Gabriel -Saracho- Carbajales,
2 de mayo de 2015, Montevideo
2 de mayo de 2015, Montevideo
Son las once de la noche del
Primero de Mayo de 2015 en un barrio obrero del Oeste de Montevideo en
el que a estas horas la gurisada sale a trillar las calles angostas sin
vereda y los rincones oscuros sin esperanzas, en los que el ocio y el
desamparo pueden convertirte en un dependiente de la pasta base o en
padre o madre a los 13 o 14 años --con suerte, si las vueltas de esta
vida de miércoles no te convirtieron ya en un rastrillo que le dá a lo
que venga y que quema su vida rifándola o reventándosela a otro
desgraciado como él por media gamba o un básico sin cámara ni internet.
Son
las once de la noche de un día que esta gurisada no sabe muy bien por
qué es el “Día de los Trabajadores” ni por qué algunas locas sueltas y
algunos locos sueltos nos juntamos al costado de las aguas podridas de
la placita que no es placita, a compartir una deliciosa “buseca obrera”
salida de la tosudéz de vecinas y vecinos que no nos resignamos a que
nuestro día parezca nomás el día en que los benévolos dueños de “Grupo
Casino” o alguna falsa “cooperativa” al servicio de la tercerización
reinante, nos regalan un descanso pago a modo de feriado, y no lo que
realmente es este día: la jornada de huelga internacional más entrañable
en el mundo entero impuesta con sudor y lágrimas a las patronales y al
Estado burgués por una clase llena de trabajadoras y trabajadores que
dieron sus jóvenes y dignas vidas para que un día podamos decir con
propiedad “¡felíz Día de los Trabajadores!!!” por haber logrado zafarle
definitivamente a la droga de la opresión y la alienación
industrializada y al rastrillo cotidiano, fríamente planificado y
asquerosamente impune del sistema capitalista.
No
es lo mismo, por cierto, pero esta media tarde de hoy compartida
metiéndole muela a la mondongueada callejera con los más chicos y los
más pobres del barrio, tuvo algo muy parecido a aquellas sobremesas
familiares de hace unas pocas décadas, en las que, después de concurrir
en pleno toda la prole y algún vecino al gran acto del Primero de Mayo
sin prestarle atención a las demagógicas cadenas oficiales de radio y TV
posteriores, se charlaba y se discutía de mil cosas, y, por encima de
puntos de vista encontrados sobre ésto o aquéllo, la “moraleja” era
invariablemente la misma y unánime: “En la familia, ni milicos, ni
pungas, ni carneros” (nunca faltaba alguno que agregara enfáticamente:
“¡ni curas!!!”, antes, mucho antes, de la “teología de la liberación” y
de la heroica lucha de un Camilo Torres o un Indalecio Olivera).
Esta
tardecita de “Día de los Trabajadores” al Oeste de Montevideo --y no
creo que la percepción haya sido por jovato nostalgioso-- tuvo algo de
aquellos tiempos en los que nuestros padres y nuestros vecinos, nos
enseñaban más con hechos que con palabras, sobre todo a ser “buena
gente” sin andar fijándonos si fulanito o menganito andaba de pilchas
remendadas o buenos pepos “Incalcuer”, o si en la casa había tele o
no...
Ni qué
hablar que ha pasado mucha agua bajo los puentes hasta estos tiempos en
los que el líquido elemento es también una de las tantas cosas de la
vida envenenadas por la miseria burguesa.
Ni
qué hablar que el abuso de los chupasangre que en aquellos tiempos fue
semilla de rebeldía y ataque frontal al “sistema”, hoy es súper
explotación gigantesca que apenas despierta ácidos cuestionamientos más
que nada declarativos en la “tribu” frívolamente identificada como
especie en extinción de “radicales”, “ultras” o “infantilistas de
izquierda”...
Ni
qué hablar que la ideología dominante es hoy dueña y señora de todo,
incluídas el alma y las expectativas del común de los mortales; ni se te
ocurra hablar de “revolución”, y hasta te van a tildar de loco de la
bolsa si afirmás que “el capitalismo agoniza y el mundo camina hacia el
socialismo”...
No
se habló nada de eso con las chiquilinas y los chiquilines que arrimaron
a la “buseca obrera” de hoy; apenitas dejamos arriba de unas sillas una
hojita tratando de explicar por qué el Primero de Mayo, casi que como
si se tratara de una crónica breve e inocua parecida a la descripción de
la maestra de cuarto o quinto año.
No
sé si puede hablarse de valores mismo, o de pautas de vida, o qué se
yo; lo que sí sé y sabemos unas cuantas y unos cuantos, es que en esta
sociedad atomizada y hecha pomada en miles de pedazos de humanidad que
vive al día y considera que estar bien es no estar peor; lo que sí
sabemos ya, es que un simple gesto de hermandad sincera que no pide el
voto ni la alcahueteda a cambio, eso tan sencillo como compartir un
plato de comida como en familia, con fresca solidaridad no escrita en
los pasacalles, es, si se multiplica como los panes, la manera hoy de
ayudar a que las personitas que son el tan mentado “futuro”, sean,
sencillamente, “buena gente”.
Porque
al fin de cuentas ¿qué pide la revolución, si no, esencialmente, buena
gente, chiquilinas y chiquilines capaces de compartir una mondongueda
sin sentirse basureados por el asistencialismo y una sonrisa de alegría
al descubrir que ser pobes no debe ser motivo de vergüenza, aunque sí
obliga a abrir bien los ojos para entender que somos pobres para que
otros sean ricos?.
No
será muy científico, es cierto; pero llegó la hora de apostar al
futuro, realmente, acudiendo a las cosas bien sencillas y multiplicables
barrio a barrio, cuadra a cuadra, puerta a puerta, como los panes
biblícos, para que el futuro de los que aún son niñas y niños, no sea el
de un rincón oscuro del desamparo y el resentimiento.
Como
en realidad nuestro día es todos los días, siempre se puede empezar...
Un mondongo precosido y bien rendidor, unas papas de oferta, unos
porotos cosechados atrás del rancho y la voluntad de torcerle el codo al
“destino” planificado desde las alturas del egoísmo organizado, son
suficientes.
Ah,
pero falta otra cosa tan indispensable como el fuego para cocinar: la
comprensión de que el partido no se juega en la cancha grande de 18 o en
los ángulos de filmación de la tele o los celulares.
Más
importante que la “visibilización” mediática o virtual, lo es la
percepción desde la más tierna infancia de eso que llamamos valores,
pero que tal vez sean los principios, éso que cuesta mucho, muchísimo,
meter adentro nuestro cuando ya hemos “crecido”.
Aunque
suene a chantada o baboseada para algunos oídos demasiado sumidos en la
ortodoxia “militante”, ¡viva el mondongo compañero y la gurisada que le
toma el gustito a convivir con sus iguales y a ir comprobando que hay
hermanos que efectivamente son los hermanos de la vida, de esta vida por
dignificar, juntando muchas vidas, millones de vidas, revolucionándola y
no resignándonos a ella!!!.
(”¿Me
podés dar un platito de mondongo para mi mamá, que no pudo venir?”,
preguntó una gurisa sin nada de timidez después de un par de horitas de
lindísima “socialización” mondonguera).
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