Marcelo Marchese
7 mayo 2018
En un rapto de inspiración José Mujica definió a la perfección los cambios generados en la ideología del Frente Amplio: "Cuando era joven quería cambiar el mundo, hoy me conformo con arreglar la vereda de mi casa"¿Conformarse con arreglar algún desperfecto alcanza para definirse de izquierda? ¿El gobierno aplica un programa de izquierda? ¿Es relevante esta definición?
El problema de las palabras
El uso de esta palabra en el debate político es motivo suficiente
para justificar su esclarecimiento. Como siempre conviene ir a los
orígenes, el problema se plantea con el mito que se ha establecido con
respecto al origen de la palabra izquierda. Se nos dice que surge del
lugar que ocuparon en la revolución francesa aquellos que enfrentaban al
rey y defendían el poder de la asamblea legislativa. A partir de allí
se llamaría izquierda a quienes propendían al poder popular en contra de
las instituciones del feudalismo.
Esta explicación es floja por dos motivos. Primero porque la palabra
izquierda fue utilizada anteriormente. En la Persia del año 900 algunos
intelectuales predicaban la lucha de los pueblos oprimidos, una mejor
distribución de la riqueza y el establecimiento de una "ciudad de la razón" y en los textos de la época se usaban las palabras "izquierda", "derecha", "revolución" y "reacción".
Seguramente el estudioso de culturas anteriores encontrará las palabras
izquierda y derecha en el sentido en que la entendemos nosotros, los
franceses de la revolución y los persas del año 900.
El segundo motivo que informa de la pobreza de este mito es que no
explica por qué diablos los enemigos del feudalismo se sentaron a la
izquierda y no a la derecha. Éste es un buen ejemplo para echar por
tierra el argumento de quienes afirman que el signo es arbitrario, es
decir, que repetimos una palabra porque alguien arbitrariamente le
asignó un sentido y por lo tanto la palabra no tendría vínculo en sí con
la cosa que nombra.
El orden establecido
Este problema de la arbitrariedad o naturalidad del signo es
cualquier cosa menos intrascendente, pero de momento señalemos que los
enemigos del feudalismo optaron por sentarse a la izquierda pues
entendieron que la izquierda significaba enfrentarse a lo usual, es
decir, al orden establecido, habida cuenta que lo usual es que la gente
use la mano derecha y por eso la derecha se considera lo correcto, la
forma en que giran las manecillas del reloj, lo natural, lo "diestro",
al contrario que la izquierda, lo "siniestro", lo diabólico, pues Jesús
se sienta a la diestra de Dios Padre y los musulmanes comen con la mano
derecha y usan la mano izquierda, la impura, para otros menesteres menos
heroicos.
Así que nosotros, después de los franceses y los persas y vaya a
saber uno desde cuándo, usamos la palabra izquierda para referirnos a
quienes luchan contra el orden establecido, no porque arbitrariamente
alguien le encajara ese significado, sino porque nos parece harto
natural llamarla así y así prevalecen ciertas palabras, de igual manera
que si en una selva se trazan dos caminos, tiende a prevalecer
naturalmente y por el uso el camino más corto mientras el otro será
cubierto por el follaje.
¿El FA aplica un programa de izquierda?
El signo elocuente de la globalización es un movimiento de tijeras:
por un lado, y al alza, las trasnacionales traspasan las barreras
nacionales apropiándose con especial énfasis de los recursos naturales,
acentuando la división entre países ricos y países empobrecidos e
incrementando la concentración de riqueza y poder en pocas manos. Jamás
en un ningún otro régimen histórico tan pocos fueron dueños de tanto.
La otra punta del movimiento de tijeras, y a la baja, son Estados que
pierden soberanía ante el empuje de las trasnacionales y ante
instituciones internacionales, mientras en el plano ideológico se asume
esta penetración y esta inaudita concentración de riquezas como algo
natural, al extremo de considerarse el programa económico vigente como
el único posible. Nunca, en toda la historia de los siglos XIX y XX
estuvo tan debilitada la crítica a un orden social injusto y el reclamo
por un reparto equilibrado de la riqueza generada por el hombre.
Así que mientras la concentración de riqueza aumenta, la lucha por el
reparto de riqueza se debilita, favoreciendo precisamente la
concentración de riqueza. Este debilitamiento de la posición igualadora,
la pretensión de los plebeyos por apropiarse de la riqueza que generan,
se ve reforzada por la estrepitosa derrota de las revoluciones
socialistas y de los progresismos en nuestro continente.
