El historiador Gerardo Caetano y la patraña
Si para casi todo el mundo esto pasó desapercibido, el historiador Gerardo Caetano encontró el modo de instalar la cuestión en la gran audiencia. Dijo una frase: “la patraña del bicentenario”. Era difícil explicarlo todo en el escaso minuto y medio que la televisión le otorgó: “Artigas no quiso la patria que lo tomó como héroe”, se titulaba la nota de la televisión argentina que retrasmitió Canal 10.(Brecha)http://www.brecha.com.uy/sociedad/item/8769-de-orgullos-y-vergueenzas
Orientales la patria!
Los caudillos y el pecado original de Asencio
Por Oscar Padrón Favre
Lo americano y lo europeo
El denominado Grito de Asencio fue la rebeldía contra la ciudad amurallada, bastión principal de la civilización y el sistema colonialista europeo que consideraba como perteneciente al orden natural de las cosas que las gentes de la campaña obedecieran sumisas sus dictámenes. Fue la rebelión de lo americano contra lo europeo, de lo propio contra lo impuesto, del deseo de ser ella misma desde una sociedad sometida y humillada.
Pradera y puerto - la primera con un proceso de gestación mucho más extenso y complejo -se habían ido perfilando con rasgos cada vez más nítidos a lo largo del siglo XVIII, constituyéndose ambas en dos realidades culturales que en más de un aspecto resultaban antagónicas. En Montevideo residía la autoridad colonial, a través de ella se expresaba la voluntad real que explotaba para su beneficio estos vastos territorios, en ella vivían los principales propietarios de la pradera - que se habían apropiado de ella, obtenido inconcebibles latifundios mediante adquisiciones generalmente fraudulentas -, en ella se reproducía con rigurosa meticulosidad el orden socio-cultural colonizador, estructurado en un régimen de castas pigmentocrático en el cual el color de piel de los individuos constituía el factor determinante de su condición social y de sus descendientes. No era asiento de una sociedad nueva sino transplantada de Europa, condición que su dirigencia social insistía en reafirmar.
El denominado Grito de Asencio fue la rebeldía contra la ciudad amurallada, bastión principal de la civilización y el sistema colonialista europeo que consideraba como perteneciente al orden natural de las cosas que las gentes de la campaña obedecieran sumisas sus dictámenes. Fue la rebelión de lo americano contra lo europeo, de lo propio contra lo impuesto, del deseo de ser ella misma desde una sociedad sometida y humillada.
Pradera y puerto - la primera con un proceso de gestación mucho más extenso y complejo -se habían ido perfilando con rasgos cada vez más nítidos a lo largo del siglo XVIII, constituyéndose ambas en dos realidades culturales que en más de un aspecto resultaban antagónicas. En Montevideo residía la autoridad colonial, a través de ella se expresaba la voluntad real que explotaba para su beneficio estos vastos territorios, en ella vivían los principales propietarios de la pradera - que se habían apropiado de ella, obtenido inconcebibles latifundios mediante adquisiciones generalmente fraudulentas -, en ella se reproducía con rigurosa meticulosidad el orden socio-cultural colonizador, estructurado en un régimen de castas pigmentocrático en el cual el color de piel de los individuos constituía el factor determinante de su condición social y de sus descendientes. No era asiento de una sociedad nueva sino transplantada de Europa, condición que su dirigencia social insistía en reafirmar.
Pradera y puerto
En la pradera -el "afuera" como decían los hombres encerrados entre murallas - residía, sí, una sociedad nueva, una cultura original, en sentido antropológico. Acentuadamente mestiza en sangres y pensamientos, resultado de la integración de corrientes humanas provenientes mayoritariamente del interior de América sumado al aporte de descendientes de europeos que se habían americanizado. Se sustentaba en una economía basada en la caza y cría de vacunos que exigía una gran destreza física y había ido modelando un patrimonio cultural propio -a partir de la matriz de las Misiones Jesuíticas - que en la mayoría de sus rasgos era común al de las sociedades rurales de las dilatadas tierras rioplatenses. Esa sociedad nueva - auténticamente americana por su originalidad - que se había ido formando a lo largo y ancho de la pradera, desde Montevideo sería motejada de forma genérica y despectiva como "gaucha", expresión acuñada en estas partes de América para designar la "barbarie".
