viernes, 27 de julio de 2018
Sin arreglo
El “quiebre” de los “códigos” entre menores infractores es “tan profundo” que no hay “esperanza” de rehabilitarlos a todos, dice la directora del Inisa La psicóloga Gabriela Fulco afirma que hay menores infractores internos que “requerirían un acompañamiento de por vida”: “¿Cómo se pierde sensibilidad frente a la víctima de una rapiña que pide ‘por favor, no me mates’, y termina con un tiro en la cabeza?
Búsqueda 26 Jul 2018Entrevista de Juan Pablo Mosteiro
“Uruguay tocó fondo en este tema”, dijo Gabriela Fulco al asumir con “muchas esperanzas” (en mayo de 2015) la dirección del Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente ( Inisa). La jerarca planteó una “nueva visión” basada en cuatro objetivos: que la privación de libertad sea el último recurso, que se desarrolle en estricta consonancia con el respeto y la protección de los derechos humanos y la dignidad de los jóvenes, que las medidas no privativas arraiguen en una cultura vocacional de apoyo y contención, y que se acompañe el egreso por el tiempo que cada adolescente y su familia requieran, convencida de que la “fragilidad” del joven es mayor cuando su futuro amenaza convertirse en una “tumba clandestina”.
Meses después de aquel discurso, en agosto, Fulco comenzó a moverse con custodia de seguridad, luego de que el sindicato del INAU ( Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay) la acusara de divulgar a la prensa un video que mostraba a funcionarios del hogar Ceprili maltratando y golpeando a dos menores internados en Colonia Berro.
La primera cárcel que pisó Fulco fue el Penal de Punta Carretas como perito psicóloga en Criminología, título que obtuvo hace 36 años. Según la experta en niños y adolescentes, los menores infractores de la ley llegan a prisión por un proceso marcado por “historias de carencias y maltrato”, con ruptura de lazos familiares, abandono, abuso sexual, fracaso o deserción escolar y un entorno en los que pri- ma la violencia, el tráfico de drogas y patrones de conducta delictiva, entre otros. Sin embargo, asegura que nunca dentro del sistema penitenciario, ni siquiera en las cárceles de adultos, vio torturas y malos tratos como los denunciados en el Inisa previo a su llegada.
Pero Fulco — que fue asesora en materia carcelaria del ministro del Interior, Eduardo Bonomi, del 2010 al 2015— dice que tampoco ha visto una criminalidad como la actual. “¿Cómo se llega a perder sensibilidad frente a la víctima de una rapiña que pide ‘por favor, no me mates’, y termina con un tiro en la cabeza?”.
“Mi visión es que todo se va a agravar” y que “no tenemos esperanza para todos”, dice la técnica a cargo de la custodia de más de 300 menores infractores privados de libertad. Hay adolescentes que ni siquiera tienen vocabulario o que su lenguaje es tan escaso que se mueven con apenas 10 o 20 palabras, dice. Incluso hay quienes se comunican con “sonidos guturales”.
— ¿ Qué e ncontró cuando llegó al Inisa y qué cambió?
—Ya conocía los informes internacionales sobre la situación institucional, que en 2015 aún era un servicio desconcentrado dependiente del INAU. El informe de la Institución Nacional de Derechos Humanos decía que no había medidas socioeducativas por un exceso de horas de encierro. La seguridad caracterizaba y permeaba todo el sistema, básicamente por una imposición social y legislativa para que no hubiera fugas. También estaban los informes de los relatores de la tortura de la ONU, de Manfred Novak y Juan Méndez, que eran consecuentes en señalar las carencias del sis- tema. Ya había visitado Colonia Berro y conocía algunos casos. Pero otra cosa es llegar al sistema y ver la situación desde adentro.
—Y no le dieron respiro, entre amenazas y motines...
— Antes de tomar el cargo habían circulado advertencias de que en caso de asumir yo, iba a haber motines consecutivos, como ocurrieron. Aquello fue un campo minado. Una cosa impresionante. Era difícil planificar el trabajo y definir las metas teniendo que apagar todos los días un incendio. A su vez iba conociendo la institucionalidad y la gente, todo lo que durante tantos años se enquistó como mala práctica.
— ¿Por qué tanta resistencia?
— Acá se enquistaron durante muchos años situaciones de malas prácticas que resultaban beneficiosas para algunas personas. Perder esos beneficios es lo que en realidad genera la resistencia al cambio. A esta altura no voy a entrar en el tema del sindicato, esa polémica no da benefi- cios. Ya son casi cuatro años de gestión. Yo llegué con la idea de cambiar una institucionalidad que controla privación de libertad, que es lo peor que le puede pasar a un ser humano, y más a estas edades.
