Clara Aldrighi
Brecha, 24 de julio de 2008
En el capítulo 12 de su nuevo libro (en preparación) La Construcción de un sistema represivo, la historiadora Clara Aldrighi reconstruye el episodio de la liberación de Nelson Bardesio -el 15 de mayo de 1972-, en poder de los tupamaros por más de 3 meses. Detalla cómo el agente de la cia temía que la Policía lo matara.”Ahora que me han visto, estoy más tranquilo. Mi miedo era que me encontrara la Policía antes de que ustedes me vieran vivo”, escribió Bardesio en una esquela que leyeron el entonces ministro Julio María Sanguinetti y el senador Wilson Ferreira. Pero el general Enrique Magnani, ministro de Defensa, no cumplió su palabra. Y en lugar de derivarlo a la justicia militar, como prometió a varios legisladores, lo entregó a Inteligencia policial. Los siguientes fragmentos del capítulo dan cuenta de esa traición:
El 15 de mayo por la noche los tupamaros dejaron a Bardesio en libertad. El atemorizado policía se dirigió al Palacio Legislativo y estuvo largo rato en sus inmediaciones. Esperaba la salida de algún parlamentario conocido. Se acercó al vicepresidente Sapelli mientras éste subía a su automóvil pero no se decidió a abordarlo.
Temprano a la mañana siguiente la madre del policía llamó por teléfono a la casa de Gutiérrez Ruiz. Su hijo había sido liberado y deseaba hablarle. Bardesio dijo al presidente de la Cámara que temía por su vida y no sabía qué camino tomar. Le pidió ayuda y le rogó se encontrara urgentemente con él. Gutiérrez Ruiz le dio cita en la puerta del Colegio del Sagrado Corazón (Seminario), en Soriano esquina Médanos, adonde debía llevar a sus hijos menores.
Acto seguido convocó al Seminario al ministro de Educación y Cultura Julio María Sanguinetti y a los senadores Ferreira Aldunate y Carlos Julio Pereyra. Su propósito era que todas las decisiones que se adoptaran con respecto a Bardesio fueran avaladas por representantes del gobierno y de la oposición. No invitó a ningún representante del Frente Amplio.
Mientras Bardesio aguardaba en una habitación del colegio, acompañado por un amigo y un fraile, del otro lado del patio Gutiérrez Ruiz, Sanguinetti y Ferreira Aldunate intercambiaban opiniones "acerca de qué se podía hacer con ese señor". Observaban a Bardesio detrás de los vidrios de la sala de espera. Al recordar este momento en la Asamblea General, Ferreira Aldunate revelaba la repulsión que le inspiraba el personaje. Posiblemente lo consideraba un reo confeso de asesinato y terrorismo, que por añadidura había delatado a sus camaradas llevándolos a la muerte.
Ferreira Aldunate dijo a Sanguinetti y Gutiérrez Ruiz que no tenía ningún interés en hablar con Bardesio. Más aún: que se negaba a hacerlo. Gutiérrez Ruiz y el hijo de Ferreira Aldunate, Juan Raúl -que cursaba liceo en el Seminario y se sumó al grupo invitado por su padre-, decidieron escuchar al policía. Bardesio les rogó encarecidamente que lo llevaran a una embajada y que lo apoyaran en su solicitud de asilo político. Envió una breve nota a Ferreira Aldunate y Sanguinetti: "Ahora que me han visto, estoy más tranquilo. Mi miedo era que me encontrara la Policía antes de que ustedes me vieran vivo".
Entretanto llegaron al colegio Carlos Julio Pereyra y Eduardo Paz Aguirre. Intercambiaron opiniones y coincidieron en que lo más acertado era entregarlo a las Fuerzas Armadas. "Estaba requerido, buscado por las autoridades del país", explicó Ferreira Aldunate. Por razones de imagen rechazaron la solicitud de Bardesio de solicitar asilo político. "Nos opusimos terminantemente a esa petición", confirmó Carlos Julio Pereyra. "El señor senador Paz Aguirre es testigo de ello. Nosotros, legisladores de la oposición, nos negamos, en forma total, a acceder a ese pedido del señor Bardesio. Dijimos que no podíamos ofrecer al extranjero la imagen lamentable de legisladores de este país que tenían que pedir protección para un ciudadano a una embajada".
Bardesio se había equivocado al pedirles ayuda. Para formalizar la entrega convocaron al comandante en jefe del Ejército, general Alfredo Gravina, y al ministro de Defensa, general Enrique O. Magnani.
Sanguinetti se marchó, dejando en su lugar al senador de su sector político Paz Aguirre. Mientras Bardesio aguardaba sin saber lo que ocurría, intercambiaron opiniones Gravina, Magnani, Ferreira Aldunate, Gutiérrez Ruiz, Paz Aguirre, el presidente del Senado Jorge Sapelli, el senador Carlos Julio Pereyra y algunos oficiales de alta graduación que llegaron al lugar. En el patio se hallaban el ayudante de Sapelli, coronel Bertan, su secretario Alcides Rodríguez y Juan Raúl Ferreira. Alguien se atrevió a decir tímidamente que Bardesio reclamaba garantías. Ferreira Aldunate respondió tajante: "Recuerdo con absoluta precisión que me adelanté y expresé que ni yo ni quienes estábamos allí exigíamos, de ninguna manera, garantía alguna, ni para ese señor Bardesio ni para nadie". A su entender, "no existe mejor garantía que la de ponerlo a disposición de las Fuerzas Armadas de mi país".