La derrota de los progresismos es doble: no sólo vienen siendo
barridos del poder, sino que incluso antes fueron barridos
ideológicamente al aplicar los programas económicos cuya crítica los
llevó al poder, y esta claudicación ideológica es la que refuerza la
idea de que no existe, no tiene derecho a la existencia por considerarse
irreal, un programa económico alternativo al que se aplica en nuestros
países en los últimos cuarenta años.
La pédida de soberanía
¿Cuál es el programa que impulsa el Frente Amplio? El Frente Amplio
carece de un plan de desarrollo nacional. En la agenda política no se
incluye este problema, habida cuenta que la oposición también carece de
un pan de desarrollo nacional. Mientras tanto, en ausencia de un plan,
se apuesta a la industrialización que traería aparejada la inversión
extranjera, la gran "dinamizadora" de nuestra economía.
La inversión extranjera, desde que se le abrieron las puertas, no ha
dinamizado nada en absoluto, al contrario, mientras goza de
exoneraciones tributarias y beneficios por doquier, ha primarizado
nuestra economía y se ha apropiado de los principales rubros de
producción, ampliando la fuga de capitales. A modo de ejemplo, tres
empresas extranjeras, las principales latifundistas, poseen 997.000
hectáreas, es decir, superan reunidas al departamento de Treinta y Tres:
Eufores, 369.000; UAG 320.000 y Stora Enso 308.000.
Esta apropiación de recursos trae por añadidura la erosión de la
República y del principio de igualdad ante la ley, toda vez que se
pactan acuerdos secretos, se aceleran trámites de habilitación sin
estudio previo, se exonera de tributos que el resto paga religiosamente,
se resigna soberanía jurídica, se pacta una paz sindical a medida y se
permite la injerencia de empresas privadas en la educación pública.
Al mismo tiempo, el gobierno estimula una agenda de derechos basada
en el principio de la desigualdad ante la ley, una cortina de humo que
no mejora la vida de las minorías y en cambio acentúa la atomización de
la sociedad.
Pretender hacer girar las manecillas del reloj en otra dirección es
cosa del pasado. La reforma agraria una vez propugnada se ha convertido
en una antireforma agraria; la nacionalización de la banca, en una
privatización de la banca y bancarización forzosa; la igualdad ante la
ley, en una desigualdad ante la ley. Sin embargo, con ser bastante, esto
no es todo. Mientras la educación pública cae en picada y se distancia
de la educación privada, aumentan los delitos y barrios enteros son
dominados por el narcotráfico. Nuestra sociedad asiste a un proceso de
colombianización.
¿Pero cuál es el plan del gobierno y la oposición para revertir este
proceso por el cual cada vez más gente adopta formas de vida
antisociales? Así como en el terreno económico, no hay plan. Se
administran unas chirolas populistas para asistir a los más carenciados y
apenas el Estado vea disminuidos sus ingresos por la suicida apuesta a
la producción de bienes primarios, estallará la bomba de tiempo con
consecuencias insospechadas.
¿Por qué fracasaron las revoluciones socialistas y los progresismos?
Las revoluciones son irrupciones democráticas donde miles de
individuos anteriormente apáticos, se lanzan a la actividad política
para imprimir un nuevo rumbo y generando para ello nuevas instituciones
democráticas.
Ante los innumerables problemas que deben afrontar, como una invasión
extranjera y un descalabro en la producción, la única posibilidad de
triunfo de las revoluciones es mantener y estimular estas nuevas
instituciones democráticas para dejar que se liberen todas las fuerzas
constructivas que anidan en una sociedad, las cuales normalmente no se
activan, y para eso, para optar por el mejor camino y aprender de los
errores, es imprescindible la lucha de ideas.
Ahora ¿por qué los revolucionarios abandonan la democracia que las
impulsa al poder y cavan de esa manera su propia tumba? Sea cual fuere
la respuesta a esta interrogante, no puede excluir el hecho de que los
revolucionarios no han construido aún un sistema de ideas
suficientemente fuerte como para no ser absorbidos por la ideología
dominante, o si se quiere, la ideología dominante tiene un poder de
resistencia suficiente como para contrarrestar los embates que ha
sufrido hasta ahora.
Si el sistema ha podido contrarrestar estas impresionantes
irrupciones democráticas ¿qué decir de su capacidad para contrarrestar
el tímido empuje de los progresismos? Habida cuenta del desgaste de los
partidos que habían llevado a cabo la apertura a los capitales
trasnacionales, el progresismo alcanzó el gobierno para abandonar ipso
facto el discurso crítico que lo llevó al gobierno y convertirse, de esa
manera, en el nuevo partido de las trasnacionales. En ese sentido, y
desde ese específico punto de vista, no existiría tal diferencia entre
derecha e izquierda, las dos caras de la moneda del sistema, un
"recambio" por birlibirloque que permite la continuidad del modelo.
El nuevo partido de las transnacionales
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