Identifican restos de detenido desaparecido
23.05.2012
Identificaron en Argentina los restos de Alberto Mechoso, desaparecido en ese país durante la dictadura. Mechoso, militante del PVP, fue secuestrado en Buenos Aires a fines de setiembre de 1976. Según informó a Montevideo Portal el dirigente Raúl Olivera sus restos fueron encontrados junto a los de Marcelo Gelman.
Los restos de Alberto Mechoso, "Pocho", fueron identificados en Buenos
Aires, informó TNU, aunque, según pudo saber Montevideo Portal, fueron
hallados junto a los de Marcelo Gelman, padre de Macarena, en octubre de
1976.
En conversación con Montevideo Portal, el dirigente del Partido Por la
Victoria del Pueblo, Rául Olivera, dijo que se trata del primer detenido
desaparecido identificado de la organización.
"Es un impacto muy grande", señaló el dirigente del PVP, agregando que
hay una treintena de militantes de la organización que están
desaparecidos, entre Uruguay y Argentina.
Según informó Olivera los restos de Mechoso fueron encontrados junto a
los de Marcelo Gelman, en octubre de 1976, en el canal de San Fernando,
en un tanque relleno de hormigón.
Olivera señaló que recién fueron identificados ahora, debido a que se le
dio prioridad a las comparaciones de ADN con ciudadanos argentinos.
Al ser consultado sobre si se esperaban que aquellos restos no
identificados pertenecieran a Mechoso, Olivera señaló que el único
elemento común que tenían era que ambos habían estado recluidos en el
centro de torturas Automotoras Orletti.
Mechoso, militante del PVP, había sido secuestrado junto a Adalberto
Soba a fines de setiembre de 1976, en Buenos Aires. Estuvo detenido en
Orletti, y posteriormente fue desaparecido.
Por su caso, entre otros 28, fueron procesados los militares Gilberto
Vázquez, José Ricardo Arab, Ernesto Ramas, José Gavazzo, Luis Maurente y
Jorge Silveira y los policías José Sande Lima y Ricardo Medina, y
condenados a penas de entre 20 y 25 años de prisión.
Comunicado de Presidencia de la República
La Secretaría para los Derechos Humanos de la Presidencia de la
República informa que a partir de las muestras genéticas proporcionadas
por esta Secretaría al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF),
éste comunicó en el día de la fecha la identificación - mediante
exámenes de ADN - de restos óseos hallados oportunamente en la ciudad de
Buenos Aires, como pertenecientes al ciudadano uruguayo Alberto Cecilio
Mechoso Méndez, detenido en la República Argentina el 26 de setiembre
de 1976 y que permaneciera desaparecido desde entonces.
Alberto Mechoso Mendez era nacido en el Departamento de Flores el
1° de noviembre de 1936 y era militante de la Federación Anarquista
Uruguaya y luego de la Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales
y en Argentina, del Partido por la Victoria del Pueblo. Fue asimismo
militante gremial en la Federación de Obreros de la Industria de la
Carne y de la Convención Nacional de los Trabajadores.
La Secretaría para los Derechos Humanos de Presidencia de la
República, en la que se desempeñan en distintas áreas 35 personas, y que
mantiene contacto permanente con organismos similares de todos los
países de la región, tiene entre sus cometidos prioritarios completar el
Banco de muestras genéticas de familiares de detenidos desaparecidos,
en el que se trabaja actualmente y que permitió en esta oportunidad la
identificación de referencia, habiéndose alcanzado a cubrir el 80% del
universo de los casos denunciados.
Oportunamente, esta Secretaría para los Derechos Humanos de
Presidencia de la República ampliará esta información en función de los
avances judiciales de la causa que se tramita en la República Argentina.
El equipo argentino de Antropología Forense se comunicó la identificación mediante exámenes de ADN de restos óseos hallados en Buenos Aires que eran pertenecientes al ciudadano uruguayo Alberto Cecilio Mechoso Méndez que había sido detenido en la República Argentina el 26 de setiembre de 1976.
Alberto Mechoso nació en el departamento de Flores el 1 de noviembre de 1936. Fue militante de la Federación Anarquista Uruguaya y luego de la Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales y en Argentina del Partido por la Victoria del Pueblo.
