sábado, 21 de junio de 2014

Conejo Medina, el asesino de María Claudia

Conejo Medina, el asesino de María Claudia 

14 de junio de 2014 


CRÓNICAS DE 30 AÑOS EN PERIODISMO

Hace nueve años, el 13 de junio de 2005, publicamos en La República el perfil del represor Ricardo "Conejo" Medina. El entonces presidente Jorge Batlle (aunque luego lo negó ante la justicia) le había dicho al senador Rafael Michelini que sabía que Medina había sido el asesino de María Claudia García de Gelman. El "conejo" la había trasladado hasta la Base Valparaíso en las cercanías del Zoológico, un taller mecánico donde funcionaba una flota de taxímetros que hacían espionaje para el Servicio de Información y Defensa (SID).
Medina, hoy preso en la cárcel de la calle Domingo Arena por su participación en la desaparición de las víctimas del segundo vuelo de Orletti, también está procesado por el homicidio de la nieta del poeta argentino Juan Gelman, pero el cuerpo de María Claudia aún sigue sin aparecer. Se sabe que la llevaron a una unidad militar (versiones encontradas hablan del Batallón 13 o del Batallón 14 de Toledo) y que allí la ejecutaron. El propio Ricardo Medina la habría asesinado de un tiro, sin compasión.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos ha condenado a Uruguay por el Caso Gelman pero, aunque el Estado uruguayo ha reconocido su responsabiilidad en la desaparición de la joven argentina, su cuerpo sigue sin aparecer. El Ejército uruguayo, en su informe sobre los Desaparecidos, señaló un lugar donde, en un 99% de certeza, se encontraría su cuerpo. Macarena Gelman, su hija, estuvo en el lugar con autoridades del gobierno, pero finalmente los datos aportados eran una mentira.
María Claudia García de Gelman sigue desaparecida, continúa desapareciendo cada día mientras sus restros no sean encontrados. Ricardo Medina está preso pero aún no fue condenado por este crimen. El Estado uruguayo no cumple con lo dispuesto por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en la medida que el cuerpo no aparece, en la medida que no investiga, que no se abren los archivos que dicen donde está y se sigue amparando el pacto de silencio. La impunidad, que no está en un fixture ni una lista electoral, sigue ganando.

Roger Rodríguez
(13 de junio de 2014)


EL PERFIL DE UN HOMICIDA DE LA DICTADURA, CUYO CRIMEN NO ESTÁ AMPARADO POR LA LEY DE CADUCIDAD


Ricardo "Conejo" Medina Blanco,
el asesino de la nuera de Gelman

Mató a María Claudia García Irureta Goyena de Gelman en la Base Valparaíso y entregó a la hija de la víctima a una familia de policías. Fue Granadero, agente del SID, represor en Orletti, falso subversivo, empresario en seguridad, asesor político, conserje de un hotel, falsificador de dólares, jefe de chacras de la Jefatura de Policía de San José, dueño de locales nocturnos, extorsionista y hasta panadero. La justicia analiza hoy un pedido para reabrir el Caso Gelman en el que aparece como principal implicado de un crimen que no ha caducado.

Escrito por: ROGER RODRIGUEZ
(13 de junio de 2005)

