Mayo 1968
De la revuelta estudiantil a la huelga general
El mayo del 68 francés, del que ahora se cumplen 40 años, muestra que en la historia se han dado ejemplos de cómo acontecimientos concretos pueden desencadenar todo un proceso de radicalización de la sociedad que puede culminar en el cuestionamiento del orden existente.
Ana Villaverde
En Lucha
http://www.enlucha.org/?q=hiedra
El mayo del 68 francés, del que ahora se cumplen 40 años, muestra que en la historia se han dado ejemplos de cómo acontecimientos concretos pueden desencadenar todo un proceso de radicalización de la sociedad que puede culminar en el cuestionamiento del orden existente.
Ana Villaverde
En Lucha
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La revuelta que en cuestión de unas semanas fue capaz de paralizar al Estado francés se recuerda oficialmente como una insurrección estudiantil, como si se tratase de un berrinche de universitarios, hijos de burgueses, que en la ingenuidad propia de su juventud creían en la posibilidad de cambiar el rumbo de la sociedad. El origen de lo que ocurrió se suele trasladar a un conflicto generacional, eludiendo cualquier referencia al conflicto entre clases sociales. Sin embargo, en Mayo del 68 tuvo lugar en Francia la mayor huelga general que se había dado en el país y en el mundo entero hasta el momento. En muchos casos, las y los trabajadores llegaron a ocupar las fábricas. Las movilizaciones estudiantiles fueron el detonante de un proceso que fue mucho más lejos y acabó cuestionando las bases mismas del sistema político, social y económico establecido.
El detonante: el movimiento estudiantil
En la década de los 60, la población estudiantil en Francia había aumentado de forma muy significativa. El Gobierno de De Gaulle había emprendido desde su subida al poder en 1958 una estrategia de modernización económica del país.
Una de las medidas acorde con sus planes fue ampliar el acceso a los estudios superiores a una capa más extensa de la población, que contribuiría a cubrir las necesidades tecnológicas de un capitalismo avanzado. Como consecuencia, en diez años el número de estudiantes universitarios pasó de 175.000 a 530.000. Sin embargo, esta incorporación masiva de estudiantes se produjo de forma muy acelerada y no se acompañó con un aumento de recursos públicos en función de las nuevas necesidades que se habían creado. Las facultades estaban superpobladas y no había aulas ni profesorado suficientes.
Además de eso, las y los estudiantes tenían que soportar las rígidas normas de una estructura universitaria conservadora y excesivamente centralizada, como la prohibición que impedía a los hombres ir a visitar las residencias de mujeres. En 1967, estas condiciones llevaron a los estudiantes de Nanterre, un nuevo campus construido en los suburbios de París, a llevar a cabo varias acciones de protesta, como ocupaciones pacíficas de las residencias femeninas o boicots a los exámenes, e incluso se convocó una jornada de huelga en la que participaron alrededor de 10.000 estudiantes. Aunque estas protestas se referían fundamentalmente a las condiciones del campus, los y las estudiantes pertenecientes a la izquierda radical (trotskistas, maoístas y anarquistas) intentaban trasladar el problema a cuestiones de alcance más global, como la represión sexual o las limitaciones que el sistema imponía al desarrollo intelectual, y empezaron a jugar un papel importante en las movilizaciones.
Sin embargo, estas protestas no pasaban de ser algo puntual; el movimiento estudiantil francés no destacaba respecto a la situación del mismo en otros países europeos y los estudiantes politizados no dejaban de ser una minoría. El sindicato estudiantil que años antes había liderado las movilizaciones contra la guerra de Argelia, la UNEF, estaba en decadencia y el número de sus militantes había descendido considerablemente. Eran necesarias nuevas formas de organización que sirviesen para canalizar el descontento creciente entre los estudiantes.
