Conejo Medina, el asesino de María Claudia
14 de junio de 2014
CRÓNICAS DE 30 AÑOS EN PERIODISMO
Hace nueve años, el
13 de junio de 2005, publicamos en La República el perfil del represor
Ricardo "Conejo" Medina. El entonces presidente Jorge Batlle (aunque
luego lo negó ante la justicia) le había dicho al senador Rafael
Michelini que sabía que Medina había sido el asesino de María Claudia
García de Gelman. El "conejo" la había trasladado hasta la Base
Valparaíso en las cercanías del Zoológico, un taller mecánico donde
funcionaba una flota de taxímetros que hacían espionaje para el Servicio
de Información y Defensa (SID).
Medina, hoy preso en la cárcel de
la calle Domingo Arena por su participación en la desaparición de las
víctimas del segundo vuelo de Orletti, también está procesado por el
homicidio de la nieta del poeta argentino Juan Gelman, pero el cuerpo de
María Claudia aún sigue sin aparecer. Se sabe que la llevaron a una
unidad militar (versiones encontradas hablan del Batallón 13 o del
Batallón 14 de Toledo) y que allí la ejecutaron. El propio Ricardo
Medina la habría asesinado de un tiro, sin compasión.
La Corte
Interamericana de Derechos Humanos ha condenado a Uruguay por el Caso
Gelman pero, aunque el Estado uruguayo ha reconocido su responsabiilidad
en la desaparición de la joven argentina, su cuerpo sigue sin aparecer.
El Ejército uruguayo, en su informe sobre los Desaparecidos, señaló un
lugar donde, en un 99% de certeza, se encontraría su cuerpo. Macarena
Gelman, su hija, estuvo en el lugar con autoridades del gobierno, pero
finalmente los datos aportados eran una mentira.
María Claudia
García de Gelman sigue desaparecida, continúa desapareciendo cada día
mientras sus restros no sean encontrados. Ricardo Medina está preso pero
aún no fue condenado por este crimen. El Estado uruguayo no cumple con
lo dispuesto por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en la
medida que el cuerpo no aparece, en la medida que no investiga, que no
se abren los archivos que dicen donde está y se sigue amparando el pacto
de silencio. La impunidad, que no está en un fixture ni una lista
electoral, sigue ganando.
Roger Rodríguez
(13 de junio de 2014)
EL PERFIL DE UN HOMICIDA DE LA DICTADURA, CUYO CRIMEN NO ESTÁ AMPARADO POR LA LEY DE CADUCIDAD
Ricardo "Conejo" Medina Blanco,
el asesino de la nuera de Gelman
Mató
a María Claudia García Irureta Goyena de Gelman en la Base Valparaíso y
entregó a la hija de la víctima a una familia de policías. Fue
Granadero, agente del SID, represor en Orletti, falso subversivo,
empresario en seguridad, asesor político, conserje de un hotel,
falsificador de dólares, jefe de chacras de la Jefatura de Policía de
San José, dueño de locales nocturnos, extorsionista y hasta panadero. La
justicia analiza hoy un pedido para reabrir el Caso Gelman en el que
aparece como principal implicado de un crimen que no ha caducado.
Escrito por: ROGER RODRIGUEZ
(13 de junio de 2005)
Está
mucho más viejo y gordo de lo que sus víctimas y compañeros le
recuerdan. A poco de cumplir 57 años de edad, Ricardo José Medina
Blanco, alias el Conejo, muestra por primera vez su rostro ante la
sociedad, cuando la Justicia puede implicarlo en un caso no amparado por
la Ley de Caducidad.
Ricardo Medina, nacido el 1º de agosto de
1948, con cédula de identidad Nº 1.114.267-5, es el principal acusado
del asesinato y desaparición de María Claudia García Irureta Goyena de
Gelman, una joven argentina secuestrada en Buenos Aires en 1976 y traída
ilegalmente a Uruguay, donde fue asesinada.
La nuera del poeta
argentino Juan Gelman estaba embarazada cuando fue trasladada a
Montevideo, donde la recluyeron en el Servicio de Información y Defensa
(SID) de Bulevar Artigas y Palmar. Tuvo una hija en el Hospital Militar
que fue entregada por el propio Medina a una familia de policías.
A
fines de 1976 o principios de 1977 fue derivada a la clandestina “Base
Valparaíso” –cuya ubicación fue revelada por una investigación
periodística de LA REPUBLICA–, donde funcionaba una flota de taxímetros
que espiaban a la población. Allí habría sido asesinada por Ricardo
Medina Blanco.
