Puesto en la ingrata tarea de tirar al carajo virtual todo lo que no sirva para nada de los casi 15.000 correos electrónicos recibidos y acumulados durante estos últimos tres años, me encuentro con la también ingrata confirmación que ofrece la inmensa mayoría de las comunicaciones políticas de este lapso:
no ha cesado el "duelo" ante la claudicación de los que ayer -doctrinarios y no; fundamentalistas y no; eclécticos y no; con fierros y sin ellos- se autoproclamaban "revolucionarios" y hoy se desviven en pos de un "capitalismo civilizado", compartiendo la administración "correcta" del Estado burgués con los más directamente beneficiados por el sistema.
Es como si no hubiesen pasado 20 años desde el primer gobierno progresista de Montevideo y 5 desde que los mismos gobernantes ejercen su gestión a escala nacional. Las notas, artículos, cartas y comunicados de los últimos tres años que circulan a través de internet en el espacio militante, siguen derramando, casi todos, lágrimas y reproches como si estuviésemos frente a una novedad que se presentara como tal todas los mañanas, y no frente a un fenómeno que para muchos fue visible, ya, incluso, muchísimo antes del triunfo progresista en Montevideo y, tal vez no para muchos, mientras estábamos en manos de los fascistas.
Este populismo que, si lo dejamos, tenderá a reproducirse, en forma y en sustancia, como vulgar fascismo criollo, no debe ser ignorado, pero ni lo detendremos ni lo haremos menos peligroso, gritándole al Pepe o a quien sea, a diario, "¡populista traidor!!! ¿qué hiciste con lo que predicabas en los ´60?"...
De algún modo revivimos cotidianamente nuestra angustiada perplejidad como si aún tuviésemos la callada esperanza de que los renegados, a fuerza de puteadas, pudieran redimirse a sí mismos recuperando al menos lo que más de uno, sin dudas, jamás tuvo: amor propio, vergüenza, qué sé yo, tan siquiera humildad mínima como para asumir que su ominoso presente cuestiona su propio pasado...
Hasta los aportes más cuidadosos con miras a un posicionamiento acorde a la realidad actual tratando de explicar este fenómeno del renunciamiento ideológico, no pueden ocultar algo que bien puede calificarse como dilatado trauma colectivo en buena parte de nosotros, los que no comulgamos con fatalismos y posibilismos carentes de compromiso con la causa proletaria.
Por supuesto que, además, lo que por su prolongación ya es plañidera de velorio con velas ardidas, sirve a algunos, también, para seguir pasando -estoy seguro que en muchos casos en forma involuntaria, nada más que como atavismo funcional al "duelo"- viejas facturas al estilo "yo te lo dije; así no era", que revelan la permanencia del espíritu de secta aún sin tenérsela y que siguen actuando como estéril mercantilismo político que solamente es fecundo en materia de frenos en la búsqueda de caminos de unidad revolucionaria, entre otros frenos.
Lo cierto es que este "duelo" en apariencia inacabable, expresa, al fin de cuentas, la existencia de otro fenómeno, obviamente muy distinto hasta en lo ético al del renunciamiento de los "históricos" devenidos en salvavidas del sistema, pero seguramente emparentado en materia de antecedentes u orígenes histórico-ideológicos: no somos capaces de producir pensamiento revolucionario vivo; es decir, pensamiento político que actúe como estimulador y orientador de la acción política presente y que ésta nos provea, a su vez, de elementos para trazarnos verdaderas estrategias populares de sentido revolucionario perspectivas revolucionarias.
Campea, en nosotros también, un posibilismo no querido, pero sí pernicioso y desalentador, que nos coloca en la situación de producir -casi en consonancia con el "duelo"- únicamente protesta, acción refleja, intrascendentes escaramuzas puntuales al golpe del balde, pobrísima particularización de la lucha, actitud permanentemente defensiva, y, en definitiva, emprendimientos que en la medida que no forman parte de planes generales de lucha, suelen terminar siendo funcionales al sistema, experto en materia de neutralización por vía de "concesiones" que no son tales y que no le comprometen ni arriesgan en lo más mínimo (hasta en la cuestión de la violación de los DD.HH. se da esto, y no necesariamente como parte de un "plan", sino como reflejo burgués que ayuda a dosificar la aplicación de todo aquello que en última instancia no significa riesgo alguno de fondo y sí facilita descomprimir ciertas presiones sociales; hay buenos ejemplos, como la caída de un De la Rúa, al que la misma burguesía hace zancadillas para revolcarlo por el piso, o la manera en que van siendo procesados algunos cabeza de turco de la represión dictatorial cívico-militar, o en qué van derivando ciertas acciones directas en pos de tierra u otros medios de producción, cuya potencial continuidad en el tiempo y en el espacio, se desestimulan ante la ocurrencia de inciertos "acuerdos" que en realidad son posibles por la ausencia de un contexto general de combatividad y orientación política que vayan más allá de la reivindicación puntual o los parámetros de lo estrictamente coyuntural).