El 22 de marzo de 1968, a modo de protesta por la represión sufrida en una manifestación contra la guerra de Vietnam, un grupo de estudiantes decidió ocupar la gerencia del campus de Nanterre. Los estudiantes que participaron en la ocupación constituían una minoría respecto al total de estudiantes del campus y se encontraban con dificultades a la hora de conectar con el resto. Pasaron a autodenominarse “Movimiento 22 de Marzo” y durante la semana siguiente se dedicaron a intentar extender la protesta a otros estudiantes colocando carteles, repartiendo panfletos, etc. con el objetivo inmediato de convocarles a una nueva ocupación. Las autoridades universitarias reaccionaron cerrando la universidad y utilizando a la policía para enfrentarse a la resistencia de las y los estudiantes. El Ministro de Educación salió en los medios criminalizando a los estudiantes involucrados en el movimiento.
Esta forma de actuar frente a protestas pacíficas empezó a sumar simpatías al movimiento entre los estudiantes no politizados, que hasta el momento se habían mantenido al margen de las movilizaciones. El Movimiento 22 de Marzo convocó nuevas acciones de lucha antiimperialista para el 2 y el 3 de mayo y el Gobierno, en complicidad con las autoridades universitarias, no dudó en volver a utilizar métodos represivos para impedirlo. La policía detuvo a uno de los principales líderes del movimiento, Daniel Cohn-Bendit, y otros siete estudiantes fueron obligados a comparecer ante las autoridades universitarias. Como respuesta, un grupo de estudiantes se dirigió al centro principal de la Universidad de París, la Sorbona, con la intención de protestar por lo sucedido. Las autoridades decidieron cerrar toda la Universidad y la policía recibió órdenes de desalojar a los estudiantes que estaban resistiendo en el interior del edificio. Unos 500 estudiantes fueron detenidos.
El Gobierno esperaba que mediante una estrategia de represión selectiva, deteniendo al núcleo de militantes activos, conseguiría mitigar las movilizaciones estudiantiles. Sin embargo, el empleo de la fuerza tuvo justamente el efecto contrario y miles de estudiantes se solidarizaron con sus compañeros sumándose a las protestas, iniciándose un ciclo de manifestaciones y enfrentamientos directos con las fuerzas del orden que continuaría a lo largo de toda la semana siguiente.
La noche del 10 de mayo se produjo un cambio decisivo. Las y los estudiantes, que en los días previos se habían limitado a resistir los golpes de la CRS (antidisturbios franceses), decidieron pasar a la ofensiva. Levantaron más de sesenta barricadas alrededor del Barrio Latino, creando un área liberada desde la que poder hacer frente a los ataques de la policía. Los ministros, reunidos en un pleno extraordinario, ordenaron a los altos mandos de la policía parisina que utilizasen la fuerza que fuese necesaria contra los estudiantes. Éstos respondieron utilizando todo lo que estuviese a su alcance —piedras, adoquines, maderas, etc.— para defenderse y a lo largo de la noche fueron sumando apoyos de gente de la calle.
Un testigo lo describía: “Literalmente miles de personas ayudaban a levantar las barricadas, mujeres, trabajadores, transeúntes y gente en pijama hacían cadenas humanas para cargar piedras, maderas, hierros. Un tremendo movimiento había empezado” (Jean Jaques Lebel, en Black Dwarf, 1 de junio de 1968).
Al día siguiente, el Gobierno se vio contra las cuerdas. La represión utilizada contra las y los estudiantes y su coraje para resistirla les había proporcionado la simpatía y el apoyo de buena parte de la opinión pública. Por otro lado, los sindicatos se habían visto presionados a convocar una jornada de huelga acompañada de una gran manifestación en París como muestra de apoyo a los estudiantes para el próximo 13 de mayo. El primer Ministro, Georges Pompidou, ordenó que se abriese de nuevo la Sorbona y los estudiantes detenidos fueron liberados. Años después, en sus memorias, confesó que prefería darles la Sorbona a los estudiantes que verles tomarla por la fuerza. Esta victoria de los estudiantes y la confluencia de más de un millón de personas en la manifestación del día 13 sirvieron para demostrar ante los ojos de los trabajadores franceses que las cosas podían cambiar.
