MARIANA CASTIÑEIRAS25 sep 2016
Debe haber muchas formas de contar la historia
de Bella Unión. Se podría describir a un pueblo tozudo que lucha por lo
único que ha sabido darle de comer, a una ciudad subyugada por el
autoritarismo de un cultivo ingrato, o hablar del espíritu
revolucionario de sus trabajadores, que tienen capítulos guardados en
los libros de historia de Uruguay. Se puede hablar de fracasos. Muchos
fracasos. Pero hay algo que no se puede dejar de lado, por más que los
artiguenses del extremo norte lo hayan intentado. Y eso es la caña de
azúcar.
Los supermercados, restaurantes, hoteles, tiendas de
ropa, panaderías y free shops que se distribuyen en las 25 cuadras que
tiene de largo Bella Unión giran en torno a la caña. La caña atraviesa
todo en esta pequeña ciudad. Es la bonanza y la crisis, la comida de los
trabajadores y las ganancias de los productores. Se esparce alrededor
de los caminos, entre el verde del cultivo y el amarillento de la
cosecha, y se ve en las manos negras de los cañeros. Está en las bolsas
de azúcar que consume medio país y en el combustible que hace andar los
autos. Para los 15.000 habitantes de Bella Unión, el motor es la caña.
Y cada tanto, como en la última polémica que los tuvo
por protagonistas, les tiembla el piso. La estructura que sostiene a la
única ciudad de Uruguay que vive de la caña amenaza con caerse y es en
esos días cuando los bellaunionenses desempolvan su espíritu combativo.
Los peludos.
Al curtido líder del sindicato con uno de los trabajos
más duros y sufridos del país se le cae una lágrima. En las afueras de
la ciudad, donde las cañas arden entre mayo y octubre y los machetazos
cortan el aire bajo el sol del mediodía y el rocío de la noche, Sergio
Pintado llora.
Se presenta como "un peludo". Lleva la boina hacia el
costado, una camisa azul y el gesto serio. Ya es mediodía y el
secretario general de la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas
(UTAA) termina la jornada. Se va sin sacarse la protección de la canilla
izquierda, tal vez por miedo a las cruceras, que ya lo dejaron un mes
inconsciente con solo una mordida, o tal vez por cansancio. —¿Qué era ser peludo antes y qué significa ahora?
—Yo le tengo mucho respeto al peludo de hoy, al de ayer y al de siempre. El peludo —suspira—. Pa, el de antes era otra historia.
—¿Qué es ser un peludo?
—Ser peludo es sacrificado —dice, y la respuesta le queda atragantada.
La mezcla de melaza y hollín de los campos quemados
cubre el cuerpo de los cortadores sin excepción. Según cuentan los que
la sufren, esta combinación deja la ropa tan dura que una vez seca
alcanza con un movimiento brusco para rasgarla.
Pintado recorre la senda de tierra que divide los
tablones, espacios construidos por líneas de caña paralelas con caminos a
los costados, en los que trabajó toda la mañana. Al lado, la
coreografía veloz de los cortadores más jóvenes —y arriesgados que se
exponen al sol del mediodía— repite el mismo ritmo. Corte, polvareda,
golpe de la caña contra el piso. Corte, polvareda, golpe. Cada tanto se
adivinan sus pasos en el crujir de la caña desparramada.
La lucha de los cañeros de hoy, cuenta Pintado, está
en la raíz de la fundación de UTAA y en la ideología de los que la
crearon en 1961. Entre ellos, el proyecto del líder sindical y más tarde
guerrillero, Raúl Sendic. "Era más amplio. Era hacer cooperativas
sociales y que la ganancia quedara en el peludo, que la sufre", dice
Pintado.
Los peludos quieren una reforma agraria que les
permita salir de la zafralidad. Trabajar cinco meses y sobrevivir 12 no
es negocio ni vida y muchos tienen que salir a cazar mulitas o incluso
robar para sobrevivir, cuenta Pintado.