Así mismo también fue militante gremial en la Federación de Obreros de la Industria de la Carne y de la Convención Nacional de Trabajadores (CNT).
Alberto Mechoso Méndez
(Pocho).
1936-1976.
Esta carta fue escrita durante su estadía en el 5to. de
Artillería, cuartel ubicado el costado del
Cementerio Norte, del cual se
fuga. Desaparece en la
Argentina siendo militante de FAU
a la interna de ese mar de
militantes que fue el PVP de 1976.
Compañeros:
Desde el 6 de
agosto hasta ahora, me parece que he aprendido más, mucho más de lo que me enseñaron
los 6 años que pasé en Punta Carretas, me parece que he aprendido mucho más que
en los 35 años que llevo de vida. Por un
lado está la experiencia de adentro del Cuartel, el enfrentamiento a los
verdugos, la mano solidaria de los compañeros. Por el otro lo que pasó después,
afuera. La noche siguiente a la fuga me vi. en la
televisión.
Y todo esto
que uno vive tan intensamente, lo están viviendo de un modo u otro, centenares
de miles de orientales. Son muchos los chiquilines separados de sus padres,
porque están presos o porque tienen que irse a otros lados a buscar el trabajo
que aquí no encuentran. Son muchas las madres que no ven a sus hijos, porque
están perseguidas o porque trabajan de sol a sol para ayudar a parar la olla.
Son muchas las mujeres que al final de una vida de trabajo no tienen un techo
donde guarecerse, porque no pueden pagar con jubilaciones miserables, o porque
la mente podrida de los verdugos venga en ellos la rebeldía de los hijos que
con inmenso cariño ellas supieron criar.
Y ante todo
esto, ¿qué otro camino nos queda? Ante todo esto, ¿de qué manera vale la pena
vivir la vida?
Hay un solo
camino, hay una sola manera de vivir, sin vergüenza: peleando. Ayudando a que
la rebeldía se extienda por todos lados, ayudando a que se junten el perseguido
y el hombre sin trabajo, ayudando a que el 'sedicioso' y el obrero explotado se
reconozcan como compañeros, aprendan luchando, que tienen por delante un mismo
enemigo. Por todo eso, compañeros, quiero que me hagan un lugar... por todo eso
no voy a tardar en volver. Libertad o Muerte. “Pocho".
Con
Alberto Mechoso (H) y Sandro
Sosa
'Éramos chicos para matarnos'
Escribe: JOSÉ LÓPEZ MERCAO
Escribe: JOSÉ LÓPEZ MERCAO
El próximo martes se cumplirán treinta años de la desaparición,
en Buenos Aires, de Alberto 'Pocho' Mechoso y Adalberto 'Plomo' Soba, militantes
del Partido por la Victoria del Pueblo (PVP). Para Alberto José Mechoso y Sandro
Soba, sus hijos mayores, la fecha tiene un significado adicional: fue la última
vez que vieron con vida a sus padres.
El coronel (r) Ernesto Ramas
Por entonces, Alberto y Sandro tenían, respectivamente, seis
y siete años. Hoy son hombres. Nos encontramos con ellos en la intersección de
Soriano y Río Negro, en el bar de Violeta. Pensé que desde aquel sombrío 26 de
setiembre la vida de los hijos había prolongado la amistad de sus padres. No era
así, el horror los había juntado en un momento terrible para separarlos con una
marca terrible. "Nos reencontramos a partir de esta apertura jurídica contra la
impunidad. En realidad,
ésta es la segunda reunión entre él y yo", aclara Sandro. Sandro es menudo como
'El Plomo', su padre. Alberto tiene la contextura corpulenta de los Mechoso. Las
homologías entre ambos son más profundas, vienen de la historia, de las
vivencias comunes y del dolor que ambos han procesado desde su interioridad.