Está mucho más viejo y gordo de lo que sus víctimas y compañeros le recuerdan. A poco de cumplir 57 años de edad, Ricardo José Medina Blanco, alias el Conejo, muestra por primera vez su rostro ante la sociedad, cuando la Justicia puede implicarlo en un caso no amparado por la Ley de Caducidad.
Ricardo Medina, nacido el 1º de agosto de 1948, con cédula de identidad Nº 1.114.267-5, es el principal acusado del asesinato y desaparición de María Claudia García Irureta Goyena de Gelman, una joven argentina secuestrada en Buenos Aires en 1976 y traída ilegalmente a Uruguay, donde fue asesinada.
La nuera del poeta argentino Juan Gelman estaba embarazada cuando fue trasladada a Montevideo, donde la recluyeron en el Servicio de Información y Defensa (SID) de Bulevar Artigas y Palmar. Tuvo una hija en el Hospital Militar que fue entregada por el propio Medina a una familia de policías.
A fines de 1976 o principios de 1977 fue derivada a la clandestina “Base Valparaíso” –cuya ubicación fue revelada por una investigación periodística de LA REPUBLICA–, donde funcionaba una flota de taxímetros que espiaban a la población. Allí habría sido asesinada por Ricardo Medina Blanco.
La participación del Conejo Medina en el homicidio de María Claudia fue confesada por el ex presidente Jorge Batlle al senador Rafael Michelini y el caso, que según el presidente Tabaré Vázquez no está incluido en la Ley de Caducidad, sería reabierto si se atiende un pedido de la defensa de Gelman.
Luego de una investigación en la que se consultaron decenas de fuentes, testimonios y documentos, LA REPUBLICA revela hoy el perfil de este ex policía de la Guardia de Granaderos, que sirvió a Inteligencia militar, fue represor, espía, empresario, asesor político, falsificador y extorsionador.
Su último trabajo conocido fue en la Panadería París de la calle Carlos María Ramírez 1737, Montevideo. Hasta poco tiempo atrás vivía en el padrón 21.825 de la calle 50, manzana 274, solar 8 de Solymar, Canelones, departamento donde tiene inscripta su credencial cívica CMF 25.559. Votó en los últimos comicios.

Un “pichi más” en el SID
Ricardo José Medina Blanco fue cooptado por Inteligencia militar junto a su compañero de la Guardia de Granaderos José Felipe Sande Lima. Ambos ingresaron al Servicio de Información y Defensa, a la vez que allí reasignaban funciones a los mayores Pedro Mato, Luis Maurente y Gilberto Vázquez.
Todos ellos quedarían integrados a la OCOA (Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas). Medina tendría el alias de “306″ y Sande utilizaría el nombre clave “310″. Los dos habrían sido convocados por el mayor José Nino Gavazzo, formado bajo el mando del coronel Ramón Trabal.
Cuando llegó al SID a principios de 1976, Medina, a quien llamaban “Rambo”, lucía algo delgado para su 1,75 metros de estatura, aunque evidenciaba ser una persona fuerte física e intelectualmente. Quizás porque su bigote y su pelo negro ondulado hacían más profundos sus ojos y penetrante su mirada.
Se le encomendó la subsecretaría de grabaciones y correspondencias. Es decir, pinchaba teléfonos para escuchas clandestinas y violaba el correo de cualquier ciudadano considerado sospechoso. Se profesionalizó, al punto de saber secretos de muchos, quienes serían anónimamente extorsionados.
Agentes del Ministerio de Defensa que trabajaron junto a él y aceptaron hablar, lo describen como una persona jovial, distendida, que evidenciaba en el trato su formación de policía y no de militar de carrera; pero que debajo de su aparente seguridad, escondía un evidente “complejo de inferioridad”.
“Era un militar frustrado y por eso quería mostrarse más duro que los militares. Por lo bajo llegaba a comentar su bronca porque los “verdes” estaban ocupando las Jefatura de Policías en todo el país, pero delante de ellos era muy servicial, aunque entre militares lo consideraran un pichi más”, explican.
Hombre dinámico, que permanentemente debía demostrar su capacidad para obtener algún tipo de reconocimiento, Ricardo Medina no inspiraba miedo o respeto entre sus compañeros ni entre los detenidos. “Su secreto era el trato: jugaba al bueno y podía hacerle bajar la guardia a cualquiera”, le reconocen.
Aunque dentro de las unidades represivas regía la formalidad de “usted” en la relación cotidiana, Medina tuteaba a todos y le gustaba que lo llamaran “jefe”. “Podía parecer un comisario de campaña metido dentro de un cuartel, pero en realidad él se consideraba más inteligente de lo que le reconocían”, explican.
Hablaba perfectamente el inglés –una de sus ventajas comparativas–, aunque tampoco en ese idioma podía disimular un leve “seseo” provocado por un defecto en su fruncido labio superior que lo llevaba a descubrir sus dientes, por lo cual, desde su juventud, lo habían rotulado con el mote de “el Conejo”.