La participación del Conejo Medina en el homicidio
de María Claudia fue confesada por el ex presidente Jorge Batlle al
senador Rafael Michelini y el caso, que según el presidente Tabaré
Vázquez no está incluido en la Ley de Caducidad, sería reabierto si se
atiende un pedido de la defensa de Gelman.
Luego de una
investigación en la que se consultaron decenas de fuentes, testimonios y
documentos, LA REPUBLICA revela hoy el perfil de este ex policía de la
Guardia de Granaderos, que sirvió a Inteligencia militar, fue represor,
espía, empresario, asesor político, falsificador y extorsionador.
Su
último trabajo conocido fue en la Panadería París de la calle Carlos
María Ramírez 1737, Montevideo. Hasta poco tiempo atrás vivía en el
padrón 21.825 de la calle 50, manzana 274, solar 8 de Solymar,
Canelones, departamento donde tiene inscripta su credencial cívica CMF
25.559. Votó en los últimos comicios.
Un “pichi más” en el SID
Ricardo
José Medina Blanco fue cooptado por Inteligencia militar junto a su
compañero de la Guardia de Granaderos José Felipe Sande Lima. Ambos
ingresaron al Servicio de Información y Defensa, a la vez que allí
reasignaban funciones a los mayores Pedro Mato, Luis Maurente y Gilberto
Vázquez.
Todos ellos quedarían integrados a la OCOA (Organismo
Coordinador de Operaciones Antisubversivas). Medina tendría el alias de
“306″ y Sande utilizaría el nombre clave “310″. Los dos habrían sido
convocados por el mayor José Nino Gavazzo, formado bajo el mando del
coronel Ramón Trabal.
Cuando llegó al SID a principios de 1976,
Medina, a quien llamaban “Rambo”, lucía algo delgado para su 1,75 metros
de estatura, aunque evidenciaba ser una persona fuerte física e
intelectualmente. Quizás porque su bigote y su pelo negro ondulado
hacían más profundos sus ojos y penetrante su mirada.
Se le
encomendó la subsecretaría de grabaciones y correspondencias. Es decir,
pinchaba teléfonos para escuchas clandestinas y violaba el correo de
cualquier ciudadano considerado sospechoso. Se profesionalizó, al punto
de saber secretos de muchos, quienes serían anónimamente extorsionados.
Agentes
del Ministerio de Defensa que trabajaron junto a él y aceptaron hablar,
lo describen como una persona jovial, distendida, que evidenciaba en el
trato su formación de policía y no de militar de carrera; pero que
debajo de su aparente seguridad, escondía un evidente “complejo de
inferioridad”.
“Era un militar frustrado y por eso quería
mostrarse más duro que los militares. Por lo bajo llegaba a comentar su
bronca porque los “verdes” estaban ocupando las Jefatura de Policías en
todo el país, pero delante de ellos era muy servicial, aunque entre
militares lo consideraran un pichi más”, explican.
Hombre
dinámico, que permanentemente debía demostrar su capacidad para obtener
algún tipo de reconocimiento, Ricardo Medina no inspiraba miedo o
respeto entre sus compañeros ni entre los detenidos. “Su secreto era el
trato: jugaba al bueno y podía hacerle bajar la guardia a cualquiera”,
le reconocen.
Aunque dentro de las unidades represivas regía la
formalidad de “usted” en la relación cotidiana, Medina tuteaba a todos y
le gustaba que lo llamaran “jefe”. “Podía parecer un comisario de
campaña metido dentro de un cuartel, pero en realidad él se consideraba
más inteligente de lo que le reconocían”, explican.
Hablaba
perfectamente el inglés –una de sus ventajas comparativas–, aunque
tampoco en ese idioma podía disimular un leve “seseo” provocado por un
defecto en su fruncido labio superior que lo llevaba a descubrir sus
dientes, por lo cual, desde su juventud, lo habían rotulado con el mote
de “el Conejo”.
Secuestrador en Orletti
La
coordinación entre represores de Argentina y Uruguay llegó a su mayor
nivel a mediados de aquel año 1976, cuando la OCOA y el SID se asociaron
con una banda de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), que
lideraba Aníbal Gordon y un grupo de tareas del Batallón 601 del
Ejército argentino.
