Cualquier persona que haya estado presa, en cualquier circunstancia, puede corroborar que el tiempo se convierte en una tortura. El tiempo, que no pasa nunca, sin hacer nada, mirando una pared o lo que se pueda ver del exterior, pensando. Seguramente no son pocos los que dirán que se merecen ese trato como consecuencia de los delitos cometidos. Esa visión, muy común, ve a la cárcel casi como una venganza de la sociedad y no como un acto de justicia. No lo ve como el lugar donde van los que cometen delitos con el fin de pagar por su falta pero para ser recuperados y reeducados a fin de volver a la vida social.