"...IGUAL AL PADRE"
El mismo día en que es capturado su padre, el pequeño Alberto es secuestrado en su casa en Buenos Aires, junto a su madre, Beatriz, y su hermana del mismo nombre. "Nos llevaron a una casa, que después supimos que era la de Sara Méndez. Allí vi a mi padre por última vez. Estaba muy torturado y sabía que iba a morir. Le dijo a mi madre: 'Yo de ésta no salgo. Búscate un compañero que no le pegue los gurises'. Pensaba en nosotros y nos consolaba. Me pidió que cuidara a mi madre y a mi hermana. Me aconsejó como si fuera un hombre." Alberto recuerda a Gavazzo, que encabezó el operativo de secuestro de Beatriz y los niños: "Llevaba el reloj de mi viejo en la muñeca. Me acuerdo de que me preguntó cómo me llamaba: 'Alberto Guerrero', le dije. Era la identidad falsa que usaba. Con mis seis años ya estaba acostumbrado a cambiar de vivienda y ocultar mi identidad. 'Ah, mierda -respondió-, éste es igual al padre".
"Dos días después, de la casa de Sara nos trajeron directamente a Montevideo en un vuelo comercial de Pluna. Gavazzo se hizo pasar por nuestro padre y amenazó con matarnos si decíamos algo. A pesar de los años recuerdo que le dijo a mi madre: 'Con usted señora, yo sé que no voy a tener problemas, porque sé que no va a hablar. Pero con ellos no sé qué va a pasar el día de mañana'. Aquí seguimos encerrados durante seis días más, en un lugar que para mí era La Tablada. Con el tiempo me quedó claro que estaban decidiendo qué hacer con nosotros. Ya éramos muy grandes para entregarnos en adopción y muy chicos para matarnos. Después vendrían los años de colgarnos de la mano de mamá para ir por los cuarteles preguntando por el paradero de mi viejo. Nos decían que estaba requerido, en una palabra, nos tomaban el pelo".
LAS "FOTOS" DE LA MEMORIA
Sandro escucha en silencio. Tiene los dedos empercudidos y se lo hago notar. "Es la construcción", me dice. Tiene la última falange del meñique torcido. Nota que la observo, sonríe y me dice: "Se me fracturó y lo arreglé yo". "Así quedó", agrega. Comienza a contar la parte que le tocó en esta historia paralela: "A papá lo habían capturado en la calle, la mañana del 26 de setiembre. De tarde lo llevan a la casa nuestra, en Haedo. Lo que me queda de todo aquello son fotografías, que me marcaron mucho", silenciándose un momento como para revivirlas. "Cuando hacen el operativo, mi vieja va hacia el fondo y le dicen que había algo para ella. Corre hacia la camioneta y yo voy atrás de ella. Adentro del vehículo estaba mi viejo, casi desnudo, mojado y obligadamente torturado. En la casa había una imprenta, en la que estaban trabajando dos compañeros: uno era Errandonea y del otro no recuerdo el nombre. Mi vieja dijo que no los conocía, que no sabía nada. Fuimos trasladados a Orletti y una de las fotos que me queda de aquello es que cuando nos llevaban pasó un heladero y nos compraron helados para mí y mis hermanos. Nos obligaron a comerlos, como si con eso no nos diéramos cuenta de lo que pasaba. Me acuerdo del gusto del helado mezclado con el de las lágrimas. Yo era el mayor, Leonardo tema dos años menos que yo y Tama -que falleció hace dos meses- era la más chiquita, por entonces tenía cinco años". Sandro habla despacio y se refiere una y otra vez a "las fotos". La primera vez que las mencionó pensé en fotografías del lugar que había visto posteriormente. Pero no, son sus propias fotos. Cuando las vuelve a mencionar lo miro a los ojos y parece que la retina se fijara en algún lugar del espacio de la memoria. "De Orletti también tengo fotos", repite. "Nos llevaron a la parte de arriba -prosigue-, y desde allí se veía el tanque donde torturaban y gente sentada en el piso. Mi vieja dijo que no viajábamos si no veíamos a mi viejo. Recuerdo a mi vieja discutiendo como una gigante, jugándose la vida y la nuestra. Al final accedieron a que los viéramos. Fue la última foto que tengo de mi viejo. En esa entrevista pasarían cosas que me marcarían la vida. Obligadamente tenía marcas de tortura, pero no había en sus palabras llamados a la venganza, ni siquiera quejas, ni reproches a nadie. Sólo pedía agua cada pocas palabras y nos daba consejos. Se preocupó por mamá, por cómo iba a quedar, porque era muy nerviosa. Me decía que tenía que cuidarla a ella y a mis hermanitos, porque yo era el mayor. Esa serenidad del viejo, esa falta de deseos de venganza me guió en la vida y he procurado, a mi modo, transmitirle a la gente eso."