Fue entonces, un par de meses después del
golpe de Estado en Argentina, que funcionó el centro de represión
clandestino Automotores Orletti de Buenos Aires con el objetivo de
“neutralizar” refugiados que habían huido de los regímenes dictatoriales
de los vecinos Chile, Bolivia, Brasil y Uruguay.
Algunas fuentes
colocan a Ricardo Medina en Buenos Aires en junio de 1976 en los
primeros operativos contra de uruguayos radicado en Argentina, pero sólo
hay pruebas que lo asocian a esa represión desde setiembre, cuando fue
secuestrado otro grupo de opositores que hoy permanece desaparecido.
El
veterano periodista Enrique Rodríguez Larreta, en una denuncia pública
de 1984, mencionó a Medina como el oficial que quedaba al mando del
centro de represión Automotores Orletti, cuando el mayor Gavazzo se
ausentaba del local. Sin embargo, la descripción podría coincidir con la
de Pedro Mato.
El principal testimonio de su presencia en Orletti
lo aporta Sara Méndez, secuestrada el 13 de junio de 1976 en Argentina y
trasladada luego a Uruguay, quien afirma que “el Conejo” le comentó
sobre un defecto que tenía en un ojo el uruguayo Armando Arnone,
desaparecido en Argentina aquel 1º de octubre.
Medina Blanco,
también le mostró a Sara Méndez una fotografía de Domingo Queiro, otro
uruguayo secuestrado en Buenos Aires el 4 de octubre de 1976, y le
preguntó si no había un parecido entre ambos. Posiblemente para fingir
ser Queiro en un falso operativo de detención que se estaba
planificando.
En el montaje de esa falsa captura, en una casa de
veraneo, se colocaron documentos y panfletos “subversivos” que habían
sido obtenidos en la casa de Roger Julien y Victoria Grisonas, uruguayos
detenidos ese 26 de setiembre en Argentina, cuyos hijos Anatole y
Victoria serían recuperados en Chile.
Represor de la dictadura
El
Conejo Medina sólo podía tener semejante conocimiento si efectivamente
había participado de los operativos de setiembre en Buenos Aires, o si,
en realidad, esos detenidos también fueron trasladados en un “segundo
vuelo” masivo a Montevideo, pero luego fueron muertos y desaparecidos en
Uruguay.
En octubre de 1976 dirige el falso operativo de
detención de un grupo de militantes del PVP en el chalé Susy del
balneario Shangrilá, del departamento de Canelones. En el montaje del
procedimiento, Medina finge ser uno de los presuntos subversivos que
pretendían invadir el país (ver nota adjunta).
Es también uno de
los agentes del SID que traslada a María Claudia a la Base Valparaíso,
en las cercanías del zoológico. Medina habría sido quien asesinó a la
nuera del poeta Juan Gelman, según confió el ex presidente Jorge Batlle
al senador Rafael Michelini. (ver nota adjunta).
Su presencia en
el SID hasta 1977 también lo implica en la detención y desaparición del
maestro Julio Castro Pérez el 1º de agosto de 1977. Castro fue llevado a
La Casona, un centro de reclusión que se ubicaba en la calle Millán y
Loreto, donde está la cooperativa de viviendas de obreros de Cutcsa.
Entre
1978 y 1980, cuando el OCOA deja de ser dirigido por el general Amaury
Prantl y el coronel José Nino Gavazzo, Medina habría pasado a cumplir
funciones en el Penal de Libertad, donde permanecían detenidos cientos
de presos políticos uruguayos.
En 1980, junto al inspector general
Víctor Castiglioni, forma el Grupo GAMA, organismo represivo de la
Dirección Nacional de Inteligencia del Ministerio del Interior. Como
segundo comandante del grupo, Medina crea la Base Marta, ubicada en la
calle Amado Nervo, en el barrio Capurro (ver nota adjunta).
Vendedor de Seguridad
En
el ámbito policial, el Conejo Medina no era bien visto por su estrecho
relacionamiento con los militares y por otros contactos “del ambiente”.
Algunos informantes señalan que organizaba reuniones en una casa cercana
al Palacio Legislativo, donde concurrían políticos y personajes “de la
noche”.
En 1982, sin misión en la Guardia de Granaderos, Medina
fue trasladado al Ministerio del Interior para trabajar bajo las órdenes
del mayor Sartorio en las oficinas de Contralor de las Agencias
Privadas de Seguridad, que esos días comenzaban a surgir gracias a una
creciente “mano de obra desocupada”.
