>>> Es bueno saber
>>> En estas cajas pueden haber trapitos sucios
PAULA BARQUET / GONZALO TERRAdom oct 25 2015 04:18
La oficina está conformada por varias salas
pequeñas, y tres de ellas contienen buena parte de la historia de la
dictadura. Conforman el “archivo de la secretaría”, una figura que se
creó en 2011 y recién ahora se está terminando de saber qué contiene.
La primera sala está destinada al ingreso de nueva
documentación. Allí, donde el aire acondicionado sale frío, hay varias
cajas en el piso y decenas de carpetas de cartón sobre una mesita. Está
trancada con llave. Una segunda sala se dedica al tratamiento
documental. “Denuncias”, “Testimonios”, “Legajos”, anuncian las
etiquetas en cajas y carpetas organizadas en estantes. Tres
archivólogos, que conocen en profundidad el contenido, sacan, miran,
guardan. Uno de ellos transcribe a la computadora el legajo de un
militar. Dicen que es un trabajo “lindo”, pero aclaran que “la
descripción técnica de la tortura no es para cualquiera”. La tercera
sala es el depósito. Lo que hay allí ya fue leído, procesado e
incorporado a la historia oficial. Buena parte de las carpetas tienen la
sigla LDD: legajo de desaparecido.
El principal logro de Isabel Wschebor en los siete
meses que lleva a cargo de esa secretaría fue realizar un inventario de
toda la documentación que hay allí. Una parte todavía se usa a nivel
administrativo y judicial; otra parte ya no. Wschebor, una historiadora
con formación en archivos, se propuso “poner la casa en orden” y
“generar un sistema para que no se vuelva a desordenar”. Hoy dice
sonriente que “la casa está empezando a estar ordenada”.
Sin embargo, todavía no tiene claro qué porcentaje de
la documentación sobre la dictadura está allí, en su archivo, y qué
tanto está fuera. Lo que se sabe es que hasta el momento han aparecido
24 archivos, 11 de ellos estatales. Parte de la información reside en el
Archivo General de la Nación, parte en el Ministerio del Interior, otro
tanto en el de Relaciones Exteriores, y así por decenas. Wschebor ha
procurado tener copias de varios de ellos.
En estos 10 años de búsqueda de información sobre
desaparecidos, los documentos encontrados han sido millones, la forma de
procesarlos ha sido más bien artesanal, y las personas involucradas en
ese trabajo han variado. ¿Con qué criterio? Con el de quien ha
descubierto el archivo.
Sucedió, por ejemplo, cuando en febrero de 2006 la
ministra Azucena Berruti encontró, en base a una denuncia anónima, 1.140
microfilmaciones de la Inteligencia militar en el exCGIOR, una escuela
de contra inteligencia. En ese entonces, la ministra Berrutti acudió al
lugar y lacró la habitación en la que aparecieron los materiales. Se
negó a abrir los archivos y puso a dos personas de su confianza a
trabajar en la digitalización de la información. Las personas eran María
del Carmen Martínez (integrante de Familiares de Desaparecidos y
detenida en el centro clandestino Orletti) y Jorge Tiscornia, un ex
tupamaro que estuvo preso en el Penal de Libertad entre 1972 y 1985,
conocido por haber escrito “el almanaque más grande del mundo” durante
su reclusión.
Berruti los nombró por designación directa, sin
concurso previo y a través de un contrato de obra por dos años. La
oposición sacó chispas por este tema. El Partido Nacional reclamó tener
representantes o veedores independientes, pero no tuvo eco. Berruti
argumentaba que había muchas mentiras en las microfilmaciones, por lo
que la tarea era solo para entendidos.
En ese entonces ya se había formado el equipo de
historiadores de la Udelar, creado justamente para la investigación
histórica de la dictadura. Álvaro Rico, hoy decano de la Facultad de
Humanidades, era el coordinador del grupo y hoy es el supervisor. Sin
embargo, los historiadores recién accedieron a la información -no a
toda, pero sí a buena parte- años después, cuando el siguiente ministro,
José Bayardi, resolvió dejar las microfilmaciones digitalizadas en el
Archivo General de la Nación.
-¿No correspondía que ustedes hicieran ese análisis?
Sentado en el despacho del decanato, Rico piensa y se queda en silencio.
-Uno podría pensar que perfectamente ese archivo,
revisado en un ámbito tan reservado, pudo ser depurado- se le insiste, y
entonces el decano se sincera.
