lunes, 17 de julio de 2023

La triple traición



Indisciplina Partidaria
Semanario Voces 7 julio 2023 Hoenir Sarthou

 

¿Cuándo perdieron el rumbo los partidos históricos uruguayos? ¿Cuándo y por qué las cúpulas blanca, colorada y frenteamplista se apartaron de sus respectivas tradiciones ideológicas y se convirtieron en los pálidos gestores de la “gobernanza” mundial que son hoy en día?
Las tres grandes tradiciones políticas uruguayas, luego de enfrentarse, matarse, competir, aliarse y gobernar o cogobernar durante muchos años, tenían en sus raíces fundamentos más que suficientes para rechazar las políticas que, con diseño, financiación y bendición de los organismos internacionales de crédito, y del capital financiero que está detrás, ha seguido el país durante los últimos casi cuarenta años.
¿Pueden imaginarse a Carlos Quijano, a Rodney Arismendi, o a Raúl “El Bebe” Sendic promoviendo la bancarización obligatoria o la ley de riego, firmando contratos como los de UPM, conviviendo amigablemente con las AFAPs, y asesorando al Fondo Monetario Internacional, como lo hizo Tabaré Vázquez, o fotografiándose sonrientes con Rockefeller y con George Soros, como lo hizo José Mujica?
Blancos nacionalistas, como Aparicio Saravia, Luis Alberto de Herrera o el propio Wilson Ferreira Aldunate, ¿habrían sometido al Uruguay a tribunales internacionales y entregado alegremente el puerto de Montevideo y la valiosísima agua de los acuíferos a intereses extranjeros que ni siquiera pagan por llevársela convertida en celulosa, hidrógeno verde o metanol?
¿Qué habrían dicho Don Pepe Batlle, Domingo Arena, Baltasar Brum o Luis Batlle, padres de la corriente estatista y popular del Partido Colorado, si les hubiesen dicho que su partido, otrora “escudo de los débiles”, sería responsable de privatizar el sistema de previsión social, y que luego recortaría las jubilaciones, como socio de un gobierno que pone en manos privadas áreas estratégicas, el puerto, la vía férrea, la generación de energía eléctrica, mientras deja sin agua potable a los pobres y entrega ríos y acuíferos a poderosas empresas privadas?
A cada rato me encuentro con blancos, colorados y frenteamplistas “de a pie” (y no tan “de a pie”) que no salen de su asombro al ver la situación hacia la que se desliza el país en materia económica, institucional, política, ambiental, social y educativa. Los veo desconcertados por las actitudes o la pasividad de sus partidos y de quienes fueron sus dirigentes políticos de toda la vida.
Hay que ser muy ingenuo para no advertir que en el mundo y en el Uruguay vienen tiempos difíciles. Fenómenos climáticos, formas dañosas de administrar los recursos naturales, voracidad de las grandes corporaciones por esos recursos, innovaciones tecnológicas que sacuden nuestras vidas laborales y privadas, pandemias, crisis monetarias y financieras, inflación, endeudamiento, conflictos políticos y militares en regiones económicamente estratégicas, corrupción, deterioro educativo, todo parece confluir para generar no una sino muchas “tormentas perfectas”. Y buena parte de eso no ocurre por casualidad. Se engarza maravillosamente en procesos globales de concentración de la riqueza, del poder y del control en pocas y muy ricas manos.
Ante ello, nuestro sistema político mantiene una indiferencia que ya querrían muchos santones del Oriente. El colapso del Rio Santa Lucía y la crisis hídrica es un buen ejemplo. Un problema que se conoce y vislumbra desde hace décadas. Los gobiernos de todos los partidos estaban enterados, pero, con el estímulo y la financiación fraterna de toda clase de organismos internacionales, se dedicaron a firmar contratos en secreto y a construir vías, carreteras, puentes, viaductos, estadios, a conceder puertos y aeropuertos, a endeudarnos, a promover la plantación de eucaliptos hasta en las bañeras, a vacunar bajo presión a la población con un producto del que no saben nada, a demoler la educación y el sistema previsional, a promover políticas “de género” y a regalar el agua superficial y subterránea.
Resultados: el Estado cada vez más endeudado y sin un peso, dos millones de personas no tenemos agua potable, hay entre 7.000 y 9.000 muertes adicionales e inexplicables por año, los niños y los futuros jubilados se las verán en figurillas para vivir y ganarse la vida en los próximos años, mientras que los gerentes de empresas transnacionales meten la cuchara en nuestras tarifas portuarias, nuestras políticas forestales, energéticas y tributarias, y en nuestra enseñanza.
