Martínez", "Segundo", y posiblemente "Carlos": un conjunto de extranjeros dispuestos a promover o protagonizar tácticas de guerra sucia en colaboración con los servicios uruguayos. El papel relevante protagonizado por Crosas en el Escuadrón vuelve más enigmática su figura. Era un extranjero de antecedentes oscuros, de carácter violento y presunto médico psiquiatra.
No obstante, asesoraba al subsecretario de Interior Armando Acosta y Lara, dirigía un grupo que ejecutaba asesinatos, gestionaba casas operativas, poseía armas y explosivos suministrados por el Estado uruguayo y había organizado jóvenes de extrema derecha en la jup. Su ascendencia a primera vista parece inexplicable. No sólo intervino en el operativo contra Héctor Castagnetto, sino que lo dirigió. Bardesio reveló que todos los participantes del secuestro y asesinato del militante tupamaro -entre ellos un oficial inspector, un subcomisario y un capitán de la Armada- actuaron "a las órdenes de Crosas". Al regresar de Brasil luego de adiestrarse en "técnicas de Escuadrón de la Muerte", los dos funcionarios de inteligencia del Departamento 4 quedaron a las órdenes de Crosas y no de su jefe, Pablo Fontana.
Además, el subsecretario Acosta y Lara ordenó a Bardesio y Delega, funcionarios de peso en Información e Inteligencia, que se pusieran a las órdenes del paraguayo. Ninguno objetó. Aceptaron recibir directivas de un psiquiatra extranjero y no de un camarada de armas. Pese a su larga trayectoria en la red de la cia y en la DNII, Bardesio aceptó con naturalidad que Crosas fuera su jefe. Permitió que en su estudio fotográfico Sichel el paraguayo citara a una reunión de "alto nivel" para constituir el grupo del Escuadrón que realizaría los asesinatos (en la que participaron Miguel Sofía y representantes de los Departamentos 4, 5 y 6 de la DNII) y lo excluyera por razones de compartimentación. Desde la casa de la calle Araucana, cuyo alquiler de 300 dólares pagaba el Ministerio del Interior, Crosas supervisó la operación contra Castagnetto. Lo entregó a sus asesinos y los siguió en su automóvil hasta el ingreso al puerto, donde le dieron muerte y lo arrojaron al río.
El senador Terra investigó su pasado y obtuvo una serie de informaciones provenientes de testigos que no identificó. Al parecer era médico y había estudiado en Paraguay junto al embajador Fernández. En una fecha no precisada fue expulsado de su país. Los informes que poseía Terra atribuían la expulsión a "su carácter violento y agresivo", rasgo de la personalidad que difícilmente motivaba un alejamiento del Paraguay de Stroessner. "Actuó entre los exiliados paraguayos de Clorinda y Posadas", continuaba Terra. "Un día llega al Uruguay y aparece en la ciudad de Dolores." Se vinculó al comisario Hugo González, ejerció como médico psiquiatra -aparentemente sin revalidar el título- y obtuvo un cargo de profesor en el liceo de Dolores, entrando pronto en conflicto con la Asociación de Profesores.
Formó en esa ciudad un grupo de la jup en colaboración con la Policía local y luego se trasladó a Montevideo para dirigir con Acosta y Lara la consolidación del movimiento de ultraderecha a nivel nacional. A partir de entonces ostentó un súbito enriquecimiento. El exiliado paraguayo Carlos Rafael Caballero, refugiado en Uruguay con su familia desde 1959 (pertenecía al movimiento liberal 14 de Mayo, opositor a la dictadura de Stroessner), reveló en 2007 que el embajador Fernández "había formado parte anteriormente de la Guardia Urbana, el Escuadrón de la Muerte del Partido Colorado paraguayo que en los años cincuenta y sesenta salía a matar opositores. En 2007 era miembro de la Junta de Gobierno del Partido Colorado". Caballero consideró natural que en la embajada paraguaya se reunieran grupos terroristas uruguayos: "Es que los funcionarios de seguridad de la embajada paraguaya eran todos criminales. Tenían papel de diplomáticos, pero no lo eran".
