martes, 18 de noviembre de 2025

Para pensar



La izquierda que se aburguesó


Entre el perfume del poder y el olvido del pueblo

por Juan Carlos Blanco Sommaruga


11 de noviembre de 2025, La República

Hubo un tiempo en que la palabra izquierda olía a tierra, a sindicato, a olla popular y a lucha.

Hoy, en cambio, a veces huele a perfume caro, a despacho alfombrado, a conferencia con aire acondicionado. Una parte de nuestra izquierda se aburguesó, se acomodó, se volvió formal y funcional.

Ya no habla de revolución ni de transformación; habla de “consensos”, de “gestión eficiente”, de “diálogo con el sistema”. Pero el sistema no dialoga: el sistema digiere, asimila y después escupe. Y eso es lo que está pasando.

Del pueblo a la platea

El Frente Amplio nació del barro, de los que no tenían voz. Fue un sueño tejido con las manos callosas del pueblo. Pero muchos de los que hoy lo conducen ya no pisan el barro, ni saben cuánto cuesta un litro de leche o un alquiler en dólares.

Hablan de justicia social desde oficinas con vista al mar y se indignan solo cuando la prensa burguesa los toca.

Mientras tanto, el pueblo —el de verdad— sigue contando monedas para llegar a fin de mes, sigue esperando vivienda, sigue sin médico, sigue sin esperanza.

Y el discurso progresista se ha vuelto una letanía burocrática que apenas disimula la resignación.


El espejismo del poder

Gobernar fue un logro histórico, sí. Pero también una trampa.

El poder adormece, seduce, convence de que se puede cambiar el mundo sin molestar a nadie.

Y así fue como una izquierda que prometía cambiarlo todo terminó justificando lo injustificable, callando ante los poderosos y negociando los principios por estabilidad.

El capital aprendió a domesticar la rebeldía, aplaudiendo los discursos que ya no incomodan.

La derecha, mientras tanto, agradecida: no hay mejor aliado que un adversario desmemoriado.

Rebelarse otra vez

Pero el pueblo no es tonto. Sabe distinguir entre los que hablan por convicción y los que hablan por cálculo.

Y empieza a mirar hacia otros lados, buscando nuevas voces, nuevas rebeldías, nuevos sueños. Es hora de volver a ensuciarse las manos. De recuperar la ternura y la bronca, la dignidad y la conciencia.

De recordar que la izquierda no nació para administrar, sino para transformar. Porque si la izquierda deja de soñar, el pueblo dejará de creer. Y entonces habremos perdido mucho más que una elección: habremos perdido el alma.

 

 

16 noviembre 2025, Marcos Joel en FB


Se está apagando, lenta pero inexorablemente, la llama que sostenía viva la mística del Frente Amplio. Esa luz que alguna vez fue faro y promesa, hoy parece vacilar entre las sombras de un desencanto que se filtra por cada rendija de la historia reciente. Hay un sabor amargo en el aire, un regusto de derrota encubierta en formalidades, una desilusión que no estalla, pero cala profundo. Años y años de expectativas, acumuladas, ansiosas, fervientes, comienzan a desvanecerse como hojas secas arrastradas por el viento.
Creíamos, sí, creíamos con fuerza, que tras cinco años largos, duros y sombríos, la noche finalmente cedería ante el alba. Que el regreso del Frente Amplio sería el renacer de una esperanza adormecida en los rincones del pueblo. Creímos en el retorno del programa, en la recuperación de la ética, en el retorno de la lucha de los de abajo. Pero lo que vimos fue apenas un espejismo, una silueta borrosa de lo que alguna vez prometimos ser. La aurora prometida se diluyó en el mismo gris que juramos combatir.
Hoy, muchos desilusionados caminan con la mirada perdida, buscando respuestas en el vacío.
Y entonces surgen las preguntas que duelen:
¿Habrá que aceptar la resignación como destino?
¿Será este, acaso, el final de la verdadera izquierda?
¿O será que la izquierda que soñamos solo existe en la imaginación colectiva, en ese mito fundacional que nos impulsó durante décadas, esperando hacerse carne… y sin embargo hoy parece tan lejana como un recuerdo infantil?
Pero entonces surge la pregunta ¿y si no todo está perdido?
¿Y si este es justamente el momento?
¿Y si, por una vez, la izquierda fuera más que un color en la papeleta, más que un discurso bien elaborado, más que un puñado de cargos administrativos?
¿Y si la verdadera izquierda no es un Gobierno, sino una pulsión viva?
¿Será que se nos extravió entre los pasillos fríos del poder formal, donde los ideales se negocian, donde la convicción es moneda de cambio?
¿O estará, como siempre estuvo, donde nace el fuego de toda revolución, en el poder popular?
Porque si de algo podemos estar seguros es de esto,
La verdadera izquierda jamás fue un decreto ni un designio institucional.
La izquierda, la verdadera, se forma en la calle, en el barrio, en el sindicato, en la asamblea.
Nace de las manos que trabajan, de las gargantas que gritan, de las memorias que resisten.
Y si esa izquierda está dormida, entonces es tiempo de despertarla.
Despertarla con fuerza.
Despertarla con urgencia.
Despertarla con dignidad.
Pero para que eso ocurra, necesitamos algo esencial, volver a escucharnos.
Debatir sin miedo.
Chocar ideas, pero no corazones.
Recuperar la efervescencia, la participación, el espíritu que alguna vez nos hizo invencibles.
Porque esta es la hora en que el pueblo debe hablarse a sí mismo.
La hora de recuperar lo que nos pertenece, nuestro destino político, nuestra voz, nuestra capacidad de soñar y de transformar.
Y ese proceso no empieza arriba.
No empieza en los ministerios ni en las bancas del Parlamento.
Empieza entre nosotros.
Empieza en el encuentro.
Empieza en el diálogo.
Por eso, antes que nada, antes que los programas, antes que las consignas repetidas, antes que el desencanto nos destruya:
¡FRENTEAMPLISTAS, TENEMOS QUE HABLAR!



 

 

 

 

 

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