En poco tiempo comprendió la
potencialidad del nuevo negocio y para 1983 se había asociado con Juan
Carlos Morales Barreiro en una agencia de seguridad llamada “Evicor”,
que habría estado ubicada en la calle Convención, esquina Paysandú.
La
actividad empresarial tuvo sus dificultades. Varios “pesados” de la
dictadura militar también habían comenzado a operar en el ramo y la
competencia llegó incluso a enfrentamientos para obtener las cuentas de
clientes cuyos secretos Medina conocía por su pasaje en la Base Marta.
La
sociedad empresarial no duró demasiado. Con el tiempo su socio, Morales
Barreiro, terminaría obteniendo un cargo como jefe de Seguridad de la
Intendencia Municipal de Canelones, donde el Partido Colorado
reimpondría al intendente Tabaré Hackenbruch.
Medina habría
instalado, a nombre de su mujer Mary Funes, una nueva agencia de
seguridad que también ofrecía a sus clientes servicios de limpieza, otro
de los nichos comerciales en los que comenzaron a operar ex represores,
ante el regreso del régimen democrático.
Con la reinstauración
democrática en el país y el comienzo de las denuncias judiciales por
violaciones a los derechos humanos durante la dictadura, muchos policías
y militares que participaron en la represión buscaron protección en los
sectores de derecha de los partidos tradicionales. Medina Blanco no fue
una excepción.
“Asesor” de Pablo Millor
Uno
de los rincones de refugio fue el entorno del derechista ex consejero
de Estado Pablo Millor, quien desde la pachequista Unión Colorada y
Batllista (UCB) había logrado en 1985 un escaño como diputado, mientras
su discípulo, Daniel García Pintos, era electo edil en el departamento
de Montevideo.
Millor sostiene que Ricardo “el Conejo” Medina
llegó a integrarse a su sector en aquel contexto histórico. No recuerda,
argumenta, quién se lo presentó o lo trajo para que allí militara.
Subraya que Medina no fue un “pase en comisión” ni tuvo estatus de
secretario. “Me apoyaba en materia de seguridad”, afirma.
El
legislador colorado, hoy retirado del escenario político, acepta que
entre sus verdaderos asesores se encontraba, debido a sus conocimiento
en materia de pasividades, el policía Ángel Touriño (a quien Medina bien
conocía), y como consejero en temas militares, el oficial de la Fuerza
Aérea Ángel Doubrich.
El ex senador admite que en su entorno
también actuaron otros militares y policías, entre los que acepta
incluir al teniente coronel José Nino Gavazzo, con cuya familia se
frecuentaba hasta 1995, cuando el militar fue procesado por extorsión en
un caso vinculado a la falsificación de moneda.
Durante los años
en que Ricardo Medina asesoró a Millor, se le solía ver en el despacho
del legislador en el Palacio Legislativo y fue señalado como su chofer y
custodia. “Era medio paranoico, siempre quería revisarle el coche por
si habían puesto una bomba”, cuenta una fuente del sector político.
“Conserje” en Río Grande.
Medina
también pretendió hacer política, quizás inspirado en la ambición del
edil millorista José Manduré, quien se convirtió en su yerno y reclamó
un cargo de diputado para los comicios de 1989. Ambos sufrieron similar
desprecio cuando ese año Millor decidió las listas de su flamante
Cruzada 94.
Allegados a Millor sostienen que Medina se alejó del
grupo en 1993, cuando comunicó que le habían ofrecido un empleo de
conserje de un hotel de la ciudad portuaria de Río Grande, donde ganaría
un sueldo de cinco mil dólares. Pocos meses después era detenido en
Brasil por falsificación de dólares.
El 30 de marzo de 1993, la
tapa de LA REPUBLICA daba cuenta de que un comisario inspector uruguayo
había sido acusado en Brasil por el tráfico de cinco millones de dólares
falsos. El corresponsal en Rivera, Martín Correa, avanzaba sobre una
noticia publicada por el diario brasileño Zero Hora.
El matutino
de Porto Alegre indicaba que el Policía uruguayo Ricardo José Medina
estaba implicado junto a otras siete personas en el ingreso de dos
valijas repletas de dólares falsos que habían sido descubiertas en el
Banco Meridional de la capital del estado de Río Grande del Sur.