CICATRICES
La vida seguiría en el terror y el vacío de los años siguientes, creciendo ambos sin la presencia paterna. Alberto evoca al tío Polo: "El era el mayor de los hermanos de mi padre. 'Friyero' igual que él, tiene una historia particular. En realidad él no militaba, pero fue el que integró a la lucha a los hermanos. Cuando llegamos nos recogió como un padre, que lo fue realmente, poniéndole el pecho a todo. Primero nos llevó a vivir con él en Nuevo París y después al Paso Molino, a Emilio Romero y Juan Artigas. En este momento, esa actitud puede parecer normal, pero él supo ser hombre cuando se necesitaban los hombres y no había nadie a nuestro lado. Por lo demás, la vida continuó. Mi vieja siempre laburando, yendo a la plaza con la foto de mi viejo, pese a que habíamos asumido hace años que lo habían matado. Hubo un tiempo en que eso no se hablaba entre nosotros, pero estaba ahí, dando vueltas y hoy en día sigue luchando, pero está golpeada por la vida". Le pregunto si reconstruyó su mundo afectivo, si cumplió con el último consejo del esposo: "No, no le hizo caso al viejo -dice Alberto con una sonrisa entre admirativa y triste-. Siguió siempre con esa esperanza, siempre criándonos a nosotros, siempre con la foto de papá en la pared. Esperando, aunque sabía que no volvería. Cuando las cosas se pusieron bravas él le había dicho: 'Yo voy a seguir en la lucha, si vos me querés acompañar mejor que mejor, si no, te comprendo'. Y ella lo acompañó, sin saber en qué estaba mi viejo, pero acompañándolo siempre, hasta hoy" Le comento a Sandro esa palabra que reitera como tic: "obligadamente". "Luego de una excelente entrevista que te hizo Joel Rosemberg, una oyente comentó que ese 'obligadamente' es una definición de todo lo que te sucedió, de todos los horrores y las ausencias que te impusieron." Sandro ríe nerviosamente con un poco de pudor y admite con la cabeza. "Es así, pero ¿no es lo que obligadamente nos hicieron sentir a todos, no sólo a mí?¿No marcaron obligadamente a toda la sociedad, en lo económico, en lo social, en la cultura, en los afectos?" Le pregunto sobre los años posteriores, cómo elaboró su cabecita de niño la ausencia del padre, el trauma de lo vivido. "A nosotros también nos trajeron en el mismo vuelo que Alberto. Cuando llegamos nos acogimos en la casa de mi bisabuela. Para nosotros fue muy duro. Cada uno de los hermanitos lo asumió de manera distinta. Leonardo cuando sentía una sirena corría, siempre lo acompañaba el miedo. Tania no creía en nada, ni en las palabras ni en la gente y vivió muchos años descreída de las personas y de todo lo que le decían. Aunque le hablaras con el corazón ella no salía de su encierro." Le pregunto si tenía miedo de aquellos recuerdos y me mira como sin no entendiera nada. "Todo lo contrario -dice-, tenía miedo de olvidar. Me costaba dormir, porque tenía miedo de que llegara la mañana y perdiera las pocas fotos que me quedaban de mi padre, que se hubiera borroneado el recuerdo de cuando me sentó en sus rodillas y me puso en el volante del auto, en la Costanera, de sus últimas palabras. Tenía pánico a perder mis fotos, mis recuerdos, mi memoria, lo único que me quedaba de él." Prosigue narrando esos años duros: "Mi bisabuela era por parte de madre. Papá quedó huérfano de madre muy chico y su padre no estuvo con él. Lo criaron los padrinos y siempre tuvo una vida muy complicada. Yo desde muy chico empecé a estudiar de mañana en la UTU y de tarde trabajaba en una carpintería. Hasta que tuve que ayudar a mamá y optar definitivamente por el trabajo". Como Alberto, venera a su madre, María Elena: "Nosotros nos ponemos al lado de las viejas y no somos nada. Ellas estuvieron bajo lluvia, aguantando el sol, cuando las organizaciones sociales no existían y ellas eran la conciencia de todos. Cuando ellas estuvieron allí fueron muy pocos los que estaban y yo la miraba a la vieja con la bandera y hoy me doy cuenta de cuánto le debía pesar. Esto que estamos viviendo es el fruto de la lucha de esas viejas". "Cuando volvimos, para ella fue muy difícil: la paraban en la calle, la vigilaban. Tuvo que salir a laburar, comprender qué era lo bueno y lo malo, con un montón de temores arriba. Hoy tiene que seguir laburando, por los cuatro nietos, los hijos de Tania, de los cuales el mayor tiene parálisis cerebral. Ya no está en edad de laburar, pero así son las cosas y así son ellas."
