"Cualquier avance en las políticas públicas de derechos humanos siempre serán el resultado de las luchas de los pueblos".
16 Aug 2017 | Por:Hemisferio Izquierdo
Hemisferio
Izquierdo (HI): Nos interesa pensar el golpe de Estado y la dictadura
militar en su dimensión orgánica, dentro del proceso histórico uruguayo,
más allá de la mirada que sólo atiende al contexto global (guerra fría)
y la influencia de EUA. ¿Cuánto de la estructura económica, política y
social del Uruguay de esa época está detrás del golpe del '73 y el
terrorismo de Estado?
Raúl Olivera (RO): Contestar
esa pregunta nos obliga a reflexionar sobre el contexto de ese tiempo
historico. En él hay que ubicar el nacimiento del Frente Amplio y la
unidad sindical que lo precedió.
La
hegemonía de la burguesía en el Uruguay hasta la agudización de la
crisis de los años 60 y 70 era ejercida a partir de un sistema político,
económico y social que amortiguaba las tensiones a partir de un
importante predominio del estado de derecho. Dicho de otra manera se
trataba de una hegemonía basada fundamentalmente en la “persuasión”.
Lo
que entra en crisis en los años 60 y 70 es la convivencia y las formas
de dominación pacífica, a partir de la crisis de las formas de
desarrollo de la reproducción capitalista y el avasallamiento de una
legislación que contribuía junto a las luchas obreras a contemplar las
demandas económicas de los trabajadores. Eso que permitió mejoras
significativas en el nivel de vida de los sectores populares y el
desarrollo de los sectores medios, entro en crisis.
También
entro en crisis lo que había contribuido a generar el movimiento obrero
a través de sus luchas: un proceso de democratización y avance social
mediante políticas culturales, vigencia de las libertades políticas y de
los derechos civiles.
Ese
modelo basado en una eficaz inserción del Uruguay en el sistema
capitalista mundial, que permitió mantener tasas de crecimiento del
producto bruto y del ingreso de los trabajadores se, agotó y la crisis
estructural que padecía el Uruguay se agudizó y con ello la respuesta de
las luchas populares que no aceptan el deterioro del nivel de vida.
Sin
profundizar en las causas estructurales que tiene sus raíces en el fin
de la segunda guerra mundial, el reordenamiento internacional del
capitalismo con el avance de las transnacionales y del imperialismo,
debemos concluir que es la radicalidad de estos factores que conducen a
la crisis del modelo que opera como trasfondo del proceso de
endurecimiento del gobierno de Pacheco Areco y la posterior dictadura
militar terrorista que lo siguió.
HI:
Avanzando en la historia. ¿Qué continuidades y rupturas con el
terrorismo de Estado observamos a partir de 1985 y las décadas
posteriores?
RO: A
pesar de ciertas apariencias, creo que no existió una ruptura y sí una
continuidad en aspectos esenciales. Una salida pactada no puede leerse
con el concepto de ruptura. Sin entrar al detalle de las políticas
económicas, hay una continuidad marcada por la permanencia de la
impunidad. Impunidad que atravesó etapas diferentes en cuanto a su
profundidad. Y ella, producto de la persistencia de un reclamo que si
bien desarrolló diversas estrategias, la fue “limitando” su alcance y
profundidad.
Creo
que hay una larga étapa donde ella dominó el escenario del Uruguay
hasta determinado acontecimiento: La sentencia de febrero del 2011 de la
Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso Gelman, que obligó
al Estado uruguayo a disponer que las investigaciones judiciales de las
graves violaciones de derechos humanos teóricamente se pudieran
investigar al restablecerse la pretención punitiva del Estado.
Eso
no quiere decir que esas investigaciones fueran llevadas de manera
eficaz, en un plazo razonable, garantizando el pleno acceso de las
víctimas en todas las etapas de la investigación, como lo disponía la
Corte IDH. Esa sentencia debe leerse como un hecho en el que se condensó
un largo y costoso esfuerzo de la lucha contra la impunidad. Y no
porque ella la haya derrotado, sino porque instalo un nuevo escenario en
el Uruguay.
