martes, 28 de junio de 2022

Mitos y realidades de la transición energética

 

 

Uruguay se suma al furor por el hidrógeno "verde" y las energías renovables, aunque siguen el patrón de producción y consumo que generó los problemas sociales y ambientales 

Víctor L. Bacchetta
28 junio 2022 Sudestada

Los países más industrializados, responsables de las mayores emisiones de gases de efecto invernadero, encabezan la definición de programas nacionales e internacionales de producción de hidrógeno “verde”: China, Estados Unidos, Japón y la Unión Europea (UE), liderados por Alemania. Las multinacionales petroleras, como BP, Shell y Repsol, se les suman financiando grandes proyectos en esa misma dirección.
Las presiones para reducir los combustibles fósiles por su papel en el calentamiento global, incrementadas y aceleradas por el boicot al petróleo y el gas provenientes de Rusia en medio de la guerra en Ucrania, han llevado a esos países y empresas a apostar fuertemente por esta nueva forma de energía que califican de “limpia” y que muchos creen que será la clave para la "descarbonización" del planeta.
El Pacto Verde europeo propone que la UE sea “el primer continente climáticamente neutro en 2050” (sic)
. Con esta meta, la UE lanzó una iniciativa global para impulsar el hidrógeno verde con una inversión de 430 mil millones de dólares en electrolizadores de aquí a 2030. Por otra parte, el Congreso de EEUU aprobó en 2021 una inversión de 9,5 mil millones de dólares para promover el hidrógeno verde.
El banco estadounidense de inversiones Goldman Sachs estimó que el mercado del hidrógeno verde superará los 11 billones de dólares para 2050. La ofensiva financiera se traduce alrededor del mundo en una sucesión de megaproyectos, la mayoría aún en una etapa de planificación. Como suele ocurrir, ante la nueva ola de inversiones, varios países se disputan la condición de anfitriones de esos proyectos.
En América del Sur, el país que aspira a ser un gran exportador de hidrógeno verde es Chile, basándose en sus cualidades geográficas para generar energía eólica y solar. "Si hacemos las cosas bien - declaró el ministro de Energía, Juan Carlos Jobet, a la revista Electricidad-, la industria del hidrógeno verde en Chile puede ser tan importante como la minería, el sector forestal o como fueron alguna vez los salmones".
El gobierno uruguayo definió también una Estrategia Nacional de Hidrógeno Verde. “Uruguay tiene la visión de convertirse en un país exportador de hidrógeno y productos derivados”
, según el Ministerio de Industria, Energía y Minería. Se creó un grupo de trabajo integrado por varios ministerios y entes del estado que, pensando en la exportación, comenzó a explorar las necesidades en materia portuaria.

Un día se presenta la Hoja de Ruta del Hidrógeno Verde, al día siguiente los nuevos contratos de la Ronda Uruguay. No hay una política energética coherente, la única política común a todos los gobiernos es fomentar la inversión extranjera tal como venga. Petróleo y gas convencional y no convencional, biocombustibles, energía eólica y solar, hidrógeno "verde", la cuestión es colocarle la alfombra más atrayente.
Los países ricos pretenden mantener un modelo de consumo energético insostenible con el mismo patrón de inversiones masivas que practicaron hasta ahora. Frente al desafío climático, los planes se centran en las llamadas energías renovables, pero estas consumen grandes cantidades de materiales y energía en su fabricación, además de generar también importantes impactos sociales y ambientales.