Secuestrador en Orletti
La coordinación entre represores de Argentina y Uruguay llegó a su mayor nivel a mediados de aquel año 1976, cuando la OCOA y el SID se asociaron con una banda de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), que lideraba Aníbal Gordon y un grupo de tareas del Batallón 601 del Ejército argentino.
Fue entonces, un par de meses después del golpe de Estado en Argentina, que funcionó el centro de represión clandestino Automotores Orletti de Buenos Aires con el objetivo de “neutralizar” refugiados que habían huido de los regímenes dictatoriales de los vecinos Chile, Bolivia, Brasil y Uruguay.
Algunas fuentes colocan a Ricardo Medina en Buenos Aires en junio de 1976 en los primeros operativos contra de uruguayos radicado en Argentina, pero sólo hay pruebas que lo asocian a esa represión desde setiembre, cuando fue secuestrado otro grupo de opositores que hoy permanece desaparecido.
El veterano periodista Enrique Rodríguez Larreta, en una denuncia pública de 1984, mencionó a Medina como el oficial que quedaba al mando del centro de represión Automotores Orletti, cuando el mayor Gavazzo se ausentaba del local. Sin embargo, la descripción podría coincidir con la de Pedro Mato.
El principal testimonio de su presencia en Orletti lo aporta Sara Méndez, secuestrada el 13 de junio de 1976 en Argentina y trasladada luego a Uruguay, quien afirma que “el Conejo” le comentó sobre un defecto que tenía en un ojo el uruguayo Armando Arnone, desaparecido en Argentina aquel 1º de octubre.
Medina Blanco, también le mostró a Sara Méndez una fotografía de Domingo Queiro, otro uruguayo secuestrado en Buenos Aires el 4 de octubre de 1976, y le preguntó si no había un parecido entre ambos. Posiblemente para fingir ser Queiro en un falso operativo de detención que se estaba planificando.
En el montaje de esa falsa captura, en una casa de veraneo, se colocaron documentos y panfletos “subversivos” que habían sido obtenidos en la casa de Roger Julien y Victoria Grisonas, uruguayos detenidos ese 26 de setiembre en Argentina, cuyos hijos Anatole y Victoria serían recuperados en Chile.

Represor de la dictadura
El Conejo Medina sólo podía tener semejante conocimiento si efectivamente había participado de los operativos de setiembre en Buenos Aires, o si, en realidad, esos detenidos también fueron trasladados en un “segundo vuelo” masivo a Montevideo, pero luego fueron muertos y desaparecidos en Uruguay.
En octubre de 1976 dirige el falso operativo de detención de un grupo de militantes del PVP en el chalé Susy del balneario Shangrilá, del departamento de Canelones. En el montaje del procedimiento, Medina finge ser uno de los presuntos subversivos que pretendían invadir el país (ver nota adjunta).
Es también uno de los agentes del SID que traslada a María Claudia a la Base Valparaíso, en las cercanías del zoológico. Medina habría sido quien asesinó a la nuera del poeta Juan Gelman, según confió el ex presidente Jorge Batlle al senador Rafael Michelini. (ver nota adjunta).
Su presencia en el SID hasta 1977 también lo implica en la detención y desaparición del maestro Julio Castro Pérez el 1º de agosto de 1977. Castro fue llevado a La Casona, un centro de reclusión que se ubicaba en la calle Millán y Loreto, donde está la cooperativa de viviendas de obreros de Cutcsa.
Entre 1978 y 1980, cuando el OCOA deja de ser dirigido por el general Amaury Prantl y el coronel José Nino Gavazzo, Medina habría pasado a cumplir funciones en el Penal de Libertad, donde permanecían detenidos cientos de presos políticos uruguayos.
En 1980, junto al inspector general Víctor Castiglioni, forma el Grupo GAMA, organismo represivo de la Dirección Nacional de Inteligencia del Ministerio del Interior. Como segundo comandante del grupo, Medina crea la Base Marta, ubicada en la calle Amado Nervo, en el barrio Capurro (ver nota adjunta).