Antecedentes en la Francia de De Gaulle
El éxito de la revuelta estudiantil, el apoyo que recibió de otros sectores y el impacto que tuvo sobre la sociedad francesa no pueden entenderse sin analizar cuál era el contexto político y económico en el que se desarrolló. Desde su llegada al poder en 1958, De Gaulle se había propuesto modernizar la economía francesa de forma acelerada. Para ello, inició una estrategia que combinaba una planificación intervencionista desde el Estado con el desarrollo de las fuerzas del libre mercado. En el ámbito político, este impulso del capitalismo francés se tradujo en un Gobierno autoritario y fuertemente centralizado en la figura del propio De Gaulle, quien dirigió todo el proceso de forma unilateral, no sólo ignorando las reclamaciones de los sindicatos, sino en muchos casos contradiciendo también los intereses inmediatos de ciertos sectores de la clase dirigente.
En cuestión de diez años, a costa de la clase trabajadora, De Gaulle logró que la economía francesa ocupara un lugar clave en la competencia internacional. Como consecuencia, las y los trabajadores franceses se enfrentaban a graves problemas a finales de la década de los sesenta. Los salarios permanecían muy bajos al tiempo que los impuestos se mantenían muy elevados. El desempleo había subido hasta 500.000 parados, afectando especialmente a la gente joven. Los servicios públicos también se habían visto deteriorados. En 1967, la Seguridad Social sufrió una reconversión que suponía la reducción de medicamentos y un recorte de la plantilla de los trabajadores que conformaban el sistema. A todo ello, se sumaba una crisis de los sindicatos más importantes: la CGT (Confédération General du Travail), ligada al Partido Comunista Francés (PCF), y la CFDT (Confédération Francaise Democratique du Travail), cuya militancia había descendido notablemente.
En los años previos a 1968, los y las trabajadoras habían llevado a cabo varios intentos de contestación ante esta situación, pero todos habían fracasado, creándose una sensación de fuerte pesimismo, con la creencia de que el régimen de De Gaulle era invencible. Al no haber estructuras sindicales fuertes, con una base social suficiente como para contener las luchas y funcionar como mediadores entre los intereses de la patronal y los trabajadores, el Gobierno optó por una estrategia de represión sistemática, que en todos los casos había funcionado para truncar las incipientes luchas que se habían dado.
En Francia existían las condiciones para que se diese una revuelta popular. Las y los trabajadores eran conscientes de que su situación cada vez se estaba volviendo más insostenible, pero les faltaba la confianza suficiente en su propia capacidad para cambiar las cosas. El éxito espectacular de la manifestación del 13 de mayo, donde centenares de miles de trabajadores marcharon del lado de los miles de estudiantes que se habían radicalizado en los días previos, dio un giro a esta situación. Las y los trabajadores más jóvenes rápidamente se contagiaron del radicalismo de los estudiantes, que acudieron a la movilización con eslóganes que atacaban directamente a De Gaulle y cuestionaban la legitimidad de las bases del capitalismo. Cuando acabó la manifestación todo parecía indicar que la revuelta había llegado a su fin, pero la llama ya se había prendido sin que las autoridades ni las cúpulas sindicales se diesen cuenta de ello y en los próximos días ésta se extendió por todo el país, haciéndose cada vez más difícil de ahogar.
El poder de las y los trabajadores: la huelga general
Al día siguiente de la gran manifestación, un grupo de trabajadores de la fábrica de Sud Aviation, situada en Nantes, decidió que un día de huelga no era suficiente para mejorar sus condiciones de trabajo. Tras convencer al resto de sus compañeros, ocuparon la planta, bloquearon la entrada con barricadas y convocaron a un paro indefinido.
Cuando recibieron la noticia de lo sucedido, las plantillas de Renault en Flins, Le Mans y Boulogne Billancourt se sumaron a la huelga. Al principio, esto no tuvo demasiado impacto, la prensa le prestó poca atención, pero pronto empezó a comprobarse que no se trataba de hechos aislados. En los días siguientes, trabajadores de distintos sectores productivos empezaron a ocupar sus lugares de trabajo a lo largo y ancho del país. En cuestión de dos semanas, nueve millones de trabajadores estaban en huelga y absolutamente todos los sectores estaban involucrados, dándose finalmente una situación de paro generalizado.
