El Infierno
El Infierno es un lugar aún no ubicado. Comparando notas y hablando con otros camaradas, llegamos a la conclusión de que debe haber por lo menos 3 o 4 “Infiernos”. La tortura se practica en casas privadas, y también en cárceles y oficinas, pero El Infierno es un lugar instalado exclusivamente como centro de tortura. Después de varios días decidí que habría más de 500 personas allí.
Llegué una tarde del 7 de noviembre de 1975.Al lugar se llega en el piso de un auto o camioneta privados, con los ojos vendados y esposado con las manos en la espalda. Traté de oler algo, lo único que era capaz de hacer. No pude oler el mar, ni el campo, sólo árboles en primavera.
Comenzó entonces el primer interrogatorio.
Entré al Infierno a los empujones. Altoparlantes pasando música demasiado fuerte. Me sentaron y me colgaron del cuello un cartón con un número. Esto lo descubrí otro día cuando llamaron a ese número y no respondí. Fue un crudo aprendizaje. Me arrastraron del cordón alrededor de mi cuello sobre un montón de latas, tablas, cajones. En consecuencia me caí varias veces y cada vez me golpeaban las costillas diciendo: “Esto es para que camines bien, comunista de mierda”. Tuve que aprender a ser ciego.
La vida nunca cambia en El Infierno. Uno estaba siempre sentado, y sentado en la manera correcta, sin mover los pies o reclinar la cabeza.
Traté duramente de distinguir entre el día y la noche, parecía ser siempre la misma hora del día, una noche eterna para gente sin ojos. Pero teníamos oídos y podíamos oírlo todo; las toses de hombres y mujeres, lamentos incontrolables y gemidos de gran dolor. Inmediatamente reconocí los gritos de un amigo. Ahí fue que comenzó mi tortura personal.
Más tarde me trajeron comida. No tenía hambre, pero recordé el consejo de un amigo, nunca rehusar un poco de comida del enemigo, porque nunca se sabía cuando se conseguiría más. Tenía razón. Era un líquido más parecido a excremento que a comida, pero lo comí. Amigo, tenías razón: No hubo más excremento hasta la noche siguiente…
… La noche pasó lentamente, al amanecer, empezaron a llamar ciertos números. El número 39 era una mujer, a la que oí gritar esa mañana. La “máquina de torturas” estaba allí cerca. La mujer gritó cada vez más débil e intermitente…
Yo quería ver algo, una cara, cualquier cosa. La venda consistía en un pedazo ancho de cinta plástica, pegada directamente sobre los ojos, con una venda atada muy apretada sobre ella. Esto produce un dolor de cabeza enorme. Mis manos estaban esposadas adelante y de tal manera que pude deslizar mis dedos por debajo de la venda al tope del puente de mi nariz. Pude ver el suelo y mis manos, nada más. Era un piso de cemento y los duros asientos eran de madera. Nadie me vio, pero solo por casualidad…
Los sentí parados inmóviles al lado o detrás de mí, se llamaban usando sobrenombres, no se podía estar seguro de nada…
Mi segundo día estaba terminando. ¡Ir al baño! Lo necesitaba, levanté mis manos y me llevaron. Los baños consistían de 3 inodoros, no había pileta ni puerta, tuve que aliviarme en público. El guardia que me llevó comenzó a susurrarle a otro, comencé a preocuparme, había oído que tanto hombres como mujeres eran violados. Ahora estaba solo cono ellos, me arrepentí de haber pedido para ir al baño. No podría decir que clase de seres era aquellos. Riéndose, me empujaron de nuevo a mi silla, comprendí que no era prudente ir al baño solo, había que esperar que otros también lo hicieran. Unos meses más tarde, un camarada me contó como había sido violado en esos mismos baños por tres de ellos. Lo habían amordazado para impedirle gritar, después de violado le metieron algunas copias de nuestro manifiesto político clandestino (escrito para informar al público) en el ano. Él perdió el sentido y despertó nunca supo cuánto tiempo después.
