sábado, 4 de octubre de 2008

El futuro no va a ser generoso.


Por: José Miguel García González
Oct. 03, 2008




A pesar del espectacular crecimiento económico que ha tenido el Uruguay en estos años de Gobierno Progresista, para el grueso de los uruguayos (los que no están ni en la base ni en la cúspide de la pirámide social), su situación personal ha mejorada muy poco: la distribución de la riqueza sigue siendo decididamente regresiva y ni siquiera hemos recuperado el nivel del salario real de 1998, ¿la Izquierda no está desperdiciando una coyuntura histórica única, para empezar a revertir algunas diferencias sociales que cada vez se están haciendo mayores, y de las que siempre renegamos?







En la nota pasada estuvimos viendo algunas de las razones por las que creíamos que estaba en serio riesgo un segundo mandato del Frente Amplio en 2009. En esa ocasión tratamos de esbozar, desde nuestro punto de vista, algunas de las causas del descontento de la militancia, y de algunos grupos dentro de la Izquierda que están pidiendo cambios a gritos, cuando no otros que ya han decidido su retiro de la coalición. En resumidas cuentas, atendíamos a las razones por las cuales el Frente Amplio está perdiendo parte de su electorado más tradicional y fiel.
Ahora, corresponde detenernos en lo que podríamos definir como los votantes “light” que tuvo el Progresismo en las últimas elecciones: los ciudadanos que no son cautivos de la Izquierda, los que no son ni fueron nunca visceralemente frenteamplistas, los que eligieron por primera vez al Cambio en los últimos comicios, o sea, aquellos ciudadanos que nos prestaron su voto sin pretender transformaciones ideológicos, ni de modelo, ni nada que se le parezca, sino simplemente apostando a mejorar un poco sus condiciones de vida, ya hartos de las pésimas administraciones blanquicoloradas que nos precedieron.
Resulta necesario, entonces, ver que ha hecho nuestro Gobierno por colmar las expectativas de este gran número de uruguayos que confió en el Frente Amplio, y que en definitiva, fue el que marcó la diferencia que aseguró el triunfo en primera vuelta en el 2004. Para esto, nada mejor que analizar los logros de la Gestión del Progresismo y entender, cabalmente, hasta dónde los avances conseguidos son sentidos como tales por el común de la gente.
Una obra incompleta. Nadie puede discutir el espectacular crecimiento de la economía uruguaya en los últimos cuatro años. Las cifras son más que elocuentes. Ahora, ¿es igual de elocuente, o al menos palpable, la mejoría en la calidad de vida de la mayoría de los uruguayos? Vamos a tratar de encontrar, paso a paso, la respuesta.
Detengámonos, entonces, en uno de los aspectos que particularmente más se ha valorado del nuevo Gobierno: su política en materia laboral.
Luego de largos años de liberalización del mercado de trabajo (uno de los instrumentos claves dentro de la política neoliberal para lograr profundizar la rebaja del salario real), la instalación de los Consejos de Salarios ha sido un gran acierto de la Administración Progresista. Gracias a este mecanismo, entre otras ventajas, se ha dado a las negociaciones laborales un nuevo ámbito mucho más favorable para los trabajadores, que mitiga en algo el poder excesivo de muchas patronales, sobre todo en aquellos sectores donde había una escasa sindicalización.
Además, se han sancionado leyes laborales que garantizan derechos a muchos sectores de trabajadores que antes estaban totalmente desprotegidos (servicio doméstico, peones rurales); se legisló sobre fuero sindical, y se promulgaron algunas otras leyes sociales que van mejorando casos puntuales. Como alguien decía por allí: “el Gobierno Progresista es de izquierda en materia laboral aunque sea conservador en lo económico”. Y realmente es así.
Leyes que protegieran al trabajo, le venían haciéndole falta a este país desde antes de la dictadura. Pero para que la obra de la Izquierda en esta materia hubiera estado completa, tendría que haberse dado una vigorosa recuperación del salario real, que desgraciadamente no ha sido tal.
Es cierto, a partir de 2005 el salario real ha comenzado a crecer, pero lo ha hecho en forma muy lenta. No olvidemos que cuando asumió el Gobierno Progresista, el salario real había alcanzado su nivel más bajo en toda la historia del Uruguay. Y todavía hoy, ni siquiera hemos podido alcanzar los niveles de 1998, que en aquel entonces (época de apogeo neoliberal durante el segundo mandato del “Presidente que nunca perdió una huelga”) y hoy, siguen representando salarios de hambre para la mayoría de los uruguayos.
