La sala 8
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Hay pasados que son cimientos de tristes presentes y hay memorias y recuerdos que sostienen la promesa de otros futuros.
Hace poco, una cara macabra de nuestro presente volvió a mostrarse: los archivos de un guardián de las clases dominantes. Ellos espían, graban, registran. Necesitan contar y registrar para mantener las cosas tal cual son, necesitan espiar, seguir, infiltrar para poder sostener éste mundo. La riqueza en pocas manos precisa de muros y armas que la protejan.
Se puede elegir hacer como que se olvida, cubrir, tapar, barrer bajo las alfombras. Hacer como que no existe, decirnos que ya pasó. Se puede ser la contracara civil e institucional que oculta las culpas y hedores del terror de los poderosos, como un ministro de triste memoria.
O se puede elegir estar del lado de los que sólo tienen sus manos y corazones. Esa fue la elección de las y los que recordamos hoy. Fueron víctimas del terrorismo de estado, de la violencia de los poderosos. Trabajadores, estudiantes, sindicalistas y militantes sociales y políticos. Con muchas distintas formas de soñar el mismo sueño de justicia y libertad.
Nosotras y nosotros queremos seguir conjugando en presente los mismos verbos de sus sueños, las mismas ansias de sus corazones y el mismo destino de sus luchas y resistencias.
Mantener viva la memoria, dar testimonio, es una forma de hacerlo.
Enfrentar el compromiso de hablar hoy, en nombre de la Mesa Permanente contra la Impunidad, ha sido y es un gran desafío para mi, dado que este colectivo como tal, hace varios años que viene bregando para poder poner una placa aquí y dar a conocer de un buena vez, las atrocidades que se perpetraron durante los años en que la violencia del poder atacó a nuestro País desde 1968 a 1984 en este nosocomio.
Aún hoy, nos parece increíble que la gente pase por este lugar, espere el ómnibus frente a él, ignorando muchas veces los crímenes aquí cometidos. Lo pisoteados que fueron los Derechos Humanos, por los militares en primer lugar; pero también por aquellos otros que un día hicieron el Juramento Hipocrático comprometiéndose con salvar vidas. y que entre otras cosas dice :
“En cuanto pueda y sepa, usaré las reglas dietéticas en provecho de los enfermos y apartaré de ellos todo daño e injusticia.
Jamás daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo…
En cualquier casa que entre, lo haré para bien de los enfermos, apartándome de toda injusticia voluntaria y de toda corrupción”
El Hospital Militar es uno de los lugares más emblemáticos del terrorismo de estado, lugar por donde pasaron miles de seres humanos cuya única culpa fue soñar y luchar por un mundo justo y solidario.
Hace ya unos años escribí un cuento al que le puse el título de “Más allá de la muerte” y se lo dediqué a una compañera que murió de Lupus.
En ese, mi primer intento personal, de dar a conocer lo visto y compartido en este lugar, relato una ínfima parte de las vivencias que debieron padecer los presos políticos.
Entre otras cosas, realmente lo considero un lugar dantesco, y pienso que el infierno al que cotidianamente nos enfrentábamos en la sala 8 y en los calabozos, de los que prácticamente no se habla y donde murieron compañeros, fue muy similar al que nos narró Dante
Estando allí uno era obligado a volverse personaje de La Divina Comedia, donde “otros Dantes” jugaban con nosotros, enviándonos unas veces al infierno, otras al purgatorio. No existían ni limbo ni cielo en aquella sala del Hospital Militar.
La sala de los presos políticos, donde la mayoría de los enfermeros y enfermeras que solicitaban ir allí, lo hacían “para descansar” según sus propias palabras. Fueron muy pocas las honrosas excepciones de profesionales solidarios y conscientes, pero por suerte para la raza humana existieron y es justo hoy reconocerlo.
A dicha sala me enviaron muchas veces a lo largo y ancho de mi cautiverio. En esas idas, me encontré también con muchísimos compañeros de ambos sexos y distintas edades de todos los puntos del paisito.
Aquí se obligó a morir compañeros, por omisión de asistencia, de los cuales lamentablemente no podré nombrar a todos, lo que nos hace sentir muy incómodos en este momento. Aclarando que si nombramos algunos pocos lo hacemos en representación de todos los otros que aquí padecieron.
Por eso creo que recordar a Roberto Luzardo se hace imperioso y en él reivindicamos a todos aquellos a los cuales la omisión de asistencia les cercenó la vida.
Una mañana vi pasar a un escritor famoso, perturbado, realmente quebrado, sin memoria… buscando su máquina de escribir, papel higiénico y susurrando “¿cuándo me llevan?”
Una madrugada, fuimos testigos impotentes de la muerte de un joven compañero que sufría de Mal de Chagas.
Tenía la libertad firmada desde varios meses atrás y le permitían ver a su familia quince minutos, día por medio.
Sin palabras.
Vimos diagnosticar cáncer a los pulmones, operar y depositar luego en la cucheta de arriba, cual una bolsa de papas, a una compañera de Paso de los Toros, quien comprobó luego que su mal no existía.