Sobre
un antiguo escenario poblado de sombras durante muchos años, la
mencionada sentencia proyectó un cono de luz. ¿Porqué? Por la sencilla
razón de que para cumplir con esa sentencia el Estado uruguayo
–conducido por el Frente Amplio-,no tenía más remedio que tomar algunas
medidas que hasta ese momento tenía poco interés en llevar a cabo
(recordemos la polémica Huidobro-Cores): que la Ley de caducidad que
durante un cuarto de siglo había impuesto la impunidad, no siguiera
impidiendo ni obstaculizando las futuras investigaciones y eventuales
sanciones de los responsables.
De
cómo llegamos a ese escenario y de cómo se siguió gestionando el
llamado pasado reciente en el Uruguay hasta nuestros días, es lo que
demuestra esa continuidad de la que hablamos.
Hay
un periodo de tiempo en los procesos que vivieron las sociedades
latinoamericanas en los años 80 y principios de los 90, que se ha dado
en denominarse «de transición» entre los regímenes autoritarios
(dictaduras) y las «democracias» restauradas. Aún reconociendo que
dichas transiciones tuvieron sus particularidades y especificidades en
los distintos países que sufrieron dictaduras en el cono sur, analizar
lo que sucedió en el Uruguay nos permite entender y explicar algunos
aspectos poco o insuficientemente analizados. Entre ellos la llamada
«justicia de transición» y la continuidad de la impunidad hasta nuestros
días.
En
el Uruguay, una suerte de transición en paz, buscó por todos los medios
abstenerse de la persecución penal y la punición de las graves
violaciones a los derechos humanos de la dictadura. Para legitimar esa
opción, desde la derecha se argumentó que así se facilitaba una
transición pacífica. Mientras que desde algunos sectores de la
izquierda, a partir de la teoría de los dos demonios, se abonaba en el
mismo sentido: dar vuelta la pagina.
La
aprobación de la Ley de Caducidad de la pretensión punitiva del Estado,
fue la más importante herramienta jurídica de exención de una
persecución penal. De ahí, que las exigencias de responsabilidad y
justicia por parte de las organizaciones defensoras de los derecho
humanos, siempre estuvieron en conflicto —de mayor o menor intensidad—
con los esfuerzos que desde el Estado y el sistema político se
realizaron para abstenerse de buscar la verdad y emprender la
persecución penal. El precio de la paz que debía pagar la sociedad, era
la ausencia de justicia.
Si
la transición fue el periodo de tiempo en que las fuerzas de la
dictadura negociaron la entrega del poder, resulta interesante
establecer cuándo comenzó ese tiempo de la transición, cuándo terminó, y
cuánto poder se entregó en el marco de esa negociación que supo ser
presión y desacato al orden institucional.
Ese
proceso se intentó y por largo tiempo se logró realizar con absoluta
plenitud, obviando que el restablecimiento de los principios
democráticos, necesariamente pasaba por resolver una condición básica
para un Estado de derecho: la necesidad colectiva de conocer la verdad
en pos de la justicia. En nuestro país la transición estuvo sujeta a
determinadas negociaciones políticas que se desarrollaron a la interna
de las fuerzas que sostenían la dictadura, a la interna del bloque
opositor a la misma y entre ambos bloques. Durante muchos años fue
absolutamente predominante un relato a partir del cual el arribo a una
«democracia» que se transa con los sectores autoritarios en el poder
siempre implica inevitablemente aceptar que ese arribo a un estadio
democrático significa en mayor o menor medida una subsistencia de
resabios del estadio anterior autoritario. Eso seguramente explica que
recién ahora y a desgano se preste atención al espionaje en democracia.
Esos son los costos, el precio que hace posible esa transición nos repetían. Esa es la continuidad con la que se aseguraba la coexistencia armónica entre pasado y presente, aun al costo de haber generado una naciente desconfianza respecto al Estado y sus instituciones.
HI:
¿Es posible pensar el hoy a la luz de la sombra que aún se proyecta de
esa brutal ofensiva de la clase dominante por medio de la dictadura
militar?
RO:
Creo que en la lucha contra la impunidad se juega una parte importante
de las batallas políticas, ideológicas y culturales de nuestros tiempos.