Bárbara porque predominaba en ella el color de piel oscuro, bárbara por su particular lenguaje y su casi total analfabetismo, por su ética y estética, por sus modalidades de explotación económica, por sus usos y costumbres, por su vestimenta y creencias, en definitiva por su ser tan antagónica con la "civilización" que encarnaba el modo de ser europeo que tanto se empeñaban en imponer algunos en esta tan distinta América.
Distinción fundamental era también su diversa concepción sobre el territorio. Mientras para los habitantes de la pradera las tierras de la Banda Oriental eran ante todo un lugar para vivir y ser, para los de la amurallada ciudad serán solamente el territorio de los ganados, de la extracción de la riqueza, donde la existencia de seres humanos era un obstáculo a dicha explotación. Esta esencial dualidad en la visión hacia el espacio interior del país aún mantiene, lamentablemente, absoluta vigencia.
En la pradera -el "afuera" como decían los hombres encerrados entre murallas - residía, sí, una sociedad nueva, una cultura original, en sentido antropológico. Acentuadamente mestiza en sangres y pensamientos, resultado de la integración de corrientes humanas provenientes mayoritariamente del interior de América sumado al aporte de descendientes de europeos que se habían americanizado. Se sustentaba en una economía basada en la caza y cría de vacunos que exigía una gran destreza física y había ido modelando un patrimonio cultural propio -a partir de la matriz de las Misiones Jesuíticas - que en la mayoría de sus rasgos era común al de las sociedades rurales de las dilatadas tierras rioplatenses. Esa sociedad nueva - auténticamente americana por su originalidad - que se había ido formando a lo largo y ancho de la pradera, desde Montevideo sería motejada de forma genérica y despectiva como "gaucha", expresión acuñada en estas partes de América para designar la "barbarie".
Bárbara porque predominaba en ella el color de piel oscuro, bárbara por su particular lenguaje y su casi total analfabetismo, por su ética y estética, por sus modalidades de explotación económica, por sus usos y costumbres, por su vestimenta y creencias, en definitiva por su ser tan antagónica con la "civilización" que encarnaba el modo de ser europeo que tanto se empeñaban en imponer algunos en esta tan distinta América.
Distinción fundamental era también su diversa concepción sobre el territorio. Mientras para los habitantes de la pradera las tierras de la Banda Oriental eran ante todo un lugar para vivir y ser, para los de la amurallada ciudad serán solamente el territorio de los ganados, de la extracción de la riqueza, donde la existencia de seres humanos era un obstáculo a dicha explotación. Esta esencial dualidad en la visión hacia el espacio interior del país aún mantiene, lamentablemente, absoluta vigencia.
La contra-revolución de los caudillos
La jornada de Asencio y los hechos que se sucedieron con precipitado vértigo en lo que el Gral. Artigas dio en llamar la "Admirable Alarma" - y un guerrero de tierras duraznenses llamó "la sagrada insurgencia" - encarnaron el atrevimiento histórico de cuestionar el orden colonialista al pretender alterar las relaciones de poder haciendo que la ciudad pasara a ser gobernada desde la pradera. Por eso los hombres más representativos de la ciudad, quienes se proclamaban "el patriciado" -en realidad siempre fueron una oligarquía - le dieron mayoritariamente la espalda a una revolución que no podían controlar, a una revolución que traspasaba peligrosamente los límites políticos para transformarse en una revolución social y económica. Una revolución que escapaba totalmente de los recetarios revolucionarios ultramarinos que orientaban la improvisada acción de las dirigencias de los centros portuarios. Por eso la revolución iniciada en Asencio significaba el reinado de lo que denominaron "la anarquía" y los líderes de la anarquía fueron los Caudillos.