Entre las ocupaciones de fábricas y las luchas estudiantiles que se habían dado en las primeras semanas de mayo había una conexión evidente. Los trabajadores se habían visto muy influenciados por la revuelta previa de los estudiantes, quienes habían tomado como una de sus principales formas de protesta la ocupación de las facultades. Por otro lado, en lugar de ser fruto de la espontaneidad, las ocupaciones fueron en parte una consecuencia del trabajo de los llamados Comités de Acción, que constituyeron la forma en que los estudiantes revolucionarios y los trabajadores se organizaron para intercambiar experiencias y desarrollar una acción conjunta. Cuando estalló la huelga general, los Comités de Acción crecieron en número rápidamente. En una asamblea de coordinación celebrada el 19 de mayo en París había 148 comités representados y, tan sólo una semana después, un total de 450 comités se extendían por toda la ciudad, a los cuales se sumaban otros cientos repartidos por el resto del país.
En Nantes, los comités de acción dirigidos por las y los trabajadores llegaron a crear una situación de poder dual que se prolongó a lo largo de una semana, durante la cual la ciudad pasó a denominarse “la ciudad de los trabajadores”. Levantaron barricadas en las carreteras de acceso a la ciudad y los trabajadores del transporte junto a los estudiantes controlaban todo el tráfico que llegaba. Los piquetes también establecieron un control sobre el suministro de combustible, asegurándose de que éste se empleaba sólo en casos de verdadera necesidad, así como sobre el precio de los alimentos, evitando que los tenderos se aprovechasen de la situación de desabastecimiento. Para esto, les obligaron a colgar en las puertas de sus tiendas carteles que decían: “Esta tienda ha sido autorizada a abrir. Sus precios están bajo la supervisión permanente del Comité”. Lo que ocurría en esta ciudad servía para el resto del país como un ejemplo de la capacidad de autoorganización de los y las trabajadoras, que estaban siendo capaces de gestionar una ciudad entera en condiciones tan adversas de forma autónoma, mientras el poder de las autoridades se veía cada vez más reducido.
A trabajadores industriales y estudiantes se sumaron muchos otros sectores de la sociedad. Los profesionales con puestos de trabajo más cualificados y mejor pagados, que constituían lo que habitualmente se denomina como clase media, dejaron sus puestos de trabajo. Los trabajadores de la televisión francesa (ORTF) también participaron, negándose a colaborar con la manipulación mediática dirigida por el Gobierno, que les impedía dar noticias relacionadas con las huelgas y ocupaciones. Los servicios estaban suspendidos, los trabajadores del transporte público de París, de los Ferrocarriles Nacionales, del gas, de la electricidad y de correos, se unieron a la huelga, aunque por decisión de los propios comités de trabajadores se mantuvieron los suministros domésticos y de emergencia. En el ámbito educativo, los profesores también se sumaron a la huelga y el movimiento estudiantil se extendió a los institutos, iniciándose un proceso de cuestionamiento de la rígida estructura del sistema educativo francés en todos los niveles. En definitiva, toda Francia se encontraba paralizada y el fulgor revolucionario se iba contagiando de forma acelerada de unos sectores a otros de la sociedad.
A un nivel ideológico, las luchas de mayo también tuvieron un impacto significativo en la sociedad francesa. Prejuicios que estaban fuertemente arraigados, como el racismo, el sexismo o la represión sexual, empezaron a ser cuestionados. En 1968, la inmigración era ya una realidad bastante asentada en Francia. Tres millones de inmigrantes procedentes del norte de África, la India y el sur de Europa vivían en el país, trabajando en condiciones aún más precarias que los autóctonos y con más dificultades para organizarse, bajo la amenaza constante de la repatriación. Las y los trabajadores de origen francés, aunque trabajaban codo con codo con inmigrantes, raras veces les dirigían la palabra y las ideas racistas, promovidas por la clase dirigente a través de los medios y bastante extendidas entre la gente, dificultaban aún más la comunicación entre ellos. A pesar de eso, en las huelgas de mayo los trabajadores inmigrantes jugaron un papel muy importante y a través de la lucha común los lazos entre éstos y los trabajadores franceses se estrecharon. Esto contribuyó a romper el aislamiento al que los inmigrantes se veían sometidos anteriormente.