Allí, en esa lucha a largo plazo, se torna imprescindible hacer valer
aquellas normas del derecho humanitario que fueron creadas con el
esfuerzo de la sociedad civil en todos esos años, justamente para
impedir la continuidad de los autoritarismos propios de una democracia
tutelada. En ese marco y con ese horizonte se deben desarrollar desde la
sociedad civil diversas estrategias a nivel político, cultural,
ideologico y judicial de acuerdo al escenario existente en la que se
deben calibrar las correlaciones de fuerzas existentes. Es a partir de
asimir eso, que desde la sociedad civil se deben articular esfuerzos
para conjuntar esfuerzos colectivos que permitan darle continuidad a la
lucha por los derechos políticos, sociales, económicos y culturales que
el capitalismo está impedido de atender.
Siempre
sostuvimos que la impunidad en el Uruguay no era el simple efecto de la
Ley de caducidad, sino fundamentalmente el resultado de conductas
políticas articuladas desde el poder del Estado. Fue a partir de ese
convencimiento que, evaluamos el desarrollo de ese proceso en el que
tenia vital importancia la construcción de un escenario político. La
importancia del escenario político para la concreción de los avances de
las luchas ciudadanas, encuentra ejemplos sobresalientes en las campañas
del voto verde y rosado con los que se intentó eliminar la Ley de
Caducidad.
El
hecho de que en esas dos acciones no se haya logrado el máximo de los
objetivos concretos que se planteaban —la anulación de la Ley de
Caducidad— no debería oscurecer en los futuros pasos a dar, la
importancia de la «construcción del escenario» como elemento cardinal
para la materialización de los actuales objetivos de instalar a nivel de
las desiciones de las fuerzas política consecuentemente de izquierda
una cultura de derechos humanos que pasa en primer término por una
voluntad política de persecución criminal de los crímenes del terrorismo
de Estado.
Estamos convencidos que las luchas que debe desarrollar la sociedad civil en contra de las diversas formas del autoritarismo estatal, se instala siempre en escenarios donde la táctica tiene que analizar con objetividad sus propias fuerzas, las que debe enfrentar y el «momento político» en que se desarrolla cada etapa del desafío concreto. La profundidad y el alcance de las reivindicaciones están casi siempre determinada por esas condiciones originales en que se desarrolla cada etapa de lucha. Y sobre todo, se necesita una mirada estratégica que tenga en cuenta el escenario futuro que se irá construyendo en el proceso de la lucha misma.
Esa
construcción de los escenarios, no es algo dado. No es una construcción
producto de un devenir inexorable. Hay que trabajar en el anudamiento y
la articulación de sus distintos componentes. Un error frecuente en la
conducción de luchas como las que hoy tenemos planteadas, es no percibir
que los escenarios cambian y si no se asimilan esos cambios se corre el
riesgo de perder el tren de la historia. Por ejemplo, si nos hubiéramos
congelado en el escenario de frustración popular, que se instaló con la
derrota del voto Verde y posteriormente el voto Rosado, eso podría
habernos impeddo definir con claridad el cómo recomenzar la lucha,
incorporando adecuadamente el dato de esos fracasos y el nuevo escenario
existente por el cual nos vimos obligados en un principio a recluir la
lucha, en el limitado derecho a la verdad (cumplimiento del artículo 4o)
de una ley que se rechazaba y con razón se catalogaba de
inconstitucional y violatoria del derecho internacional.
Nos
instalamos en aquel escenario y desde él avanzamos hasta materializar
los logros hasta hoy alcanzados. Hoy podemos concluir, que el mérito de
esa estrategia contra la impunidad es haber desarrollado una táctica que
supo identificar adecuadamente los distintos elementos de cada
escenario y no congelarse en ellos. El aspecto negativo fue el tiempo
que insumió.
Si
desde la sociedad civil y desde las organizaciones de izquierda se
actúa directamente sobre la realidad y se impulsa que el Estado promueva
los mecanismos institucionales más eficaces para la mejor defensa de
los derechos humanos en una sociedad democrática, estaremos
contribuyendo en forma sustancial a darle sentido a la lucha por los
derechos de la gente. A entender que cualquier avance en las políticas
públicas de derechos humanos siempre serán el resultado de las luchas de
los pueblos.
* Raúl Olivera Alfaro es Coordinador Ejecutivo del Observatorio Luz Ibarburu.
>>> Formas de dominación pacífica en Uruguay
>>> La impunidad
Continuidad cívico militar
Que se metan en culo los comandos antiterroristas,ningún grupo va actuar como ellos creen que lo harán para que los asesinen estos mercenarios
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