Estaban así, desde el principio mismo de la Revolución, tendidas las líneas de las dos fuerzas que atravesarían todo el siglo XIX, disputándose el protagonismo en la conducción política y económica de estas tierras: los sectores dirigentes urbanos y las masas rurales cuyos líderes naturales fueron los Caudillos.
Estos, al transformarse en "cabezas de la chusma" por liderar las masas rurales y castas serviles; al constituirse en "Jefes de montoneras" por comandar al pueblo en armas, fueron blanco de todas las injurias, calificándolos de verdaderas encarnaciones del mal, el desorden y la barbarie.
Si la Revolución concebida por las dirigencias criollas de Buenos Aires y Montevideo había tenido como objetivo sacar del atraso a los territorios americanos para ponerlos en la corriente del progreso y la civilización, el surgimiento de los Caudillos representaba, desde su perspectiva, la más repudiable contra- revolución, a la cual se debía eliminar a cualquier precio. Y vaya si dichos sectores ilustrados demostraron a lo largo de décadas -y sucesivas generaciones- que estaban dispuestos a pagar cualquier precio con tal de recuperar el gobierno de las nacientes repúblicas americanas que consideraban que legítimamente le pertenecía. Por eso desde 1811, en que José Artigas se enfrentó primero a Montevideo y luego a Buenos Aires, se inició una tan dilatada como dolorosa contienda ideológica donde los sucesivos líderes de las masas rurales fueron condenados sin excepción como los Atilas americanos.
La jornada de Asencio y los hechos que se sucedieron con precipitado vértigo en lo que el Gral. Artigas dio en llamar la "Admirable Alarma" - y un guerrero de tierras duraznenses llamó "la sagrada insurgencia" - encarnaron el atrevimiento histórico de cuestionar el orden colonialista al pretender alterar las relaciones de poder haciendo que la ciudad pasara a ser gobernada desde la pradera. Por eso los hombres más representativos de la ciudad, quienes se proclamaban "el patriciado" -en realidad siempre fueron una oligarquía - le dieron mayoritariamente la espalda a una revolución que no podían controlar, a una revolución que traspasaba peligrosamente los límites políticos para transformarse en una revolución social y económica. Una revolución que escapaba totalmente de los recetarios revolucionarios ultramarinos que orientaban la improvisada acción de las dirigencias de los centros portuarios. Por eso la revolución iniciada en Asencio significaba el reinado de lo que denominaron "la anarquía" y los líderes de la anarquía fueron los Caudillos.
Estaban así, desde el principio mismo de la Revolución, tendidas las líneas de las dos fuerzas que atravesarían todo el siglo XIX, disputándose el protagonismo en la conducción política y económica de estas tierras: los sectores dirigentes urbanos y las masas rurales cuyos líderes naturales fueron los Caudillos.
Estos, al transformarse en "cabezas de la chusma" por liderar las masas rurales y castas serviles; al constituirse en "Jefes de montoneras" por comandar al pueblo en armas, fueron blanco de todas las injurias, calificándolos de verdaderas encarnaciones del mal, el desorden y la barbarie.
Si la Revolución concebida por las dirigencias criollas de Buenos Aires y Montevideo había tenido como objetivo sacar del atraso a los territorios americanos para ponerlos en la corriente del progreso y la civilización, el surgimiento de los Caudillos representaba, desde su perspectiva, la más repudiable contra- revolución, a la cual se debía eliminar a cualquier precio. Y vaya si dichos sectores ilustrados demostraron a lo largo de décadas -y sucesivas generaciones- que estaban dispuestos a pagar cualquier precio con tal de recuperar el gobierno de las nacientes repúblicas americanas que consideraban que legítimamente le pertenecía. Por eso desde 1811, en que José Artigas se enfrentó primero a Montevideo y luego a Buenos Aires, se inició una tan dilatada como dolorosa contienda ideológica donde los sucesivos líderes de las masas rurales fueron condenados sin excepción como los Atilas americanos.