… En mi 3º día allí, me arrastraron desde mi silla y me hicieron subir una escalera que estaba junto a una pared. Los escalones de baldosa amarilla estaban muy gastados. Estaba a punto de ser interrogado por primera vez en el cuarto de torturas. Estaban interrogando a un hombre esa mañana, y yo iba a ser testigo del proceso, a efectos de saber que me aguardaba. ¿Escuchás? (me dijo un hombre) “Bien, si no hablás tendrás el mismo tratamiento” Yo sabía quien era y lo que querían sacar de él, también sabía que no les iba a decir nada…
El compañero estaba tirado en el suelo gimiendo. La noche anterior había sido suspendido de los brazos y “ablandado”. Ablandado puede ser cualquier cosa: choques eléctricos, golpes, submarino (significa tener la cabeza sumergida en un tacho con agua, orines y excrementos).
Él me contó esto y otras cosas unos meses después cuando lo sentaron a mi lado, en realidad nunca nos dijo todo lo que le hicieron. Nosotros no revelamos las cosas más extremas, humillantes y dolorosas.
Día tras día y noche tras noche, por 63 días, lo torturaron en esa forma. Tal era su fuerza física y moral, que meses después, luego que había dejado “El Infierno” y pasó a los cuarteles, lo utilizaban para hacer experimentos de torturas. Un oficial con sus alumnos iban a dar una demostración práctica y él era el conejillo de Indias, a pesar del riesgo de que muriera en cualquier momento…
Seguían llegando nuevos prisioneros en cualquier momento del día, especialmente temprano, el olor era aborrecible. Las mujeres menstruaban pero no se les permitía lavarse, y cuando se es torturado, involuntariamente uno se orina. Nuestras ropas estaban enchastradas con lo que presumiblemente era comida entre otras cosas. Como no teníamos donde apoyar los platos y estábamos esposados, no podíamos evitar derramar la comida. Apestábamos.
Era una primavera fría y nos congelábamos dado que teníamos que permanecer sentados sin movernos. Permanecimos tirados y apilados ahí, hombres y mujeres juntos, por horas, sufriendo nuestros propios olores, lo peor de todo es que nos vigilaban constantemente y cuando alguien cabeceaba, le tiraban agua o lo pateaban. Las mujeres protegían sus senos. De pronto, alguien corría a toda velocidad por encima de nuestros cuerpos. La falta de espacio no nos permitía movernos, empecé a tener dificultades para respirar…
… Nos torturaban todo el día, continuamente sacaban grupos de 3 o 4 personas, los arrastraban de vuelta y los tiraban en el suelo. Algunos ya ni gemían, estaban inconscientes. Estábamos tensos de temor, de tanto en tanto alguien daba un grito ahogado y una camarada sollozaba el día entero (sic). Se la llevaron al caer la noche. Podía oírla llorar a la distancia. Su llanto se hacía cada vez más fuerte, ella gritó, estaba aterrorizada, en agonía. Era esposa y madre. Yo la conocía bien, ahora está en la prisión de Punta de Rieles. De pronto todo cesó. Se produjo un silencio de mal agüero. Alguien corría, había murmullos, la tortura se detuvo, también los gritos. Transcurrieron unos momentos, abruptamente arrancó un auto, ALGUIEN HABÍA MUERTO. No importó si la persona era joven o vieja, hombre o mujer. Alguien había muerto…
Una hora después, las radios fueron prendidas nuevamente.
Esa noche los centinelas de guardia empezaron a ablandarnos las coyunturas; nos dieron choques eléctricos mientras estábamos sentados en las sillas. No perdonaron a nadie. Para peor, habían tirado desinfectante sobre todo el piso de hormigón para camuflar nuestro olor y esto aumentó el efecto de los choques.
Otro día fue mi turno para el “plantón”, junto con otros compañeros, había un hombre que a juzgar por su voz tenía más de 60 años y una mujer joven que no era más que una niña. Al atardecer el anciano cayó y tres de los guardias comenzaron a interrogarlo, prácticamente lo volvieron loco. El anciano tenía dos hijos, al caer la noche el anciano “traicionó” a sus hijos. Un año después me enteré que habían estado los tres en la misma celda y pude completar la historia. El anciano al final se volvió loco. Sus hijos nunca le hablaron de nuevo, pero le daban las frazadas en las frías noches para que no se muriera de frío, dado que los soldados lo trataban muy mal y encima le tomaban el pelo, esta fue la “recompensa” por colaborar con ellos.