En el caso de la opresión de la mujer, aunque es cierto que el sexismo no sufrió un retroceso muy importante, multitud de mujeres participaron activamente en el movimiento, especialmente en el estudiantil, lo que influyó claramente en el desarrollo del movimiento feminista que se dio en Francia en los años posteriores.
Por otro lado, en mayo se produjo una auténtica revolución cultural. Los estrechos límites en los que se enmarcaba la cultura tradicional empezaron a ampliarse, dando lugar a nuevas creaciones ligadas a la revuelta. Se realizaron muchas películas críticas con el sistema, los muros de la universidad se llenaron de pintadas que contenían eslóganes muy creativos, como “La imaginación al poder” o “Bajo los adoquines, la playa”, muchos de los cuales habían sido inventados por poetas surrealistas o por los situacionistas, una corriente de revolucionarios culturales surgida en los 60. Edificios que simbolizaban el limitado acceso a la cultura, que siempre había quedado restringido a las capas más pudientes de la sociedad, fueron ocupados para realizar asambleas, como el famoso Teatro Odeón de París.
En estas circunstancias, la situación del Gobierno se tornaba cada vez más difícil. El 24 de marzo, mientras 30.000 personas se dirigían hacia la Bastilla en una manifestación, De Gaulle anunció por televisión que se celebraría un referéndum, afirmando que se trataba de una prueba de confianza hacia su persona y que en caso de perderlo se retiraría del poder inmediatamente. La otra estrategia era intentar negociar con los líderes sindicales con el objetivo de acabar definitivamente con las huelgas.
En el llamado “Acuerdo de Grenelle”, el Gobierno, representado en la figura de Pompidou, prometió un incremento del 35% en el salario mínimo industrial y un 7% de media para todos los trabajadores. Sin embargo, el plan no les salió como esperaban. Cuando los líderes sindicales trasladaron las negociaciones a las y los trabajadores en las fábricas se encontraron con la negativa a abandonar la huelga. Una vez que los trabajadores habían tomado conciencia de su poder no sería tan fácil que se rindiesen así como así. La CGT observó cómo el movimiento de los trabajadores se escapaba de su control y, en un intento por recuperarlo, no tuvo más remedio que llamar a la realización de huelgas locales para conseguir mejores condiciones en las negociaciones. La huelga general continuó.
Durante tres días en la última semana de mayo se dio una situación de vacío de poder en el país. El Gobierno se encontraba en una posición de debilidad frente a las y los trabajadores y estudiantes movilizados y realmente había perdido el control de la situación. Una muestra de esta sensación de derrota por parte de las autoridades gubernamentales fue la misteriosa desaparición de De Gaulle el día 29 de mayo. En un ataque de desmoralización debido al fracaso de sus estrategias, se marchó a Alemania, abandonando su puesto en un momento crucial y sin decírselo a nadie, aunque al día siguiente ya estaba de vuelta. Mientras tanto, la principal oposición de De Gaulle en las elecciones, liderada por Mitterrand, propuso la formación de un gobierno provisional que fuese capaz de controlar la situación. Todas las fuerzas políticas estuvieron de acuerdo, salvo el Partido Comunista, que no lo apoyó en un primer momento hasta haberse asegurado de que ocuparía una buena posición en el seno del mismo. La CGT convocó una manifestación para exigir la formación de un “gobierno del pueblo”, con representación comunista, a la que acudieron 500.000 personas.
Una vez que el PCF se hizo un hueco en el ámbito institucional contribuyó a devolver el movimiento obrero a los cauces constitucionales y acabar con las aspiraciones de cualquier cambio radical.