Civilización y barbarie
Los centros urbano-portuarios del Plata fueron los centros de generación de la ideología anti caudillista, anti gaucha y anti producción pecuaria que encarnó en su máxima expresión el denominado partido unitario, aunque no exclusivamente. A más de tres décadas de actuar dicha corriente política en el convulsionado escenario rioplatense, le tocó a Sarmiento, con su célebre y panfletario "Facundo", expresar como ninguno la falaz antinomia de Civilización y Barbarie que se transformó en el evangelio de los sectores oligárquicos urbanos de ambas márgenes del Plata. Para él y sus innumerables acólitos la lucha santa de la Civilización contra la Barbarie era la de las ciudades contra la campaña; de lo europeo contra lo americano; del frac contra el poncho y el chiripá; de los blancos - criollos e inmigrantes del Viejo Mundo - contra la mestiza sociedad de gauchos y chinas; de los hombres ilustrados y los políticos de ideas contra los bárbaros y sanguinarios caudillos cuyo poder sólo residía en la fuerza bruta. Pero también de una economía "civilizada" agrícola e industrial contra la "bárbara" que encarnaba la ganadería, forma económica "primitiva" que debía ser erradicada. Porque, insistimos, el Pecado Original recaía sobre la totalidad de la cultura rural del Río de la Plata.
Los centros urbano-portuarios del Plata fueron los centros de generación de la ideología anti caudillista, anti gaucha y anti producción pecuaria que encarnó en su máxima expresión el denominado partido unitario, aunque no exclusivamente. A más de tres décadas de actuar dicha corriente política en el convulsionado escenario rioplatense, le tocó a Sarmiento, con su célebre y panfletario "Facundo", expresar como ninguno la falaz antinomia de Civilización y Barbarie que se transformó en el evangelio de los sectores oligárquicos urbanos de ambas márgenes del Plata. Para él y sus innumerables acólitos la lucha santa de la Civilización contra la Barbarie era la de las ciudades contra la campaña; de lo europeo contra lo americano; del frac contra el poncho y el chiripá; de los blancos - criollos e inmigrantes del Viejo Mundo - contra la mestiza sociedad de gauchos y chinas; de los hombres ilustrados y los políticos de ideas contra los bárbaros y sanguinarios caudillos cuyo poder sólo residía en la fuerza bruta. Pero también de una economía "civilizada" agrícola e industrial contra la "bárbara" que encarnaba la ganadería, forma económica "primitiva" que debía ser erradicada. Porque, insistimos, el Pecado Original recaía sobre la totalidad de la cultura rural del Río de la Plata.
La Tierra Purpúrea
Pasaron casi tres décadas para que la aparición de "Martín Fierro" se transformara en la altiva respuesta de la Barbarie a la Civilización, desnudando las contradicciones e injusticias de ésta última. En aquellos años y por estos pagos orientales pasó Guillermo Hudson conviviendo con la supuesta "barbarie" e inmortalizándola con su insuperable creación "La Tierra Purpúrea". No deja de sorprender - aunque es totalmente explicable en el contexto de lo que venimos diciendo - que obra de tal magnitud aún esté desterrada de la educación pública nacional …
Pero "Facundo" dejó una profunda huella. Desde entonces innumerables fueron los textos condenatorios al "feroz e ignorante caudillaje", único culpable para las infatuadas oligarquías urbanas de todos los padecimientos de la Repúblicas americanas.
Mencionamos sólo a título de ejemplos los conocidos textos de Andrés Lamas, Manuel Herrera y Obes, Juan Carlos Gómez, José Pedro Ramírez, Eduardo Acevedo, Agustín de Vedia, Florencio Sánchez. "¿Qué debe la independencia, el progreso de las instituciones Republicanas y la civilización del Estado Oriental al caudillaje de un Rivera o de un Flores?" se preguntaba Juan Carlos Gómez -oráculo de la inteligencia montevideana -en 1872. Los brillantes José Pedro Varela y Carlos María Ramírez en sus respectivas juventudes lanzaron - como casi toda su generación - furibundos anatemas hacia el "caudillaje desquiciador". Sin embargo ambos estaban llamados a marcar un verdadero cambio en la valoración de los Caudillos, no por ser los primeros en decir ciertas cosas sino por quiénes eran: las mentes más sobresalientes de la elite urbana que combatía a aquellos desde 1811.
