sábado, 12 de diciembre de 2015
Argentina, Venezuela y el Titanic
Andres Figari Neves
10 diciembre 2015
Entre las tantas lecciones que dejan los resultados electorales de Argentina y de Venezuela hay una que se destaca sin lugar a dudas; la gente no vota al que frustra sus expectativas económicas o dicho más campechanamente, al que la amenaza con hacerla pasar mal. Que esto no es ninguna novedad es cosa sabida, que “el bolsillo es la víscera más sensible”, tampoco. Lo nuevo e interesante de esta archisabida lección, es la consecuencia que esto genera en una eventual estrategia que tenga por objetivo una verdadera transformación social, cuando el “desarrollo” entendido como crecimiento económico (más de todo para todos) es inviable.
Durante un siglo y medio, tirios y troyanos; los apologistas de la propiedad privada y del libre mercado por un lado, y los partidarios del colectivismo y la revolución social por el otro, coincidieron en dos cosas: 1) que la pobreza era el mal universal y 2) que esa “injusticia” se resolvía con más y mejor producción. Sea porque se lo dejaba en manos del mercado, sea porque se apelaba a la planificación centralizada, el problema era resoluble; solo era cuestión de tiempo. Se vivía en un mundo de abundancia donde la riqueza simplemente estaba mal repartida; esa era la buena nueva, esa era la promesa, habría panes y peces para todos, simplemente había que esperar (o luchar) para conseguirlos. Pero hete aquí que ahora, cuando todos estaban convencidos de que ese era nuestro destino; cuando ya nadie espera otra cosa de la vida, cuando ya nada tiene sentido fuera de tener más, o consumir mejor, el planeta -esa cosa que gira alrededor del sol y que casualmente nos provee de todos los recursos que hacen posible nuestra consumo- dice: “basta, no aguanto más”.
Y claro es una pésima noticia para aquellos que quieren postularse. ¿Cómo se le dice a la gente que estaba equivocada? ¿Cómo se le explica que no es una cuestión de derechos sino de posibilidades? ¿Especialmente cómo se convence que renuncie a sus expectativas “al que solo tiene chiripá de bolsa”, a la vista del despilfarro obsceno de tantos? ¿Finalmente qué política hacer si esa no es la “razón” de la política? También se puede cerrar la boca y no hacer nada. Jugar de “silenciador”, dejar que siga el mismo rumbo, hacerse cómplice y trabajar en la misma dirección de los que lucran con el desastre. Es una escena de pesadilla; la humanidad a bordo del Titanic que ha chocado contra el iceberg y la tripulación en lugar de sonar la alarma, sugiere cambiar de camarote o probar los últimos saladitos.
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