Gabriel –Saracho- Carbajales, junio 2016
Un millón de delirios
mediáticos queriendo sepultar en el olvido la figura señera de José
Gervasio Artigas y así ahuyentar del alma popular su tremenda influencia
ideológico-espiritual, no han podido prosperar durante más de 150 años,
afortunadamente.
Pintarlo
como forajido o simple “bandido rural”, primero, y luego tratar de
describírselo meramente como un profesional de supuestas “artes bélicas”
y fundador de ejércitos regulares al servicio de los mismos que lo
traicionaron, fueron las técnicas del necio ninguneo antiartiguista
empleadas desde por lo menos los tiempos en los que se pretendió en vano
hacerlo volver del Paraguay para adornar las fanfarrias ceremoniales de
la artificial creación de una república surgida de la derrota de la
revolución oriental y de las conspiraciones proimperiales, y, a la vez,
antítesis irrencociliable de un ideario americanista que jerarquizó el
impulso y desarrollo, por desgracia trunco por ahora, de una Patria
Grande independiente y soberana, terminantemente opuesta a cualquier
tipo de colonialismo y a las ansias de hegemonía imperial interoceánica.
La
razón fundamental del antagonismo oligárquico aliado a las fuerzas
colonialistas respecto a la gran estrategia del artiguismo, consistió en
el propósito de éste de derrotar en toda la línea las aspiraciones de
una Banda Oriental sojuzgada y humillada por diminutos sectores sociales
que ya habían sido privilegiados por la Corona española, para los que
este territorio debía ser lo que de hecho es en el presente: el “Reino
del Latifundio”, un territorio totalmente dominado por insaciables
terratenientes y comanditas con ínfulas de “modernos” señores feudales, a
los que Artigas, decidida e irremediablemente, odiaba. Su “Reglamento
de Tierras” de 1815, decretando un reparto social e igualitario de
ellas, había sido no solamente la principal medida político-económica de
justicia social de la incipiente revolución oriental; era también una
brillante manera de concebir la defensa territorial a través de
auténticas milicias populares asentadas en una tierra entendida como
patrimonio común y bien social de quienes estuviesen resueltos a vivir
del trabajo digno y honesto y no de la opresión y el abuso de los demás o
de la especulación inmoral y antihumana.
Triunfaron
los que coqueteaban con la revolución al mismo tiempo que conspiraban
para aniquilarla, pero 252 años después del nacimiento de Artigas, no
han podido vencer la memoria del pueblo, y en nuestra conciencia y
nuestro espíritu, porfiadamente, perdura la figura y el ejemplo de un
hombre sencillo, honesto e íntegro que efectivamente fue el fundador de
un ejército: un ejército de seres libres y laboriosos que podían alzar
la quijada y la frente orgullosos por el simple atributo autoconquistado
de no vivir del sudor ajeno.
Si
hay gente a la que muy especialmente debe reconocérsele merecidamente
el mérito invalorable de habernos infundido y seguir infundiéndonos amor
y respeto por Artigas y por la revolución oriental justa y
americanista, generación tras generación, incansablemente -muchas veces
arriesgando hasta su propia estabilidad laboral frente a poderes
políticos represivos-, es a las maestras y los maestros, a todas las
docentes y todos los docentes que desde nuestra más tierna infancia nos
han mostrado por qué sí Artigas sigue cumpliendo años en el corazón y la
mente del pueblo, y otros apenas son mencionados por llevar el nombre
de una calle.
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