El último eslabón de la cadena quiere ser el
primero. Y es ocupando tierras del Estado y a través de negociaciones
con el gobierno que han conseguido varias hectáreas en las que hoy
funcionan diferentes proyectos. Hay chacras con quintas, chancherías y
cría de aves donde hoy trabajan y cultivan cañeros entre los que hay
madres solteras con hijos. Porque también hay mujeres cañeras.
María Julia França tiene 36 años y empezó a trabajar
a los 15, cuando tuvo a su primera hija y le pagaban seis pesos por
hora. Ahora tiene tres y cobra más en su rol de fiscalizadora. Su tarea
es comprobar que no haya incumplimientos en seguridad y derechos de los
trabajadores. Sin embargo, cuenta que es la única mujer trabajadora de
Alcoholes del Uruguay (ALUR) que no está contratada directamente en la
plantilla. Si mañana la despiden, dice, se va solo con la liquidación.
Papa, cebolla, morrón, tomate, zanahoria, boniato,
chaucha, frutilla y caña: França pasó por todos. Ha abonado, echado
herbicida, cosechado, sembrado e incluso tiene libreta de maquinaria
agrícola, pero no le han dado oportunidades, dice, porque el campo se
entiende como "lugar de hombres". Dice también que para la mujer es
difícil competir en fuerza y que eso lleva a resistir más de lo que el
cuerpo da para rendir lo mismo. En estos años supo de abusos,
injusticias y de violencia. Lo cuenta y su labio inferior empieza a
temblar.
—Al principio hubo muchos abusos. Yo los vi y los
pasé. De parte de capataces, de patrones. Años atrás era más brava la
cosa. De a poco los tiempos van cambiando. Yo era una gurisa, también.
Hoy tenemos más coraje.
—¿Qué pasaba?
—Chantajes. Llamás la atención. Si hacés tal cosa te aumento las horas, si estás te pongo más metros.
—¿Si estás...?
—Sexual. Ahí es donde va el valor que tengas de
decir que no. Y después te castigan con los peores trabajos. ¿Sabés lo
que es estar carpiendo al sol al mediodía? Yo siempre fui muy porfiada,
me aguantaba los lugares a los que me mandaban. Cuando ven que no hay
como doblegarte te empiezan a respetar.
—¿Y cuando el cuerpo dice que ya está?
—Te tomás unas cuantas pastillas. Perifar 600, Actron y cuando estás en los días, doble pastilla.
Lo que le dejaron los años de campo es un desgarro
en un músculo, cerca de la columna, que se tiene que operar. La cirugía
implica recuperación y eso significa dejar de trabajar y es un lujo que
no se puede dar. Mucho menos tomarse tiempo para cuidar a sus hijos o
acompañarlos cuando se enferman, un reclamo que las mayores le hacen con
frecuencia. Los hijos chicos de França ya saben prepararse el café
desde los tres años.
Los salpicados.
En la sede de la Asociación de Plantadores de Caña
de Azúcar Norte Uruguayo (Apcanu) hay un mapa de Bella Unión en el que
no hay calles ni comercios marcados. La tierra está fraccionada por
colores, cada uno con el nombre de su propietario. Los cinco
representantes de este gremio, conformado hace más de medio siglo,
discuten, levantan la mano para hablar y se ríen de su propio ímpetu
pasional. Negocian sobre fechas o la cantidad de productores que hay en
Bella Unión y finalmente, con calculadora en mano, se ponen de acuerdo:
son 250.
Este año fue difícil. Si bien creen que el cambio
climático ha favorecido el cultivo de la caña al norte del país, aclaran
que este año no escapó a los problemas que ha tenido el agro. También
creen que el sector tuvo los suyos propios y, a su juicio, todos tienen
que ver con la gestión de ALUR.
"En 2008 ALUR incentivaba a que se plantara caña, a
que hubiera pequeños productores", dice Juan Ignacio Ferreira,
secretario de Apcanu. Sin embargo, desde que en 2012 se aplicaron una
serie de cambios en la forma de producción, los que salen beneficiados
según este gremio son los más grandes.
