sábado, 25 de octubre de 2008

El crac humano permanente


José Miguel García González


La inmoralidad del sistema financiero global, y otras peores inmoralidades del capitalismo. ¿Cuál es la respuesta que está dando la Izquierda aggiornada ante esto? ¿No habrá llegado la hora de construir el socialismo y también, de una nueva Izquierda?



Pintura sobre tela de Sandra Petrovich






Esta crisis global del capitalismo que estamos viviendo, si es que ha tenido algún mérito, seguramente haya sido haber desnudado completamente la inmoralidad intrínseca de uno de los pilares básicos del modelo: la de su aparato financiero.



No es que no lo supiéramos. Ni siquiera que esto sea lo más malo que le debemos al sistema, porque tiene cosas mucho peores.



Pero, sin duda, este modo casi obsceno en que ha quedado expuesto el capitalismo, “agarrado con las manos en la masa” a ojos vista de todos, exige respuestas categóricas de quienes desde siempre hemos creído que otro Mundo es posible.



Una batalla ideológica y cultural. Quizás esa sea la gran tarea del momento: dar una enérgica batalla ideológica y cultural, que grabe a fuego en el inconsciente colectivo de nuestros pueblos, la esperanza de que una alternativa al modelo capitalista es posible, es viable, y más que nada, es imprescindible.



Bien sabemos que quien más, quien menos, reconoce que el capitalismo (neoliberal, neokeynesiano, progresista o como se lo quiera tildar) ha sido y sigue siendo una pésima forma de organización socio-económica para este Mundo. Más que nada, cuando pensamos en la casi absoluta mayoría de la Humanidad, esa que no pertenece a las clases dominantes.



Si a esto le agregamos que los efectos de la crisis (desocupación, recesión, recortes en las prestaciones “sociales” del Estado), serán vividos en carne propia por los trabajadores y por los más desposeídos, entonces, al descontento contra las injusticias naturales del modelo, se le debe sumar estos agravantes puntuales. Por lo tanto, se avecinan tiempos fermentales para abonar la idea de que el cambio es imperioso, y de que el socialismo es la mejor opción que tiene el Hombre en ese camino de transformaciones, no sólo para salvarse a sí mismo, sino también, para preservar a este generoso Planeta de la depredación de la que está siendo objeto.



Porque, recordemos, que el capitalismo salvaje de estas últimas dos décadas, que no ha tenido contraposición de ningún tipo (ni política, ni ideológica, ni cultural), se ha vuelto mucho más voraz de lo que siempre lo fue, y hoy ya no le alcanza con explotar al Hombre, necesita también esquilmar a la Tierra. Ese afán de lucro descomunal, de competencia feroz y de consumo desmedido que impone el sistema, que jamás se detuvo ni siquiera ante la vida humana arrasada, es el mismo que en su lógica insaciable va dejando agotados, uno a uno, a todos sus recursos naturales.



Y la Tierra, tengámoslo presente, no es un recurso renovable.



¿Única inmoralidad? Ahora, no nos dejemos enredar en esta maraña: que esta crisis haya puesto de manifiesto la indecencia del sistema financiero global no quiere decir que con mayores controles, que con bancos centrales que verdaderamente fiscalicen, y con cierta participación estatal, todos los males del sistema se van a acabar.



No. De ninguna manera. Para nada es así.



Esto que ha pasado es simplemente un “accidente” secundario al lado de las calamidades que venimos padeciendo gracias al capitalismo desde tiempos inmemoriales.



¿No son infinitamente peores las inmoralidades “estructurales” del sistema? ¿No es una inmoralidad de marca mayor que el capitalismo que nos rige a nivel global condene día a día, con crisis o sin ella, a casi 1500 millones de hombres y mujeres (un cuarto de la población mundial) a que subsistan en la más absoluta indigencia y con una esperanza de vida que no supera los 29 años? ¿No es indecente que esta forma de organización económico-social relegue a otros 1500 millones de seres humanos a que vivan en la pobreza, y no con muchas más esperanzas que la de los anteriores, ni de vida, ni de ninguna otra especie?



Acaso, ¿no es este un crac mucho más indigno que el de Wall Street?



Claro que sí.



Este es el crac permanente y silencioso del hambre, de la desnutrición, de la mortalidad infantil y de la muerte por enfermedades curables que se podrían prevenir con unos pocos dólares por persona (ni que hablar de lo que haríamos con los dos millones de millones que gasta el sistema para salvar a bancos que fueron fundidos sin ninguna clase de escrúpulos por banqueros multimillonarios).



Este es el crac que día a día nos debe impulsar a dar la gran contienda por derrocar del trono del Mundo a este sistema expoliador y asesino; el crac que nos dé el valor y la fuerza para desterrar definitivamente de entre nosotros al capitalismo.



¿Dónde está la Izquierda? Acaso, ¿no son estos los principales motivos por los que, desde siempre, hemos luchado contra el sistema? ¿No son éstas las verdaderas razones que nos llevan a dar la batalla?



Y esta batalla no se gana con parches al modelo, ni con “progresismos” que nos quieren vender la versión beta del capitalismo humanista (que contrasentido, como si el humanismo alguna vez hubiera ido de la mano del capitalismo).



Es que ya estamos cansados de todas estas pruebas híbridas que para nada mejoran la especie, tan sólo la degradan un poco más.



Por eso, el instante es ahora: no estamos viviendo el fin de la Historia, sino el principio de un tiempo nuevo. Tiempo nuevo donde volver a anidar a la esperanza bien adentro de la utopía.



Necesitamos de un valiente protagonista que salga a enfrentar a un contendiente que parecía inexpugnable y todopoderoso, pero que ahora mismo, se encuentra con la guardia baja y muestra sus grandes debilidades.



Pero, desgraciadamente, la inmensa mayoría de la Izquierda en el Mundo (salvo honrosas excepciones), esa Izquierda aggiornada que es gobierno en todo el Conosur americano, y que también es la que domina en toda Europa, que se ha enquistado en el capitalismo para no modificarlo en nada, esa Izquierda moderna que reniega hasta de sus principios básicos, sigue cruzada de brazos sin dar ninguna respuesta ante tamaña crisis. Simplemente acomoda el cuerpo y espera a que pase el temporal.



Por eso no dejamos de preguntamos: ¿dónde se quedó la Izquierda contestataria de la que antaño mamábamos?; ¿donde están las repuestas contundentes de esta hora, las que nos llevan a plantear las opciones ineludibles, y a gritar a los cuatro vientos que el socialismo es el único futuro posible para la Humanidad?



¿Dónde se quedó esa Izquierda? ¿Dónde está?



Aquí en el Uruguay y en todo el Conosur americano, la buscamos y la rebuscamos sin poder encontrarla. Y que sea así, para nosotros, en una verdadera desgracia.



Quizás también, al tiempo que vamos derrumbando los pilares del sistema, debamos ir construyendo los cimientos de una nueva Izquierda. Izquierda de pura cepa, que vuelva a abrazar los principios básicos de la doctrina socialista, que muchos, aún desde las antípodas de nuestra ideología, en estas horas de zozobra, no dudan en aplicar.



Por algo será.







José Miguel García González

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