No se trata, naturalmente, de que abandonemos la interpretación crítico-autocrítica del "pasado reciente" ni que desconozcamos neciamente la acción retardataria de los "Quijotes" del inexistente "neo-capitalismo civilizado";
al contrario, hagamos de las enseñanzas del pasado una verdadera escuela popular, tratemos de hacer extensiva la visión crítica a todo nuestro pueblo, dejemos que él participe creativamente de esa interpretación -aún en aquellos que siguen viendo en un Pepe al "guerrillero de carácter" o en un Astori "el administrador inteligente de la crisis que pasará y ya estaremos de la planta"-, de esa lectura de nuestra propia historia que será fructífera si es cada vez más colectiva y no tan sólo restringida a "protagonistas directos", entendidos o especialistas. Impulsemos y desarrollemos iniciativas que demuestren que la historia no se divide en antojadizos capítulos o etapas con intervinientes selectos o destacados...
Pero ni nos quedemos en el pasado practicando una nostalgia boba ni sigamos un velorio eterno por el pasado y por los muertos "vivos" y "avivados" de ese pasado.
Dejemos de vivir machacando sin sacar jugo que sirva de nutriente para el hoy; ya en otros tiempos y en otras experiencias en el mundo entero, hubo que enterrar el pasado y dejar que los que perdieron la brújula se ocuparan de "venerar" o "condenar" obsesivamente el pasado.
Hay muy claros antecedentes a lo largo y a lo ancho de la historia mundial de gente, de sectores sociales pertenecientes sí al pueblo y antaño comprometidos en algún grado con la revolución, que fueron defeccionando y abandonando la causa, en muchos casos casi como consecuencia lógica de su débil equipaje ideológico y su escasa o nula compenetración con los móviles primarios y últimos de la revolución. Pero también hubo, hay y seguirá habiendo, afortunadamente, sectores sociales, individuos y colectivos, que a pesar de sus divergencias político-ideológicas, a veces a pesar de su muy poca preparación teórico-filosófica, son capaces de romper con el pasado en sentido dinámico y constructivo, porque siempre han tenido o han adquirido fervientemente y a prueba de todos los fracasos y todas las derrotas, lo principal:
la opción por la clase explotada más allá de derrotas o triunfos, el espíritu de pertenencia incondicional a la clase, la lealtad inquebrantable que tiene que ver con aquello de tener conciencia de clase "para sí" y no solamente "en sí".
Tratemos de llenar el espacio virtual revolucionario de ideas potenciadoras y no de señales de pereza y apatía angustiadas; de ocurrencias varias por más disparatadas que nos parezcan, de arrebatos que estimulen el buscar a otros para lanzar juntos esas ideas y ocurrencias priorizando la discusión que movilice y no la polémica esterilizante que divide y debilita, y, sobre todo, usemos los medios que nos brinda la revolución tecnológico-informática, para educarnos y reeducarnos en valores y principios éticos que únicamente germinan, crecen y se extienden entre los que han optado por la revolución porque optaron por los intereses y las expectativas de vida de la única clase que podrá llevar la revolución hasta las últimas consecuencias, porque en ello, efectivamente, le va la vida (a ella y a todos los que no pertenezcan a ella o no se asuman con cabeza y brazos clasistas).
Asumamos, al menos, que hoy esas "últimas consecuencias" son un auténtico enigma que depende precisamente de cómo el mundo proletario entero se asuma como clase y actúe como tal tan siquiera de manera defensiva, ya, ayer, frente a una casta imperialista asquerosamente asesina, sin cuya derrota fulminante y la eliminación de posibilidades de "resurrección", todo será una "utopía".
No sólo la revolución y el socialismo, sino también la permanencia de la especie humana.
