Asesinan al artista callejero Felipe «Plef» Cabral 22 de febrero 2019.
Felipe «Plef» Cabral, artista callejero de Barrio Cordón, recibió un tiro el sábado pasado cuando fue a fotografiar un grafiti que había hecho el jueves en Rambla y Belastiquí, en Punta Gorda. Hoy no está el mural: lo taparon con pintura y tampoco está Plef porque lo mataron.
La policía intentó instalar la versión de una ‘bala perdida’ y ahora detuvo a un ‘vecino violento’.
>>> ...pasó y la historia se repite
A la opinión pública
Mi nombre es Pablo Romero García. Soy profesor de Filosofía y docente de Ética en la Universidad Claeh. Tengo un posgrado en Política y Gestión de la Educación y actualmente soy Asesor en materia educativa en la ANEP. Tengo cinco hijos, cuyas edades oscilan entre los 26 y los 4 años. Ayer, sábado 5 de febrero, golpearon, amenazaron de muerte, hurtaron e intentaron secuestrar y matar con un cuatriciclo, provocándole heridas cortantes en sus piernas, a mi hijo de 18 años.
Mi hijo acaba de culminar su ciclo liceal y por estos días está ingresando en la Facultad de Medicina. Su sueño es ser médico cirujano. Le gusta escuchar rap y trap e incluso ha compuesto varias canciones dentro del estilo del rap. En la línea de la estética de la música que le gusta y cultiva, suele utilizar gorro de visera, capucha y pantalones recortados. Y a veces camina con un aire y balanceo que da sensación de que está en pleno rapeo por las calles. No es la música que escuchamos en mi casa (nos gusta básicamente el rock y el pop) ni tampoco la vestimenta habitual de ningún otro integrante familiar. Por suerte, él tiene sus propios gustos y su propio estilo. Y por ese estilo, anoche cinco adultos de aproximadamente unos 30 años lo golpearon, amenazaron, intentaron subirlo a la fuerza a un auto y lo atropellaron con un cuatriculo, pues supusieron que era un ladrón que caminaba por la calle con intenciones de robar.
Y esto sucedió en Pinares de Punta del Este, donde estamos alquilando una casa desde el martes 1° de febrero. Los agresores, quienes intentaron matar a mi hijo, fueron nuestros vecinos. Nosotros estamos alquilando una casa llamada Virnamar y ellos alquilan la casa pegada, llamada Belle Epoque. Los vecinos adujeron que hace dos semanas alguien intento entrar a su casa y que cuando vieron a mi hijo caminar con su gorrita de visera por la calle (acababa de salir de nuestra casa alquilada, que es contigua) supusieron que podría ser el sujeto en cuestión (que nunca habían visto, por cierto, pero la gorrita de visera les alcanzó para suponer que mi hijo no era de ese contexto y que por lo tanto era el probable delincuente que venían buscando) y entonces decidieron tomar “justicia en mano propia”.
Los hechos
Contaré los hechos sucedidos, tal como mi hijo nos lo contó y como luego narró en la denuncia polícial y judicial realizada en la medianoche del sábado (luego de ir al Sanatario Mautone de Maldonado, donde constataron las heridas que sufrió, en documento que ya se adjuntó para que forme parte del expediente que se nos explicó se abriría en Fiscalía).