Vendedor de Seguridad
En el ámbito policial, el Conejo Medina no era bien visto por su estrecho relacionamiento con los militares y por otros contactos “del ambiente”. Algunos informantes señalan que organizaba reuniones en una casa cercana al Palacio Legislativo, donde concurrían políticos y personajes “de la noche”.
En 1982, sin misión en la Guardia de Granaderos, Medina fue trasladado al Ministerio del Interior para trabajar bajo las órdenes del mayor Sartorio en las oficinas de Contralor de las Agencias Privadas de Seguridad, que esos días comenzaban a surgir gracias a una creciente “mano de obra desocupada”.
En poco tiempo comprendió la potencialidad del nuevo negocio y para 1983 se había asociado con Juan Carlos Morales Barreiro en una agencia de seguridad llamada “Evicor”, que habría estado ubicada en la calle Convención, esquina Paysandú.
La actividad empresarial tuvo sus dificultades. Varios “pesados” de la dictadura militar también habían comenzado a operar en el ramo y la competencia llegó incluso a enfrentamientos para obtener las cuentas de clientes cuyos secretos Medina conocía por su pasaje en la Base Marta.
La sociedad empresarial no duró demasiado. Con el tiempo su socio, Morales Barreiro, terminaría obteniendo un cargo como jefe de Seguridad de la Intendencia Municipal de Canelones, donde el Partido Colorado reimpondría al intendente Tabaré Hackenbruch.
Medina habría instalado, a nombre de su mujer Mary Funes, una nueva agencia de seguridad que también ofrecía a sus clientes servicios de limpieza, otro de los nichos comerciales en los que comenzaron a operar ex represores, ante el regreso del régimen democrático.
Con la reinstauración democrática en el país y el comienzo de las denuncias judiciales por violaciones a los derechos humanos durante la dictadura, muchos policías y militares que participaron en la represión buscaron protección en los sectores de derecha de los partidos tradicionales. Medina Blanco no fue una excepción.

“Asesor” de Pablo Millor
Uno de los rincones de refugio fue el entorno del derechista ex consejero de Estado Pablo Millor, quien desde la pachequista Unión Colorada y Batllista (UCB) había logrado en 1985 un escaño como diputado, mientras su discípulo, Daniel García Pintos, era electo edil en el departamento de Montevideo.
Millor sostiene que Ricardo “el Conejo” Medina llegó a integrarse a su sector en aquel contexto histórico. No recuerda, argumenta, quién se lo presentó o lo trajo para que allí militara. Subraya que Medina no fue un “pase en comisión” ni tuvo estatus de secretario. “Me apoyaba en materia de seguridad”, afirma.
El legislador colorado, hoy retirado del escenario político, acepta que entre sus verdaderos asesores se encontraba, debido a sus conocimiento en materia de pasividades, el policía Ángel Touriño (a quien Medina bien conocía), y como consejero en temas militares, el oficial de la Fuerza Aérea Ángel Doubrich.
El ex senador admite que en su entorno también actuaron otros militares y policías, entre los que acepta incluir al teniente coronel José Nino Gavazzo, con cuya familia se frecuentaba hasta 1995, cuando el militar fue procesado por extorsión en un caso vinculado a la falsificación de moneda.
Durante los años en que Ricardo Medina asesoró a Millor, se le solía ver en el despacho del legislador en el Palacio Legislativo y fue señalado como su chofer y custodia. “Era medio paranoico, siempre quería revisarle el coche por si habían puesto una bomba”, cuenta una fuente del sector político.

“Conserje” en Río Grande.
Medina también pretendió hacer política, quizás inspirado en la ambición del edil millorista José Manduré, quien se convirtió en su yerno y reclamó un cargo de diputado para los comicios de 1989. Ambos sufrieron similar desprecio cuando ese año Millor decidió las listas de su flamante Cruzada 94.
Allegados a Millor sostienen que Medina se alejó del grupo en 1993, cuando comunicó que le habían ofrecido un empleo de conserje de un hotel de la ciudad portuaria de Río Grande, donde ganaría un sueldo de cinco mil dólares. Pocos meses después era detenido en Brasil por falsificación de dólares.
El 30 de marzo de 1993, la tapa de LA REPUBLICA daba cuenta de que un comisario inspector uruguayo había sido acusado en Brasil por el tráfico de cinco millones de dólares falsos. El corresponsal en Rivera, Martín Correa, avanzaba sobre una noticia publicada por el diario brasileño Zero Hora.
El matutino de Porto Alegre indicaba que el Policía uruguayo Ricardo José Medina estaba implicado junto a otras siete personas en el ingreso de dos valijas repletas de dólares falsos que habían sido descubiertas en el Banco Meridional de la capital del estado de Río Grande del Sur.
Dos agentes del Departamento del Tesoro norteamericano, Edwin Lugo y Ramón López, habían seguido de cerca el caso que la policía federal brasileña había indagado durante un mes, desde la detención de los uruguayos Yamandú Michelín y Alberto Azevedo Bonaso, socios de Medina.
La causa judicial tuvo un largo y complejo proceso, ya que la única prueba que comprometía al trío era el testimonio de Indalecio Goncálvez Machado, quien declaró haber sido contratado por los uruguayos en la ciudad de Bagé para trasladar cinco millones de dólares. Sólo un millón y medio fue recuperado.