-Sí, podés pensarlo. Hay una cuota de voluntad
reservada a los jerarcas. Después las cosas se encauzan a partir de la
legislación o de un criterio más armónico y general para todos los
organismos.
La legislación que menciona es un conjunto de tres
leyes que refieren al tema: la de protección de datos personales y
acción de “habeas data”, la de derecho de acceso a la información
pública y la que crea el Sistema Nacional de Archivos. Las tres se
aprobaron en 2008.
Si bien ninguna describe qué hacer si aparece un
archivo (y menos aun referido a la dictadura), la última de las tres le
da al Archivo General de la Nación (AGN) la rectoría del sistema.
Podría suponerse que desde la aprobación de esa
norma, el AGN pasó a ocuparse de leer y analizar los siguientes archivos
que aparecieron, pero no fue así. En 2012, por ejemplo, se descubrieron
en el museo MAPI, ex sede de Defensa, 60 cajas con fichas que en un
primer momento todos atribuyeron a la época de la dictadura. El director
del museo, Facundo de Almeida, llamó a la Intendencia y allí
resolvieron dar cuenta al equipo de Rico. Durante meses dos
historiadores estudiaron el material en una sala cerrada del MAPI.
Escribanos municipales hicieron un inventario. Al final resultó que los
documentos no revelaban nada sobre desaparecidos ni asesinatos
políticos. Y el AGN no intervino en el proceso.
Ahora volvió a suceder. El viernes 2 de octubre,
tras una denuncia del secretario de Derechos Humanos, Javier Miranda, la
Justicia allanó la casa del coronel recién fallecido Elmar Castiglioni,
exjefe de la Dirección Nacional de Inteligencia. Se presume que allí
hay información que puede llegar a aclarar la muerte de Fernando
Miranda, padre de Javier. Hace más de 20 días que las 60 cajas
incautadas por la jueza Beatriz Larrieu están, según supo El País, en un
limbo institucional, a la espera de que la jueza y el prosecretario de
Presidencia, Juan Andrés Roballo, resuelvan quién debe abrirlas (ver más
información en el recuadro).
A Wschebor, una mujer sonriente y de voz dulce, se
le ensombrece la cara cuando se le pregunta sobre las “garantías” en
caso de que un nuevo archivo -el de Castiglioni u otros que puedan
aparecer- contenga información que involucre o perjudique a personas que
hoy están en la función pública. Primero pide “no fantasear con
información que no se conoce” (“habría que volver a leer a Freud, porque
la capacidad de imaginar es inimaginable”). Segundo, advierte que la
desclasificación viene después del tratamiento judicial o
administrativo, y que dependerá de ciertos “plazos precaucionales”, que
en Uruguay son 30 años desde el momento de la producción del documento. A
su juicio, “la información sobre personas que están en actividad hoy
debe estar reservada”.
Y cuando se le insiste sobre cómo pueden estar
tranquilos los uruguayos de que no se esconderá nada sobre personas en
el poder, su respuesta es: “Nosotros damos garantías desde nuestra
jerarquía administrativa”. Si llega documentación nueva a la secretaría
-como ha llegado cantidad en estos meses, según afirmó-, sus palabras
son dos, y a ellas se aferra: “¡Al archivo!”. Y ahí, quienes tienen el
cometido de analizar en primer lugar las características de la
información son, de acuerdo al protocolo de la secretaría, funcionarios
de Presidencia. Para Wschebor, esa debe ser garantía suficiente, porque
son personas en servicio público. “Es tan frágil la institucionalidad en
Uruguay en este tema, que entramos en especulaciones de las que hay que
salir”, concluye.
Para el senador Javier García, a quien le preocupa
el asunto desde aquel hallazgo en el exCGIOR, es necesario que haya un
marco legal sobre cómo proceder en la desclasificación de documentos,
tal como sugiere la Unesco. “El Ejecutivo de entonces ya manejaba el
tema a su criterio y sin garantías para nadie. Ahora, lo de Castiglioni
refuerza el reclamo que estoy haciendo: debe haber una ley con garantías
necesarias para las partes involucradas”, advirtió García. “Me preocupa
que solo esté involucrada gente afín al gobierno. Estamos hablando de
archivos que pueden tener pesquisas, nombres. Estamos hablando de
posibles funcionarios públicos hoy”, planteó.
Piezas de un puzzle.
Cuando se conformó el equipo de historiadores, en
2005, el único archivo de la dictadura con el que se contaba era
documentación reunida entre 2000 y 2003 por la Comisión para la Paz.
