viernes, 20 de mayo de 2011

La vereda de enfrente


Veronika Engler


Sentir dolor no es lo mismo que sentir odio, odiar es desaparecer y torturar, odiar es jugar con los sentimientos de los familiares de los desaparecidos, odiar es negar al pueblo el derecho de obtener justicia y conocer la verdad. Odiar es considerar que un criminal, por ser militar y delinquir con uniforme, es menos culpable que cualquier otro delincuente.

El tema de la anulación de la Ley de Caducidad es tortuoso, se manipuló a la militancia, al pueblo, se intenta confundir a la todos. Les faltan el  respeto a los familiares, intentan opacar la memoria de nuestros muertos y minimizar su importancia. Muchas personas se preguntan azoradas qué es lo que pasa con algunos políticos, no es nada nuevo ni distinto a lo que pasaba antes de las elecciones, son los que sustentan la impunidad, se autodefinían de izquierda y sin embargo se proyectan con ganada confianza hacia una meta trazada hace tiempo. Hacen todo para engañar y confundir.  Hoy vuelven a hablar de derogación dejando en manifiesto el deseo de otorgar un perdón que nos les corresponde adjudicar. Nada nuevo bajo el sol.

Convertidos en la antítesis de lo que pregonaban, transformados en la vergüenza decadente de su propia sombra, no me sorprenden,  simplemente me indignan. Salpican su historia y la ajena, dando lugar a que tipos como Haberkorn se deleiten y hagan circo de la boca de un personaje como Agosto.

En dichos del presidente, los términos y definiciones  se mezclan en una suerte de trabalengua que desvirtúa el sentido de lo fundamental. Al reclamo por Verdad y Justicia, lo nombra odio, al dolor lo llama deseo de revancha, venganza. No importaría tanto si la mentira saliera de otras bocas, pero sale de esas voces que en un tiempo gritaron las mismas consignas y las corearon con quienes hoy nos faltan, todos caminaron el mismo sendero hacia un ideal de patria más grande, más justa, mejor repartida. Que mal cotiza la verdad hoy en día.
Ayer fuimos con Jorge a Las Piedras a acompañar a madres y familiares, sentimos el grito mudo que cargan sobre sus espaldas desde hace años. Cuando tome una de las fotografías de la pila de viejos retratos, no puede evitar pensar en el viaje de esas almas, muertos sin muerte, sin fecha, con la historia trunca, condenados a peregrinar por el camino que sus seres queridos se ven obligados a recorrer sin descanso. Ellos piden desde el silencio el merecido reposo, la paz de quienes los han alzado con tanta dignidad durante infinitas marchas y recorridos. Hacen suyo el dolor de todos y tornan en evidencia la vergüenza enorme que deberían sentir quienes voltean la cara para no verlos, para enterrarlos en el olvido.

¿Por qué es tan difícil comprender que esos seres luminosos que todavía son ausencia, no van a dejar que descansemos hasta ponerle voz a la verdad que les arrebató la vida, dando claridad a esa triste historia de todos?.

Un macabra pantomima, doscientos años del ejército. Frente a los militares sus víctimas, a su lado los mal arrepentidos del género de los ex y también los entes blanquicolorados de la especie sin escrúpulos. Mucha historia adornada de festejos, de paso de ganso y ridículos uniformes. También se festejaba la impunidad que cubre los atroces crímenes y asesinatos cometidos por ellos, las violaciones, la tortura, la dictadura, la memoria oculta y disfrazada, se festejaba la vergüenza de todo un pueblo.

De un lado el ostentoso palco oficial, en la vereda del frente, detrás de una reja, una cárcel repleta de retratos e interrogantes, a nuestro lado compañeras y compañeros que nunca se darán por vencidos, las madres, los hijos y ese dolor al que Mujica llamar odio.