Y lo peor de todo es que, aunque al salario real le cuesta tanto recuperarse, no ocurre lo mismo con la economía uruguaya que ha crecido más del 130% respecto al valor de 1998.
Mal que nos pese, la bonanza económica que vive nuestro país no ha llegado todavía a los bolsillos de los trabajadores. Y quizás esta sea otra de las razones de la frustración y de las expectativas defraudadas que sienten muchos uruguayos. Uruguayos que esperaban que estos temas tan afines al discurso comprometido de la Izquierda, se hubieran resuelto de un modo mucho más favorable para los trabajadores.
La Izquierda Uruguaya, no ha tenido la suficiente audacia para distribuir mejor la riqueza, ni aún a estos niveles mínimos de la mejora del salario real. Esta es una obra incompleta, que además, nos va a salir muy cara en cuanto a sus costos políticos, costos que ya hemos empezado a pagar, como cada nueva encuesta de opinión pública lo confirma. ¿Tampoco vamos a hacer nada en el tiempo que resta de mandato para mejorar esto?
Realidades que queman los ojos. Y ya que estamos hablando de la distribución de los ingresos, en estos días se acaba de dar a conocer que en los últimos doce meses ha disminuido la cantidad de pobres en nuestro país. Además, al año de entrada en vigencia del Plan de Emergencia había descendido el número de indigentes.
Por supuesto que se den estos datos, nos llenan de alegría. Mientras que los gobiernos blanquicolorados anteriores eran una cantera inagotable de crear pobres e indigentes, las acciones del Gobierno Progresista comienzan a revertir la penosa situación por la que atravesaban los más desfavorecidos de nuestros hermanos.
Ahora, honestamente, no podemos dejar de plantear una interrogante que nos viene preocupando desde hace algún tiempo: ¿todo esto se debe a los tan mentados éxitos de la política económica y a su formidable crecimiento, o es la exclusiva respuesta a las políticas de asistencia social que ha desarrollado nuestro Gobierno?
Nadie duda que la mejora en los niveles de indigencia es obra directa del Plan de Emergencia primero, y del Plan de Equidad después. Ahora, si nos atenemos al crecimiento del empleo y a la baja del desempleo durante el Gobierno del Frente Amplio (otra cosa casi inédita durante los gobiernos anteriores), parecería que en la disminución de la pobreza haya influido más estos factores que los planes asistenciales, aunque sea materia discutible cuánto ha pesado cada cosa en el resultado final.
Pero lo que importa, y por eso viene a cuento este tema, es que la sensación que nosotros percibimos de boca de la gente en la calle es que si hay menos pobres e indigentes, esto se debe exclusivamente a la ayuda “gratuita” que brinda el Estado a los más desfavorecidos. Como si existiera un rechazo, un resentimiento hacia ese tipo de ayuda.
Y esto, aunque no nos parezca bien, tiene su lógica: los uruguayos que están apenas uno o dos peldaños más arriba de los más desposeídos que reciben ayuda social, que sienten que desde siempre se han comido las verdes y que todavía no les llegó ninguna de las maduras, que piensan que se han quedado afuera de todo, ya sea de la ayuda del Estado como de la enorme bonanza económica que les pasa frente a las narices para seguir de largo sin detenerse en ellos, esos uruguayos que son el grueso de nuestra población, se sienten doblemente decepcionados por estas circunstancias.
Hablamos, por ejemplo, de los que “gozan” de un trabajo chatarra, doce o más horas al día. Hablamos de las familias que viven amontonados con padres y hermanos para “repartir” el alquiler (que como otros precios básicos, también se ha ido a las nubes). Hablamos de los miles y miles de jubilados que ya no saben cómo “administrar” la paupérrima jubilación que cobran, que aunque algo haya crecido sigue siendo muy pobre. Hablamos de todos los que han debido estirar como chicle sus magros ingresos para seguir “parando la olla” a raíz de los aumentos desmedidos en los precios de los principales artículos alimenticios. A esos uruguayos, algún día, también, les deberían llegar las mieles del crecimiento.