Eran esencialmente legajos de los detenidos desaparecidos, combinados
con testimonios y notas periodísticas.
“Cuando empezamos, pensamos que ese era el único archivo y que el resto había sido quemado o destruido. Pero luego empezaron a aparecer”, dijo Rico.
“Cuando empezamos, pensamos que ese era el único archivo y que el resto había sido quemado o destruido. Pero luego empezaron a aparecer”, dijo Rico.
Desde entonces, equipos de 8 o 9 personas en
promedio -lo conveniado entre Udelar y Presidencia-, sobre todo
estudiantes avanzados o grados 1 y 2, han leído millones de documentos
en busca de pequeñas piezas del puzzle de la historia. Aunque han
permitido reconstruir el contexto, hasta ahora ninguno de los archivos
ha revelado datos sobre dónde están los desaparecidos. Pero si tienen en
cuenta cómo empezaron y lo que han avanzado, ellos no pierden la
esperanza.
“Durante más de dos años, y en forma artesanal, tres
personas trabajamos en la Dirección Nacional de Migración, revisando
libros sobre entradas y salidas de 18 puntos cardinales, hoja por hoja,
buscando algún represor o alguna víctima que hubieran usado su nombre
original para entrar o salir de Uruguay”, contó Rico. ¿El resultado?
“Muy modesto”. Se reconstruyó el viaje legal de dos familias solamente.
El trabajo de los historiadores también ha tenido,
en ocasiones, cierta cuota de resistencia. Rico recuerda el tiempo que
les llevó flexibilizar las condiciones de acceso al archivo de la
Dirección Nacional de Información e Inteligencia, y cómo debieron
aprender de a poco la “jerga” con la que nombrar algunos documentos. En
otros casos el esfuerzo ha sido más bien físico, como cuando revisaron
un archivo de 300.000 fichas clínicas de Sanidad Militar en un una sala
que Rico describe como “insalubre”, y de la que “había que salir a
respirar cada tanto”.
Sobre lo “artesanal” de la tarea, y sobre lo escaso
de los recursos, todos están de acuerdo. Y cuando se indaga sobre la
causa del aparente divorcio entre el discurso oficial, los reclamos de
verdad de unos y otros, y las condiciones de trabajo, la respuesta
apunta, también, a un mismo lugar: la debilidad institucional.
Pablo Chargoña, abogado de Familiares de Detenidos
Desaparecidos, entiende que existe en el Estado una gran “atomización”
en materia de cuidado de los archivos de la dictadura. Para él, no se ha
invertido lo suficiente en recursos humanos y capacitación para su
estudio. “Falta coordinación y ese es un problema adicional. Hay un
ejercicio funcional muy disperso y nos preocupa”, dijo. No obstante,
elogió la nueva gestión y la intención de hacer un registro. “Hay una
actitud diferente”, dice cuando compara a Wschebor con su antecesora,
Graciela Jorge. “Con ella no teníamos contacto. No adjudico intenciones,
pero hay un cambio de actitud frente a la tarea”, advirtió.
El exministro de Defensa, José Bayardi, sostiene que
hay problemas institucionales a la hora de manejar los archivos de la
dictadura. “Todo debería estar centralizado y el lugar natural para esto
es el Archivo General de la Nación”, opinó.
Wschebor discrepa: para ella, es entendible que cada
institución conserve su archivo. “Hay muchas cosas de la historia de
las instituciones que no terminan o empiezan el 27 de junio de 1973”,
dijo. A su juicio, lo importante es que existan protocolos comunes entre
todos los que manejan archivos con información relativa al período. “En
eso estamos”, aseguró. Han empezado a hacer reuniones periódicas.
En la secretaría que dirige trabajan 12 personas.
Aunque sienten que son pocos, se han propuesto “dar antes de reclamar”.
Un pizarrón de su oficina contiene una lista de tareas pendientes: “Hoy
no tenemos la tecnología que precisamos”, dice en una parte. “Red:
necesitamos mejorar”, alega en otra. Y también: “Mejorar el tema
contactos de la secretaría”.
Wschebor también es crítica respecto a la
institucionalidad, pero en otro sentido. Ella reclama que se implemente
la ley del Sistema Nacional de Archivos y que se generen lugares para
albergar documentación, algo que a su entender es una “urgencia de todo
el país”. Más importante, aun, que la decisión de cómo procesarla.
Dictadura militar.