Mi hijo decide salir a dar una vuelta a la manzana, sobre las 20:30 horas del día sábado. Salió con su gorrita de visera, un buzo, un pantalón recortado y unos auriculares inalámbricos. A pocos metros de atravesar el portón de nuestra casa, recibe una fuerte patada desde atrás, en un intento de derribarlo. No pudieron barrerlo, pero trastrabilla y al darse vuelta, ve a su agresor, quien viene acompañado -unos metros atrás- por otros tres o cuatro sujetos, que vienen corriendo con cachiporras en sus manos y acusando a mi hijo de ser un chorro. Mi hijo les dice que vive ahí y estos les dicen que no mienta y que le van a pegar un tiro y se abalanzan para agredirlo. Instintivamente, mi hijo sale corriendo hacia la esquina de abajo (Polux esquina Camino a la Laguna), donde hay un rotonda (y un club grande llamado Laguna Club). Cuando llega a la rotonda es interceptado por un otro sujeto, quien había dado la vuelta a la manzana en su cuatriciclo para encerrar a mi hijo y no dejarle moverse de esa calle corta. Este sujeto (cuyo nombre ya está en poder de la polícía) atropella a mi hijo con su cuatriculo. Lo levantan en su peso y mi hijo cae arriba del cuatriculo, cayendo luego hacia un costado. Sufre una herida cortante en su gemelo, queda golpeado en ambas piernas y en la espalada, al impactar luego contra el suelo. Se levanta y nuevamente el sujeto acelera para atropellarlo, dejando en claro cuáles eran sus intenciones. Logra eludir el ser atropellado por segunda ocasión y sale nuevamente corriendo, pero a los pocos metros es rodeado por sus agresores. Llega un auto. Mi hijo, al contarnos luego, entre medio de sus nervios y estado de shock, no logra distinguir si el que maneja es un nuevo sujeto que se suma o si es uno de los cinco sujetos (al menos, este es el número de agresores que en principio logra identificar) que venían persiguiéndolo y golpeando. Estando rodeado, vuelve a decirles que vive a una cuadra y los agresores lo toman por el buzo e intentar meterlo a la fuerza al auto. Mi hijo logra sacarse el buzo, para zafar del agarrón y evita que lo secuestren, que claramente se da cuanta que eran las intenciones que tenían (y cuya finalidad por suerte solo podemos presumir, pues logró escaparse). Le roban el buzo y le rompen el celular, al darse éste contra el suelo. Mi hijo logra salir trotando hacia la casa y estos sujetos van atrás. Nuevamente vuelve a decirles que vive ahí, a lo cual recién allí deciden agarrarlo e ir a comprobar lo que mi hijo les señaló desde un primer comienzo. Caminan a su lado una media cuadra hasta llegar a nuestra casa. En el camino le van diciendo (es textual y está registrado de ese modo en la denuncia): “si no vivís ahí te vamos a pegar un tiro y tirar en una zanja”. Fue esa la segunda ocasión en la que señalan estar amados y que le iban a disparar para matarlo. Ingresan con mi hijo a la casa, violando un espacio de propiedad privada, llevando a mi hijo herido y en estado de shock, con un nerviosismo enorme. Yo me estaba bañando y quien los recibe es mi pareja, quien se asusta y le pregunta a mi hijo qué le pasa y qué estaba pasando. Quienes agredieron, amenazaron de muerte, hurtaron, intentaron secuestrar y matar con un cuatriciclo a mi hijo comprueban que efectivamente era su vecino y señalan que lo confundieron un ladrón. Invitan a mi hijo y a mi pareja a ir al portón de la casa. Le habían hurtado el buzo, y le habían dejado tirado en la calle el gorro de visera. Le devuelven el buzo y van a buscar el gorro de visera, que estaba tirado a una media cuadra. Lo trae el sujeto que intento matarlo con el cuatriciclo. Al darle el gorro, le da 3500 pesos y le dice que es “para que se compre otro gorro”, porque ese había quedado pisoteado. Lo había intentado matar minutos antes y luego supuso que con 3500 pesos enmendaba su accionar. Mi hijo y mi pareja vuelven a mi casa e inmediatamente me informan de lo sucedido, mientras yo estaba recién por salir de bañarme, para poder cenar tranquilamente junto a mis cinco hijos y mi pareja en la casa que, ahorrando todo el año, alquilamos para poder pasar juntos y tranquilos en una zona que nos gusta por sus playas.
Lo sucedido a posterior
Cuando me narran lo sucedido, me dirijo inmediatamente a la casa de los agresores, o sea, nuestros ocasionales vecinos. Al abrir el portón, los increpó por haber golpeado y atropellado con el cuatriciclo a mi hijo. Me dicen que ya le pidieron disculpas. Les digo que acababan de cometer varios delitos graves y que inmediatamente iba a llamar a la policía. Uno de ellos me contesta que “no pasa nada, que es el hijo de un embajador y que iba perder el tiempo denunciando.” Sea o no ciertamente el hijo de un diplomático, que fue lo que me dijo de manera altanera y burlona, le señalo que ten mi caso trabajo como asesor del gobierno, pero que eso tampoco importaba, que existe la justicia y no importa lo que uno sea. Entonces, uno me apoya la mano sobre el pecho y me empuja levemente para que me retire unos centímetros, queriendo cerrar el portón. Le pregunto si también me va a golpear. Me dice que es para sacarme porque el portón ya es propiedad privada (uno de los mismos sujetos que minutos antes habían invadido mi circunstancial hogar, llevando del brazo a mi hijo herido para ver si decidían matarlo o no en función de si efectivamente vivía allí).
