viernes, 23 de enero de 2009
Quiero justicia y verlo a ese asesino aquí, en la cárcel, en el Uruguay
"Quiero justicia y verlo a ese asesino aquí, en la cárcel, en el Uruguay", es el único pedido de Rosa María Generalli Cervini, octogenaria madre de Iván Morales, oriundo de Bella Unión, asesinado tras bárbaras torturas por el entonces mayor Manuel Cordero hoy prófugo en Brasil, en el VI de Caballería.
Diego Fernández | Enviado a Bella Unión La República, Viernes, 23 de enero, 2009
Rosa Generalli de Morales. Abre el diario LA REPUBLICA y ve la foto de Cordero. "¿Este es el desgraciado?"
Quisieron, con un certificado de defunción mentiroso, hacerle creer a sus familiares que se había suicidado, envenenándose.
La investigación, llevada a cabo por el periodista Roger Rodríguez y publicada en la edición del lunes por LA REPUBLICA, revela, a través de un informe del propio Manuel Cordero, cómo fueron los últimos momentos de vida de este joven de 24 años, militante del OPR 33, quien fue capturado cuando viajó a Montevideo para conocer a su hijo recién nacido. Se puede leer entre líneas cómo los apremios físicos terminaron con la vida del hijo de Rosa María.
Su madre nunca creyó lo del suicidio y aseguró a LA REPUBLICA que "Dios me permitió sobrevivir a tres infartos y dos cateterismos para esto, para poder saber qué pasó con mi hijo, y espero que me dé más vida para poder ver que el responsable de la tortura y muerte de mi hijo pague sus culpas". Bajo el tórrido sol estival, Bella Unión estaba casi desierta a las 4 de la tarde; Rosa María recibió a LA REPUBLICA, en su modesta casita, con una sonrisa.
A más de tres décadas de que su hijo Iván Morales fuese muerto tras salvajes torturas a manos del entonces mayor Manuel Cordero en el VI de Caballería, recién comenzaba a saberse la verdad. Había motivos para sonreír y no sólo por la cortesía a un invitado. "Por este gobierno dijo Rosa se está sabiendo lo que pasó en la dictadura; los anteriores no hicieron nada".
Mujer de pocas palabras, pero cargadas de emoción, en el modesto ambiente de una mesa y tres sillas, de su también humilde casita, fue desgranando, con su acento fronterizo, recuerdos de su hijo, a quien se lo arrebataron las fuerzas represoras hace 34 años. También la dulzura se reflejaba en su voz al hablar de su nieto, Pablo Martín Morales, único fruto de su único hijo, quien actualmente reside en Estados Unidos y que le ha dado tres bisnietos.
"¡Dale!... que quiero saber"
Una mujer octogenaria, quien sólo conoció una vida de trabajo, se desplaza a diario en bicicleta por las calles de Bella Unión y a su provecta edad tiene la lucidez de decir que "sólo espera justicia y vida para ver entre rejas a quien torturó y asesinó a mi hijo".
Con emoción pero con firmeza y sin dramatismo, aunque las lágrimas nublaban sus ojos, revivió ante LA REPUBLICA los últimos momentos de Iván, según el parte "lavadito" que dio a sus superiores el mayor Manuel Cordero. No había podido leer aún el diario, cuando LA REPUBLICA llegó a su casa. "Leelo vos le dijo a nuestro enviado a Bella Unión que mi corazón va a aguantar. Ya ha aguantado tanto.... ¡Dale!... que quiero saber".
A medida que nuestro periodista le iba leyendo el informe con la versión capciosa del militar torturador, el rostro se le ensombrecía. Podía adivinar detrás de las palabras del texto, cuando decía "lo volvimos a interrogar", "o le comenzó a fallar la respiración", un sinnúmero de golpes y vejaciones a su único hijo. A ese Iván, afectuoso, alegre y "pintún" tanto que se lo comparaba con el galán de aquellos tiempos, Rodolfo Bebán no lo podía imaginar atado y encapuchado.
No podía creer que aquel hijo que produjo su vientre y acunó en sus brazos, que despidió al ir cada día a la escuela, que vio crecer y hacerse hombre, que la hizo abuela, fuera el despojo que el bárbaro tormento le dejó en un cajón cerrado y cuyos restos reducidos sólo pudo traer años después a Bella Unión.