"Antes, los chicos tenían la posibilidad de ir
cortando su caña. Si tenía 15 hectáreas, iba con tres obreros y me
cargaba yo mismo mi propia caña. A mano o con grapo, zorra y tractor.
Esa era la cosecha artesanal", explica Ricardo Ferreira, vocal del
gremio. "Al tercerizarla, ahora viene un grupo con 40 o 50 obreros
(contratados por ALUR, cortan todo de golpe y ahí la caña pasa 15 o 10
días sin que la lleven y tiene una pérdida enorme de rendimiento. Los
grandes productores tienen su propio camión y grapo y se defienden de
otra forma". Con lo que el productor chico se ahorraba de flete y de
carga, tenía ganancia.
Los productores advierten que "en Bella Unión no hay
ricos". ALUR es para la ciudad un proyecto social. Su quiebra o cierre
podría ser fatal. Así lo describe el productor Luis Raymon: "No hay
vuelta, si el día de mañana nos falta la caña no podemos decir que vamos
a desaparecer pero que muchos vamos a tener que irnos de Bella Unión,
sí, es verdad". Esto sin mencionar a los más de 1.400 cortadores de
caña, trabajadores de planta, transportistas y una larga cadena de
personas que dependen de la caña.
Para proyecto social, ALUR tiene una falla
inexcusable: algunos de sus trabajadores apenas llegan a cobrar $ 12.000
por mes y un gerente superó los $ 300.000. Ahí es donde las estructuras
de Bella Unión volvieron a temblar.
Los productores sienten que los escándalos de la
estatal los salpican a pesar de que no tienen vínculo con las decisiones
que se toman desde la capital o las oficinas. Si bien para ellos ALUR
fue una salvación en un momento donde las opciones eran fundirse o
cerrar la producción y lo agradecen y defienden con uñas y dientes,
tienen muchas críticas para hacerle a la empresa estatal. Creen que se
mete en sus campos y los deja atados a sus tiempos y criterios, que
consideran mal gestionados. Quieren recuperar parte del control que
tenían antes de que se creara ALUR, convertida en estatal en 2006.
Porque a pesar de que en manos de productores ya se han fundido, ellos
creen que pueden hacerlo mejor.
Si hay una promesa que todos en Bella Unión conocen,
es la que hizo el presidente Tabaré Vázquez en su primer mandato.
Aseguró que se iba a llegar a las 12 mil hectáreas cultivadas. Hoy,
según cálculos de los productores, están en 7.400.
Más hectáreas es más trabajo. Menos hectáreas
significan más productores cubriendo la zafra y, como consecuencia, una
zafra más corta.
El presidente de Apcanu, Samir Mustafa, es el único
silencioso del grupo, pero interviene, tajante, para resaltar un punto:
"Hoy no podemos crecer ni una hectárea mas". Mustafa es uno de los
productores con más cantidad de hectáreas en su propiedad. Según
explica, desde ALUR responden que la producción de la planta está a tope
y que no hay capacidad para más. "Pensamos que se puede, porque en otro
momento hubo 10 mil hectáreas. Hoy no llegamos a las 8.500 que teníamos
hace tres años".
Patrones y empleados.
Pintado se toma una pausa para recuperarse del
sobresalto. Mira al horizonte por unos minutos en silencio y cuando
puede recuperar la voz enumera a los compañeros torturados en dictadura,
la desnutrición, el hambre y la pobreza de la crisis del 2002.
—Los cañeros de antes. Ellos eran líderes y pasaron a
ser rehenes. Esos viejos no se comen ninguna. Eran revolucionarios, muy
diferentes a lo que puede ver uno en una película. Eran revolucionarios
del pueblo, de salir, meterse en una estancia y tener que hacer un
destrozo para darle de comer a la gente. Eso eran ellos. Son personas
justas, que pelearon por el obrero. Lo que tenemos ganado hoy en los
salarios con los convenios ha sido lucha del sindicato, pero costó
muchísimo.