Vuelvo a mi casa, llamo por celular a los dueños de la propiedad que estoy alquilando para informarles de lo sucedido (viven cerca y llegan a los pocos minutos, para brindarnos su total apoyo tras lo padecido) y a continuación me comunico con el 911. Alrededor de las 22 horas llega una patrulla. Le narramos lo sucedido, nos toman los datos a mi hijo y a mí. Llaman en la casa de los agresores. Salen y quien lleva la voz cantante de las explicaciones es quien manejaba el cuatriciclo. Reconocen ante la policía el error en la confusión y se centran en señalar que alguien les había intentado querer entrar a la casa hace poco. La madre de mi hijo al escuchar lo señalado (estábamos a poca distancia) espontáneamente interviene para decirles que si incluso hubiera sido efectivamente un ladrón debían llamar a la policía y no hacer lo que hicieron. Y la respuesta recibida merece toda nuestra atención y preocupación pública pues quien interviene lo hace diciendo que si era un ladrón, estaba bien lo que hicieron, que era legal.
¿Alguien podría decirnos en qué lugar de nuestra legislación se señala que si ves caminando por la calle a alguien que presumís podría ser un ladrón se tiene el derecho legal de agredirlo, secuestrarlo, hurtarlo, amenazarlo de muerte o incluso matarlo? Le decimos que es un disparate lo que está diciendo y los agentes intervinientes nos solicitan que no dialoguemos entre las partes. Un punto aparte también lo merece el comentario final que nos realiza la mujer policía del 911 Maldonado que intervino. Antes de subirse al móvil y previo a indicarnos los pasos a seguir, nos comenta que “hay muchos robos en la zona y que por eso la reacción, que errar es humano”. Saque ustedes sus propias conclusiones respecto del comentario que recibimos en tal situación.
Apenas se retiró la policia, nos dirigimos al Sanatario Mautone, donde constataron las lesiones sufridas por mi hijo. Con dicha constancia médica concurrimos a la Seccional 1 de Maldonado a terminar de efectivizar la denuncia policial, solicitando sea con instancia penal.
El número de denuncia es el 14263634. Y lo hago público porque entiendo que la situación vivida tiene, por sus particulares características, un interés que trasciende el interés familiar, privado, de que se haga justicia por lo que padeció mi hijo, quien salvó su vida por muy poco y quien hoy ni siquiera ha salido de su cuarto. Evidentemente, le quedarán secuelas que esperemos pueda superar lo más pronto posible y del mejor modo posible.
Mi hijo fue golpeado, acusado erróneamente de ser un delincuente por quienes terminan obrando como tales, amenazado de recibir disparos, ser muerto y su cuerpo arrojado a una zanja, fue hurtado (le robaron su buzo y su gorrita, justamente aquellos elementos que sus agresores dieron por suficiente como para incriminarlo por la apariencia que le daba), le rompieron sus celular, intentaron secuestrar y lo intentaron matar atropellándolo con un cuatriciclo. Y luego le dieron 3500 pesos para que se sintiera recompensado y no hablara de la situación. Y yo amedrentado con que la denuncia no tendría efecto alguno pues tenían alguna especie de inmunidad diplomática. Mi hijo podría haber sido cualquiera de sus hijos. Cualquier adolescente que use gorro de visera y capucha. Y que se cruce con sujetos cuya concepción esgrimida es que estaban en lo correcto si hubiese sido el caso de que efectivamente era un ladrón, porque la ley los amparaba.