“Refugiado” en San José
De algún modo, Medina escapó a una larga condena en Brasil y un año después encontró refugio en el departamento de San José. Pese a encontrarse sin destino en la Policía, el entonces ministro del Interior, Juan Andrés Ramírez, envió al represor sospechoso de falsificación a la Jefatura maragata.
El gobierno blanco había designado como jefe de Policía en San José al también granadero Luis Lobatti, quien se encontraba en situación de retiro desde 1968 por encabezar una famosa asonada en la Guardia Republicana, dos años después de que Medina ingresara al Cuerpo de Granaderos.
Al asumir el gobierno, Luis Alberto Lacalle no habría querido que Lobatti fuera reintegrado a la actividad, pero, por influencias del entonces presidente de UTE, Alberto Volonté, se le recompuso la carrera, le dieron el grado de inspector principal y lo destinaron a la Dirección Nacional de Cárceles.
Lacalle también nombró como director nacional de Policía a Eduardo “Lobito” Molina, que era el padrino de Macarena, la “hija” del policía Ángel Touriño con quien el Conejo Medina había sido asesor de Pablo Millor. Touriño sería jefe de Policía maragato al año, cuando Julio María Sanguinetti vuelve al gobierno.
Con el “Lobito” Molina como director nacional, Lobatti logró que le enviaran a su amigo Ricardo Medina como jefe de las 40 hectáreas de chacra de la Jefatura de Policía maragata, donde trabajan los presos del Comcar. Para el Conejo el trabajo sería una fachada de los planes que traía desde Brasil.
Apenas se instaló en una casa de la calle Colón entre Alsina y De Tomasi, cerca de la Panadería Las Palmas, el Conejo Medina abrió un Pub nocturno, en un local adjunto al viejo cine Artigas –donde hoy funcionan máquinas de casino– y puso a su cargo a un par de testaferros.
Funcionarios policiales maragatos subrayan que entonces el Conejo Medina seguía teniendo relación con el grupo político de Pablo Millor, quien en varias oportunidades habría participado personalmente de comidas organizadas por Molina y otros miembros de una logia conocida como “La Garra”.

Extorsionista con Gavazzo
El jueves 5 de enero de 1995, LA REPUBLICA daba cuenta en sus páginas policiales de un caso de superfalsificación de reales brasileños, por el que seis personas habían sido detenidas y, entre ellas, se destacaba un inspector de la Policía uruguaya.
Veinticuatro horas después, el caso cambiaba radicalmente, la prensa olvidaba la presencia de un jerarca policial y destacaba que en el hecho delictivo estaba implicado el teniente coronel (r) José Nino Gavazzo, uno de los más notorios violadores a los derechos humanos durante la dictadura.
El caso, en manos del juez penal de 3er. Turno, doctor Eduardo Borges, ocupó la atención de todos los medios de prensa que el sábado 7 de enero titulaban la noticia del procesamiento con prisión del militar por extorsión. “Gavazzo entre reja”, rezaba en su primera página LA REPUBLICA.
El encarcelamiento de Gavazzo terminaría por desplazar, una vez más, el protagonismo que Ricardo Medina Blanco pudo tener en la historia. Habría sido el Conejo, quien trajo el negocio a Uruguay gracias a sus contactos con los mismos falsificadores por los que fue encausado en Brasil en 1993.
Esta vez se habían hecho placas de billetes de reales brasileños, pero restaba colocarles la numeración. Medina habría contactado entonces a su viejo amigo Gavazzo para presionar a los dueños de una imprenta en La Comercial, a quienes conocían, los que fueron amenazados y extorsionados.
La pareja de imprenteros, ante la imposibilidad de hacer el trabajo, radicó la denuncia en la Policía, donde el Comando de Investigaciones dirigido por los inspectores Roges Biscardi y Honey Da Rosa, tomó personalmente el caso consciente de que trataba con un policía y un militar corruptos.
Los medios de prensa apenas mencionaron la participación de Medina Blanco en el caso, pese a que en su domicilio de la calle Colón en la ciudad de San José fue que se encontraron las placas de los billetes falsos que habían sido colocadas dentro de una grasera del inmueble.
Medina Blanco vio entonces cómo el mejor “trabajo” de su vida, que sigilosamente preparaba desde su fachada de jefe de las chacras de la Jefatura de Policía de San José, caía por la borda y Gavazzo volvía a ganarle, esta vez, hasta el reconocimiento en su condición de delincuente.