CONSTRUCTORES DE VERDADES
Al llegar la dictadura a su fin, lo que para todos fue fiesta, para ellos tuvo un sabor agridulce. "Yo fui algunas veces a Libertad a ver a mi tío Juan Carlos", cuenta Alberto. Cuando salieron los presos lo fui a buscar y se me mezclaban los tantos. La alegría por su libertad y la de sus compañeros y la angustia de no ver salir a mi padre." Sandro corrobora lo dicho por su compañero: "Cuando salían los presos de Libertad, para nosotros era un abismo en el abismo. En el fondo siempre creíamos que en algún lugar podrían estar, pero se iban vaciando las cárceles y era la confirmación de que no estaban. Ni la alegría colectiva podíamos vivir sin la angustia de nuestro propia ausencia. Empezabas a comprender que aquella ilusión era eso, una ilusión. Querer no creer en lo que estabas viendo. ¿Cómo explicarle a los que festejaban ese dolor profundo? ¿Cómo explicabas que lo que para ellos era un final para vos era un principio?"
Les hablo de la verdad, que en el reclamo de los familiares se sobrepone al reclamo de justicia y castigo. Sandro asiente, pero con reparos. "Es así, pero la historia no me interesa que la digan ellos. Ellos han construido mentira tras mentira, no me interesan sus mentiras, por más que se disfracen de verdades. Es cosa de nosotros buscar la verdad. ¿Qué verdad me pueden contar ellos? Las verdades pueden desaparecerlas pero quedan en la historia. Nosotros somos constructores de verdades."
"¿Que le dirían a Gavazzo si pudieran hablar con él?", inquiero. Alberto responde: "Que es un cobarde. No es de hombre secuestrar niños ni torturar. Le ti iría que yo estoy orgulloso del padre que tuve. Me gustaría saber si sus hijas pueden decir lo mismo". Sandro menea la cabeza y dice: "Yo no le diría nada. No quiero contactos con esa gente. Si hicieron lo que hicieron ya es imposible decirles nada. Ellos no van a cambiar y contaminan. En el Juzgado lo único que quise demostrarles es que el miedo con que envenenaron mi vida y la de mi familia ya se había terminado. Es lo único que quiero que sepan, que se terminó el miedo".
DEMASIADAS COINCIDENCIAS
La tarde muere y salimos a fumar el cigarrillo de la despedida en la puerta de lo de Violeta. Me hablan de las coincidencias trágicas en sus vidas, pero también de otras casuales o buscadas, la similitud de los nombres de los viejos (Alberto y Adalberto), que dos de sus nietos se llamen Ezequiel, sin previo concierto entre los padres, que el segundo nombre del hijo de Alberto, Martín, sea el seudónimo de Pocho, que el hijito de la hermana de Alberto se llame Ana Clara, evocando una canción querida por el viejo. Me despido y al llegar a mi casa encuentro otra coincidencia que emerge del fondo de la historia: "1937. Setiembre 26. Ultima comunicación de Miguel Arcángel Roscig-no". Primer desaparecido en el Río de la Plata, maestro de la fuga, precursor ilustre de estos libertarios irreductibles. Demasiadas coincidencias.
"...IGUAL AL PADRE"
El mismo día en que es capturado su padre, el pequeño Alberto es secuestrado en su casa en Buenos Aires, junto a su madre, Beatriz, y su hermana del mismo nombre. "Nos llevaron a una casa, que después supimos que era la de Sara Méndez. Allí vi a mi padre por última vez. Estaba muy torturado y sabía que iba a morir. Le dijo a mi madre: 'Yo de ésta no salgo. Búscate un compañero que no le pegue los gurises'. Pensaba en nosotros y nos consolaba. Me pidió que cuidara a mi madre y a mi hermana. Me aconsejó como si fuera un hombre." Alberto recuerda a Gavazzo, que encabezó el operativo de secuestro de Beatriz y los niños: "Llevaba el reloj de mi viejo en la muñeca. Me acuerdo de que me preguntó cómo me llamaba: 'Alberto Guerrero', le dije. Era la identidad falsa que usaba. Con mis seis años ya estaba acostumbrado a cambiar de vivienda y ocultar mi identidad. 'Ah, mierda -respondió-, éste es igual al padre".