Desmovilización y desencanto
La experiencia de Mayo del 68 representa uno de los ejemplos más claros en la historia del poder que tienen las y los trabajadores para cambiar la sociedad, pero desgraciadamente también lo es de la capacidad que tienen los burócratas de las cúpulas sindicales para limitar y, en última instancia, agotar el movimiento de los trabajadores. En algunos casos, como en el de la planta de Renault Flins o el aeropuerto Orly-Nord, la involucración de los trabajadores en la huelga y las ocupaciones era tal que fueron capaces de tomar el control de las mismas y dirigir colectiva y democráticamente las condiciones en que éstas se iban desarrollando. Sin embargo, esta situación distaba mucho de ser la más común.
La CGT y el Partido Comunista Francés gozaban aún de una posición de liderazgo entre buena parte de los trabajadores. Aunque no contaban con una amplia base de afiliados en las fábricas, muchos trabajadores veían en ambas organizaciones sus referentes políticos. En un principio, tanto el PCF como su sindicato afín se mantuvieron al margen de la revuelta estudiantil e incluso mostraron abiertamente su rechazo hacia aquella minoría de estudiantes que se definían como revolucionarios. Sin embargo, a medida que observaron cómo los trabajadores iban mostrando su apoyo a las movilizaciones estudiantiles, cambiaron su posición. El objetivo principal, tanto del Partido Comunista como de la CGT, era recuperar una posición de poder y acabar con el aislamiento político al que habían estado sometidos en la última década. El primero buscaba conseguirlo mediante la representación parlamentaria y el segundo pretendía ser tomado en cuenta en las negociaciones con la patronal.
En seguida se dieron cuenta de que un movimiento como el que estaba teniendo lugar era la oportunidad perfecta para lograr sus objetivos. La estrategia que siguieron consistió en intentar ponerse a la cabeza de las huelgas y las movilizaciones y, una vez habiendo tomado el control de las mismas, devolver las luchas de los trabajadores al cauce institucional mediante las negociaciones con el Gobierno y la patronal. Si conseguían retomar el control que las autoridades gubernamentales eran incapaces de recuperar, demostrarían su capacidad de influencia en la clase trabajadora, lo que les otorgaría una posición de poder en el terreno político. El papel que jugó la CFDT, el otro sindicato más importante, tampoco fue muy distinto. Es cierto que en un primer momento mostró su apoyo al movimiento estudiantil de forma más inmediata, pero cuando llegó la oportunidad, tampoco dudó en pactar con el Gobierno y la patronal en las negociaciones de Grenelle.
La forma de actuar del PCF y los sindicatos mayoritarios fue una de las razones que llevaron a la desmovilización de los y las trabajadoras, pero no fue la única.
Otro de los problemas principales a los que se enfrentaba el movimiento de mayo era la ausencia de una organización revolucionaria fuerte y decidida que contribuyese a dirigir el proceso en la dirección necesaria.
Los Comités de Acción, que constituían la forma alternativa en la que estudiantes y trabajadores se habían organizado conjuntamente, presentaban varios problemas que los incapacitaba para cumplir dicha función. Al tratarse de comités creados espontáneamente a partir de las necesidades que iban surgiendo a cada momento, no contaban con una estrategia y una política comunes bien definidas. Cada nuevo paso a avanzar era debatido en discusiones interminables en el seno de cada uno de ellos o en las asambleas de coordinación, lo cual hacía imposible que pudiesen dar respuestas claras sobre cómo actuar ante la rapidez de los acontecimientos.
En el movimiento estudiantil, la presencia de las organizaciones revolucionarias, fundamentalmente trotskistas, maoístas y anarquistas, era mucho mayor. Sin embargo, aunque en los comités de acción trabajaban codo con codo con trabajadores, las y los estudiantes no consiguieron romper del todo la barrera que les separaba de ellos, al no saber adaptar su discurso a la realidad fuera del marco universitario.