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PRONTUARIO DE UN REPRESOR:


NOMBRE: Medina Blanco, Ricardo José.
ALIAS: “Rambo”, “Conejo”,”306″, “Eduardo”
NACIDO: 1º de agosto de 1948.
CEDULA IDENTIDAD: 1.114.267-5
CREDENCIAL CIVICA: CMF 25.559 – Canelones.
ESTADO CIVIL: Casado, dos hijas.
UNIDAD: Policía Metropolitana del Cuerpo de Granaderos.
FECHA INGRESO: 30 de marzo de 1966.
OPERO EN:
- Guardia de Granaderos, 1966/75
- Servicio Información y Defensa (SID), 1976/77.
- Automotores Orletti, Buenos Aires, 1976.
- Base 300 R, Punta Gorda, 1976
- Chalé Susy, Canelones, 1976
- Base Valparaíso, Montevideo, 1976
- Penal de Libertad, 1978
- Base Marta, Grupo GAMA, 1980/83
- Evicor, Agencia de Seguridad, 1983/84
- Agencia de Seguridad Kirll, Goes, 1985
- Ministerio del Interior, 1985
- Unión Colorada y Batllista (UCB-PC), 1985/89
- Cruzada 94, P. Colorado, 1989/93
- Hotel en ciudad de Río Grande, Brasil, 1993.
- Procesado por falsificación de moneda en Brasil, 1993
- Jefatura de Policía de San José, 1994/95
- Procesado por falsificación de moneda en Uruguay, 1995
- Panadería París, Montevideo, 2000
VICTIMAS: Asesino de María Claudia García Irureta Goyena de Gelman y entregó a Macarena, hija de la víctima, a la familia de un policía amigo.



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“OREJA” DE LA BASE MARTA

En 1978 el SID era dirigido por el general Amaury Prantl, quien tuvo un duro enfrentamiento con el general Gregorio Alvarez. El incidente se produjo por las críticas al “Goyo” en una publicación clandestina llamada “El Tero”, realizada como una operación de inteligencia interna por José Nino Gavazzo.
El equipo de la OCOA es desmantelado. Gavazzo ingresa a la actividad privada como gerente del Frigorífico Comargen de Las Piedras. Medina y Sande regresaron a la Guardia de Granaderos. Luego, “El Conejo” pasa a prestar servicios como represor de presos políticos en el Penal de Libertad.
Medina Blanco duró poco en la ciudad de Libertad, donde habría tenido un problema con la encargada de un prostíbulo. En ese marco es que en 1980 el Inspector Víctor Castiglioni lo contacta para llevarlo a un nuevo equipo en la Dirección Nacional de Información e Inteligencia (DNII).
En Inteligencia policial, que por años había sido desplazada por los servicios de información de las Fuerzas Armadas, Castiglioni venía organizando la formación de un nuevo grupo de operaciones denominado “Gama” para el cual recicló a un equipo de policías con experiencia en espionaje y represión.
El Conejo Medina fue designado Jefe del Departamento 6 de la DNII y, por sus antecedentes en escuchas para el SID, fue el encargado de formar un centro clandestino ubicado en la calle Amado Nervo 3659 bis que sería conocido como la Base Marta.
El lugar, un amplio local donde había funcionado la empresa cafetera “Santa Marta” al que se accedía por una discreta puerta de garaje, fue arrendado por un coronel aviador de apellido Gómez, cuya mujer e hijo, vivían en la casa adjunta numerada con el 3659.
La “Base Marta” de la que dio cuenta el ex agente José Calace en su libro “15 años en el Infierno”, era una central de control de teléfonos “pinchados” a la salida de la dictadura. El entonces encargado de la mesa de radio de la DNII, Nelson Rodríguez Rienzi, llegó a conectar una línea directa con la base.
La ubicación de la base, se mantuvo por mucho tiempo bajo reserva, pero en el lugar también se hicieron comidas a las que habrían concurrido vendados personajes como Gavazzo, Manuel Cordero, Mato, Sande y hasta políticos como el entonces Consejero de Estado Pablo Millor o Daniel García Pintos.
La “Base Marta” tenía a los fondos la vía férrea que corta la calle Uruguayana por lo que a varios de sus agentes les hacía recordar a Automotores Orletti. Allí se detuvo personas investigadas, a quienes se mostraban grabaciones telefónicas de sus “secretos íntimos” para luego extorsionarlos.
Bajo el nombre de guerra de “Eduardo”, el conejo Medina había vuelto a su ambiente. Se jactaba incluso de “tener prendido” al aún proscrito líder de la Lista 15 Jorge Batlle. Pero, cuando llegaron las elecciones internas de 1982 tuvo una dura discusión con Castiglioni y volvió a la Guardia de Granaderos.