Estos son los ciudadanos que, votantes o no del Frente Amplio, tenían cifradas esperanzas de cambio con el advenimiento del nuevo Gobierno. Lamentablemente, nuestra Gestión también los está dejando de lado, ya sea porque están más allá de la asistencia social, ya sea porque sus condiciones de vida, a pesar de tanto crecimiento, no han mejorado para nada. Esta es una realidad que podrá ser difícil de medir en las encuestas, pero que quema los ojos y que está en el comentario diario de muchos uruguayos.
Lamentablemente, a pesar de la coyuntura económica tan favorable, hemos desperdiciado esta ocasión más que propicia para restituir, a lo que en el imaginario colectivo uruguayo se define como “clase media” aunque no lo sea, algo de toda la riqueza perdida en los últimos 50 años; riqueza que provenía básicamente del trabajo digno y bien remunerado a todos los niveles. Y tal vez aquí esté otra de las causas de la baja de la popularidad de la Izquierda.
La torta ha crecido para muy pocos. Durante 20 años los partidos tradicionales nos dijeron una y otra vez que había que esperar a que creciera la torta para luego repartirla. Durante todo ese tiempo nos quedamos de manos abiertas esperando. Desde la Izquierda, por el contrario, siempre sostuvimos que había que distribuir mejor la riqueza aunque el Producto no aumentara.
Por lo tanto, el Gobierno Progresista, luego de cuatro años de crecimiento económico formidable, debería estar a sus anchas cumpliendo con este objetivo que está en la esencia de su tradición de casi cuatro décadas de lucha, y que corresponde a uno de sus mandatos primigenios: lograr la justicia social con una mejor distribución del ingreso.
Entonces, tomando a 1998 como referencia, hoy por hoy no tenemos sólo una torta para repartir, sino que tenemos casi dos tortas y media para hacerlo. Pero, mal que nos pese, hemos olvidado nuestro propio discurso y las tajadas nos siguen saliendo muy desiguales: las porciones para los trabajadores no alcanzan todavía al exiguo tamaño que tenían en 1998, la de los jubilados apenas si han crecido, y muchos uruguayos (como los que citábamos anteriormente), siguen sintiendo que sus condiciones de vida no han mejorado a pesar del éxito económico que parece pasarles por los costados.
Más aún, todo esto se corresponde con los datos oficiales que confirman que son los sectores de más altos ingresos los que han capitalizado la enorme riqueza que se ha generado en estos cuatro años de crecimiento fenomenal, incluso tomando en cuenta las mejoras en los niveles de indigencia y de pobreza que se han hecho públicos.
En este sentido, nuestras Autoridades, casi que cruzadas de brazos, aceptan la inercia y la lógica perversa del modelo capitalista que vorazmente acapara y acumula en pocas manos la parte del león de tanto crecimiento económico. Desgraciadamente, nuestro Gobierno no se ha animado a cambiar ni en un ápice estas reglas de juego que, además, ha aceptado de muy buen agrado como queda más que evidente luego de tres años y medio de Gestión. Tampoco ha tenido la audacia para incidir y empezar a emparejar un poco las cosas, como su tradición e ideología lo obligarían a hacerlo.
Es una verdadera pena que no se haya intentado nada de esto, que no se haya tenido el coraje de imponer transferencias desde los sectores más favorecidos hacia el resto de la sociedad. Se está desperdiciando esta conjunción casi única de circunstancias muy favorables en lo económico, en lo político institucional, y hasta en el contexto regional latinoamericano, que hubieran favorecido concretar tales acciones sin provocar mayores traumas.
A pesar de todo lo dicho, creemos que aún estamos a tiempo para dar la brega por comenzar a conquistar la justicia social que no será tal hasta que no se consiga una equitativa distribución de la riqueza.
Si no lo hacemos, perderemos esta oportunidad irrepetible donde están dadas todas las condiciones para lograrlo. Y el futuro no suele ser generoso con los pueblos que desperdician sus oportunidades históricas; y menos aún, con los gobiernos que los conducen a ello. Este presente de baja en la popularidad quizás sea el anticipo de ese futuro que debemos evitar. De nosotros, todavía, depende conquistar el porvenir venturoso que la mayoría de nuestro pueblo merece, y evitar que el mismo solamente llene los bolsillos de los sectores privilegiados de siempre. Nos queda un año y medio para empezar a hacerlo. En caso contrario, la Historia nos juzgará sin clemencia.








1 comentario:

  1. hola, muy bueno el blog,si deseas,ingresa a mi pagina, a publicar un comentario. saludos

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