"Y a mí me querían hacer creer que Iván se había suicidado; que había tomado algo y se había envenenado; quien podía creer semejante mentira, por más escrita que estuviera en una partida de defunción y firmada por un doctor. ¿Cómo iba a poder envenenarse con las manos atadas? ¿Dice algo ese parte que hubiera tomado algo?", sostuvo con algo de rabia y dolor en su voz.
"¿Este es el desgraciado?"
Cuando abrió la hoja de LA REPUBLICA donde estaba la foto de Cordero, preguntó a nuestro enviado especial: "¿Este es el desgraciado? ¿Este que está en la foto?". Ante la respuesta afirmativa, dijo con una rabia momentánea: "¡Si lo tuviera enfrente, uno quisiera arrancarle los ojos!". Pero, tras una pausa de meditación, dijo con convicción: "¡No, no, mejor que se haga justicia! Por eso fui la primera acá en Bella Unión a firmar para 'sacar' la Ley de Caducidad".
Ellos eran una familia nada politizada en aquel fermental vértice septentrional uruguayo de los sesenta. "Iván creció como cualquier gurí de pueblo. Mi marido era zapatero y yo me revolvía en lo que podía, haciendo de doméstica o en lo que saliera. Iván trabajó en Calpica a los 16 años, y a los 18 años se fue a Montevideo a buscar trabajo y paraba en una pensión, donde conoció a la madre de mi nieto, quien ya tenía dos hijos más.
Yo fui algunas veces a verlo a la capital y paraba en la misma pensión que él. Yo no sabía que el tenía militancia política. No supe incluso que se había ido para la Argentina. En realidad hubo un tiempo que no sabía nada, pero Iván siempre de alguna manera me hacía llegar noticias de que estaba bien. Inclusive algunas veces vino por acá". "Tres días después de que lo habían enterrado, me llega un billete a través de la Policía 'noticiándome' que había muerto y lo habían sepultado en el Cementerio del Norte.
Por suerte, un amigo de Iván logró que detuvieran 'el Chadre' (empresa de ómnibus interdepartamental). Me esperaron y me fui a Montevideo con mi esposo.
Allí conocí a mi nieto, Pablo Martín, que era recién nacido. Fuimos con la madre de mi nieto, y en Hospital Militar nos dieron ese papel que decía que se había suicidado. Yo no pude verlo porque cuando me avisaron hacía tres días que estaba enterrado. Mi marido no quiso que hiciéramos nada. Podíamos haber pedido que lo desenterraran, pero... una, como mujer criada en campaña, ignorante de todo, no sabía lo que hacer, pero... ¿quién se iba a creer ese cuento? Un hermano mío, que era policía, pudo ver el cuerpo en Montevideo, antes de que lo enterraran, y me dijo que tenía la cabeza toda vendada... (se le altera la voz) ¿Suicidio?... ¡Por favor!".
Aferrada a su nieto
Los dolores de Rosa María no pararon allí porque ella quería aferrarse a su nieto, único fruto de su hijo. Desinteligencias con la madre del niño le dificultaban mucho verlo, a tal punto que se lo llevó por su cuenta a Bella Unión para vivir con ella. "Los otros hermanos lo molestaban mucho y la madre me lo dejaba ver poco y ponía hasta mala cara si yo me lo sentaba en mi falda. Además era bravo juntar la plata para ir a verlo a Montevideo; era un sacrificio.
Hasta que un día me lo traje. ¡Sí, me lo robé! La madre me denunció y tuvimos una pelea por eso, porque durante cuatro años el niño figuraba a nombre de Iván y de madre desconocida, porque ella estaba casada con otro hombre.
Quedamos mal. Pero al fin me lo quitaron y yo tuve siempre dificultades para volver a verlo, pero seguí en contacto con él y aún ahora, que Pablo Martín está en Norteamérica desde hace 8 años, nos seguimos hablando por teléfono. El es chapista y mecánico y tiene tres niños, mis bisnietos", dice Rosa, mostrando orgullosa la foto de su nieto.
"Mi esposo, Mario, no soportó el dolor de la pérdida de Iván y las dificultades para ver al nieto y, a los años, a él le falló el corazón. Yo, en cambio, sigo viva, me salvé de tres infartos y dos cateterismos. Dios me dejó vivir para esto, para conocer la verdad de lo que le hicieron a mi hijo y quién lo torturó y lo mató. Ahora espero que me dé vida para ver justicia y ver a los criminales en la cárcel".
"Quiero justicia y verlo a ese asesino concluyó Rosa Generalli, señalando la foto de Cordero en el diario aquí en la cárcel, en el Uruguay"
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