martes, 9 de septiembre de 2008

Los secuestraron, los trajeron, los torturaron y los fusilaron...

La República Martes, 09 de septiembre, 2008





Sobreviviente de masacre de Soca relató ayer el horror sufrido Julio Abreu ratificó su testimonio ante la Justicia
el tormento de los cinco tupamaros ejecutados de Soca



La declaración de Abreu demuestra la coordinación represiva entre la Policía argentina y la dictadura uruguaya. También evidencia que los traslados eran un "modus operandi" y que en los vuelos se tomaba la identidad de los detenidos, algo que la Fuerza Aérea Uruguaya había negado.

Abreu describe en detalle el secuestro y los centros de detención en los que estuvo en Buenos Aires y Montevideo, e identifica la Casona de Punta Gorda, en la que operaban la "patota" de la Oficina Coordinadora de Operaciones Antisubversivas (OCOA) y el Servicio de Información y Defensa (SID). La Justicia podrá indagar a los mandos, oficiales y subalternos que en 1974 actuaban en esas unidades, para establecer las responsabilidades en uno de los crímenes más monstruosos cometidos durante la dictadura militar: el de los fusilados de Soca. El 7 de noviembre de 2005, LA REPUBLICA publicó la única entrevista que Julio Abreu había dado hasta ayer. Entonces narró por primera vez el secuestro, traslado, tortura y fusilamiento de los cinco tupamaros ejecutados por la dictadura como "represalia" por la muerte del coronel Ramón Trabal.

Aquel 20 de diciembre, un día después del homicidio del agregado militar uruguayo en París, en la localidad de Soca fueron arrojados los cuerpos acribillados de Graciela Estefanell, Héctor Brum, su esposa embarazada María de los Angeles Corbo, Floreal García y su esposa Mirtha Hernández. En aquel operativo también fue secuestrado el hijo de Floreal y Mirtha, Amaral García, quien permaneció desaparecido en manos de un matrimonio de agentes del Servicio de Información del Estado (SIDE) argentino, hasta ser recuperado por Abuelas de Plaza de Mayo once años después, en 1985.


El "vuelo cero"

Abreu viajó a Buenos Aires por trabajo. Había votado a Wilson Ferreira Aldunate, del Partido Nacional. No tenía militancia política. El 8 de noviembre de 1974 comenzó su pesadilla, cuando asistió al cumpleaños de la hija de otro uruguayo en el porteño barrio de Once. Conocía a algunos compatriotas en aquella reunión y acompañó a hacer compras a Floreal García. Pero en la esquina fueron interceptados por gente de civil, golpeados e introducidos en un Ford Falcon.

Los llevaron a un local con garaje en la planta baja. Lo encerraron en una pieza pequeña. Escuchó cuando traían detenidos a Héctor Brum y María de los Angeles Corbo. Uno dijo: "Le pegué una patada en la panza que casi le saco al chiquilín por la boca". Llegó a oír a Amaral, de tres años, jugando entre sus captores. "Quedate tranquilo, que papito se está divirtiendo", le decían.

Cuatro días después fueron a otro lugar. Había celdarios con puertas de hierro y olor a desinfectante. En una celda contigua estaban Floreal y Mirtha. Oyó a Amaral, cuando vio por última vez a sus padres.

Sufrió falsos fusilamientos... Nunca lo interrogaron.

Días más tarde fueron a un tercer lugar con casas rodantes, cerca de un aeropuerto.

Aviones les sobrevolaban. Pudo ver la terrible tortura sufrida por Floreal García y Héctor Brum. Vio cuando trajeron a Graciela Estefanell, también terriblemente torturada. Les inyectaron un somnífero para trasladarlos a Uruguay. Recuerda ir en una camioneta, sufrir desmayos y luego estar en un avión, con doble fila de asientos y un corredor central. Alguien se sentó a su lado y le dijo: "¿Cómo te llamas?". Era un militar uruguayo, quien le tomó sus datos en el "vuelo cero".


Los fusilamientos

Cuando bajaron a tierra, sintió que alguien dijo: "Bienvenidos al Uruguay".

Recuerda una camioneta grande. Escuchó un desnivel y ruido metálico como si pasaran sobre un alcantarillado. Asegura que era la entrada a la Casona de Punta Gorda, el terrible "300 Carlos R".

Un día las cosas se tensaron. Permitieron que los dos matrimonios estuvieran a solas.

A Abreu lo dejaron con Estefanell. "Nos van a matar. Decile a la organización que no se habló nada, que no somos traidores, que echamos para adelante", le confió Graciela como testamento.

En la noche hubo ruido a armas que encasquillaban. Gritaron "¡Levántense, tupamaros!".

Abreu también se levantó. "¡Dije tupamaros, no tarados!", le contestaron y lo dejaron solo.

Al otro día escuchó la voz del que mandaba: "Bueno, ya los matamos. Están todos muertos estos comunistas".

Días después, encapuchado, lo llevaron ante el jefe. Le dijo que lo iba a liberar si no decía nada y permanecía en el país.

Fingieron que lo iban a trasladar en barco y al día siguiente lo "pasearon" en una avioneta antes de dejarlo en el balneario Neptunia.

Días más tarde, en la prensa apareció una citación policial de Julio Abreu.

Junto a ella se publicó una nota titulada "Menor Buscado" con la foto de Amaral García.

Era una cobertura de la dictadura. Abreu fue obligado a firmar una declaración donde admitía estar en Buenos Aires cuando los fusilamientos. Volvió a ser citado poco después. Esa vez por el jefe de Policía, general Alberto Ballestrino. Lo obligó a un "careo" con los familiares de Amaral. Tuvo que negar ante ellos su conocimiento de lo ocurrido. Sufrió desde entonces el cargo de conciencia... Hasta ayer, cuando pudo decir la verdad ante la Justicia.





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