"Dos días después, de la casa de Sara nos trajeron directamente a Montevideo en un vuelo comercial de Pluna. Gavazzo se hizo pasar por nuestro padre y amenazó con matarnos si decíamos algo. A pesar de los años recuerdo que le dijo a mi madre: 'Con usted señora, yo sé que no voy a tener problemas, porque sé que no va a hablar. Pero con ellos no sé qué va a pasar el día de mañana'. Aquí seguimos encerrados durante seis días más, en un lugar que para mí era La Tablada. Con el tiempo me quedó claro que estaban decidiendo qué hacer con nosotros. Ya éramos muy grandes para entregarnos en adopción y muy chicos para matarnos. Después vendrían los años de colgarnos de la mano de mamá para ir por los cuarteles preguntando por el paradero de mi viejo. Nos decían que estaba requerido, en una palabra, nos tomaban el pelo".
LAS "FOTOS" DE LA MEMORIA
Sandro escucha en silencio. Tiene los dedos empercudidos y se lo hago notar. "Es la construcción", me dice. Tiene la última falange del meñique torcido. Nota que la observo, sonríe y me dice: "Se me fracturó y lo arreglé yo". "Así quedó", agrega. Comienza a contar la parte que le tocó en esta historia paralela: "A papá lo habían capturado en la calle, la mañana del 26 de setiembre. De tarde lo llevan a la casa nuestra, en Haedo. Lo que me queda de todo aquello son fotografías, que me marcaron mucho", silenciándose un momento como para revivirlas. "Cuando hacen el operativo, mi vieja va hacia el fondo y le dicen que había algo para ella. Corre hacia la camioneta y yo voy atrás de ella. Adentro del vehículo estaba mi viejo, casi desnudo, mojado y obligadamente torturado. En la casa había una imprenta, en la que estaban trabajando dos compañeros: uno era Errandonea y del otro no recuerdo el nombre. Mi vieja dijo que no los conocía, que no sabía nada. Fuimos trasladados a Orletti y una de las fotos que me queda de aquello es que cuando nos llevaban pasó un heladero y nos compraron helados para mí y mis hermanos. Nos obligaron a comerlos, como si con eso no nos diéramos cuenta de lo que pasaba. Me acuerdo del gusto del helado mezclado con el de las lágrimas. Yo era el mayor, Leonardo tema dos años menos que yo y Tama -que falleció hace dos meses- era la más chiquita, por entonces tenía cinco años". Sandro habla despacio y se refiere una y otra vez a "las fotos". La primera vez que las mencionó pensé en fotografías del lugar que había visto posteriormente. Pero no, son sus propias fotos. Cuando las vuelve a mencionar lo miro a los ojos y parece que la retina se fijara en algún lugar del espacio de la memoria. "De Orletti también tengo fotos", repite. "Nos llevaron a la parte de arriba -prosigue-, y desde allí se veía el tanque donde torturaban y gente sentada en el piso. Mi vieja dijo que no viajábamos si no veíamos a mi viejo. Recuerdo a mi vieja discutiendo como una gigante, jugándose la vida y la nuestra. Al final accedieron a que los viéramos. Fue la última foto que tengo de mi viejo. En esa entrevista pasarían cosas que me marcarían la vida. Obligadamente tenía marcas de tortura, pero no había en sus palabras llamados a la venganza, ni siquiera quejas, ni reproches a nadie. Sólo pedía agua cada pocas palabras y nos daba consejos. Se preocupó por mamá, por cómo iba a quedar, porque era muy nerviosa. Me decía que tenía que cuidarla a ella y a mis hermanitos, porque yo era el mayor. Esa serenidad del viejo, esa falta de deseos de venganza me guió en la vida y he procurado, a mi modo, transmitirle a la gente eso."