Dos
agentes del Departamento del Tesoro norteamericano, Edwin Lugo y Ramón
López, habían seguido de cerca el caso que la policía federal brasileña
había indagado durante un mes, desde la detención de los uruguayos
Yamandú Michelín y Alberto Azevedo Bonaso, socios de Medina.
La
causa judicial tuvo un largo y complejo proceso, ya que la única prueba
que comprometía al trío era el testimonio de Indalecio Goncálvez
Machado, quien declaró haber sido contratado por los uruguayos en la
ciudad de Bagé para trasladar cinco millones de dólares. Sólo un millón y
medio fue recuperado.
“Refugiado” en San José
De
algún modo, Medina escapó a una larga condena en Brasil y un año
después encontró refugio en el departamento de San José. Pese a
encontrarse sin destino en la Policía, el entonces ministro del
Interior, Juan Andrés Ramírez, envió al represor sospechoso de
falsificación a la Jefatura maragata.
El gobierno blanco había
designado como jefe de Policía en San José al también granadero Luis
Lobatti, quien se encontraba en situación de retiro desde 1968 por
encabezar una famosa asonada en la Guardia Republicana, dos años después
de que Medina ingresara al Cuerpo de Granaderos.
Al asumir el
gobierno, Luis Alberto Lacalle no habría querido que Lobatti fuera
reintegrado a la actividad, pero, por influencias del entonces
presidente de UTE, Alberto Volonté, se le recompuso la carrera, le
dieron el grado de inspector principal y lo destinaron a la Dirección
Nacional de Cárceles.
Lacalle también nombró como director
nacional de Policía a Eduardo “Lobito” Molina, que era el padrino de
Macarena, la “hija” del policía Ángel Touriño con quien el Conejo Medina
había sido asesor de Pablo Millor. Touriño sería jefe de Policía
maragato al año, cuando Julio María Sanguinetti vuelve al gobierno.
Con
el “Lobito” Molina como director nacional, Lobatti logró que le
enviaran a su amigo Ricardo Medina como jefe de las 40 hectáreas de
chacra de la Jefatura de Policía maragata, donde trabajan los presos del
Comcar. Para el Conejo el trabajo sería una fachada de los planes que
traía desde Brasil.
Apenas se instaló en una casa de la calle
Colón entre Alsina y De Tomasi, cerca de la Panadería Las Palmas, el
Conejo Medina abrió un Pub nocturno, en un local adjunto al viejo cine
Artigas –donde hoy funcionan máquinas de casino– y puso a su cargo a un
par de testaferros.
Funcionarios policiales maragatos subrayan que
entonces el Conejo Medina seguía teniendo relación con el grupo
político de Pablo Millor, quien en varias oportunidades habría
participado personalmente de comidas organizadas por Molina y otros
miembros de una logia conocida como “La Garra”.
Extorsionista con Gavazzo
El
jueves 5 de enero de 1995, LA REPUBLICA daba cuenta en sus páginas
policiales de un caso de superfalsificación de reales brasileños, por el
que seis personas habían sido detenidas y, entre ellas, se destacaba un
inspector de la Policía uruguaya.
Veinticuatro horas después, el
caso cambiaba radicalmente, la prensa olvidaba la presencia de un
jerarca policial y destacaba que en el hecho delictivo estaba implicado
el teniente coronel (r) José Nino Gavazzo, uno de los más notorios
violadores a los derechos humanos durante la dictadura.
El caso,
en manos del juez penal de 3er. Turno, doctor Eduardo Borges, ocupó la
atención de todos los medios de prensa que el sábado 7 de enero
titulaban la noticia del procesamiento con prisión del militar por
extorsión. “Gavazzo entre reja”, rezaba en su primera página LA
REPUBLICA.
El encarcelamiento de Gavazzo terminaría por desplazar,
una vez más, el protagonismo que Ricardo Medina Blanco pudo tener en la
historia. Habría sido el Conejo, quien trajo el negocio a Uruguay
gracias a sus contactos con los mismos falsificadores por los que fue
encausado en Brasil en 1993.
Esta vez se habían hecho placas de
billetes de reales brasileños, pero restaba colocarles la numeración.
Medina habría contactado entonces a su viejo amigo Gavazzo para
presionar a los dueños de una imprenta en La Comercial, a quienes
conocían, los que fueron amenazados y extorsionados.