Que sensación ambigua ver desde nuestro retiro a aquellos que una vez parecieron estar del mismo lado, verlos compartir arrumacos con políticos de derecha y militares. La distancia que nos separa es mucho mayor que los metros que hay de acera a acera. Rostros de doble faz y caras con antifaces, tan cómodos, tan a gusto, se mezclaban en demagógicos saludos, invirtiendo simpatía en futuros votos, calculando oportunidades. Detrás de la valla enrejada, aquellos que una vez compartieron la misma lucha los miraban en mudo interrogante de papel y madera, sostenidos por nuestras manos, nuestro aliento y nuestra esperanza.

Me pregunto que se siente cuando los muertos de tu pasado, aquellos que codo a codo pelearon ideas y valores en la misma lucha, te interrogan desde el otro lado del desfile, de la calle, de su propia muerte, me pregunto quienes son los que realmente siguen vivos.

¿Qué principios, si los hubo, permutaron para que la mejor opción fuera evitar mirar los rostros mudos, pero con nombres?. El sol encandila, también las medallas, es mejor colocar a nuestros hermanos y hermanas en un lugar insignificante del olvido, muy lejos del poder para que no lo opaquen, para que no estropeen ese cuarto de hora que les va a ceder un sitio gris en algún libro de historia. Cárcel, tortura, ellos lo vivieron; el presidente, la excelentísima primera dama que aplaudía con entusiasmo el desfile militar mientras marcaba casi sin darse cuenta el ritmo de las marchas con la cabeza y se ponía de pie al igual que su consorte y el resto del palco cada vez que desfilaba frente a ellos una nueva compañía. Todo el Plan Cóndor desfiló por delante de Bonomi, de Rosadilla, de Pérez Vinisky, Brescia y de tantos  otros. Nosotros no aplaudíamos, tampoco lo hacían nuestros muertos.

Se olvidaron de los años en que los acompañamos en su peregrinar por las cárceles y de la gente que no perdió la esperanza y luchó hasta verlos caminar libres. ¿Cuándo cambiaron de acera para coquetear con sus verdugos y mirarnos desde la vereda de enfrente?. ¿Cuándo dejaron de llevar la cuenta de las compañeras y compañeros muertos para contabilizar votos?. ¿Cómo hacen para olvidar esos rostros, esas vidas con sus muertes, las sonrisas que alguna vez compartieron con ellos?

Lacalle, el hombre que dijo que en Uruguay había una docena de desaparecidos, sonreía y saludaba en el mismo palco sin haber aprendido aún a contar. Sanguinetti, Batlle, Rosales junto a Vázquez y Astori, todos ignorando la historia, ignorando a las madres, a los hijos y hijas, a las familias, el inmenso dolor casi palpable que se conjugaba en el silencio. Seguramente pensaron en el inconveniente de que las fotografías de tan pomposo desfile se estropearan con ese fondo tan poco pintoresco y adecuado para el momento histórico de la reconciliación, tan fuera de lugar, como un soplo del pasado que estorba, apenas un hálito tibio.

El comodín que jugaron para evitar que saliera la aprobación de la ley interpretativa se llama Semproni, un hombre insignificante al que le tocó protagonizar una jugada crucial, un hombre que no vendió su dignidad ahora porque lo hizo hace tiempo. Dicen en la radio que Mujica no niega la posibilidad de ir a la marcha del silencio, espero que no lo haga, el camino que eligió es el de los desfiles, no se debe ignorar un día a las madres y dos días después marchar junto a ellas, no lo deberíamos permitir, ¿dónde pasa el límite del disparate?

Todos los desaparecidos y todos nuestros muertos conforman una constelación de preguntas que buscan respuestas en la horrenda impunidad, respuestas que permitan a unos descansar en paz y a otros encarar la vida con nueva fuerza para creer en el futuro.

No importa cuánto nos quieran engañar, nunca vamos a cambiar de acera, seguiremos por la senda que conduce a la verdad y a la justicia a pesar de ustedes.


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La vereda de enfrente









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