CON CARLOS JULIO PEREYRA.
ES NECESARIO CONOCER TODO
(Brecha)
No fue casualidad que Héctor Gutiérrez Ruiz, quien en mayo de 1972 era presidente de la Cámara de diputados, escogiera a Julio María Sanguinetti como uno de los testigos que recibirían el primer testimonio de Nelson Bardesio -el miembro del Escuadrón de la Muerte secuestrado por los tupamaros- después de su liberación.
Sanguinetti era ministro de Educación y Cultura del gobierno de Juan María Bordaberry, y ya había sido alertado por el senador Juan Pablo Terra de la existencia de esos grupos paramilitares y de las vinculaciones con el Ministerio del Interior. Las versiones que después circularon indicaban que Sanguinetti había tranquilizado a Terra ("Deja, que yo me ocupo") y el dirigente del Partido Demócrata Cristiano había interpretado que el ministro impulsaría, dentro del gobierno, las medidas para desarticular al Escuadrón; no sospechaba que Sanguinetti se ocuparía, en realidad, de poner a los miembros del Escuadrón a resguardo: algunos fueron trasladados prontamente hacia Paraguay, con los diligentes oficios del embajador de ese país en Uruguay; otros fueron embarcados en navíos de la Armada; y muchos de los policías de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia identificados por Bardesio fueron trasladados a comisarías del Interior.
Las esperanzas de que el propio gobierno de Bordaberry desarticulara al Escuadrón que había impulsado su antecesor Jorge Pacheco Areco se esfumaron definitivamente cuando la bancada oficialista enterró sin miramientos una comisión investigadora instalada por el Senado; después de todo, muchos de los integrantes del Escuadrón estaban vinculados al Partido Colorado. "Esa comisión quedó en nada -dijo el ex senador Carlos Julio Pereyra, dirigente del Movimiento Nacional de Rocha, en una entrevista con Brecha-. Muchos años después solicité las actas de la comisión, y me entregaron una carpeta vacía; alguien las había robado". Pereyra fue uno de los tres legisladores que tomaron contacto con Bardesio cuando los tupamaros lo liberaron.
-¿ Cuándo vio por primera vez a Bardesio?
-Lo vi en el Colegio Sagrado Corazón (Seminario). Sobre las 8 de la mañana de ese día me llamó Gutiérrez Ruiz y me pidió que fuera urgente hasta el colegio. Fui y allí estaban Wilson (Ferreira Aldunate) y (Julio María) Sanguinetti, a los que el Toba también había convocado. Allí el Toba nos contó que cuando los tupamaros lo secuestraron para que se entrevistara con Bardesio en la Cárcel del Pueblo, Bardesio le aseguró que sus confesiones eran ciertas; las había confirmado en todos sus términos. Todos los legisladores habíamos recibido, por debajo de la puerta, lo que se llamaron las "actas de Bardesio", pero el pachequismo ponía en duda su veracidad. Ya entonces Bardesio le había pedido al Toba que lo protegiera y que si lo llegaban a liberar, que lo condujera a una embajada porque la Policía lo iba a matar.
Wilson, Sanguinetti y yo veíamos a Bardesio, que estaba en una pieza donde conversaba con Gutiérrez Ruiz; era evidente que estaba aterrorizado. El Toba regresó y nos dijo que Bardesio pedía asilarse en una embajada. Deliberamos y coincidimos que no correspondía entregar a un ciudadano uruguayo a un país extranjero para que le diera protección; que en todo caso podía entregarse a las Fuerzas Armadas. Se lo trasmitimos a Bardesio y él quedó con cierta tranquilidad. Sanguinetti anunció ,que se retiraba. Nosotros queríamos que alguien del gobierno estuviera en esa negociación. Sanguinetti dijo que mandaría a (Eduardo) Paz Aguirre. Decidimos llamar al ministro de Defensa, general Magnani. Cuando vino, en compañía del general Gravina, comandante del Ejército, le comunicamos nuestra sugerencia. Magnani estuvo de acuerdo y efectivamente, como relató Brecha, sus primeras palabras a Bardesio fueron: "Tranquilice su espíritu, señor Bardesio, porque las Fuerzas Armadas van a protegerlo" . Magnani fue claro en el sentido de que ellos, los militares, lo iban a tener.
