"-Zabalza tiene mucho odio interior y está mal porque no pudo salir diputado y fracasó al no poder imponer su visión política."
Ministro de Ganadería José Mujica.
-Tenés razón, Pepe Mujica. Soñaba con ser diputado.
Jorge Zabalza
Brecha
Nací llevando una marca en la frente: intendente o diputado por Lavalleja, senador por el Partido Nacional y hasta se podía pensar que terminara la "carrera" como ministro. Pero me dejé el pelo largo, me suicidé de clase y me fui, fusil en mano, tras el llamado del Che Guevara.
Treinta años más tarde, cualquiera hubiera apostado a que sería diputado tupamaro por el mpp. ¡Muchacho! Si ya era presidente de la Junta Departamental de Montevideo. Bastaba con cortarme el pelo, olvidarme de juveniles sarampiones, hacerme amigo de Tabaré y Arana, acatar a Mujica y Huidobro y volverme políticamente correcto. No pude. No me abracé con culebras y "rastrillitos" de la política, continué caminando la senda trazada por Artigas, Guevara y Sendic.
Ergo, nunca más diputado. Sufro mucho por ello. Sobre todo cuando el Juan, mi hijo, viene corriendo a abrazarme, sus ojos clavados hasta el fondo de los míos. O algunas nochecitas, cuando cierro la carnicería y nos echamos unas cervezas o alguna caja de vino con mis amigos y compañeros.
Cuarenta años atrás, el emperador que vino a Uruguay se llamaba Lyndon Johnson y, si la memoria no me falla, Pepe Mujica se fue caminando en la marcha a Punta del Este. Rechazábamos los bombardeos a Vietnam, las agresiones a la Cuba revolucionaria y la Alianza para el Progreso, que ofrecía ayuda desinteresada (vino Dan Mitrione, por ejemplo) y mercados para nuestros productos agropecuarios.
Quince años atrás, otro emperador, George Bush padre, llegó a estas costas con espejitos y cuentas de colores. En protesta contra su presencia, el mpp rodeó el Palacio Legislativo que lo recibía. Hugo Cores y Helios Sarthou, diputados, se retiraron de sala. Pepe Mujica estaba entre los asqueados por el olor a imperialismo.
Hubo nueve que sobrevivimos a idénticas torturas. Nueve que disfrutamos las comodidades de las mismas catacumbas cuarteleras. Marenales dice disparates, Zabalza dice disparates. El único que no los dice es Mujica. Él, como dice una cosa dice la otra, y hace todo lo contrario.
Está clarito Mujica, tan clarito que tuvo estómago para cruzar las vallas policiales y encerrarse con George W Bush en Anchorena, la primera base militar yanqui en Uruguay.
Muchos no tuvimos esa claridad de Mujica. Seguimos porfiadamente diciendo disparates, intransigentes tupamaros de siempre, luchando para transformar revolucionariamente la sociedad.
El ministerio de Mujica parece un enorme escritorio de negocios rurales. Está al servicio de los cada vez más extranjeros dueños de la tierra, frigoríficos y molinos. 80 mil toneladas le pidió a George W que comprara. ¿Cree realmente que vendiendo más carne aparecerán los cuatro platos de guiso que prometió a jubilados y niños que mueren y nacen por debajo de la línea de la miseria? ¿O solamente habrá más compradores de bonos, blanqueo de sucios capitales y especulación financiera en la Ciudad Vieja?
Pero más que los resultados de tanta mosqueta comercial importa el mensaje del viejo guerrillero. Además de abrazarse con anacondas yanquis, trasmite que es válido vender el alma al diablo por un cuarto quilo de carne picada. Desideologiza. Desestimula. Produce cabezas mercachifles. Y después se queja de que la juventud es consumista.
Mi dolor tiene nombre y apellido, Mujica. Se llama Félix Benítez Maidana, Ataliva Castillo, Natalio Dergan, Gallo, Héctor Clavijo Quirque, Carlos Rodríguez Ducós, Blanca Castagnetto, José María Pérez Lutz, Horacio Ramos, el "Gato" Sosa, Alberto Jorge Candán Grajales, Winston Mazzuchi, Nebio Melo, Gustavo Inzaurralde, Nelson Santana, Elena Quinteros, Leonel Martínez Platero, Gustavo Couchet, Diana Maidanic, Silvia Reyes, Laura Raggio, Washington Barrios, Idilio de León, Floreal García, Celso Fernández, Mario Soarez Píriz, Eduardo Ariosa, Pedro Lerena, Rodolfo Fernández Cúneo, Walter Sanzó, Edison Marín, Alberto Casciali, Juan Fachineli, Jorge Salerno, Alfredo Cultelli y, por sobre todo, Ricardo Zabalza.
Todavía duelen en mis entrañas los balazos que los asesinaron, y sus espíritus sostienen insurrecto el mío. Los desaparecidos y asesinados son, para algunos de nosotros, una fuerza material, impulso, mensaje de valores altruistas, estímulo moral para no transar con las ideas y los valores del enemigo de clase y seguir buscando caminos para hacer la revolución.
Está visto que para Mujica, Huidobro y otros los desaparecidos y asesinados también son una fuerza material, pero en sentido contrario. El del freno. El de no volver a pensar en revoluciones. El del miedo a la lucha.
Chau, Mujica, y que vendas muchos arándanos.
Fuente: lafogata.org
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