— ¿Cómo observa la criminalidad en Uruguay?
— La criminalidad cambia a una velocidad mucho más rápida que en otros tiempos. Si comparamos con las décadas de los 80 o los 90, hay cambios cualitativos y de las formas de presentación del delito mucho más acelerados por la globalización en las comunicaciones. La curva es ascendente en estos años, y ya lo veíamos antes con las poblaciones jóvenes. Ahí ya se podía pronosticar este aumento de la violencia en los delitos a más tempranas edades, así como esta aglutinación de las formas del delito de los jóvenes con los adultos, que en otros tiempos estaba bien separada. Eso fue progresivo y hoy es más claro de ver. Esto nos lleva a la pérdida de algunos códigos universales: “No matarás ni dañarás a una víctima menor de edad, a una mujer, a un discapacitado, a un civil que no tiene nada que ver”.
— ¿Cómo se llega a esto?
— Con estos ejemplos y modelos del terrorismo, donde un vehículo atropella en una rambla a quien pase, eso que vemos en las redes, tutoriales de cómo ejecutar a quien sea, colegios donde estudiantes que han sufrido bullying y matan a sus compañeros y profesores. Con el quiebre de esos códigos universales que en algún momento estuvieron mucho más firmes en toda la sociedad. Ya no lo están. Se ha demostrado que esos códigos se pueden derribar. Y eso impregna ciertas capas y situaciones sociales que ya vienen vulnerabilizadas por la ruptura de los propios códigos de indefensión. En algunos casos, porque por ejemplo en el homicidio de la cajera... fue como un homicidio gratis. De pasadita te pegó un tiro. Y mató a la joven que está sentada en la caja, que ni oponía resistencia ni nada. O esos ajustes de cuenta que son como una nueva modalidad de resolución inmediata de conflictos, por cuestiones territoriales, droga... O porque simplemente el otro habita otro barrio, la vereda de enfrente, y por estar ahí yo me opongo a su existencia. Eso ya está instalado. — Es la pérdida total de...
—... de sensibilidad. Total, total. Y esto está representado. Si haces un comparativo y estudias el bullying en las escuelas, desde primer año, sobre todo en contexto crítico — y no solo crítico, porque lo ves también en niveles de clase alta—, los grados, los tipos y la calidad del bullying nos alertan sobre que si no ponemos un freno y hacemos una intervención temprana y fuerte en prevención del delito, no sé lo que vamos a tener más adelante. La línea ascendente continúa y por eso mi visión es que todo se va a agravar. Lamentablemente, desde el punto de vista técnico, lo veo así.
— ¿Qué medidas de prevención propone?
— Aquellas que alerten, informen y eduquen a la sociedad para que todos l os ciudadanos aprendan a cuidarse y a estar alertas. Hay que estar mucho más alerta que en cualquier otro momento de la historia. Y desde el punto de vista técnico, hay que hacer un trabajo en profundidad con riqueza de investigación científica criminológica y victimológica dentro de los establecimientos de control social para provocar algún cambio en algunos. No tenemos esperanza para todos. Porque ya el quiebre para algunos es tan profundo que es muy difícil tener esperanzas en ciertas situaciones. Es mi visión a ojo clínico.
— ¿Esos chicos son realmente irrecuperables?
— Requerirían de un acompañamiento de por vida, que no lo podemos dar porque no hay estructura social ni económica para hacerl o. Ni tampoco hay intención social, porque la gente tiende a cuidarse más que a abrirse como para que pueda haber ‘ voluntarios’ para ayudar a quienes necesitan un acompañamiento a más l argo plazo. Ante esa indefensión, ¿cómo vamos a introyectar un código cuando no lo hemos experimentado en carne propia?
— ¿ Qué quiere decir?
— La i ndiferencia de los otros hacia la situación del menor que está solo, que tiene hambre, que no tiene un referente positivo, porque su madre se está drogando y no hay más nadie, que hace lo que puede para sobrevivir... ¿Cómo se llega a perder sensibilidad frente a la víctima de una rapiña que pide ‘por favor no me mates’ y termina con un tiro en la cabeza? Estamos pidiendo una sensibilidad que el otro no conoce ni que ha experimentado, y lo que recibe es simplemente una frase de alguien que no ve como sujeto sino como objeto de una retribución personal que es la plata, los championes, la campera o lo que sea. Así como yo no existí en el momento en el que estaba en el desamparo total, no entiendo qué quiere decir eso que el otro me dice, que “no me mates, por favor”. Ni siquiera el “por favor” escucha.
— ¿Cómo se trabaja eso?