¿Qué nos está pasando como sociedad? ¿Cómo es posible que cinco hombres, una manada de violentos que creen que tienen una ley aparte que les permite actuar como quieran, hagan lo que hicieron con mi hijo de 18 años recién cumplidos? ¿Cómo es posible construir una sociedad sana y segura, donde nuestros hijos no tengan miedo -ese que le ha quedado ahora a mi hijo- de escuchar rap y vestirse con gorrita de visera, so pena de poder ser considerado un sujeto con “apariencia delictiva” y quedar expuesto a hechos tan graves como los que vivió mi hijo?
Solo cabe esperar que les caiga el debido peso de la ley, que sea ejemplarizante, que la señal sea clara y contundente. Hemos indicado al momento de la denuncia policial la importancia de revisar las cámaras de la zona como testimonio de los hechos acaecidos. No hemos tenido respuesta. Los propios agresores han indicado que ellos tienen cámaras de vigilancia, las que incluso podrían haber registrado el inicio y final de esta situación. Y la zona de la rotonda, donde mi hijo fue atropellado, son elementos que corroborarán los que los propios involucrados ya nos admitieron, pero que aún no lo han hecho ante la ley, porque ninguno ha sido detenido y están al lado nuestro. Esperemos que la justicia actúe pronto, pues tenemos pegados a los agresores y no sabemos cómo podrán actuar, visto lo que ya son capaces de hacer. Apariencia delictiva
Gente de bien
10 de febrero - la diaria - Soledad Platero
Los hechos, tal como fueron contados por los protagonistas, ocurrieron el sábado. Un joven de 18 años salió de la casa en la que está pasando las vacaciones con su familia y a los pocos metros fue atacado por sus propios vecinos de al lado, convencidos de que se trataba de un ladrón. No voy a reconstruir toda la peripecia porque ya fue suficientemente repasada en los medios de comunicación y, antes que nada, en el texto que el propio padre de la víctima puso a circular por las redes sociales, con la esperanza de que el asunto no pasara inadvertido entre tantos episodios de violencia pública y privada a los que asistimos continuamente y cada vez con menos capacidad de reacción. Digamos solamente que la familia del joven atacado hizo la denuncia, que una patrulla se presentó en el lugar, y que entre las cosas que las víctimas tuvieron que escuchar de la Policía estuvo que había sido una confusión y que un error lo puede tener cualquiera. Desde entonces, y a partir de la difusión viral de la denuncia pública hecha por el padre, los titulares no han parado de repetir que un joven fue agredido porque lo creyeron un ladrón.
Ya transcurridos algunos días, empiezan a aparecer testimonios de otros vecinos que dicen que el joven golpeado era tranquilo, que nunca dio problemas, que la zona no está siendo azotada por una plaga de delitos y que no sabían nada de que se hubieran producido robos en esa fecha. Nadie parece preocupado por el detalle de que aunque hubiera habido un ladrón, aunque el chico atacado no hubiera sido el vecino de al lado, aunque hubiese sido alguien que no veranea en la zona, e incluso si hubiese sido un ladrón, nadie, absolutamente nadie tiene potestades para empujarlo, perseguirlo, atropellarlo y tratar de cazarlo como si fuera un animal salvaje que se acaba de comer al perro. No existe tal derecho en nuestro país. Incluso hoy, cuando el concepto de la defensa propia ha sido estirado y forzado hasta los límites de lo razonable, no hay manera de justificar la cacería callejera de personas. Sin embargo, se insiste en la confusión. Uno de los agresores aparece en televisión, interrumpiendo la entrevista que se le está haciendo al padre del agredido, para proclamar su indignación por el tratamiento que se le está dando al asunto cuando él, señor, señora, se confundió y pidió disculpas. Dice que no atropelló, sino que empujó con el cuatriciclo al muchacho. Pero lo que pasa, señor, señora, es que el muchacho había salido corriendo. ¿A quién se le ocurre correr, me querés decir?