-En ese primer contacto con legisladores, ¿Bardesio sugirió de alguna manera que había sido presionado por los tupamaros?
-En realidad nosotros no tuvimos un diálogo con Bardesio. Pero en ningún momento Bardesio nos trasmitió que lo que habían difundido los tupamaros fuera mentira, que fuera producto de una presión a que pudiera haber sido sometido. En ese momento no se puso en cuestión por qué Bardesio le temía a la Policía, estaba claro.
-Pero finalmente lo entregaron...
-En aquel momento la Policía y el Ejército no estaban enfrentados. Hubo un compromiso del general Magnani de proteger a Bardesio, formulado ante tres legisladores. Cuando Magnani entregó a Bardesio a la Policía se precipitó la formación de una comisión investigadora, que yo integré. Unas semanas después de su liberación, cuando ya el senador Terra había entregado a la investigadora el testimonio de un señor Benítez, que confirmaba la existencia del Escuadrón, Bardesio fue traído al Parlamento y en la comisión negó absolutamente todo lo que le había dicho a los tupamaros. Recuerdo que Bardesio estaba muy tranquilo, muy diferente al estado de temor que había mostrado en el Seminario. Se desdijo de todo; ya había arreglado su situación. Mucho tiempo después yo pedí las actas deja comisión y me trajeron una carpeta vacía. Es decir, alguien sustrajo toda la documentación.
-¿ Usted cree que en aquel entonces el Ministerio del Interior coordinaba el Escuadrón? -Sobre la vinculación entre el Ministerio del Interior y los grupos paramilitares estaba el testimonio de Bardesio y también el de Benítez. Creo que ahora se podrá esclarecer ese vínculo, y me parece importante porque es necesario conocer lo que pasaba en la época previa al golpe de Estado. Es necesario conocer todo.
CON ZELMAR MICHELINI (h)
'SANGUINETTI FUE CÓMPLICE DE LA DESAPARICIÓN DE MACARENA'
Víctor Carrato y Pablo Tosquellas (Caras y Caretas)
Zelmar Michelini, hijo del ex ministro de Industria y ex senador asesinado en Buenos Aires, hace años que vive en Francia. Es periodista de la Agencia France Press. De visita en Uruguay por algunos días, fue entrevistado por CARASyCARETAS.
-¿Pueden recordar el episodio del secuestro de su padre, en el que fueron testigos su hermano mayor, Luis Pedro, y usted?
-Sí, claro. Luis Pedro estaba de paso. En realidad mi padre y Luis Pedro habían salido esa noche. Yo estaba solo, llego al hotel, me acuesto, oigo ruidos y pienso que eran mi padre y Luis Pedro que estaban de regreso.
-¿Eso era de madrugada?
-No, serían las dos o tres de la mañana. Oí ruidos que me despertaron. Evidentemente mi padre y Luis Pedro habían entrado en silencio. Ahí me encuentro que hay dos o tres tipos en la pieza nuestra que le dicen a papá que se levante, amenazan, dicen "no miren", a mí me apuntan con una pistola, me dicen que me cubra con una sábana, comienza el registro y agarran cosas. Allí comienza una especie de diálogo. Papá pregunta si puede llevar los remedios. Con un tono agresivo le dicen: "Esa carita linda que tenes la vamos a...". Eso dura doce o quince minutos, no sabría decirte cuánto, es una cosa rápida pero al mismo tiempo muy intensa. Papá hacía preguntas como para saber hacia dónde iba, por eso preguntó por los remedios. Le dicen que los lleve. Yo tengo la idea de que iban para otro lado, después papá me dice que llame a Luisa Popkin, una amiga norteamericana que estaba haciendo los trámites para que papá fuera a testimoniar en el Congreso de Estados Unidos. Ese es básicamente el recuerdo que tengo.