— Acá tratamos de educar las sensibilidades que haya, una puntita de sensibilidad para trabajar la empatía y recién l uego empezar a socializar. Muchos no se han recuperado del shock traumático y de los shocks postraumáticos. Eso lo arrastran, y sus vibraciones vienen desde esa negatividad. Se sienten sorprendidos cuando uno va y conversa, porque no es la forma que tienen de vincularse. “Si viene aquel caminando, ya lo miro mal y lo empiezo a medir”. Y donde haya una mínima chispa va a haber problema.
— ¿Y qué les dice?
— Cuando llego a una celda lo primero que hago es pedir permiso para pasar, porque ese habitáculo en ese momento es su mundo, su casa. Y entonces me tienen que habilitar. Ahí empieza un aprendizaje de relacionamiento con el otro. Porque ellos no fueron habilitados. Todo fue a los golpes, con violencia. Yo quedo sola del otro l ado de l a puerta con tres o cuatro chicos. Lo hago básicamente para enseñar que no tratamos con perros, sino con seres humanos, y que si uno encuentra alguna fibra en ese ser humano, que generalmente la hay, podemos tener una convivencia, sin decir: “Pah, acá va a pasar algo, me van a secuestrar o me van a matar”. Tengo 35 años de trabajo y caminé todas las cárceles: nunca tuve un problema. Nunca jamás. Y estuve en situaciones muy difíciles, en motines, entrando al lío...
— ¿Y cómo responden ellos?
— Ellos tienen un sentido por el que logran captar de lejos el miedo. Pero cuando uno se arrima en una actitud que no es la de “vengo a hablar contigo en tu calidad de preso, de que cometiste dos homicidios y no sé qué”, sino que “sos Juan y estás acá”, lo sienten. Porque hay una cosa muy primitiva. Incluso hay chicos que no tienen lenguaje. Eso es una cosa que me impactó mucho en este período: encontrar jóvenes que no tienen vocabulario o que su lenguaje es tan escaso que se mueven con apenas diez o veinte palabras, o con sonidos guturales.
— ¿Cómo es eso?
— Un día hice una mediación de conflicto, nos sentamos en triángulo alrededor de una mesa para charlar, y yo veía que el chico que tenía a mi derecha hacía permanentemente ruidos, sonidos. Pensé que estaba mal de la garganta, pero cuando le pregunté si entendía lo que yo le decía, me contestó con un sonido que venía a ser un “sí”, sustitutivo, un sonido gutural. Sonidos por palabras. Dos adolescentes de 16 años a duras penas sabían escribir su nombre, y tenían acreditado sexto de escuela. ¿Cómo es posible? Ahí te vas para atrás y decís: ¿qué está pasando en el sistema educativo? ¿Por qué acreditamos Primaria completa a dos jóvenes que no saben más que escribir su nombre y tienen un lenguaje escaso? Del total de jóvenes de todo el sistema a fines de 2017 solo teníamos 35 sin terminar sexto de escuela. “Bueno, estamos bien”, dije. Pero luego vi esto y… Cuando confiscamos los teléfonos celulares y leemos los whatsapp que envían... no es nada fácil entenderlos.
— ¿Qué oferta educativa reciben?
— Acá desde el primer día dijimos que la educación iba a ser el centro y el eje de las medidas socioeducativas: en este período todo joven debe estar estudiando. Eso lo impone el Código de la Niñez y de la Adolescen- cia y alrededor de esas políticas se organizan los demás aspectos que hacen al proceso educativo y que tienen que ver con el desarrollo psicofísico de jóvenes de entre 13 y 17 años. Esa es la franja de edad que deberíamos cubrir. Pero tenemos internos de más edad, porque el pico de comisión de delitos está en 17 y el máximo de penas son cinco años. Entran con 17 pero la estadía es de tres a cinco años. O sea que también estamos trabajando con adultos, lamentablemente.
— ¿Es más fácil trabajar con internos adolescentes que con adultos?
— Con los adolescentes es mucho más fácil, porque todavía están en período de crecimiento y de cambio. Tienen que hacer mucho deporte — f útbol, rugby, canotaje—, y recibir psicoterapia. Desarrollamos un programa para el control de la ira, entre otros. Hay cursos de equinoterapia, talleres de artesanías, paseos... También hay 18 medidores interviniendo en conflictos entre pares, con chicos que se han intentado cortar o se han tirado agua caliente o que dicen que no pueden coexistir dos en el mismo centro. Hay que mediar y solucionar los conflictos. Es lo que puedo dejar al sistema: enseñanza, enseñanza, enseñanza. Porque si no lo conseguimos acá, ¿afuera qué va a pasar?
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