CICATRICES
La vida seguiría en el terror y el vacío de los años siguientes, creciendo ambos sin la presencia paterna. Alberto evoca al tío Polo: "El era el mayor de los hermanos de mi padre. 'Friyero' igual que él, tiene una historia particular. En realidad él no militaba, pero fue el que integró a la lucha a los hermanos. Cuando llegamos nos recogió como un padre, que lo fue realmente, poniéndole el pecho a todo. Primero nos llevó a vivir con él en Nuevo París y después al Paso Molino, a Emilio Romero y Juan Artigas. En este momento, esa actitud puede parecer normal, pero él supo ser hombre cuando se necesitaban los hombres y no había nadie a nuestro lado. Por lo demás, la vida continuó. Mi vieja siempre laburando, yendo a la plaza con la foto de mi viejo, pese a que habíamos asumido hace años que lo habían matado. Hubo un tiempo en que eso no se hablaba entre nosotros, pero estaba ahí, dando vueltas y hoy en día sigue luchando, pero está golpeada por la vida". Le pregunto si reconstruyó su mundo afectivo, si cumplió con el último consejo del esposo: "No, no le hizo caso al viejo -dice Alberto con una sonrisa entre admirativa y triste-. Siguió siempre con esa esperanza, siempre criándonos a nosotros, siempre con la foto de papá en la pared. Esperando, aunque sabía que no volvería. Cuando las cosas se pusieron bravas él le había dicho: 'Yo voy a seguir en la lucha, si vos me querés acompañar mejor que mejor, si no, te comprendo'. Y ella lo acompañó, sin saber en qué estaba mi viejo, pero acompañándolo siempre, hasta hoy" Le comento a Sandro esa palabra que reitera como tic: "obligadamente". "Luego de una excelente entrevista que te hizo Joel Rosemberg, una oyente comentó que ese 'obligadamente' es una definición de todo lo que te sucedió, de todos los horrores y las ausencias que te impusieron." Sandro ríe nerviosamente con un poco de pudor y admite con la cabeza. "Es así, pero ¿no es lo que obligadamente nos hicieron sentir a todos, no sólo a mí?¿No marcaron obligadamente a toda la sociedad, en lo económico, en lo social, en la cultura, en los afectos?" Le pregunto sobre los años posteriores, cómo elaboró su cabecita de niño la ausencia del padre, el trauma de lo vivido. "A nosotros también nos trajeron en el mismo vuelo que Alberto. Cuando llegamos nos acogimos en la casa de mi bisabuela. Para nosotros fue muy duro. Cada uno de los hermanitos lo asumió de manera distinta. Leonardo cuando sentía una sirena corría, siempre lo acompañaba el miedo. Tania no creía en nada, ni en las palabras ni en la gente y vivió muchos años descreída de las personas y de todo lo que le decían. Aunque le hablaras con el corazón ella no salía de su encierro." Le pregunto si tenía miedo de aquellos recuerdos y me mira como sin no entendiera nada. "Todo lo contrario -dice-, tenía miedo de olvidar. Me costaba dormir, porque tenía miedo de que llegara la mañana y perdiera las pocas fotos que me quedaban de mi padre, que se hubiera borroneado el recuerdo de cuando me sentó en sus rodillas y me puso en el volante del auto, en la Costanera, de sus últimas palabras. Tenía pánico a perder mis fotos, mis recuerdos, mi memoria, lo único que me quedaba de él." Prosigue narrando esos años duros: "Mi bisabuela era por parte de madre. Papá quedó huérfano de madre muy chico y su padre no estuvo con él. Lo criaron los padrinos y siempre tuvo una vida muy complicada. Yo desde muy chico empecé a estudiar de mañana en la UTU y de tarde trabajaba en una carpintería. Hasta que tuve que ayudar a mamá y optar definitivamente por el trabajo". Como Alberto, venera a su madre, María Elena: "Nosotros nos ponemos al lado de las viejas y no somos nada. Ellas estuvieron bajo lluvia, aguantando el sol, cuando las organizaciones sociales no existían y ellas eran la conciencia de todos. Cuando ellas estuvieron allí fueron muy pocos los que estaban y yo la miraba a la vieja con la bandera y hoy me doy cuenta de cuánto le debía pesar. Esto que estamos viviendo es el fruto de la lucha de esas viejas". "Cuando volvimos, para ella fue muy difícil: la paraban en la calle, la vigilaban. Tuvo que salir a laburar, comprender qué era lo bueno y lo malo, con un montón de temores arriba. Hoy tiene que seguir laburando, por los cuatro nietos, los hijos de Tania, de los cuales el mayor tiene parálisis cerebral. Ya no está en edad de laburar, pero así son las cosas y así son ellas."