Pasaron casi tres décadas para que la aparición de "Martín Fierro" se transformara en la altiva respuesta de la Barbarie a la Civilización, desnudando las contradicciones e injusticias de ésta última. En aquellos años y por estos pagos orientales pasó Guillermo Hudson conviviendo con la supuesta "barbarie" e inmortalizándola con su insuperable creación "La Tierra Purpúrea". No deja de sorprender - aunque es totalmente explicable en el contexto de lo que venimos diciendo - que obra de tal magnitud aún esté desterrada de la educación pública nacional …
Pero "Facundo" dejó una profunda huella. Desde entonces innumerables fueron los textos condenatorios al "feroz e ignorante caudillaje", único culpable para las infatuadas oligarquías urbanas de todos los padecimientos de la Repúblicas americanas.
Mencionamos sólo a título de ejemplos los conocidos textos de Andrés Lamas, Manuel Herrera y Obes, Juan Carlos Gómez, José Pedro Ramírez, Eduardo Acevedo, Agustín de Vedia, Florencio Sánchez. "¿Qué debe la independencia, el progreso de las instituciones Republicanas y la civilización del Estado Oriental al caudillaje de un Rivera o de un Flores?" se preguntaba Juan Carlos Gómez -oráculo de la inteligencia montevideana -en 1872. Los brillantes José Pedro Varela y Carlos María Ramírez en sus respectivas juventudes lanzaron - como casi toda su generación - furibundos anatemas hacia el "caudillaje desquiciador". Sin embargo ambos estaban llamados a marcar un verdadero cambio en la valoración de los Caudillos, no por ser los primeros en decir ciertas cosas sino por quiénes eran: las mentes más sobresalientes de la elite urbana que combatía a aquellos desde 1811.
José Pedro Varela combate la visión doctoral
Varela en su libro fundamental, "La Legislación Escolar" si bien manifestó con inocultable desdén "Nuestras glorias nacionales de las que con tanto calor solemos hablar se reducen a las de Arauco; somos valientes, no más", también combatió la clásica visión doctoral al decir que "los caudillos son efecto, pero no causa de un estado social", que encarnaban "la forma de gobierno primitiva que se adapta al estado social de nuestra campaña". Al mismo tiempo que acusó severamente a la arrogante Universidad por su absoluta enajenación a la cultura francesa, permaneciendo totalmente de espaldas al país real. La misma Universidad que, por esa actitud, encarnó con inocultable orgullo su carácter de bastión intelectual contra el caudillismo, la barbarie rural y todo aquello que pudiera ser auténticamente americano.
Pocos años después, Ramírez daba a conocer su "Artigas", fortaleciendo un proceso de reivindicación que de ninguna manera nació con él pero que ahora al ser tomado por el abanderado de los universitarios montevideanos alcanzaba definitivo vigor pues tendía a tratar de convencer a la oligarquía ilustrada que había siempre condenado a Artigas como "Patriarca de la Barbarie". Ramírez no sólo aceptó la explicación sociológica dada por Varela años antes sino que pasó a enaltecer la figura de los caudillos en sentido genérico, al sostener:"los caudillos eran la encarnación fatal de las masas campesinas, la inmensa mayoría del pueblo llamado a la acción tumultuosa de una democracia inorgánica por el clarín guerrero".
Varela en su libro fundamental, "La Legislación Escolar" si bien manifestó con inocultable desdén "Nuestras glorias nacionales de las que con tanto calor solemos hablar se reducen a las de Arauco; somos valientes, no más", también combatió la clásica visión doctoral al decir que "los caudillos son efecto, pero no causa de un estado social", que encarnaban "la forma de gobierno primitiva que se adapta al estado social de nuestra campaña". Al mismo tiempo que acusó severamente a la arrogante Universidad por su absoluta enajenación a la cultura francesa, permaneciendo totalmente de espaldas al país real. La misma Universidad que, por esa actitud, encarnó con inocultable orgullo su carácter de bastión intelectual contra el caudillismo, la barbarie rural y todo aquello que pudiera ser auténticamente americano.