Un trabajador destajista que se esfuerce puede
llegar a ganar unos 19 mil pesos por mes. Eso, soportando el hollín de
la caña quemada que se le mete en los pulmones, el calor, la piel
curtida por el sol, el peligro de las cruceras y yararás que habitan los
campos y la espalda rota. Un trabajador que empiece de adolescente
fácilmente verá las secuelas del trabajo para los 30, dice Pintado.
—Es un trabajo insalubre. ¿Qué más se tiene que
demostrar para que se logre entender eso? Acá inhalás productos tóxicos.
Porque esto no es natural, esto está inyectado hasta las manijas.
La salud laboral es uno de los reclamos más fuertes del sindicato para el próximo convenio. Otra de las luchas.
—¿Y qué es ser un peludo, entonces?
—Primero que nada, para nosotros el peludo es el
respeto. Hoy tenemos veteranos que no se han podido jubilar y siguen
cortando con 65 años. Si bien podrá ser un trabajo de mierda, bastante
feo, para nosotros es un orgullo ser peludos. Porque nos ganamos la
plata honradamente. Parte de ahí, de la honra. El peludo es trabajador.
A Ruben Ariel Machado Gamarra le dicen Quique. Es
dueño de su propio campo, pero no siempre fue así. Lo que tiene lo
consiguió con lo que llama la "lucha pacífica" por su "pedazo de
tierra". Las negociaciones con Ancap, el Instituto de Colonización, el
Ministerio de Ganadería y otras instituciones llevaron más de dos años
pero dieron frutos. Hoy son tres los excañeros que controlan un total de
44 hectáreas.
No es fácil pasar de asalariado a productor, pero
Machado recibe asesoramiento de técnicos de ALUR, a los que describe
como "buenísimos", y tuvo ayuda de trabajadores sociales del Ministerio
de Desarrollo. "Nosotros cuidamos lo que tenemos porque nos costó",
dice. Llegó a hacer hasta 10 viajes por año con otra decena de
integrantes de UTAA para negociar. "Imaginate salir un lunes y volver un
viernes de Montevideo, dormir en carpa o en el cordón. Como indigentes,
pero a la vez no éramos indigentes".
Machado estuvo de los dos lados del mostrador. Fue
peludo y es patrón. El problema, cree, está en la gerencia. "ALUR es una
industria. Los cañeros somos nosotros. Nos vino a sacar el lugar, a
decirnos cómo se planta. Nosotros nacimos acá, en el medio de las
cañas". En eso coinciden peludos, patrones y los que están en el medio.
Ni en manos del Estado ni en manos de los productores el negocio ha
prosperado en las últimas décadas. Pero cuando los campos corren riesgo y
la caña amenaza con desaparecer, las distancias se desdibujan, las
diferencias partidarias se borran por un tiempo y los que hablan son
bellaunionenses, todos defendiendo lo que les tocó.
El cañero que fue amigo de Raúl "el Bebe" Sendic.
Era 2003. Había pobreza, crisis, hambre y niños que
morían de desnutrición. Quedaban unas pocas miles de hectáreas
cultivadas con caña de azúcar en Bella Unión y sus dueños eran
considerados "los heroicos". Gente sin trabajo, protestas, inestabilidad
y un sindicato debatiendo sobre qué hacer.
"Va a venir cualquier loco y se va a meter al frente
de una gran movilización acá y yo no quiero chupar rueda", recuerda
haber dicho Walter González, conocido en Bella Unión como Cholo. A los
74 años ya no es cortador de caña, pero fue uno de los tantos
trabajadores que participaron de la génesis de la Unión de Trabajadores
Azucareros de Artigas (UTAA), en 1961.
Y en 2003, cuando el proyecto productivo parecía
venirse abajo, Cholo buscó alianzas donde pudo para intervenir en las
decisiones del sindicato. Cholo creía que los trabajadores tenían que
movilizarse, "ponerse la camiseta". Pero en el sindicato la discusión
ardía y "no llegaba a ninguna parte".