En particular asombra la actitud del Parlamento, que tiene por función legislar ante los problemas del país y controlar al Poder Ejecutivo. De eso, nada. Hubo una pandemia, con paralización económica y restricción de libertades. Luego la vacunación, prácticamente forzada, con compra de vacunas en secreto. Antes y después, otros contratos negociados y firmados en secreto, que atarán al Uruguay por más de medio siglo. Y ahora dos millones de personas privadas de un recurso esencial para la vida, obligadas a pagar grandes sumas mensuales para cubrir sus necesidades básicas de agua potable. Ni hablar de los niños de las tantas familias que directamente no pueden comprar agua mineral en esas cantidades.
¿Y el Parlamento?
Bien, gracias. En su palacio de mármol, los legisladores discuten sobre la vida sexual de Penadés y otros asuntos apasionantes. Ni una ley para regular y moderar los problemas realmente graves. No garantizaron derechos durante los dos años de locura sanitaria, ni investigan ahora las consecuencias. Tampoco tomaron medidas elementales ante la crisis hídrica, como suspender los megacontratos que afectan el agua, disponer el no cobro de las tarifas de OSE y asegurar a todos los uruguayos, en especial a los niños, el acceso al agua potable indispensable. Nada. Como si no vivieran en el mismo país.
Es explicable entonces el desconcierto o la molestia de tantos votantes y adherentes blancos, colorados y frenteamplistas, y la ira de muchos uruguayos que no votamos a ninguno de los tres partidos. Pero, ¿cómo se explica esa especie de sensibilidad especial, o insensibilidad casi gremial, de los gobernantes y legisladores?
La respuesta es simple: la lógica del poder. Quien está cerca del poder, aprende a saber quién manda y cómo mantenerse en el puesto, pase lo que pase. Si eso lleva a traicionar la tradición histórica del propio partido, peor para la tradición. La lógica del poder cubre con un manto de realismo un poco cínico a quienes quieren vivir en ella y de ella, sean del partido que sean.
Todo nuestro sistema político sabe que las grandes decisiones no se toman en el Uruguay. Vienen planeadas y financiadas desde afuera. Nuestros cabecillas políticos deciden sobre las monedas sueltas, el cambio chico, los vueltos. Así que, aun en esas minucias, los peones del sistema político tienen que disciplinarse y marcar el paso.
El sistema institucional y algunas prácticas ayudan a uniformizar la disciplina. Por ejemplo, el hecho de que no haya legisladores independientes, ya que todos deben postularse bajo una fórmula presidencial. O que el país deba dividirse en dos grandes coaliciones, para que una de las dos tenga chance de llegar al gobierno. Esas cosas hacen que nuestro Parlamento termine convertido en un pasivo brazo legitimador de las decisiones, acuerdos y disputas de cuatro o cinco caudillos.
Sin embargo, hay algo que no debe olvidarse nunca. Quienes habilitamos esa situación somos los votantes, los ciudadanos. Lo hacemos votando descuidadamente, sin mirar los antecedentes de las listas y candidatos a los que damos nuestro voto. Y al no controlar atentamente lo que hacen esos sectores y sus candidatos desde los cargos en que los instalamos. Esa es la pura y dura verdad. De nada sirve enojarnos y rasgarnos las vestiduras después criticando al sistema político, si cada cinco años permitimos que se reproduzca.
El año que viene habrá elecciones. Y siempre hay alternativa para generar algo positivo cuando se puede actuar y decidir.
En particular, la elección de octubre será una elección parlamentaria, en la que se decidirá quienes nos representarán en ese foro nacional que debería ser -y no es- el Parlamento. ¿Acaso no es la oportunidad de llevar allí a voces que planteen los temas vitales que hoy están ausentes?
No se trata tanto de a qué partido votar, sino de promover en cada partido, en el que sea, a sectores y candidatos comprometidos a encarar seriamente la soberanía y los intereses del país, la defensa de su territorio y el futuro de sus habitantes.
En todos los partidos, tanto en los históricos como en los nuevos, hay gente que tiene claras sus raíces y compromisos. Quizá se trata de descubrirlos, estimularlos a tomar o retomar la acción política, promoverlos y apoyarlos.
Quizá sea la hora (probablemente no haya muchas otras oportunidades) de votar estratégicamente, para instalar en el centro del debate político los asuntos que importan: nuestra soberanía, el control de nuestros recursos naturales, nuestra salud y nuestra libertad.


 

 

 

 

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