Llegado este momento los políticos quisieron marcharse. Explicaron a los militares que no deseaban tener el menor contacto con Bardesio. Pero Magnani se opuso. Quiso que el policía fuera arrestado en presencia de quienes lo habían entregado. Ferreira Aldunate insistió: "Le expresamos que no lo considerábamos necesario [...] le expresamos nuestra voluntad de retirarnos [...] pero accedimos a la solicitud".
Bardesio fue conducido a la habitación donde estaban los generales y los políticos. "Señor Bardesio -dijo Magnani- tranquilice su espíritu. Usted será conducido a una unidad militar donde recibirá el tratamiento correcto que en una unidad militar se le otorga a un ciudadano de este país. No tenga el más mínimo temor por su seguridad personal ni por su integridad física. [...] En esto la Policía no tiene nada que ver y usted no tendrá ningún contacto, de especie alguna, con la Policía. Será conducido a una unidad militar y sometido de inmediato a disposición de la Justicia Militar".
Ferreira Aldunate observó atentamente al personaje: "No recibí una buena impresión del señor Bardesio. Me impresionó muy mal, como un hombre en el cual resultaba difícil confiar". Le pareció que "estaba en presencia de un hombre atemorizado. Nunca he visto más miedo en los ojos de nadie. Vi un hombre sometido a un terror abyecto".
El policía aceptó los hechos consumados: "No tengo la más mínima duda, sé que en una unidad militar voy a ser muy bien tratado, no tengo ningún temor en cuanto a los riesgos que pueda correr dentro de una unidad militar; lo tengo en cuanto a lo que conmigo pueda ocurrir el día que me pongan en libertad; mi miedo es lo que pase conmigo el día que me suelten, mi futuro".
En opinión de Ferreira Aldunate, "de lo que ese hombre no quería ni oír hablar era de la Policía. Yo engañaría al Senado si no le dijera que estuve en presencia de un hombre que temía que la Policía lo matara".
A los pocos días, como era previsible, el ministro Magnani faltó a su palabra. Las Fuerzas Armadas entregaron a Bardesio a las personas que más temía y deseaba evitar, el inspector Castiglioni y sus camaradas del Escuadrón de la Muerte. El ministro de Defensa no se inmutó. Dijo al Parlamento que no había cumplido su promesa porque lo más adecuado era que Bardesio fuera interrogado por sus "mandos naturales", el Ministerio del Interior y la Policía.
El 6 de junio, como era también previsible, Bardesio se retractó. Interrogado en los calabozos de San José y Yi negó toda validez a sus confesiones, afirmando que le habían sido arrancadas bajo coacción. Firmó una declaración en la que desmentía sus revelaciones.
El 7 de junio, el ministro del Interior Alejandro Rovira comunicó al Parlamento, con evidente satisfacción, que Bardesio había negado categóricamente el contenido de las actas difundidas por el mln.
Además, el jefe de Policía de Montevideo coronel Zubía, persona que Rovira definió "de absoluta confianza", "militar de honor, de brillante foja en su actuación en el Ejército de la República", le había transmitido otras confesiones de Bardesio: "Fui mantenido [en la cárcel del pueblo] bajo una espantosa tortura de presión psicológica, donde se me amenazaba permanentemente con mi muerte, haciendo jugar cerrojos de armas automáticas, lo que aumentaba en grado sumo mi desesperación".
Rovira leyó al Senado fragmentos del texto firmado por Bardesio, en el que comprometía especialmente a Gutiérrez Ruiz: "Otro hecho a destacar fue la visita de una persona, a la que se me presentó como que era el diputado Héctor Gutiérrez Ruiz, quien me interrogó en base a un cuestionario evidentemente preparado, al que no tuve más remedio que contestar en base a las actas que me habían dictado y que posteriormente me hicieron leer en voz alta para ser grabadas".
De esta forma, Bardesio refrendaba los argumentos esgrimidos por los políticos y parlamentarios oficialistas en los debates de abril y mayo. Los ministros de Interior y Defensa Rovira y Magnani, los senadores pachequistas y de la Lista 15, la derecha del Partido Nacional, trataron de minimizar o desechar por "falta de pruebas" las denuncias sobre la existencia de un aparato estatal clandestino responsable de atentados y asesinatos.
Ferreira Aldunate lamentó que la Justicia Militar hubiera perdido la oportunidad de interrogar a Bardesio para conocer la verdad. Ni siquiera lo habían intentado: lo entregaron a la Policía. En esas condiciones, la retractación de Bardesio no le inspiraba confianza alguna. Pensaba que no decía la verdad.
Posiblemente la embajada de Estados Unidos, y especialmente su amigo y protector William Cantrell en Washington, rescataron a Bardesio solicitando su salida de Uruguay y le salvaron la vida. Como reconocimiento por sus cinco años de fidelidad y trabajo para la CIA. Sin duda influyó la circunstancia de que en sus declaraciones al MLN, Bardesio reveló la identidad de algunos de sus camaradas uruguayos, pero protegió a los funcionarios estadounidenses que operaban en Montevideo. Habló exclusivamente de los que habían partido tiempo atrás. Con excepción de Richard Biava, quizás porque su identidad ya había sido revelada por Dan Mitrione a Candán Grajales en agosto de 1970. No mencionó al jefe del núcleo de la CIA Gardner Hathaway, ni a Lee Echols, Roy Driggers y José Hinojosa; nada dijo de las complejas operaciones secretas de la CIA en el país. Aunque tampoco los dirigentes del MLN se lo preguntaron.
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