Riesgos potenciales del H2
El hidrógeno se podría usar para calefaccionar hogares y edificios, movilizar trenes, vehículos pesados y barcos, en los cuales las baterías eléctricas no son apropiadas, e incluso aviones. Sin embargo, el hidrógeno presenta problemas que recién se están conociendo y experimentando en proyectos piloto, que se acentuarían a la hora de producirlo a la gran escala como sería necesario para sustituir a los fósiles.
Según un estudio del Departamento de Negocios, Energía y Estrategia Industrial (BEIS) del Reino Unido, el hidrógeno es un gas de efecto invernadero dos veces más poderoso de lo que se pensaba anteriormente. El efecto invernadero del hidrógeno es sobre todo indirecto, porque reacciona con otros gases de efecto invernadero en la atmósfera aumentando su 'potencial de calentamiento global' (GWP).
El 'potencial de calentamiento global' (GWP, la sigla en inglés) es una medida relativa del calor que puede ser atrapado por un gas de efecto invernadero, en comparación con un gas de referencia, por lo general dióxido de carbono (CO2). Así, el GWP del CO2 vale 1(uno) y el GWP del metano (CH4) es 25. O sea que la emisión de 1 millón de toneladas de metano es equivalente a 25 millones de toneladas de CO2.
Se comprobó que el hidrógeno reacciona con los radicales hidroxilos troposféricos, por lo que sus emisiones a la atmósfera perturban la distribución del metano y el ozono, segundo y tercer gas de efecto invernadero más importante después del CO2. Por lo tanto, una economía basada en el hidrógeno también tendría consecuencias de calentamiento global y no estaría exenta de perturbaciones climáticas.
La capa de ozono filtra la radiación ultravioleta del sol que, de lo contrario, sería nociva para la vida. La capa ha sufrido daños en el pasado por la actividad humana, pero había pasado desapercibido que el hidrógeno podría estar entre los factores más graves. Al adelgazarse la capa de ozono, los fenómenos meteorológicos y los desastres naturales se pueden hacer aún más violentos y erráticos.
A pesar de que la producción a gran escala de hidrógeno generaría altos niveles de emisiones fugitivas, el potencial de calentamiento global de este gas rara vez se menciona en los debates sobre la futura infraestructura del hidrógeno. También es llamativo que el GWP del hidrógeno tenga todavía un alto grado de incertidumbre, dada la creciente importancia de este dato para futuras decisiones políticas.
Estudios de la NASA habían determinado en 2006 que el GWP del hidrógeno como gas de efecto invernadero indirecto era 5,8 en un horizonte temporal de 100 años. Sin embargo, un estudio de la consultora británica especializada Frazer-Nash de este año planteó que las emisiones fugitivas del hidrógeno podrían tener un efecto indirecto de calentamiento global 11 veces mayor que el del CO2.
El vapor de agua a su vez, presente en la producción y combustión del hidrógeno, es también un gas de efecto invernadero. Investigaciones de la NASA, usando el satélite Aqua (Atmospheric Infrared Sounder), comprobaron que el vapor de agua tiene un efecto amplificador del calor global suficientemente fuerte como para duplicar el calentamiento causado por el aumento de los niveles de CO2 en la atmósfera.


Renovables sí, limpias no
El viento y el sol son renovables, sin duda, eternos se podría decir, pero no ocurre así con los molinos y los paneles requeridos para captar esas energías. El mayor impacto ambiental de las renovables se concentra en la fabricación y el desmantelamiento.
La fabricación utiliza gran cantidad de materiales y minerales específicos; Cuando esas instalaciones dejan de funcionar, se convierten en un montón de chatarra.
Las cadenas de valor de los molinos y los paneles solares van desde la extracción de las materias primas, la fabricación y ensamblaje, la logística y la planificación de los parques, hasta la transmisión de la energía al destino final.
Esas cadenas dependen del suministro de materiales críticos que no están asegurados, sobre todo teniendo en cuenta las previsiones de crecimiento exponencial de su demanda futura.
El acero, el cobre y el aluminio representan el 86% del peso de una turbina eólica, pero los aerogeneradores utilizan imanes permanentes que requieren boro y tierras raras como neodimio, disprosio y praseodimio originarios de China. En 2010, el comercio de tierras raras tuvo una crisis porque el país asiático pasó de ser un simple productor de materias primas a exportador de imanes, de mucho mayor valor agregado.
En el caso de las placas fotovoltaicas, aparte de algunos materiales básicos como el boro y el silicio metálico, tienen un uso elevado de la plata para las conexiones entre elementos que ocupan menor espacio y causan menores pérdidas. Asimismo, los módulos realizados con tecnología de lámina delgada utilizan materiales escasos como el cadmio y el teluro o indio, selenio y galio según los tipos de células.
Además, estas tecnologías requieren materiales menos específicos, pero igualmente críticos. Un ejemplo son los elementos necesarios para obtener aleaciones de acero de altas prestaciones, como niobio, magnesio o níquel, entre otros. Por último, la construcción, la estructura y el cableado de estos dispositivos insume cantidades mucho mayores de metales no críticos, como el hierro, el cobre o el aluminio.
Los molinos que se fabrican en la actualidad tienen una vida útil de 20 años y la de un panel solar es de unos 25 años. Las hélices de los aerogeneradores no se reciclan; decenas de miles de estas palas están siendo retiradas para ser acumuladas en los vertederos. A su vez, se estima que los paneles solares generan 300 veces más desechos tóxicos por unidad de energía que las centrales nucleares.