Y si hay que apelar al pasado y sus enseñanzas, como realmente hay que hacerlo - es decir, pensando en la revolución que vendrá y no en las que no pudieron ser-, recojamos de él la lección de todo lo que no debemos hacer para seguir multiplicando, 40 años después, división, segmentación y debilitamiento de las potencialidades populares.
Evitemos polémicas al menos públicas que nos coloquen en ejes que de hecho son casi literarios o de diletantismo libresco y que nada tienen que ver con la elaboración teórica pensada como posible guía para la acción.
En estos párrafos se han tocado aspectos muy diversos y hay que admitir que hay unas cuantas afirmaciones prácticamente sin fundamentación.
En buena medida, se trata de palabras salidas de un cierto hastío provocado por seguir leyendo y oyendo las mismas palabras, las mismas polémicas, los mismos resultados de esto que yo llamo "duelo" demasiado prolongado, aún en los casos en los que la intención es aportar hacia delante.
Claro que hay que debatir y polemizar; es parte de la búsqueda de nuestro propio reencause militante. Pero intentémoslo colectivamente y despojados de cualquier ínfula de adoctrinadores; no nos dejemos tentar por debilidades de lucimiento intelectual o exhibición de bagaje de conocimientos... No nos enojemos si nos piden que bajemos a tierra, que dejemos de darle pelota a los disparates de Mujica o los desplantes pedantescos de Astori, recriminándoles por sus respectivas claudicaciones y las de unos cuantos más.
Sí hay algo en lo que debemos machacar hasta que nos entre con fuerza en el mate:
lo único re-claro de permanencia del pasado en el presente, lo que rompe los ojos y nadie ya puede no ver, es que estamos en el pasado en la medida que de él venimos heredando y arrastrando (y mostrándole al pueblo del que somos parte) la misma escasez de unidad que ya nos cagó la vida y facilitó las cosas a los fascistas...
De aquel pasado es casi-casi lo que no ha muerto, lo que sigue en pié y hay que fusilar contra el cordón de la vereda y no precisamente para luego estar de duelo: nuestros egoísmos, nuestras mezquindades, nuestros protagonismos patológicos casi, nuestras creencias supersticiosas de que somos los únicos en "tener la posta", y esto, peor que antes, cuando no nos llenábamos la boca con la necesidad del "horizontalismo" y el que más el que menos estaba orgulloso de su férrea "lealtad" al grupo del que formara parte "disciplinadamente".
Pues hay que decirlo: tanto narcisismo, no es buen consejero.
Y tengámoslo presente: los hoy renegados "con carisma" y fuerte votación, eran ya eso, "narcisos" de mierda, en aquellos años de los que seguimos hablando hasta el cansancio.
Lo he dicho alguna vez y no me cansaré de repetirlo cada vez con mayor énfasis: la unidad no es ni un capricho ni un sueño romántico de conciliadores, es un arma de los pueblos sin la que no hay siquiera posibilidades de defenderse de las andanadas burgo-reformistas-
La unidad no necesita de disertaciones para "especialistas"; en todo caso, busquémosla también con otra gente distinta a nosotros, en otras sintonías aparentemente triviales, pero dando lugar a entrelazamientos de vínculo y acción social verdaderos, de los que hoy carecemos.
Estaría bueno que además de entenderlo, lo hagamos jerarquizando la tarea unificante como la principal, como la que, además, rompe definitivamente con el pasado melindroso y autocontemplativo y nos coloca en condiciones de estar a la altura de las circunstancias.
Es decir, metidos en el pueblo trabajador, no actuando como "leprosos" sólo "mirados" por las cámaras de You-tube y recibiendo algún elogio "de entrecasa" o venido de Europa.
Se me acaba la segunda A-4, pero prometo seguirla para hablar de situaciones y actitudes que muestran que se puede y que la unidad de los revolucionarios no es un clamor pueril e ingenuo de "viejos que no están pa nada" y jóvenes idealistas que les siguen la corriente...
Se puede y hace falta; se puede, se debe y es el mejor remedio para curar dolores del alma provocados por "traiciones" que habría que ver si son tales, o si simplemente nos comimos la pastilla.
Pero, más que nada, es el mejor remedio para superar un estado casi vegetal del que nada bueno podemos seguir esperando.
Gabriel Carbajales
postaporteñ@__________________
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