Pocos años después, Ramírez daba a conocer su "Artigas", fortaleciendo un proceso de reivindicación que de ninguna manera nació con él pero que ahora al ser tomado por el abanderado de los universitarios montevideanos alcanzaba definitivo vigor pues tendía a tratar de convencer a la oligarquía ilustrada que había siempre condenado a Artigas como "Patriarca de la Barbarie". Ramírez no sólo aceptó la explicación sociológica dada por Varela años antes sino que pasó a enaltecer la figura de los caudillos en sentido genérico, al sostener:"los caudillos eran la encarnación fatal de las masas campesinas, la inmensa mayoría del pueblo llamado a la acción tumultuosa de una democracia inorgánica por el clarín guerrero".
La marginación
Sin embargo ese muy tardío reconocimiento no era casual. Se daba, precisamente, en momentos en que los avasalladores procesos de fortalecimiento del Estado y modernización del país convergían en provocar la desaparición de la sociedad gaucha tradicional radicada en la libre pradera oriental "del aire libre y la carne gorda", para comenzar a vivir desde finales del siglo XIX un doloroso proceso de marginación y pauperización cuyos efectos presenció el país durante casi todo el siglo XX. Y la desaparición de la tradicional sociedad gaucha suponía el ocaso de los caudillos rurales. Se los creía definitivamente desaparecidos después del proceso militarista. Ahora sí los ilustrados predicadores de un liberalismo fanático -tan doctrinario como extraño a la situación real del país - se podían permitir la licencia de reivindicar y valorizar la entidad histórica de los Caudillos que tantas veces habían maldecido y combatido, ya fuera encarnada en Artigas, Rivera o Lavalleja, Flores o Timoteo Aparicio, en Muniz, Galarza, Saravia o Muñoz y en ellos a toda la cadena de caudillos regionales, departamentales y de los pagos que los seguían.
Sin embargo ese muy tardío reconocimiento no era casual. Se daba, precisamente, en momentos en que los avasalladores procesos de fortalecimiento del Estado y modernización del país convergían en provocar la desaparición de la sociedad gaucha tradicional radicada en la libre pradera oriental "del aire libre y la carne gorda", para comenzar a vivir desde finales del siglo XIX un doloroso proceso de marginación y pauperización cuyos efectos presenció el país durante casi todo el siglo XX. Y la desaparición de la tradicional sociedad gaucha suponía el ocaso de los caudillos rurales. Se los creía definitivamente desaparecidos después del proceso militarista. Ahora sí los ilustrados predicadores de un liberalismo fanático -tan doctrinario como extraño a la situación real del país - se podían permitir la licencia de reivindicar y valorizar la entidad histórica de los Caudillos que tantas veces habían maldecido y combatido, ya fuera encarnada en Artigas, Rivera o Lavalleja, Flores o Timoteo Aparicio, en Muniz, Galarza, Saravia o Muñoz y en ellos a toda la cadena de caudillos regionales, departamentales y de los pagos que los seguían.
Montevideo asume el control del país
Sin embargo, luego de un siglo de tenaz lucha, de haber contribuido de forma principal a forjar la nación y el país, no sería el Interior y la campaña quienes recibirían los mejores frutos de la tan ansiada paz. Con ella fue Montevideo, mejor dicho sus dirigencias políticas e intelectuales, quienes, al fin, asumían el control absoluto del país. No existirían más rebeldías gauchas, el Interior sería definitivamente sumiso y entonces podría desarrollarse libremente el plan civilizador y progresista tantas veces postergado o mutilado.
Había llegado la hora de que el interior del país sufriera las consecuencias del pecado original de 1811, el pecado que tuvo su Edén en Asencio. Un abrumador neocolonialismo interior se abatiría sobre él, que tiene aún plena vigencia.
El plan civilizador que comenzó a predominar desde los últimos años del siglo XIX no fue concebido con el propósito de fortalecer y potenciar las exultantes energías del joven país de los orientales sino en la construcción de una nueva sociedad, la de los uruguayos, que borraría todos los defectos que, a criterio de las dirigencias iluminadas urbanas, aquella sociedad original siempre había tenido.