Base Valparaíso (Va-al-paraíso)

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HOMICIDA EN VALPARAISO

Rolando Vidal Cheroni, un ex funcionario de Amdet, que utilizó todos sus ahorros en construir un taller mecánico y su domicilio en un predio adquirido en Francisco de Medina 1525, nunca imaginó que algún día aquel lugar se transformaría en un centro de espionaje militar llamado Base Valparaíso.
Sorprendido por un mal incurable, el inmueble le quedó a su esposa (ella siempre decía que la estufa debió construirse contra los dormitorios y no sobre la escalera de entrada), quien lo alquiló a un oficial que era cliente de Rolando. La familia se mudó. Los militares quedaron en el taller y la casa.
Ricardo Medina Blanco sería uno de los hombres que habría trasladado a María Claudia García Irureta Goyena de Gelman a la Base Valparaíso para darle, personalmente, muerte. También fue quien entregó a la hija de la víctima, Macarena, a la familia de un policía amigo.
Un testigo coloca al Conejo Medina dentro del taxímetro Mercedes Benz, matrícula 21.181 que aquel día de fines de 1976 o principios de1977 llevó a la nuera del poeta argentino Juan Gelman a la clandestina base de Inteligencia militar, ubicada cerca del Zoológico.
El ex agente del SID Julio César Barboza Plá insiste en afirmar que quienes la trasladaron fueron el coronel Juan Antonio Rodríguez Buratti y el entonces mayor Ricardo Arab, quien habría enunciado la lapidaria frase: “A veces hay que hacer cosas jodidas”.
En ambas versiones se reconoce la presencia de un ex boxeador de nombre Distasio, que habría sido el chofer de aquel taxímetro, que permitía el espionaje de uruguayos para aquella base en cuya planta alta funcionaba como fachada la Inmobiliaria Valparaíso.
La Base Valparaíso estaba a cargo del mayor Washington J. García y el entonces capitán Gilberto Vázquez, ambos dependientes del teniente coronel León Tabaré Pérez. También actuaba allí el capitán Lawrie Rodríguez, quien estaba a cargo de la inmobiliaria de la planta alta.
En la fecha en que llevaron a María Claudia, en el lugar también se encontraban los oficiales Ernesto Rama y Eduardo Ferro, quienes junto al Conejo Medina y Arab se hicieron cargo del cuerpo, que según diversas fuentes habría sido enterrado en el Batallón de Infantería Nº 13.
El ex presidente Jorge Batlle tendría versiones directas de lo que allí ocurrió y de cómo Ricardo José Medina Blanco, alias el Conejo, decidió asesinar a la joven argentina de 19 años, que no tenía militancia política y hacía sólo un par de meses había dado a luz una niña.