CONSTRUCTORES DE VERDADES
Al llegar la dictadura a su fin, lo que para todos fue fiesta, para ellos tuvo un sabor agridulce. "Yo fui algunas veces a Libertad a ver a mi tío Juan Carlos", cuenta Alberto. Cuando salieron los presos lo fui a buscar y se me mezclaban los tantos. La alegría por su libertad y la de sus compañeros y la angustia de no ver salir a mi padre." Sandro corrobora lo dicho por su compañero: "Cuando salían los presos de Libertad, para nosotros era un abismo en el abismo. En el fondo siempre creíamos que en algún lugar podrían estar, pero se iban vaciando las cárceles y era la confirmación de que no estaban. Ni la alegría colectiva podíamos vivir sin la angustia de nuestro propia ausencia. Empezabas a comprender que aquella ilusión era eso, una ilusión. Querer no creer en lo que estabas viendo. ¿Cómo explicarle a los que festejaban ese dolor profundo? ¿Cómo explicabas que lo que para ellos era un final para vos era un principio?"
Les hablo de la verdad, que en el reclamo de los familiares se sobrepone al reclamo de justicia y castigo. Sandro asiente, pero con reparos. "Es así, pero la historia no me interesa que la digan ellos. Ellos han construido mentira tras mentira, no me interesan sus mentiras, por más que se disfracen de verdades. Es cosa de nosotros buscar la verdad. ¿Qué verdad me pueden contar ellos? Las verdades pueden desaparecerlas pero quedan en la historia. Nosotros somos constructores de verdades."
"¿Que le dirían a Gavazzo si pudieran hablar con él?", inquiero. Alberto responde: "Que es un cobarde. No es de hombre secuestrar niños ni torturar. Le ti iría que yo estoy orgulloso del padre que tuve. Me gustaría saber si sus hijas pueden decir lo mismo". Sandro menea la cabeza y dice: "Yo no le diría nada. No quiero contactos con esa gente. Si hicieron lo que hicieron ya es imposible decirles nada. Ellos no van a cambiar y contaminan. En el Juzgado lo único que quise demostrarles es que el miedo con que envenenaron mi vida y la de mi familia ya se había terminado. Es lo único que quiero que sepan, que se terminó el miedo".
DEMASIADAS COINCIDENCIAS
La tarde muere y salimos a fumar el cigarrillo de la despedida en la puerta de lo de Violeta. Me hablan de las coincidencias trágicas en sus vidas, pero también de otras casuales o buscadas, la similitud de los nombres de los viejos (Alberto y Adalberto), que dos de sus nietos se llamen Ezequiel, sin previo concierto entre los padres, que el segundo nombre del hijo de Alberto, Martín, sea el seudónimo de Pocho, que el hijito de la hermana de Alberto se llame Ana Clara, evocando una canción querida por el viejo. Me despido y al llegar a mi casa encuentro otra coincidencia que emerge del fondo de la historia: "1937. Setiembre 26. Ultima comunicación de Miguel Arcángel Roscig-no". Primer desaparecido en el Río de la Plata, maestro de la fuga, precursor ilustre de estos libertarios irreductibles. Demasiadas coincidencias.
CARAS Y CARETAS,
22/09/2006
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ResponderEliminarEl Pocho tendría 75 años y se lo arrancaron a la familia y SUPERPEPE se preocupa porque no estén en cárcel los adorables viejitos que lo desaparecieron
ResponderEliminarhoy en dia vivo en europa y me econvertido en un hombre gracias al LOLO MECHOSO que fue mi ejemplo a seguir cuando ibamos al bauza ,al cadys, a capurro ,tranquilo que tu viejo desde el cielo estara orgulloso de como te comportaste ante la vida ,siempre poniendo el puño en el suelo para impulsarte con mas fuerza despues de una caida ,,lolo a ti ,a gabi,tus hijos ,tu madre ,al polo un abrazo del alma
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