Por otro lado, De Gaulle —más confiado tras comprobar que los líderes sindicales, en lugar de hablar de revolución, llamaban a la formación de un nuevo gobierno— reapareció en escena pisando fuerte. El 30 de mayo volvió a salir en televisión abandonando su idea inicial de convocar un referéndum y anunciando su intención de celebrar elecciones anticipadas. Además, se atrevió a amenazar con la utilización de “otros medios” para preservar la República si el PCF decidía boicotearlas. Detrás de sus ambiguas palabras, se escondía la intención de utilizar a las fuerzas armadas y un llamamiento a sus seguidores para que tomasen medidas contra la izquierda en caso de no lograr su objetivo. Esa misma tarde, la derecha y la extrema derecha salieron de su escondite. Un millón de personas se manifestaron por las calles de París en una demostración de apoyo al gobierno. Las organizaciones de la izquierda revolucionaria fueron ilegalizadas y el PCF y los partidos reformistas apenas mostraron señales de protesta, en su obsesión por mantener su constitucionalidad intacta y poder presentarse a las elecciones.
Las huelgas suponían un obstáculo para la celebración de estas elecciones, que constituían el principal objetivo tanto para De Gaulle como para la dirección del Partido Comunista. De esta forma, en su desarticulación se vieron implicados ambos sectores. El Gobierno utilizó los métodos más violentos para desalojar a las y los trabajadores de las fábricas que aún permanecían ocupadas, así como para aplastar cualquier intento de movilización en las calles. El 10 de junio un estudiante fue asesinado en Flins a manos de la CRS y, al día siguiente, le ocurrió lo mismo a un joven trabajador. Por otro lado, se otorgaron algunas concesiones económicas, los sueldos se incrementaron una media de un 10%, el tiempo de trabajo por semana se redujo una hora y los derechos sindicales se expandieron a más centros de trabajo.
Esta situación provocó divisiones internas en el seno del movimiento obrero, que hasta el momento había mostrado una unidad sin precedentes. La CGT utilizó estas concesiones para hacer una política de boicot a las huelgas, en las fábricas donde tenía representantes éstos se dedicaron a convencer a los trabajadores de que si volvían al trabajo conseguirían todavía mejores condiciones. Poco a poco, entre la represión y la manipulación de los líderes sindicales, las huelgas fueron desconvocándose casi igual de rápido que se habían extendido.
Finalmente, las elecciones celebradas a finales de junio culminaron con la victoria de la derecha. De Gaulle ganó con el 60% de los votos. El PCF se llevó una sorpresa al comprobar que, en lugar de lograr una buena posición, el resultado de las votaciones era desastroso para la organización. Probablemente, muchos trabajadores estaban decepcionados por el papel que había jugado en la revuelta del mes anterior y, al comprobar que no planteaba ninguna alternativa combativa, optaron por votar directamente a los socialistas de centro, agrupados en el PSU.
La explicación de cómo un movimiento de masas puede llegar a culminar en la victoria electoral del enemigo al que se habían dirigido todas las protestas se puede encontrar en dos factores fundamentales. Por un lado, había una falta de organización y coordinación en el seno del movimiento y se dejó mucho espacio a la espontaneidad para enfrentarse a un Gobierno muy bien organizado. Por el otro, las organizaciones y los sindicatos más poderosos dentro de la clase trabajadora pusieron todo su empeño en acabar con las huelgas en los sectores cruciales. El desencanto provocado por la desmovilización llevó a la mayor parte de los trabajadores a su situación anterior, muchos volvieron a creer en la imposibilidad de un cambio revolucionario y se conformaron con las tímidas reformas que prometía la derecha.
La herencia de Mayo del 68
Existe una creencia muy extendida que supone que en las sociedades económicamente avanzadas, donde el capitalismo ha alcanzado un nivel de desarrollo muy elevado, el sistema no puede cambiar. Los acontecimientos que tuvieron lugar en mayo de 1968 en Francia constituyen un ejemplo perfecto de la falsedad de este mito. En cuestión de unas semanas, toda la sociedad francesa se involucró en un proceso que, de haber continuado, podría haber acabado desembocando en una situación realmente revolucionaria.
