El “Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu”, escrito por el abogado antibonapartista francés Maurice Joly en 1864 como panfleto contra Napoleón III (cuya toma del poder y acción de gobierno es la que expone el despiadado Maquiavelo con todo detalle) es una de las obras maestras de la teoría política de todos los tiempos. Sobre todo, es una escalofriante llamada de atención: nos descubre que es relativamente sencillo convertir una democracia liberal en un régimen autoritario sin necesidad de abolir las instituciones representativas y, lo que es peor, con el apoyo entusiasta del pueblo.
Maurice Joly. 1864.
[Maquiavelo, vagando por la desierta playa que es el infierno, encuentra a Montesquieu. Tras expresarse su admiración mutua, ambos comienzan a conversar sobre la organización política de los pueblos. Maquiavelo sostiene que, aunque la Historia avance y las sociedades evolucionen, la fuerza y la astucia siguen siendo los elementos fundamentales para gobernar un país. Montesquieu, en cambio, afirma que la evolución política de las sociedades les impide renunciar a las libertades que han ido adquiriendo, y desafía a Maquiavelo a explicarle cómo convertiría un Estado fundado sobre instituciones representativas y familiarizado con la libertad en un régimen despótico. Maquiavelo procede entonces a explicar cómo tomaría el poder y cuáles serían sus primeros pasos, entre ellos el de hacer aprobar una constitución.]
MAQUIAVELO: Realizo un progreso al que hoy en día aspiran con vehemencia todos los pueblos de Europa: como Washington en Estados Unidos, organizo el sufragio universal, y el primer uso que de él hago es el de someterle mi constitución.
MONTESQUIEU: ¡Qué decís! ¿Se discutirá en asambleas primarias o secundarias?
MAQUIAVELO: ¡Oh!, desprendeos, os lo ruego, de vuestras ideas del siglo XVIII, ya no son las de estos tiempos.
MONTESQUIEU: Pues bien, ¿de qué manera entonces haréis que se delibere sobre la aceptación de vuestra constitución?, ¿cómo se discutirán los artículos orgánicos?
MAQUIAVELO: Es que de ningún modo pretendo que se los discuta; creía habéroslo dicho.
MONTESQUIEU: No he hecho nada más que seguiros sobre el terreno de los principios que vos mismo habéis escogido. Me habéis hablado de los Estados Unidos de América; no sé si sois un nuevo Washington, mas no cabe duda de que la actual constitución de Estados Unidos fue sometida a la discusión, la deliberación y el voto de los representantes de la nación.
MAQUIAVELO: Por amor de Dios, no confundamos las épocas, los lugares y los pueblos: nos encontramos en Europa; mi constitución es presentada en bloque y es aceptada en bloque.
MONTESQUIEU: Pero al actuar de esa manera todo el mundo quedará a ciegas. ¿Cómo, votando en tales condiciones, puede el pueblo saber lo que hace y hasta qué punto se compromete?
MAQUIAVELO: ¿Y dónde habéis visto que una constitución realmente digna de ese nombre, en verdad durable, haya sido jamás el resultado de una deliberación popular? Una constitución debe surgir completamente armada de la cabeza de un solo hombre, de lo contrario no es más que una obra condenada a la nada. Sin homogeneidad, sin cohesión entre sus diferentes partes, sin fuerza práctica, llevará en sí necesariamente la impronta de todas las debilidades conceptuales que han presidido su redacción.
Una constitución, una vez más, no puede ser sino la obra de un solo hombre; jamás las cosas fueron de otra manera, y de ello da testimonio la historia de todos los fundadores de imperios, el ejemplo de un Sesostris, un Solón, un Licurgo, un Carlomagno, un Federico II, un Pedro I.
[...]
MONTESQUIEU: [...] os reserváis el derecho de deshacer lo que habéis hecho, de quitar lo que habéis dado, de modificar vuestra constitución, sea para bien o para mal, y hasta de hacerla desaparecer por completo si lo juzgáis necesario. No prejuzgo nada acerca de vuestras intenciones ni de los móviles que en ciertas y determinadas circunstancias pudieran induciros a actuar; os pregunto tan sólo qué garantía mínima, por frágil que ella fuese, podrían hallar los ciudadanos en medio de tan inmensa arbitrariedad y, sobre todo, cómo os imagináis que podrían resignarse a soportarla.
MAQUIAVELO: Advierto en vos, una vez más, la sensibilidad del filósofo. Tranquilizaos, no introduciré ninguna modificación en las bases fundamentales de mi constitución sin someterlas a la aprobación del pueblo por la vía del sufragio universal.
MONTESQUIEU: Mas seríais siempre vos quien juzgaría si la modificación que proyectáis reviste por sí misma el carácter fundamental que haría necesario se la sometiera a la sanción del pueblo. Estoy dispuesto a admitir, sin embargo, que no haréis por medio de un decreto o de un senado-consulto lo que se debe realizar mediante un plebiscito.
¿Permitiréis la discusión de vuestras enmiendas constitucionales?, ¿las someteréis a deliberación en comicios populares?
MAQUIAVELO: Indudablemente no; si los debates en torno de los artículos constitucionales se realizaran alguna vez en las asambleas populares, nada podría impedir que el pueblo, en virtud de su derecho de avocación, se arrogara la facultad de cuestionarlo todo; al día siguiente, la revolución estaría en las calles.
MONTESQUIEU: Al menos razonáis con lógica: entonces vuestras enmiendas constitucionales se presentan en bloque y son aceptadas en bloque.
MAQUIAVELO: No hay otro medio, en efecto.
[A medida que avanza el diálogo y Maquiavelo prosigue con sus explicaciones, el horrorizado Montesquieu debe reconocer poco a poco que el florentino está en lo cierto: la astucia sin escrúpulos del Príncipe y la apatía política del pueblo pueden aliarse para corromper una democracia liberal y convertirla en una tiranía encubierta sin apenas
dificultad.]
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