Presidencia elige historiadores para leer el archivo Castiglioni
Hace más de 20 días que la jueza Beatriz Larrieu
incautó unas 60 cajas del domicilio del excoronel Elmar Castiglioni,
material que posiblemente contenga información sobre la dictadura. Sin
embargo, hasta ahora no se ha resuelto quiénes leerán y procesarán la
documentación.
En una resolución con fecha 9 de octubre, Larrieu
dispone que “dicho análisis sea llevado a cabo por técnicos en la
materia que actuarán bajo la más estricta reserva en calidad de
peritos”. Y resuelve que se designe para el cumplimiento de esa tarea al
Archivo Judicial de expedientes Provenientes de la Justicia Militar
(Ajprojumi), coordinado por Elba Rama. A su vez, solicita que “la
Secretaría de Presidencia se sirva disponer la participación de la
Secretaría de Derechos Humanos para el Pasado Reciente mediante la
designación de dos historiadores de dicha secretaría, coordinando con
Ajprojumi y a disposición de la sede”.
Es decir, Larrieu no se despoja del archivo, e
indica una coordinación entre el archivo judicial y la Secretaría de
Presidencia. Según supo El País, el interlocutor de Presidencia en estos
temas es el prosecretario, Juan Andrés Roballo. Y hasta el momento
Roballo no se ha comunicado ni con la directora de la Secretaría de
Derechos Humanos para el Pasado Reciente, Isabel Wschebor, ni con el
encargado del equipo de historiadores de Udelar, Álvaro Rico.
Otra polémica se ha desatado en torno al “archivo
Castiglioni”, y responde a los motivos por los que demoraron tanto en
incautarlo.
-¿Se podría pensar que se esperó a la muerte de Castiglioni para ir a buscar las archivos?
-Sí, es una posibilidad que hayan esperado a que se
muriera. Es una lectura posible de los hechos porque no está claro cuál
ha sido el procedimiento para ir a buscar esa información, responde
Pablo Chargoña, abogado de Familiares de Detenidos de Desaparecidos y
otras organizaciones vinculadas a la defensa de los derechos humanos.
Chargoña sostiene que el Poder Ejecutivo tenía
conocimiento de la existencia del archivo Castiglioni desde 2008, pero
los sucesivos ministros de Defensa estuvieron omisos hasta su
fallecimiento. Sin embargo, el exministro de Defensa, José Bayardi,
niega haber tenido conocimiento del tema cuando asumió la titularidad
del ministerio el 3 de marzo de 2008. “Nunca supe que antes de que yo
asumiera se hubiera llevado adelante una operación de contra
inteligencia y que se haya dado con esos archivos. Nunca nadie me lo
comunicó”, dijo Bayardi a El País. Agregó que se ha tejido “una novela”
en torno al tema y su participación. “Yo no tranqué nada”, insistió.
Chargoña dijo que a las organizaciones que
representa han llegado versiones sobre otros archivos en domicilios
particulares de militares, y Rico entiende que es una posibilidad real.
Bayardi, si bien dice no tener información al respecto, considera que
por las características de la dictadura resulta difícil que así sea. “Si
ocurrió, no creo que haya formado parte de una orden institucional de
robar u ocultar archivos. Fue una dictadura burocrática que dejaba todo
por escrito”, explicó.
Sobre los archivos de Castiglioni, Bayardi entiende
que su incautación es “muy importante” aunque debe ser analizada “con
cuidado” porque se trata de una colección de un particular que operó en
el área de inteligencia y “conoce muy bien todos estos operativos, por
lo que podría haber información plantada”. “Quien lea esto debe tener
experiencia y saber de inteligencia para distinguir lo real de lo falso.
Esto parece ser la obra de alguien obsesionado con la inteligencia”,
advirtió.
Rico contó que en estos 10 años de trabajo les ha
tocado “periciar” documentos. “Ya hemos desarrollado cierta capacidad de
establecer por lo menos dudas, o directamente decir ‘son apócrifos’
porque tienen sellos que imitan cierta unidad militar o firma. La
dictadura mentía, escondía o disimulaba fuentes de información”,
aseguró.
Chargoña espera que los archivos Castiglioni tengan
un tratamiento adecuado. “Hay muchos problemas con la dispersión de
información y el acceso a ella porque si quisiéramos pedir algo, no
sabemos cómo hacerlo. Las organizaciones de derechos humanos hoy no
saben qué tipo de información tiene la Secretaria de Derechos Humanos
para el Pasado Reciente. Estamos a ciegas”, dijo..
TODOS LOS ARCHIVOS Y DOCUMENTOS SUELTOS DEBEN SER INVESTIGADOS....
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