¡“NITEP”: UNA SIGLA QUE MARCA RUMBO!
La Chacra, noviembre de 2025 — Álvaro Jaume (¡siempre REDOMÓN!)
NITEP es una sigla que traduce algo más que un sentir: traduce una convicción.
¡NI TODO ESTÁ PERDIDO!
Es también el nombre de un colectivo social con el que coordinamos en el pasado otoño, preparando el OLLAZO del 11 de abril. Colectivo que nuclea a todos aquellos que están en situación de calle. Y siempre he pensado: ¡qué nombre original y acertado! Reconoce la realidad —parte de ella— y, a su vez, trasunta rebeldía; no cae en la autoflagelación ni en la resignación.
Por eso me vino a la memoria un par de días atrás, cuando el mundo globalizado de hoy despertó con la noticia de que Zohran Mamdani resultó electo alcalde de Nueva York, con más del 50%, superando el millón de votantes.
Sorprendente: en la ciudad imperial por excelencia, cuna donde nació D. Trump y protagonista directo en la batalla electoral contra el “peligro rojo”, allí mismo gana un candidato que le dice al propio “amo multimillonario” del Occidente actual:
“Escuchame bien: con todo orgullo digo que soy emigrante, musulmán y socialista demócrata...”
Y que públicamente no solo le dice eso a Trump, sino también al más de un millón de judíos que habitan en Nueva York, que si por él fuese, metería preso al criminal Netanyahu por genocida.
Un Mamdani que se animó a prometer —aun cuando fuese una promesa de campaña— transporte público gratuito y almacenes populares: propuestas absolutamente disruptivas para el neoliberalismo imperante.
Un Mamdani que mostró conexión real con los de abajo, con los trabajadores, con los emigrantes, con los jodidos por pobreza o color de piel, con los LGBTQ+, etc.
¿Demagogia? ¿Conocida politiquería a la hora de juntar votos? ¿Mamdani “producto inteligente” del sistema para canalizar la bronca social? ¿Astuta movida del ala izquierdista del Partido Demócrata para encontrar un sustituto joven de Bernie Sanders, capaz de arriar votos?
Ni qué hablar: todas son alternativas que están sobre la mesa. Con el tiempo se irán despejando las incógnitas.
Pero no quiero reiterar un reduccionismo analítico que siempre culmina en que no existen matices, novedades ni contradicciones. Que “todo es más de lo mismo”; pura maniobra electoral o engaño, ya que poco o nada podrá hacer el personaje de todo lo que prometió.
Lo que importa destacar —a diferencia de lo que ocurrió en Argentina con Milei— es que la gente de pueblo votó por un candidato que, al menos en teoría, anuncia que defenderá sus intereses. Un candidato que, en su campaña, osa desafiar al establishment, rompiendo con el molde de lo “políticamente correcto”, y que en su discurso triunfal, una vez conocidos los resultados, afirmó:
“Le ganamos a la dinastía política”.
Con esta postura, en lugar de promover “reconciliación republicana” o armonía social, promueve reacción popular. Alienta la conciencia de los de abajo —los más jodidos y explotados— en la recuperación de su dignidad y la reivindicación de sus derechos.
No pretendo con esto sobregirar la dimensión política del fenómeno “Z.M.”. Destaco, sí, que significó una cuña en el aparente monolitismo hegemónico del “MAGA” (Make America Great Again) y del trumpismo.
Destaco también que puso al desnudo la crisis de las grandes urbes de esta época: la icónica Nueva York —imagen del protoimperialismo, carta de presentación del modo de vida “americano”— hoy está marcada por la decadencia social (más de 130 mil indigentes, miles habitando sus calles, millones de migrantes excluidos).
Finalmente, y quizás lo más importante, es que este triunfo de “Z.M.” muestra hasta qué punto el invento de la “democracia” como mecanismo legitimador del capitalismo —representada por políticos profesionales que se rodean de privilegios, acomodos y ejercicio discrecional del poder— viene en franca decadencia.
Quedó en evidencia el pasado mes, con las multitudinarias revueltas (“rebeliones”) de la Generación Z en países de Asia, África y América Latina, orientadas a combatir la corrupción de los políticos profesionales (no digo casta, para no quedar enancado con un cínico como Milei) y la desigualdad social.
Por algo el propio Mamdani, a la hora de los festejos, al afirmar “¡vencimos a la dinastía política!”, pretendió desmarcarse de los aparatos burocráticos y politiqueros.
Agreguemos que no es necesario irse demasiado lejos —ni a Nueva York, ni a Katmandú, ni a Lima— para encontrar consignas como “¡Que se vayan todos!” o “¡Son todos iguales, una manga de ladrones!”.