El martes, cuando ya se sabía que los agresores habían sido emplazados y la Justicia investigaba el episodio, el abogado defensor de dos de los atacantes insistía en que hubo una “conducta desajustada” y en que lo importante ahora es bajarle los decibeles al asunto. Al fin y al cabo, no es para tanto: apenas el patoteo, las amenazas, la paliza, el empujón con el cuatriciclo (que no hay necesidad de llamar “atropellamiento” cuando hay tantas formas más delicadas de decirlo) y el reconocimiento de que hubo un error. “Acá hay chicos, nuestros defendidos son chicos, igual que el denunciante”, dice el abogado, aprovechando esa idea tan arraigada en la opinión pública de que un joven de buena familia es un chico hasta los 40, mientras que un infractor pobre es adulto desde que aprende a caminar. Destaca que se pidieron disculpas y que cree que hasta hubo “una intención de reparar el daño”. Es probable que se refiera a los 3.500 pesos que le ofrecieron al agredido para que se comprara otra gorra, puesto que la que estaba usando quedó estropeada. O tal vez a la oferta de pagar a la familia los días de alquiler restantes, así puede dejar la casa y salir de ese lugar que, evidentemente, no es el suyo.
Hace tres años, en febrero de 2019, Felipe Cabral, un grafitero que firmaba Plef, fue asesinado por la espalda y a distancia por un vecino cuando estaba sentado en un murito en Punta Gorda, en el frente de una casa abandonada. El asesino no fue juzgado por ese crimen, que sigue impune. En noviembre del año pasado, un hombre mató a su vecino porque lo confundió con un ladrón que andaba en la azotea. La discusión sobre la inocencia o responsabilidad penal del homicida se encuadra en la figura de la legítima defensa, a pesar de que el muerto, de 28 años, no estaba en el techo del matador, de 72. En 2011 hubo un caso especialmente siniestro de “confusión”: un hombre mató por error a su propia hija, al confundirla con un delincuente. La investigación fue archivada porque se consideró aceptable la hipótesis del error en el marco de una también aceptada idea de legítima defensa. Y estos son apenas algunos de los casos que me vienen a la memoria, exclusivamente protagonizados por civiles que entendieron pertinente defender algún territorio propio o próximo.
Hace ya casi diez años, en mayo de 2013, un indignado Roberto Canessa arengaba a los vecinos de Carrasco en nombre de la pública seguridad. Reclamaba el derecho a pedir identificación a las personas que no eran del barrio, y ponía como ejemplo a una gorda que había sido vista por la zona sin tener motivos aceptables para circular por ahí, lo que sin duda indicaba que estaba al servicio del delito. Eran los días en que se discutía la baja de la edad de imputabilidad penal, que terminó siendo rechazada en las urnas en octubre del año siguiente. Después de eso vino la campaña “Vivir sin miedo”, impulsada por Jorge Larrañaga, y tampoco alcanzó el respaldo popular, pero varias de las modificaciones que proponía fueron incorporadas al texto de la ley de urgente consideración aprobada a comienzos de este período de gobierno. De a poco, como quien no quiere la cosa y a pesar de las derrotas consecutivas en las urnas, la idea de que vivimos en la jungla y tenemos que defendernos ha ido calando hondo en la población. Las agresiones de individuos a individuos son cada vez más toleradas en nombre de la defensa propia, al mismo tiempo que cualquier acción colectiva se ofrece como avasallante, peligrosa y potencialmente violenta.
Los agresores del sábado pasado repiten como un mantra que ellos son “gente de bien”. Que se equivocaron y pidieron disculpas, como hace la gente de bien. Tuvieron la mala suerte de que el agredido no era alguien sin acceso al lenguaje, a los medios, a la exposición pública. Podía haber sido así, podía haber sido un pobre infeliz cualquiera de los que un día sí y otro también tienen que pagar la “portación de cara” en cualquier espacio lindo y disfrutable. Seguramente no nos habríamos enterado. Y peor aún: podría haber sido alguien que, además de ser pobre, tuviera antecedentes, circunstancia que justifica cualquier abuso, cualquier acción intimidatoria. Podría haber muerto sin fiscal, sin defensa y sin juicio si hubiese sido un ladrón, porque a un ladrón, señor, señora, se lo puede matar si está a la distancia apropiada, y si está un poco más lejos siempre se puede decir que hubo un error de percepción producto del miedo, de la inseguridad espantosa que se vive, de lo atrevidos que son los pichis.
Es verdad que estamos viviendo una época violenta y peligrosa, pero es porque enfrentamos la más peligrosa y brutal de las violencias: la de la gente de bien.
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