 La farsa del chalet Susy

La farsa del chalet Susy.
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“SUBVERSIVO”EN SHANGRILÁ

Medina no podía dejar de mostrarse nervioso. “Lo del Chalé Susy es una buena idea, pero Gavazzo no deja de ser muy burrito”, había comentado en reserva. Comprendía que la misión encomendada era de alto riesgo: los dos camiones de soldados que venían a detenerlos no sabían del falso operativo.
Ese martes 26 de octubre de 1976, Ricardo Medina y una mujer policía eran los únicos represores que permanecían sentados en el suelo de la sala del chalé ubicado en Avenida de las Américas y Santa Bernardita, del balneario Shangrilá, junto a cinco subversivos que serían capturados como “invasores”.
Sara Méndez, Asilú Maceiro, Elba Rama, Ana Quadros y Sergio López Burgos también estaban expectantes. Eran militantes del Partido por la Victoria del Pueblo (PVP), que hasta entonces habían sobrevivido a todo tipo de apremios desde su secuestro en Buenos Aires y su posterior traslado a Uruguay.
Cuando faltaban pocos minutos para que el lugar fuera asaltado por efectivos que creían que allí había un grupo de “tupamaros” armados, ninguno de los presos pensaba en escapar. Deseaban ser “blanqueados” y procesados por la justicia militar, según se había negociado con el propio Gavazzo.
Los cinco civiles habían caído en julio en Argentina, soportaron los apremios en el centro de represión Automotores Orletti de Buenos Aires, fueron traídos clandestinamente a Montevideo, vueltos a torturar en el “300 Carlos R”, la casona de Punta Gorda, hasta llegar a las negociaciones en la sede del SID.
Veintitrés hombres y mujeres en esa condición aparecerían capturados en un show mediático ideado por Gavazzo y la dictadura con el objetivo demostrar a Estados Unidos que no podía suspender la ayuda militar a Uruguay para la lucha contra la subversión, cuando Jimmy Carter iba a ganar las elecciones.
Medina jugaba con su anillo de oro engarzado por un rubí rojo, o movía en su muñeca la pulsera con un águila de plata, que era moda en esa época. Tenía miedo de que entraran a sangre y plomo. Por un momento sospechó que Gavazzo pudiera matarlo para transformarlo en un mártir quizás necesario.

Apologista de la tortura
El grupo había llegado temprano al chalé Susy. Lo suficiente como para enviar a Sara Méndez y Ricardo Medina a comprar un asado en una de las carnicerías de Carrasco y que Elba Rama, custodiada por un soldado llamado Julio Casco, adquiriera algo de verduras en un comercio del balneario.
Como forma de hacer ver a los “subversivos” en la zona, ya habían hecho movimientos días antes en el lugar. A Elba se le ordenó ir ala casa de unos vecinos con la excusa de pedir fósforos. Hasta el jefe del SID, coronel Juan Antonio Rodríguez Buratti, llegó para almorzar y “hacer número” en la casa.
Al quedar solos surgió el tema de los apremios físicos recibidos y Medina superó sus nervios para hacer una apología de la tortura. “Es necesaria. Se necesita información rápidamente y hay que sacarla como sea”, dijo. No tuvo tiempo de explicar por qué se seguía torturando cuando ya nada quedaba por saber.
Alas 17.00 horas en punto, los soldados llegaron y se desplegaron entorno al chalé. Pedro Mato entró primero y no pudo evitar reír a carcajadas al verlos en el suelo. Medina, aún nervioso, lo puteó. “¿No habría que robar algo?”, cambió el tema Mato, mientras se guardaba una lámpara de vidrio.
El Conejo Medina fue esposado, se sacó la camisa para afuera y desalineó su ropa para simular un forcejeo. Los metieron en el volkswagen (un fusca) en el que habían llegado los subversivos, cuya llave de encendido lucía un llavero de basquetbol de Brasil que en Argentina le habían requisado a Elba Rama.
Los vehículos militares hicieron una larga caravana para hacerse ver. En varios hoteles de la ciudad se fingían similares operativos. Por todo Montevideo sonaban las sirenas y “camellos” militares aceleraban sin destino cierto. Medina, con la cabeza gacha, pedía que le relataran lo que iba ocurriendo.
Fue su mejor actuación. Pero al día siguiente, Medina era desplazado una vez más y el protagonismo lo adquiría Gavazzo, quien leyó el comunicado de la Dinarp en radio y dirigió la conferencia de prensa en la que se exhibieron 14 subversivos “detenidos por las fuerzas armadas al invadir el país”.

(Investigación publicada en La República, el 13 de junio de 2005)





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