Diariamente nos enfrentábamos a la lucha por la supervivencia, la denigración a la que nos veíamos expuestos era continua, la guardia, que nos vigilaba recorriendo la sala, los baños. Su poder era enorme y lo sabían hacer valer. Si te llevaban a hacer un estudio iban unos cuantos milicos atrás y si tenían que desnudarte lo hacían delante de ellos.
La solidaridad entre nosotros existía por más que nos pusiesen a prueba. Compartíamos la postración de María Elena, las heridas de bala de Cristina Cabrera, como símbolos de la sala. Las cartas de la familia, de “los teros queridos”, un poema, una canción susurrada.
Yo llegué aquí, previo diagnóstico del maquiavélico Dr. Maraboto y anuncio formal del señor de la fusta y el látigo, Coronel Barrabino, quien en una recorrida con otros monstruos como él, me anunció que yo era portadora de una enfermedad llamada: “Mal de Koch o Pot”
Desde ese momento comenzaría la parte más cruel y sórdida (luego del “interrogatorio” claro) que me tocó vivir como ser humano en calidad de presa política
Durante el tratamiento me cuidaron las compañeras, que se turnaban para higienizarme en la cama, darme la comida, o simplemente infundirme ánimo cuando se me reiteraba que la enfermedad que tenía me dejaría estéril, (sabiendo ellos, que un tiempo atrás de caer presa había perdido una hija) .
No olvido, ni olvidaré jamás a cada uno de aquellos seres, que gracias a su ternura y paciencia lograron que volviese a caminar luego de casi un año y medio de reposo absoluto, yeso, y un tratamiento anti bacilar. Que fue solventado por mis padres.
Fui enyesada por primera vez bajo las órdenes del traumatólogo Torres, siendo justamente en esa oportunidad cuando conocí a quien luego muriera de Lupus
Tenía mi misma edad, estaba desahuciada y lo sabía. Aún hoy me parece verla llegar. Se llamaba Clarisa, era muy tierna y dulcemente bonita.
Sí, le habían diagnosticado Lupus varios años atrás en el Hospital de Clínicas, pero aún así, no se negó a vivir, ni a sembrar su cuota de amor y de entrega.
Al igual que a ella le diagnosticaron y trataron por Lupus a otra compañera, que actualmente reside en Salto y con la cual en abril de este año, al recordar estas vivencias macabras nos preguntamos ¿Cómo pudimos sobrevivir a tanta agresión siendo tan jóvenes?
Reitero: hubo lupus inventado y también cierto como el de la compañera que falleció.
En la Sala, nos sentíamos ampliamente identificadas unas con las otras. Nuestros estados físicos al límite, nuestras primaveras mal heridas, nuestras ganas locas de vivir y ganarle a la muerte. Mientras existiese una ínfima esperanza nos apegaríamos a ella y no nos vencerían.
En lo que a mí se refiere las bestias me provocaron una polineuritis medicamentosa y no sé que otros males por negligencia. Lo que sí recuerdo a flor de piel es el dolor físico, la pérdida de fuerzas, los calambres en los pies (de los que aún conservo vestigios). Reitero, la solidaridad de las compañeras y el gesto tierno de los compañeros, que me hacían llegar una florcita de pan, un dibujo, un poema o una canción, me permitieron mantenerme medianamente lúcida y luchar para sobrevivir.
La compañeras solo atinaban a darme agua cuando me despertaba de mis sueños quejumbrosos.
Mientras estuve internada conviví con compañeras con tuberculosis, las cuales permanecieron mucho tiempo sin la atención adecuada ni el tratamiento para su dolencia.
Se obligó a morir con total impunidad, a una joven de 23 años que sufría de asma, por total omisión de asistencia.
A otra, que sufrió una convulsión, la llevaron a hacerle un electroencefalograma y luego la arrastraron por los pelos. Pero su fuerza y convicción les ganó, y hoy, ella sí, cumple con el Juramento Hipocrático, que tantos médicos de este nosocomio olvidaron.
Supe de dos niños que desaparecieron, los cuales hasta el día de hoy no se sabe con certeza qué fue lo que realmente sucedió con ellos. A ambas madres les dijeron que habían muerto, pero ninguno fue entregado a sus familiares.
Nos hemos preguntado miles de veces: ¿Habrán muerto? ¿Será realidad eso o habrán sido robados y entregados a otros seres tan siniestros como ellos?
A una de las compañeras le llegaron a decir el sexo de su hijo: una niña.
Nacieron muchos niños en cautiverio, niños que se deshidrataban, pasaban hambre, niños que estuvieron presos antes de tener uso de razón.
Ahora, voy a leer parte de una denuncia que una compañera que tuvo a su hijo aquí me hizo llegar. Les pido mucha atención, pues realmente no tiene desperdicio lo que voy a pasar a leer.
“La sala era grande, estaba dividida por un biombo de tela que separaba a los hombres de las mujeres y tenía una guardia militar permanente.