La pareja de
imprenteros, ante la imposibilidad de hacer el trabajo, radicó la
denuncia en la Policía, donde el Comando de Investigaciones dirigido por
los inspectores Roges Biscardi y Honey Da Rosa, tomó personalmente el
caso consciente de que trataba con un policía y un militar corruptos.
Los
medios de prensa apenas mencionaron la participación de Medina Blanco
en el caso, pese a que en su domicilio de la calle Colón en la ciudad de
San José fue que se encontraron las placas de los billetes falsos que
habían sido colocadas dentro de una grasera del inmueble.
Medina
Blanco vio entonces cómo el mejor “trabajo” de su vida, que
sigilosamente preparaba desde su fachada de jefe de las chacras de la
Jefatura de Policía de San José, caía por la borda y Gavazzo volvía a
ganarle, esta vez, hasta el reconocimiento en su condición de
delincuente.
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PRONTUARIO DE UN REPRESOR:
NOMBRE: Medina Blanco, Ricardo José.
ALIAS: “Rambo”, “Conejo”,”306″, “Eduardo”
NACIDO: 1º de agosto de 1948.
CEDULA IDENTIDAD: 1.114.267-5
CREDENCIAL CIVICA: CMF 25.559 – Canelones.
ESTADO CIVIL: Casado, dos hijas.
UNIDAD: Policía Metropolitana del Cuerpo de Granaderos.
FECHA INGRESO: 30 de marzo de 1966.
OPERO EN:
- Guardia de Granaderos, 1966/75
- Servicio Información y Defensa (SID), 1976/77.
- Automotores Orletti, Buenos Aires, 1976.
- Base 300 R, Punta Gorda, 1976
- Chalé Susy, Canelones, 1976
- Base Valparaíso, Montevideo, 1976
- Penal de Libertad, 1978
- Base Marta, Grupo GAMA, 1980/83
- Evicor, Agencia de Seguridad, 1983/84
- Agencia de Seguridad Kirll, Goes, 1985
- Ministerio del Interior, 1985
- Unión Colorada y Batllista (UCB-PC), 1985/89
- Cruzada 94, P. Colorado, 1989/93
- Hotel en ciudad de Río Grande, Brasil, 1993.
- Procesado por falsificación de moneda en Brasil, 1993
- Jefatura de Policía de San José, 1994/95
- Procesado por falsificación de moneda en Uruguay, 1995
- Panadería París, Montevideo, 2000
VICTIMAS:
Asesino de María Claudia García Irureta Goyena de Gelman y entregó a
Macarena, hija de la víctima, a la familia de un policía amigo.
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“OREJA” DE LA BASE MARTA
En
1978 el SID era dirigido por el general Amaury Prantl, quien tuvo un
duro enfrentamiento con el general Gregorio Alvarez. El incidente se
produjo por las críticas al “Goyo” en una publicación clandestina
llamada “El Tero”, realizada como una operación de inteligencia interna
por José Nino Gavazzo.
El equipo de la OCOA es desmantelado.
Gavazzo ingresa a la actividad privada como gerente del Frigorífico
Comargen de Las Piedras. Medina y Sande regresaron a la Guardia de
Granaderos. Luego, “El Conejo” pasa a prestar servicios como represor de
presos políticos en el Penal de Libertad.
Medina Blanco duró poco
en la ciudad de Libertad, donde habría tenido un problema con la
encargada de un prostíbulo. En ese marco es que en 1980 el Inspector
Víctor Castiglioni lo contacta para llevarlo a un nuevo equipo en la
Dirección Nacional de Información e Inteligencia (DNII).
En
Inteligencia policial, que por años había sido desplazada por los
servicios de información de las Fuerzas Armadas, Castiglioni venía
organizando la formación de un nuevo grupo de operaciones denominado
“Gama” para el cual recicló a un equipo de policías con experiencia en
espionaje y represión.
El Conejo Medina fue designado Jefe del
Departamento 6 de la DNII y, por sus antecedentes en escuchas para el
SID, fue el encargado de formar un centro clandestino ubicado en la
calle Amado Nervo 3659 bis que sería conocido como la Base Marta.
El
lugar, un amplio local donde había funcionado la empresa cafetera
“Santa Marta” al que se accedía por una discreta puerta de garaje, fue
arrendado por un coronel aviador de apellido Gómez, cuya mujer e hijo,
vivían en la casa adjunta numerada con el 3659.
