19-05-08, Por Ricardo Carrere
fuente: Grupo Guayubirá
Uruguay
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La tierra no es solo suelo con ciertas propiedades químicas y físicas que la hacen más o menos apta para ciertas producciones agropecuarias. En la tierra hay seres humanos y sus familias, además de agua, plantas y animales. Todo ello junto constituye un paisaje. Cada vez que una zona del país es ocupada por eucaliptos o pinos, resulta en impactos sobre todos esos componentes de la tierra. Declaraciones recientes del senador Mujica pueden ser muy útiles para aclarar algunos aspectos sobre el tema de los suelos que el Estado ha definido como de “prioridad forestal”. Estos son los tipos de suelos donde se promueve la plantación de eucaliptos y pinos. Refiriéndose a la forestación, Mujica señaló que “no tenemos que preocuparnos si ponemos un palito en la Sierra de Minas porque no sirve pa' un carajo. En las tierras que son jodidas tenemos que meter eucaliptus, y en las tierras que son buenas tenemos que sacarlos a patadas”.
La Sierra de Minas que menciona puede servir de ejemplo (como muchas otras zonas serranas de país), para demostrar el error de definir su tierra como “jodida”.
Mirada desde la óptica de la agricultura mecanizada a gran escala, no es obviamente una tierra apta para tal tipo de producción, pero no es menos cierto que se trata de una zona perfectamente apta para producciones de tipo familiar (agricultura, apicultura, cría de ovejas, etc.) y que además tiene un enorme potencial de desarrollo turístico gracias a su belleza escénica. Pero además, es importante destacar que en esa zona no se ha plantado “un palito”, sino que se han plantado miles de hectáreas de eucaliptos, que no solo están destruyendo el paisaje de la zona (su riqueza turística), sino también expulsando a la población rural y a sus múltiples producciones agropecuarias. Esas plantaciones se hicieron posibles gracias a que esos suelos fueron categorizados como “de prioridad forestal”. Conviene entonces aclarar que los “suelos de prioridad forestal”, nunca fueron definidos como “jodidos”.
En realidad, se trata de suelos que, de acuerdo con un índice (llamado CONEAT) elaborado hace muchos años por los especialistas en suelos (y hoy cuestionado por algunos de esos mismos expertos), son de baja productividad, medida ésta en kilos de carne y lana por hectárea. Para definir los suelos que se incluyeron como de “prioridad forestal” se agregó además el criterio de que allí los árboles fueran capaces de crecer bien.
O sea, que el índice tomado como referencia para categorizar los suelos, no implica que estos no puedan ser buenos suelos agrícolas (muchos de los cuales efectivamente lo son), ni que sean improductivos, sino que producen menos kilos de carne y lana que otros suelos más aptos para esos objetivos. La prueba de que esos suelos no son improductivos es que allí no solo se producía (y produce en los no plantados) carne y lana, sino también muchos cultivos agrícolas, como la sandía en suelos arenosos del norte, hoy ocupados por enormes plantaciones de pinos.
En Uruguay tenemos la fortuna de que prácticamente no existen suelos enteramente improductivos, salvo en el caso de aquellos muy erosionados por prácticas agrícolas destructivas. Y precisamente esos suelos degradados no son considerados de “prioridad forestal” por la sencilla razón de que allí los árboles crecen muy mal. Pero además, categorizar la tierra en “jodida” y “buena” es un ejercicio muy subjetivo, dado que ello depende de quien la ubique en una u otra categoría.
En Uruguay tenemos la fortuna de que prácticamente no existen suelos enteramente improductivos, salvo en el caso de aquellos muy erosionados por prácticas agrícolas destructivas. Y precisamente esos suelos degradados no son considerados de “prioridad forestal” por la sencilla razón de que allí los árboles crecen muy mal. Pero además, categorizar la tierra en “jodida” y “buena” es un ejercicio muy subjetivo, dado que ello depende de quien la ubique en una u otra categoría.
Por ejemplo, un excelente campo arrocero puede ser considerado “jodido” por un productor de naranjas; un buen campo para turismo puede no servir “pa’ un carajo” a un productor de papas; un productivo campo ganadero criador puede ser "jodido" para un agricultor triguero; un pedregal considerado improductivo por un productor lechero puede ser la mejor tierra para una empresa minera y así sucesivamente.
En definitiva, que no existen tierras jodidas o buenas en abstracto, sino que tal juicio depende de los objetivos que se quiera asignar a las mismas. Además, es importante señalar que la tierra no es solo suelo con ciertas propiedades químicas y físicas que la hacen más o menos apta para ciertas producciones agropecuarias. En la tierra hay seres humanos y sus familias, además de agua (superficial y subterránea), plantas (indígenas y cultivadas) y animales (silvestres y domésticos).
Todo ello junto constituye un paisaje.
Cada vez que una zona del país es ocupada por eucaliptos o pinos, resulta en impactos sobre todos esos componentes de la tierra. La gente se va (porque vende la tierra o porque ya no existen tierras disponibles para arrendar), o se tiene que ir por los impactos de las plantaciones o porque se quedó sola y aislada entre los eucaliptos. Uno de los impactos que obligan a la gente a irse es la desaparición del agua, vorazmente consumida por las plantaciones de eucaliptos y pinos. A eso se suman las plagas asociadas a la forestación, tales como jabalíes y zorros, que matan los animales domésticos (en particular corderos) y destruyen los cultivos.
Nada de ello fue tomado en cuenta al definir 3,5 millones de hectáreas de tierras como de “prioridad forestal”, sino que solo se midió el potencial del suelo para producir carne, lana y madera. En ese tipo de suelos existen otras opciones que no implican tener que “meter eucaliptus”.
Pero además, la propia plantación de grandes masas de eucaliptos resulta en impactos sociales y ambientales que las vuelven desaconsejables, tanto desde lo social como desde lo ambiental.
En efecto, incluso si se aceptara que en esas tierras no es posible producir absolutamente nada (lo cual nunca fue sostenido por los especialistas en suelos y es desmentido por la propia realidad productiva de esas zonas) y que se plantaran todas con eucaliptos, no se estarían tomando en cuenta los impactos de esas plantaciones sobre la gente local, el agua, la flora y la fauna, que afectarían a una región mucho más amplia que la ocupada por las plantaciones.
En el caso concreto de la Sierra de Minas, la plantación de eucaliptos podría llegar a afectar el abastecimiento de agua de Montevideo, dado que las nacientes del río Santa Lucía (del cual se abastece la capital), se encuentran precisamente en esa zona.
En definitiva, las palabras de Mujica aquí comentadas brindan una buena oportunidad para poner en evidencia las graves carencias de la categorizació n de 3,5 millones de hectáreas de suelos como de “prioridad forestal”, que permiten su plantación con eucaliptos y pinos. De esas, ya hay al menos 800.000 plantadas y nuevas empresas transnacionales (como Stora Enso y más recientemente Portucel) hacen fila para comprar tierra “jodida” en esos tipos de suelos, para su plantación con aún más eucaliptos.
En base a la ahora abundante evidencia acerca de los impactos de las plantaciones, se vuelve imprescindible rediscutir el tema y ponerlo en el marco más amplio de la prioridad social en el uso de la tierra, que va mucho más allá del mero suelo e incluye a la gente (y sus producciones) y a todos los recursos naturales que allí se encuentran (agua, flora, fauna, paisaje)..
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