-Al "Oso Paqui" ¿lo reconoció?
-No, no vi prácticamente a nadie. Había un tipo corpulento y no todos hablaban. Se van y nosotros, con bastante rapidez con Luis Pedro bajamos y empezamos activar contactos. Hay una secuencia que empieza el día que a mi padre lo llaman por teléfono y le dicen "o te callas o torturamos a Elisa". Ahí hay un dilema que se extiende unos 10 meses. Papá no se calló y siguió haciendo denuncias. Una vez que él decidió eso y que esa decisión provoca represalias sobre Elisa, se le plantea un problema moral: ¿Cómo, yo sacrifico la integridad física de mi hija y huyo ante la primera amenaza? Para mí es una cosa que estuvo trabajando mucho en mi padre. Se le envía una carta al profesor Golby, una carta que es muy importante porque describe todo el sistema de tortura y además deja muy al desnudo a (Juan María) Bordaberry. Ahí es donde se va tejiendo la trama del drama. Por un lado, mi padre está en Buenos Aires bajo una dictadura -lo lógico habría sido que él hubiera tomado disposiciones para irse de Argentina- pero no lo hizo. Lo que estaba trancado es que viajara con pasaporte uruguayo a Estados Unidos para hacer la denuncia frente al Congreso norteamericano. Hace poco leyendo un libro sobre el Plan Cóndor veo un detalle interesante sobre Pratts; el general chileno se encontraba en la misma situación que mi padre, no tenía pasaporte. Papá se negaba a viajar sin pasaporte uruguayo, podía salir como refugiado pero no quiso. También le ofrecían pasaportes panameños, cubanos, transitorios, para poder salir del país, pero no quiso. Por una cuestión extrema de honor, quería viajar con pasaporte uruguayo. Ese empecinamiento quizás le costó la vida. La misma reacción había tenido Pratts.
-¿Fue torturado?
-Ahí hay un testigo ocular. Fuimos a la morgue mi madre, alguno de mis hermanos y también Federico Fassano. Allí observé a mi madre dándole el último abrazo a mi padre... El médico forense que estaba ahí se refirió con frialdad profesional a unas manchas en el cuerpo de mi padre, como golpes, o simplemente la descomposición del cuerpo. Fassano es mucho más terminante y dice que hubo tortura. Los documentos que se ha logrado recuperar dan cuenta de esa tortura.
-¿Cómo te cae la versión de Gonzalo Fernández a Pedro Bordaberry diciendo que fue una operación de la escuadra parapolicial de Gordon y que el secuestro fue por plata? -Absurda. Mi padre era senador, era una persona muy conocida en Argentina. En Argentina las decisiones no se tomaban así nomás. Una banda como la de Gordon no se corta por sí sola. Gonzalo Fernández se hizo eco de versiones interesadas. Lo que mostró en su conversación con Bordaberry fue mucha ligereza. Ante Bordaberry aparece dándole crédito a la especie que le conviene a la defensa de Bordaberry.
-¿A qué versiones responde Gonzalo Fernández?
-Gonzalo Fernández sufrió un atropello por parte de Pedro Bordaberry que, abusando de su confianza, le grabó clandestinamente una conversación de carácter privado. Lamento que en esa conversación, según trascendidos que no fueron desmentidos, Gonzalo Fernández haya atacado a nuestra abogada Hebe Martínez, quien, con mucho coraje y tesón llevó adelante las causas contra el dictador Juan María Bordaberry por el Golpe de Estado y el asesinato de mi padre y de Gutiérrez Ruiz. Sin su esfuerzo y su compromiso no se hubiera hecho justicia.