Con picardía, y con su esposa María Elena Curbelo
ayudándolo a recordar, Cholo reconstruye cómo tres personas lograron
movilizar a toda Bella Unión. Dice que en la asamblea nadie escuchaba su
propuesta y por eso decidió llamar a un productor conocido, de la zona,
férreo defensor de la caña de azúcar, Yaneco Soria.
Después de discutirlo, el productor, el peludo y su
esposa decidieron que iban a convocar a un caceroleo con apagón a las
nueve de la noche. Con un parlante arriba de la camioneta de Yaneco,
salieron a recorrer las calles de la ciudad. "No era como ahora, que ves
las camionetas que tienen. Antes el Yaneco Soria tenía una brasileña, a
diesel porque era más barato. Echaba humo por todos lados y no la podía
terminar de pagar", dice. Pero a la hora de preparar el aviso quedaba
una interrogante por resolver. ¿Quién convocaba? Lo resolvieron fácil.
"Productores (era él), trabajadores (era yo) y amas de casa (María
Elena)", explica Cholo.
"¿Y vos podés creer que hubo un apagón? ¡Apagó todo
el mundo!", narra Cholo, cada vez más entusiasmado por evocar la
memoria. Pero la movilización no quedó ahí. Cholo cuenta que la gente
salió a la calle y el resultado fue que se terminara la asamblea y
salieran todos a la calle a protestar.
"Estaban las condiciones, lo único que hicimos fue prender la mechita", aclara María Elena.
Esta historia, que pasa casi como una anécdota,
resume el espíritu de Bella Unión. "Cuando la cosa es general, ahí
estamos todos juntos", dice Cholo, que enseguida matiza: "Pero hasta por
ahí".
El cañero de Bella Unión —así lo bautizó la
periodista María Esther Gilio en el libro que escribió sobre su
historia— tiene muy claros sus orígenes. "Era un paisanito que empezaba a
cortar caña, tenía hasta tercer año de escuela", se describe allí.
Hasta que conoció a uno de los actores claves para el movimiento de los cañeros, el líder sindicalista Raúl Sendic.
"Lo conocí a él y me abrió los ojos". Cholo dice que
lo ayudó a ver los problemas que vivían los trabajadores, que no eran
pocos. "Por lo menos salí de la ignorancia que vivía en el pueblito y
pasé a ser una persona solidaria, un luchador".
A principios de los años 60 el sistema bajo el que
trabajaban los cañeros era casi feudal. Cholo cuenta que las familias
vivían en pequeñas casas de paja. "Acá había una empresa norteamericana
que era Cainsa y otra cooperativa de productores, Calpica. Tenían
cantina en su propio establecimiento y los productores trabajaban pero
les pagaban con bonos canjeables solo en la cantina del patrón".
Cholo participó de las marchas sindicales de la
década de 1960 y llegó al año 1968, el "de la desilusión", con la idea
de que la vía democrática no iba a solucionar la situación. Así fue que
se unió al Movimiento de Liberación Nacional (MLN) y estuvo preso en dos
ocasiones. La primera terminó rápido, con la fuga de la cárcel de Punta
Carretas, y la segunda le costó una década de su vida. Hoy, Cholo
aclara que no es jubilado. Cobra lo que le corresponde como reparación
por los años de cárcel.
Aunque retirado del trabajo, nunca está al margen y
considera que la creación de ALUR fue la salvación de Bella Unión pero
que debería haber incluido a productores y trabajadores en la toma de
decisiones. Si bien reconoce que la situación de ahora es mejor que
antes para los peludos, hay algo de lo que no escapan, y es la
zafralidad. "Cuando trabajan en la caña tienen su cable, su televisión y
su autito. Termina la zafra y empiezan a vender todo para comer".
http://www.elpais.com.uy/que-pasa/cana-nuestra-dia-problema-alur.html
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