En la Olla del Tole, tenemos entre nuestras canciones predilectas una del Nacho Copani, creada a partir del estallido argentino de 2001, que lo afirma sin retórica poética alguna.
Para la mayoría de estos “condenados de la Tierra” (F.F.), muchos de ellos sin credencial o sin haber practicado sistemáticamente el “sagrado derecho al voto”, es un sentir unánime el rechazo a los políticos como tales.
Porque, a lo largo de sus cruentas vidas, han comprobado una y mil veces que estos son expertos en “versos”, en hacer promesas que nunca se cumplen —como dice la canción del Orejano— y, sobre todo, en acomodarse para vivir gozando de lujos y privilegios.
En conclusión, episodios como el neoyorquino trajeron a mi mente la consigna NITEP, porque nuestra resistencia resiliente de estos tiempos debe tenerla como lema supremo:
¡CLARO QUE NI TODO ESTÁ PERDIDO!
Es más: todo estaría perdido si nuestra mirada política y nuestra postura existencial y militante fuesen las del pesimismo o el fatalismo histórico, el iluminismo o el reduccionismo interpretativo.
Suponiendo que el sistema es indestructible, que los enemigos de clase o políticos no tienen contradicciones o divisiones que pueden abrir compuertas a la lucha, y lo que es peor, suponiendo a los sectores populares —a la gente común, los de abajo— tan enajenados y cooptados por el sistema y su ideología dominante, que serán siempre una masa manejable, incapaz de romper sus cadenas.
El efecto político de estas posturas —que en general adoptan tanto quienes se autoproclaman “radicales” (¡encendidamente antisistémicos!) como los que se consideran “pragmáticos”, reclamando aggiornamento y realismo— es uno solo: aislamiento, parálisis o quietismo.
Hay una frase de S. Žižek que resume muy bien parte de este efecto:
“El capitalismo actual ya no te pide que creas en él; te pide que te sientas impotente frente a él.”
Está claro que, de una batalla municipal en Nueva York, de una revuelta incendiaria en Katmandú o Lima, o de tantísimas experiencias sociales de lucha y confrontación con mercaderes capitalistas o instituciones estatales que ejercen la dominación de clase —así como de infinidad de desperdigadas experiencias autogestionarias como la nuestra, de La Olla o La Chacra—, resulta evidente que no vamos a inferir que, a nivel macro o global, estamos degollando al monstruo.
¡Obvio que no! No somos ni tan obcecados ni tan ingenuos.
Por ahora, a escala mundial, la correlación de fuerzas para alcanzar la vieja y añorada utopía de un mundo comunista (por lo común) sin clases, sin injusticias ni explotación, es netamente desfavorable.
Pero jamás modificaremos esa ecuación si no nos ponemos al hombro —como lo hizo el colectivo NITEP— la tarea de organizar a los sufrientes con la convicción de que NO TODO ESTÁ PERDIDO.
Cierro con una observación que creo sustancial:
la convicción se nutre con el disfrute de los pequeños cascotazos al poder, como este de Z.M.; con la capacidad para animarnos ante los “avances de la insignificancia” (al decir de Castoriadis), o alegrarnos —por ejemplo— cuando surge un grupo de frenteamplistas honestos que sostienen que “tienen que hablar” (asqueados por la tibieza y complicidad sistémica del FA, entre otras cosas con el genocidio palestino).
Si no existe esa capacidad para captar las transformaciones de la realidad, entonces se recala en la opacidad y la grisura, restándole a la lucha su vitamina esencial: ¡LA ESPERANZA EN EL CAMBIO!
Durante estos largos y duros años de Olla Popular en Toledo, hemos comprobado una y mil veces que la desesperanza y el fatalismo son el peor enemigo de los nuestros:
desesperanza en controlar o superar un vicio o adicción; desesperanza en modificar hábitos o conductas humanas lesivas y agresivas, dañinas del colectivo y de uno mismo; desesperanza en encontrar una changuita algo mejor —o peor aún, desesperanza en encontrar por lo menos una changa, por miserable que sea.
Es un proceso corrosivo que va comiendo al ser humano por dentro, que lo condena al fracaso y a la impotencia.
Y lo mismo ocurre con la LUCHA.
La incapacidad para captar matices, pequeñas transformaciones, para captar y disfrutar de los pequeños cambios, condena a la impotencia política.
Ese es el camino que no debemos transitar, si pretendemos sumar un granito en la revolución social.


0 comentarios:
Publicar un comentario
No ponga reclame, será borrado