Vertedero de hélices de molinos en Wyoming, EEUU


No hay por el momento un plan de manejo de los desechos de estas tecnologías. La Agencia Internacional de Energía Renovable estima que en 2050 habrá 78 millones de toneladas de desechos de paneles solares e hizo un llamado urgente al desarrollo de industrias de reciclaje que rescaten el vidrio y otros componentes. Al final, el problema son siempre los volúmenes de materiales utilizados y sus desechos.

Con este panorama, cualquier plan serio de parque eólico o fotovoltaico debe contener un capítulo de cierre o abandono que incluya el desmantelamiento de los equipos y la restauración del territorio, con un depósito de garantía acorde a los costos de esta etapa. Así se exige hoy en día en la minería, sobre todo la metalífera, luego de una herencia maldita de miles de minas abandonadas por todo el planeta.



Las "ventajas" de Uruguay

"La hoja de ruta que Uruguay pone en conocimiento público para convertirse en un país líder en producción y exportación de hidrógeno verde", expresó el ministro de Industria, Energía y Minería, Omar Paganini, en la presentación del documento.

La llamada "hoja de ruta" es un folleto de promoción de las bondades del país para acoger las inversiones en juego en la nueva campaña internacional.

Las intenciones oficiales no podrían ser más extraordinarias: un paso natural hacia la descarbonización de la economía, el inicio de la segunda transición energética, una mayor independencia energética, ahorro de divisas, etc. Tampoco faltaron espejitos y cuentas de colores: "una capacidad de facturación de unos US$ 1.700 millones hacia 2040, así como la creación de más de 35.000 puestos laborales directos" (sic).
El documento proyecta un escenario de alta demanda de hidrógeno "verde", tanto en Europa como en el este asiático (de Japón, porque China ya tiene excedente), donde habrá países importadores y países exportadores netos. Ubica a Uruguay entre estos últimos, asignándole condiciones de gran competitividad. La estrategia nacional sería entonces la exportación, pero ¿cuáles serían esas ventajas competitivas?
En primer lugar, se coloca la capacidad de generar energía eléctrica a partir de fuentes renovables, principalmente eólica y solar fotovoltaica. Pero esta no es una ventaja de Uruguay frente a países y regiones en posible competencia, como Brasil, Chile, Medio Oriente y el norte de África señalados en el documento. Todos ellos poseen regiones desérticas y montañosas con mejores condiciones que Uruguay para ese fin.
En segundo lugar, se indica la alta disponibilidad de agua. Esta es la ventaja principal, no solo por la extensa red hídrica y el régimen de lluvias, sino por la permisividad con que se maneja en el país. La "hoja de ruta" minimiza la importancia de los volúmenes de agua que serían necesarios y en ningún momento menciona el agua subterránea, cuando el primer proyecto a estudio se sitúa encima del Acuífero Guaraní.
Los países y regiones mencionados poseen ríos y/o acceso al mar, pero la electrolisis del hidrógeno "verde" requiere agua pura. Tanto la desalinización como la depuración de agua dulce contaminada son costos que se suman. En Alemania, la purificación del agua cuesta unos US$ 2.432 por tonelada de hidrógeno. En Uruguay, con la tarifa vigente de OSE para industrias, nos da US$ 30,55 por tonelada de hidrógeno.
La "hoja de ruta" destaca luego la disponibilidad en el país de "CO2 biogénico" para producir metanol y combustible de avión al combinarlo con hidrógeno. El documento explica que ese componente se encuentra asociado a "instalaciones industriales que explotan biomasa proveniente de producción sostenible" (sic).
Utiliza un eufemismo para no mencionar directamente a la forestación y las plantas de celulosa.
Por último, se dice que Uruguay podría competir produciendo hierro esponja mediante la reducción del mineral con hidrógeno. "Una oportunidad de exportación adicional … teniendo en cuenta la disponibilidad del mineral de alta calidad en el país (nivel de concentración superior a 67%)"
, afirma el documento oficial. Desde hace mucho, se sabe que los yacimientos uruguayos no superan el 30% de concentración.







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