… La número 69 estaba embarazada. Yo la vi tres veces: una en el plantón, una en el piso y otra vez el día que abortó, sentimos ruidos de movimientos y gemidos y nos imaginamos que estaba pasando. La trataron sobre un colchón mugriento en el piso, así fue como una vida fue prematuramente terminada. Mas tarde me enteré que como era demasiado riesgoso golpearla, le clavaron agujas calientes debajo de las uñas para que ella dijera donde estaba su esposo, dado que no podían encontrarlo. Hubiera sido muy fácil encontrarlo: éste había sido detenido tiempo atrás por otras autoridades ¡y ellos ni lo sabían! Así desperdiciaron una vida ¡MATARON UN NIÑO!
Una mañana revisaron los vendajes, descubrieron que uno de los muchachos había hecho agujeros para los ojos y había estado mirando todo lo que pasaba por días. Habían olvidado ponerle la cinta plástica debajo de la venda. Pagó un precio muy alto por lo que había hecho, le pusieron la cinta plástica y le clavaron los dedos en los ojos. “Esto es para que nunca más veas de nuevo, hijo de puta”, le dijeron. Saltó del dolor. Cuando salió del infierno lo llevaron al hospital militar y sé que fue debido a sus ojos…
…LA NOCHE DE LOS PERROS fue una de las peores.
Ya habíamos oído perros ladrando y nos imaginamos que eran como los animales buenos y fieles que mimamos. Pero estos perros eran diferentes, como luego lo descubrí.
Suspendieron a tres personas, una mujer y dos hombres en un rincón. A la mujer la colgaron del pelo y a los hombres por debajo de los brazos. Sus pies estaban a 4 o 5 centímetros del suelo. Los perros permanecían debajo de ellos ladrando (sic). Pude visualizar a los tres. La mujer, afortunadamente para ella, se desmayó. Los perros nunca dejaron de ladrar. Al amanecer, les preguntaron si tenían algo que decir. Nadie contestó. Volvieron en sí a la mujer tirándole agua y le hicieron la misma pregunta. Ella tampoco contestó. La bajaron y la tiraron al piso, los perros la atacaron. “Quieto Zorro”, dijo uno. El perro gruñó afectuosamente a su amo. Todos se fueron, perros y hombres, los últimos guiando, lentamente e intencionalmente, los perros siguiéndolos, fieles y sanguinarios.
Enseguida de esto, alguien cortó las cuerdas y los hombres cayeron al piso. Puedo imaginar el dolor que sentían. Luego de permanecer colgados así por horas y horas, toda la sangre corre a los brazos y las piernas, y caer de repente es muy doloroso.
Después de caer quedaron inmóviles. NUBLE YIC, EL GREMIALISTA DEL CERRO, ERA UNO DE ELLOS.
Me enteré que su mujer lo vio después en el cuarte del km. 14 luego que la orden de incomunicación fuera levantada. Frente a los guardias y otros detenidos, dijo como habían sido torturados, murió al otro día.
Entró al INFIERNO y lo dejó de la misma forma, EN SILENCIO.
A pesar de la prohibición de abrir el cajón, las personas que lo abrieron, vieron sus piernas amoratadas y su cuerpo marcado.
Practicamente cada día, durante ese período, nos reiteraron que nadie había sido arrestado, habíamos sido RAPTADOS.
El cambio de prisioneros continuó, llegó más gente, otros partieron, pero ¿adonde fueron?
Alguien me tomó del brazo y me jaló. Fui llevado a un sillón elegante (sin duda robado en una redada) Me sentaron en él y me dieron un pedazo de papel que yo leí por debajo de mi vendaje.
POR LA PRESENTE DECLARO QUE MIENTRAS ESTUVE AQUÍ, FUI ADECUADAMENTE ALIMENTADO Y NO FUI TORTURADO. ………. (Firma)
¡Firmá!, me dijeron, y yo firmé…
miércoles, 11 de agosto de 2010
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