La impiedad histórica del jacobinismo
Rodó, entre otros, advirtió los peligros que suponía transitar por ese camino:
"El jacobinismo tiene por característica con relación a las cosas y sentimientos del pasado esa funesta pasión de impiedad histórica, que conduce a no mirar en las tradiciones y creencias en que fructificó el espíritu de otras edades más que el límite, el error, la negación, no lo afirmativo, lo perdurable, lo fecundo, lo que mantiene la continuidad solidaria de las generaciones …".
Pero el pensamiento de Rodó no predominó. Este país nuevo ya no tendría sus auténticas raíces en el pueblo de orientales que expresó su voluntad de destino en los memorables hechos del año 1811, sino en la sociedad de los uruguayos, sumatoria de un informe conglomerado de aportes inmigratorios del Viejo Mundo. Nuestras raíces culturales ya no estaban más en la sociedad embrionaria que protagonizó Asencio y el Éxodo, estaban en los barcos … era la patria cosmopolita. Algunos seguimos pensando que detrás de todos los habitantes de la República Oriental hay bastante más que barcos con inmigrantes y "treinta y tres gauchos", al decir despectivo de algún escritor.
Rodó, entre otros, advirtió los peligros que suponía transitar por ese camino:
"El jacobinismo tiene por característica con relación a las cosas y sentimientos del pasado esa funesta pasión de impiedad histórica, que conduce a no mirar en las tradiciones y creencias en que fructificó el espíritu de otras edades más que el límite, el error, la negación, no lo afirmativo, lo perdurable, lo fecundo, lo que mantiene la continuidad solidaria de las generaciones …".
Pero el pensamiento de Rodó no predominó. Este país nuevo ya no tendría sus auténticas raíces en el pueblo de orientales que expresó su voluntad de destino en los memorables hechos del año 1811, sino en la sociedad de los uruguayos, sumatoria de un informe conglomerado de aportes inmigratorios del Viejo Mundo. Nuestras raíces culturales ya no estaban más en la sociedad embrionaria que protagonizó Asencio y el Éxodo, estaban en los barcos … era la patria cosmopolita. Algunos seguimos pensando que detrás de todos los habitantes de la República Oriental hay bastante más que barcos con inmigrantes y "treinta y tres gauchos", al decir despectivo de algún escritor.
Resultados nefastos de modificar la base pecuaria
Componente fundamental de ese hercúleo propósito de invención racionalista del país que tuvo a ciertas dirigencias montevideanas como protagonistas, fue el de modificar la tradicional base pecuaria de la economía nacional, condenada como retardataria, primitiva, bárbara … Los tan empecinados como frustrantes esfuerzos realizados a lo largo del siglo XX en tal sentido dejaron, sucesivamente, resultados nefastos (especialmente para casi todo el interior del país) que han arrojado al país a una situación de tal zozobra que nos interpela -de manera tan acuciante como angustiosa - sobre su propia viabilidad en un futuro no tan lejano.
La necesidad de asegurar el dominio de la Capital sobre el territorio interior exigió una centralización enfermiza a lo largo de todo el pasado siglo, cuyos negativos frutos han concluido por hacer desaparecer en amplias zonas del país a la sociedad rural y a mantener en estado vegetativo a la mayor parte de las poblaciones del interior. Como contra cara hemos tenido la construcción de una Capital con dimensiones monstruosas para el cuerpo real del Uruguay, concentradora de toda la dirección del país y ahora cercada por problemas y amenazas que provocan que la mayor parte de los recursos nacionales se sigan destinando a ella, manteniendo incólume la inequidad más que centenaria.
Los desgraciados efectos del pecado original de Asencio siguen mostrando para el interior su plena vigencia, aunque, como siempre, terminen alcanzando a todo el país.
Al matadero
El país de menos
Jubilados reclaman aumentos durante acto por Jura de la Constitución en Plaza Matriz
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