-¿Qué le genera la actitud de Sanguinetti?
-Después de la dictadura, Sanguinetti armó la impunidad para los militares de la misma forma en que antes del golpe había impulsado la represión. Como ministro de Pacheco primero y de Bordaberry después y, años más tarde, como presidente digitado por los militares, tuvo una trayectoria coherente: dio libre curso al Escuadrón de la Muerte, alentó la tortura, sacó las Fuerzas Armadas a la calle y luego les garantizó la impunidad. Más grave aún, durante varios meses -y quizás más tiempo- fue cómplice de la desaparición de Macarena Gelman.
-¿Todavía en democracia?
-Claro! Es más, después del 14 de abril de 1972 en Uruguay se practica la desaparición forzada de la siguiente forma: la gente es detenida pero, durante muchos días, y en algunos casos meses, no se da cuenta de su detención. Es decir que ciudadanos uruguayos, involucrados o no en el accionar guerrillero, desaparecen. Todo el mundo sabe que las Fuerzas Armadas lo detuvieron. Incluso en muchos casos hay testigos oculares, pero las Fuerzas Conjuntas no dan cuenta de su detención porque la política es torturarlos lo más posible. Sanguinetti apoyó, inspiró esa práctica. Es lógico que las FFAA digan "nosotros reprimimos -durante mucho tiempo fue el discurso de ellos- aplicando estrictamente las consignas del poder político". Mi padre siempre decía: "Detrás de un general que tortura hay un civil que manda".
LA TORTURA EN URUGUAY
-¿Sanguinetti prácticamente apañó a los militares torturadores y asesinos?
-Incluso en un libro, Sanguinetti, aunque no tengo la cita exacta, dice que tuvieron que torturar cuando no pudieron aplicar el pentothal a los presos. No digo que hayan sacado un decreto diciendo "tortúrese", pero la tortura se instala y cuando se denuncia que se está torturando el gobierno nunca reacciona.
-¿Tiene indicios de la actuación de la "patota" de la OCOA en Buenos Aires en el asesinato de su padre, Gutiérrez Ruiz, Whitelaw y Barredo?
-Yo estoy convencido y hay una deducción lógica: nadie actuó por la libre, que es lo que siempre sostuvieron los militares. Basta ver la famosa orden del "Goyo" Álvarez, del año 1978, donde lo dice. Hubo una verticalidad que funcionó. Sobran pruebas sobre la actuación de Gavazzo y los otros en Buenos Aires. Estuvieron vinculados al secuestro y asesinato de mi padre, del Toba, Rosario y Whitelaw.
-¿Usted considera que es necesario firmar contra la ley de caducidad?
-Hay que anularla. En primer lugar es una ley inmoral que ampara a asesinos, a torturadores, a militares autores de delitos de lesa humanidad, a violadores de mujeres, a secuestradores de niños. No puede ser que en el ordenamiento jurídico de un país haya una ley. En segundo lugar hay una razón constitucional: la ley de caducidad, tal cual fue aprobada, establece en última instancia que a pedido de la Justicia sea el Poder Ejecutivo el que decida si un caso está comprendido o no dentro de ella. Termina con la igualdad constitucional de todos los ciudadanos ante la ley y viola el principio de la separación de poderes. La Justicia es cosa del Poder Judicial y no del Poder Ejecutivo. En fin, hay una cuestión política. El Frente Amplio nació para defender la libertad, la Constitución, los derechos humanos, la justicia. Al permitir que esta ley siga vigente está traicionando sus principios fundacionales. Sin el trastorno constitucional pachequista y la violación de las libertades de Pacheco y Bordaberry, quizás el Frente no hubiera existido como fuerza política. Hay un elemento determinante que lleva a esa confluencia que es el desorden jurídico, el avasallamiento de las libertades y las torturas. Un gobierno de izquierda tiene que ser fiel a sus principios.
MONTEVIDEO/URUGUAY/01.08.08/
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