El alcance del poder que tienen las y los trabajadores para transformar la sociedad va mucho más allá de lo que ahora nos podemos imaginar, como quedó bien patente en las huelgas de Mayo del 68. Los estudiantes pueden jugar un papel clave en el cuestionamiento del orden establecido y, como ocurrió entonces, ser el detonante para el inicio de un proceso de cambio. En un momento de baja intensidad en la lucha de clases, suele ser más fácil tomar contacto con ideas revolucionarias en el ámbito universitario, donde se mantienen más debates sobre el funcionamiento de la sociedad. Esto hace que muchas veces los y las estudiantes vayan por delante en la contestación social. Sin embargo, si algo podemos aprender de Mayo del 68 es precisamente que aquellos que tienen en sus manos la capacidad para acabar con el sistema capitalista son los trabajadores y trabajadoras. Los estudiantes jugaron un papel fundamental rompiendo el hielo y poniendo al Gobierno y las bases del capitalismo francés en cuestión, pero hasta que no comenzaron las huelgas, el poder político y económico no empezó a verse realmente amenazado.
Otra cuestión clave que podemos comprobar en éste y otros ejemplos históricos es cómo, en un contexto de auge de luchas, la ideología y la cultura dominantes rápidamente entran en crisis. Ideas profundamente asentadas en la sociedad empiezan a caerse por su propio peso cuando las contradicciones del capitalismo comienzan a ser destapadas y las bases materiales que las soportaban se convierten en algo a combatir. Así es como sucedió en Mayo del 68. Prejuicios que hasta el momento habían funcionado para dividir a la clase trabajadora se fueron desplomando en el transcurso de las luchas y en el ámbito de la cultura, al romperse las constricciones que imponía el conservadurismo y el autoritarismo imperantes, empezaron a surgir creaciones totalmente innovadoras.
Éstos son sólo algunos ejemplos de los elementos positivos que podemos rescatar de Mayo del 68. Sin embargo, la derrota final en la que culminó el ciclo de luchas no habría ocurrido si todo hubiese ido bien. La revuelta también es una muestra muy clara de cómo, en ausencia de una organización revolucionaria bien asentada y con influencia dentro de la clase trabajadora, el reformismo puede tomar el control del movimiento y acabar enmarcándolo dentro de los cauces institucionales.
En el momento clave, cuando De Gaulle amenazó con utilizar todos los medios que tenía disponibles para celebrar unas elecciones y acabar con el movimiento de trabajadores y estudiantes, en las fábricas ocupadas se desarrollaron intensos debates. Los líderes sindicales de la CGT consiguieron convencer a una parte importante de los trabajadores, provocando divisiones entre ellos que culminaron con la vuelta al trabajo de la mayoría. Al tratarse de una minoría los que resistieron, el Gobierno no dudó en utilizar la represión y acabar con la huelga más importante que había tenido lugar en el país, así como con cualquier resquicio de movilización estudiantil. En caso de haber existido una organización cuyos miembros compartiesen una estrategia claramente revolucionaria y tuviesen una presencia suficientemente importante en los centros de trabajo, probablemente las cosas habrían sucedido de otra forma. En el ambiente tan radicalizado que existía, seguramente muchos trabajadores se habrían puesto del lado de las y los revolucionarios. De haber resistido una mayoría de trabajadores a las presiones del Gobierno, éste no habría podido recurrir a la violencia como lo hizo. Como mínimo, los trabajadores habrían logrado obtener mejores resultados.
Muchos miembros de la generación que participó activamente en los hechos ocurridos en Mayo del 68 han acabado interpretando la derrota del movimiento de trabajadores y estudiantes como una muestra de la imposibilidad de transformar la sociedad, cayendo en el más profundo pesimismo y, en muchos casos, pasándose al lado contrario de la barricada. Pero lo más importante que podemos sacar en claro de aquella experiencia es justo todo lo contrario: la demostración de una posibilidad real de transformar la sociedad. Recordar Mayo del 68 debería ser un ejercicio que combinase, por un lado, la esperanza en la posibilidad del cambio y, por el otro, la reflexión sobre cuáles fueron los errores cometidos entonces para no volver a repetirlos cuando se dé una situación similar.
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