La “Base Marta” de
la que dio cuenta el ex agente José Calace en su libro “15 años en el
Infierno”, era una central de control de teléfonos “pinchados” a la
salida de la dictadura. El entonces encargado de la mesa de radio de la
DNII, Nelson Rodríguez Rienzi, llegó a conectar una línea directa con la
base.
La ubicación de la base, se mantuvo por mucho tiempo bajo
reserva, pero en el lugar también se hicieron comidas a las que habrían
concurrido vendados personajes como Gavazzo, Manuel Cordero, Mato, Sande
y hasta políticos como el entonces Consejero de Estado Pablo Millor o
Daniel García Pintos.
La “Base Marta” tenía a los fondos la vía
férrea que corta la calle Uruguayana por lo que a varios de sus agentes
les hacía recordar a Automotores Orletti. Allí se detuvo personas
investigadas, a quienes se mostraban grabaciones telefónicas de sus
“secretos íntimos” para luego extorsionarlos.
Bajo el nombre de
guerra de “Eduardo”, el conejo Medina había vuelto a su ambiente. Se
jactaba incluso de “tener prendido” al aún proscrito líder de la Lista
15 Jorge Batlle. Pero, cuando llegaron las elecciones internas de 1982
tuvo una dura discusión con Castiglioni y volvió a la Guardia de
Granaderos.
Base Valparaíso (Va-al-paraíso)
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HOMICIDA EN VALPARAISO
Rolando
Vidal Cheroni, un ex funcionario de Amdet, que utilizó todos sus
ahorros en construir un taller mecánico y su domicilio en un predio
adquirido en Francisco de Medina 1525, nunca imaginó que algún día aquel
lugar se transformaría en un centro de espionaje militar llamado Base
Valparaíso.
Sorprendido por un mal incurable, el inmueble le quedó
a su esposa (ella siempre decía que la estufa debió construirse contra
los dormitorios y no sobre la escalera de entrada), quien lo alquiló a
un oficial que era cliente de Rolando. La familia se mudó. Los militares
quedaron en el taller y la casa.
Ricardo Medina Blanco sería uno
de los hombres que habría trasladado a María Claudia García Irureta
Goyena de Gelman a la Base Valparaíso para darle, personalmente, muerte.
También fue quien entregó a la hija de la víctima, Macarena, a la
familia de un policía amigo.
Un testigo coloca al Conejo Medina
dentro del taxímetro Mercedes Benz, matrícula 21.181 que aquel día de
fines de 1976 o principios de1977 llevó a la nuera del poeta argentino
Juan Gelman a la clandestina base de Inteligencia militar, ubicada cerca
del Zoológico.
El ex agente del SID Julio César Barboza Plá
insiste en afirmar que quienes la trasladaron fueron el coronel Juan
Antonio Rodríguez Buratti y el entonces mayor Ricardo Arab, quien habría
enunciado la lapidaria frase: “A veces hay que hacer cosas jodidas”.
En
ambas versiones se reconoce la presencia de un ex boxeador de nombre
Distasio, que habría sido el chofer de aquel taxímetro, que permitía el
espionaje de uruguayos para aquella base en cuya planta alta funcionaba
como fachada la Inmobiliaria Valparaíso.
La Base Valparaíso estaba
a cargo del mayor Washington J. García y el entonces capitán Gilberto
Vázquez, ambos dependientes del teniente coronel León Tabaré Pérez.
También actuaba allí el capitán Lawrie Rodríguez, quien estaba a cargo
de la inmobiliaria de la planta alta.
En la fecha en que llevaron a
María Claudia, en el lugar también se encontraban los oficiales Ernesto
Rama y Eduardo Ferro, quienes junto al Conejo Medina y Arab se hicieron
cargo del cuerpo, que según diversas fuentes habría sido enterrado en
el Batallón de Infantería Nº 13.
El ex presidente Jorge Batlle
tendría versiones directas de lo que allí ocurrió y de cómo Ricardo José
Medina Blanco, alias el Conejo, decidió asesinar a la joven argentina
de 19 años, que no tenía militancia política y hacía sólo un par de
meses había dado a luz una niña.
La farsa del chalet Susy
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“SUBVERSIVO”EN SHANGRILÁ
Medina
no podía dejar de mostrarse nervioso. “Lo del Chalé Susy es una buena
idea, pero Gavazzo no deja de ser muy burrito”, había comentado en
reserva. Comprendía que la misión encomendada era de alto riesgo: los
dos camiones de soldados que venían a detenerlos no sabían del falso
operativo.
