miércoles, 6 de julio de 2016

Gracias




Gabriel –Saracho- Carbajales, junio 2016


Un millón de delirios mediáticos queriendo sepultar en el olvido la figura señera de José Gervasio Artigas y así ahuyentar del alma popular su tremenda influencia ideológico-espiritual, no han podido prosperar durante más de 150 años, afortunadamente.
 
Pintarlo como forajido o simple “bandido rural”, primero, y luego tratar de describírselo meramente como un profesional de supuestas “artes bélicas” y fundador de ejércitos regulares al servicio de los mismos que lo traicionaron, fueron las técnicas del necio ninguneo antiartiguista empleadas desde por lo menos los tiempos en los que se pretendió en vano hacerlo volver del Paraguay para adornar las fanfarrias ceremoniales de la artificial creación de una república surgida de la derrota de la revolución oriental y de las conspiraciones proimperiales, y, a la vez, antítesis irrencociliable de un ideario americanista que jerarquizó el impulso y desarrollo, por desgracia trunco por ahora, de una Patria Grande independiente y soberana, terminantemente opuesta a cualquier tipo de colonialismo y a las ansias de hegemonía imperial interoceánica.
 
La razón fundamental del antagonismo oligárquico aliado a las fuerzas colonialistas respecto a la gran estrategia del artiguismo, consistió en el propósito de éste de derrotar en toda la línea las aspiraciones de una Banda Oriental sojuzgada y humillada por diminutos sectores sociales que ya habían sido privilegiados por la Corona española, para los que este territorio debía ser lo que de hecho es en el presente: el “Reino del Latifundio”, un territorio totalmente dominado por insaciables terratenientes y comanditas con ínfulas de “modernos” señores feudales, a los que Artigas, decidida e irremediablemente, odiaba. Su “Reglamento de Tierras” de 1815, decretando un reparto social e igualitario de ellas, había sido no solamente la principal medida político-económica de justicia social de la incipiente revolución oriental; era también una brillante manera de concebir la defensa territorial a través de auténticas milicias populares asentadas en una tierra entendida como patrimonio común y bien social de quienes estuviesen resueltos a vivir del trabajo digno y honesto y no de la opresión y el abuso de los demás o de la especulación inmoral y antihumana.
 
Triunfaron los que coqueteaban con la revolución al mismo tiempo que conspiraban para aniquilarla, pero 252 años después del nacimiento de Artigas, no han podido vencer la memoria del pueblo, y en nuestra conciencia y nuestro espíritu, porfiadamente, perdura la figura y el ejemplo de un hombre sencillo, honesto e íntegro que efectivamente fue el fundador de un ejército: un ejército de seres libres y laboriosos que podían alzar la quijada y la frente orgullosos por el simple atributo autoconquistado de no vivir del sudor ajeno.
Si hay gente a la que muy especialmente debe reconocérsele merecidamente el mérito invalorable de habernos infundido y seguir infundiéndonos amor y respeto por Artigas y por la revolución oriental justa y americanista, generación tras generación, incansablemente -muchas veces arriesgando hasta su propia estabilidad laboral frente a poderes políticos represivos-, es a las maestras y los maestros, a todas las docentes y todos los docentes que desde nuestra más tierna infancia nos han mostrado por qué sí Artigas sigue cumpliendo años en el corazón y la mente del pueblo, y otros apenas son mencionados por llevar el nombre de una calle.






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