Ese martes 26 de octubre de 1976, Ricardo Medina y una
mujer policía eran los únicos represores que permanecían sentados en el
suelo de la sala del chalé ubicado en Avenida de las Américas y Santa
Bernardita, del balneario Shangrilá, junto a cinco subversivos que
serían capturados como “invasores”.
Sara Méndez, Asilú Maceiro,
Elba Rama, Ana Quadros y Sergio López Burgos también estaban
expectantes. Eran militantes del Partido por la Victoria del Pueblo
(PVP), que hasta entonces habían sobrevivido a todo tipo de apremios
desde su secuestro en Buenos Aires y su posterior traslado a Uruguay.
Cuando
faltaban pocos minutos para que el lugar fuera asaltado por efectivos
que creían que allí había un grupo de “tupamaros” armados, ninguno de
los presos pensaba en escapar. Deseaban ser “blanqueados” y procesados
por la justicia militar, según se había negociado con el propio Gavazzo.
Los
cinco civiles habían caído en julio en Argentina, soportaron los
apremios en el centro de represión Automotores Orletti de Buenos Aires,
fueron traídos clandestinamente a Montevideo, vueltos a torturar en el
“300 Carlos R”, la casona de Punta Gorda, hasta llegar a las
negociaciones en la sede del SID.
Veintitrés hombres y mujeres en
esa condición aparecerían capturados en un show mediático ideado por
Gavazzo y la dictadura con el objetivo demostrar a Estados Unidos que no
podía suspender la ayuda militar a Uruguay para la lucha contra la
subversión, cuando Jimmy Carter iba a ganar las elecciones.
Medina
jugaba con su anillo de oro engarzado por un rubí rojo, o movía en su
muñeca la pulsera con un águila de plata, que era moda en esa época.
Tenía miedo de que entraran a sangre y plomo. Por un momento sospechó
que Gavazzo pudiera matarlo para transformarlo en un mártir quizás
necesario.
Apologista de la tortura
El
grupo había llegado temprano al chalé Susy. Lo suficiente como para
enviar a Sara Méndez y Ricardo Medina a comprar un asado en una de las
carnicerías de Carrasco y que Elba Rama, custodiada por un soldado
llamado Julio Casco, adquiriera algo de verduras en un comercio del
balneario.
Como forma de hacer ver a los “subversivos” en la zona,
ya habían hecho movimientos días antes en el lugar. A Elba se le ordenó
ir ala casa de unos vecinos con la excusa de pedir fósforos. Hasta el
jefe del SID, coronel Juan Antonio Rodríguez Buratti, llegó para
almorzar y “hacer número” en la casa.
Al quedar solos surgió el
tema de los apremios físicos recibidos y Medina superó sus nervios para
hacer una apología de la tortura. “Es necesaria. Se necesita información
rápidamente y hay que sacarla como sea”, dijo. No tuvo tiempo de
explicar por qué se seguía torturando cuando ya nada quedaba por saber.
Alas
17.00 horas en punto, los soldados llegaron y se desplegaron entorno al
chalé. Pedro Mato entró primero y no pudo evitar reír a carcajadas al
verlos en el suelo. Medina, aún nervioso, lo puteó. “¿No habría que
robar algo?”, cambió el tema Mato, mientras se guardaba una lámpara de
vidrio.
El Conejo Medina fue esposado, se sacó la camisa para
afuera y desalineó su ropa para simular un forcejeo. Los metieron en el
volkswagen (un fusca) en el que habían llegado los subversivos, cuya
llave de encendido lucía un llavero de basquetbol de Brasil que en
Argentina le habían requisado a Elba Rama.
Los vehículos militares
hicieron una larga caravana para hacerse ver. En varios hoteles de la
ciudad se fingían similares operativos. Por todo Montevideo sonaban las
sirenas y “camellos” militares aceleraban sin destino cierto. Medina,
con la cabeza gacha, pedía que le relataran lo que iba ocurriendo.
Fue
su mejor actuación. Pero al día siguiente, Medina era desplazado una
vez más y el protagonismo lo adquiría Gavazzo, quien leyó el comunicado
de la Dinarp en radio y dirigió la conferencia de prensa en la que se
exhibieron 14 subversivos “detenidos por las fuerzas armadas al invadir
el país”.
(Investigación publicada en La República, el 13 de junio de 2005)
sábado, 21 de junio de 2014
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