Estando yo allí llegó una detenida que había caído en un enfrentamiento armado y estaba herida. Yo le estaba preguntando quién era y qué había pasado cuando el oficial (Cordero) entra a la sala. Cuando me ve hablando con la detenida se pone furioso y aparte de insultarme, da la orden de que me esposen a la cama. Así esposada a la cama permanecí varios días. Los médicos y el personal de enfermería cumplían sus funciones haciendo de cuenta que no veían mis esposas.
La segunda vez que me tocó ir al Hospital Militar y a la ya famosa sala 8, fue cuando llegó el momento de parir a mi hijo. Yo estaba pasada de fecha por lo que me internaron para provocarme el parto. En ese momento yo era la única en la sala que estaba sana y podía ayudar a los otros internados que estaban en muy malas condiciones.
La falta de higiene del lugar era muy grande, el personal de enfermería entraba sólo a la hora de repartir la medicación y cuando pasaba la visita médica. Nadie entraba a limpiar. El personal que servía la comida, la dejaba sobre la mesita y muchos de los internados no estaban en condiciones de comer sin ayuda.
Tras varios días de espera y cuando ya estaban a punto de inducir el parto con suero, mi hijo comenzó a dar señales de querer salir al mundo. Fue apenas comenzado el día 7 de enero de 1973. Eran pasadas las doce de la noche; en la sala no había otro personal que la guardia armada, yo no tenía reloj y le pedí ayuda al guardia para controlar la frecuencia de las contracciones. El trabajo de parto duró casi toda la noche. A las cinco de la mañana le dije al guardia que llamara a la enfermera y le dijera que yo estaba pronta para ser trasladada a la sala de parto. La partera que me atendió me trató de manera muy correcta y profesional, pero como la situación se complicó, debió llamar al médico de guardia. El médico (Rodríguez de apellido) según me enteré después, era uno de los médicos que colaboraban en la tortura en este período. Cuando llegó, le ordenó a la partera que hiciera dos cortes (pisiotomía), uno en cada lado, pero no le permitió ponerme anestesia local ni para cortar ni para suturar , aduciendo: "Esta es una sediciosa y no vamos a desperdiciar anestesia en ella. Si estaba dispuesta a jugarse la vida por la causa tiene que poder bancar esto". El método aplicado no fue ninguno de los convencionales. Los cortes fueron dos en vez de uno, mucho más largos de lo necesario y sin anestesia. Debido a la falta de higiene esos cortes se me infectaron y la partera cuando me revisó ordenó que se me diera antibiótico. Al día siguiente, el Dr. Rodríguez retiró el antibiótico.
Luego del parto a mi hijo lo llevaron a la nursery del hospital y a mí de vuelta a la sala 8. Cuando pasadas unas cuantas horas pedí para ir a darle de mamar y cambiarle los pañales me comunicaron que no estaba permitido.
Al día siguiente se repite la misma situación…
Entonces comencé a extraerme leche que ponía en mamaderas y enviaba junto a las mudas de pañales para todo el día. De noche me devolvían las mamaderas con la leche y las mudas de pañales sin usar.
No me permitían amamantar a mi bebé, ni verlo, ni cambiarlo. Cuando pedía para hacerlo me lo negaban sin darme ninguna explicación.
Yo pedía incesantemente para hablar con el médico encargado de sala sin obtener respuesta. Un día durante la visita médica veo que el encargado de sala era el mismo médico que había estado en el parto. Entonces comprendí por qué no había obtenido respuesta a mis reclamos. Le pregunté por qué nos mantenían allí tantos días y él me contestó que una de las razones era que mi hijo y yo teníamos grupos de sangre incompatibles y se habían generado anticuerpos, razón por la cual tenían que controlarme. La otra razón era que él tenía una inmadurez gástrica que hacía que no tolerara la alimentación que le daban y había perdido mucho peso. Entonces le pregunté por qué no le daban mi leche… A esto me contestó que si me placía me la siguiera sacando pero que era un trabajo en vano porque esa leche no se la iban a dar. Pregunté si eso tenía una causa médica, si tenía que ver con los anticuerpos. Sin dignarse a darme explicación el torturador se retiró diciéndome que no siguiera insistiendo en ver a mi hijo porque mientras él fuera el responsable de la sala no lo iba a permitir…
Al nacer, mi hijo había pesado 4,100 kilos y cuando me lo entregaron luego de diecisiete días de nacido, pesaba por debajo de los 3 kilos, no toleraba ningún tipo de sustituto de la leche materna, vomitaba todo lo que le llegaba al estómago y a mí ya se me había retirado la leche.
Cuando me lo entregaron, el bebé tenía una llaga grande y profunda en la cola que abarcaba toda la zona del coxis y parte de los glúteos. Me enteré a posteriori que le cambiaban los pañales solo una vez al día. Solo el turno que trabajaba de noche lo hacía. También tenía una llaga que abarcaba toda la oreja derecha y su entorno. La explicación que obtuve cuando pregunté fue que como no había nadie que le diera la mamadera lo ponían de costado en la cama y colocaban la mamadera en un soporte de esponja. Cuando el bebé vomitaba quedaba todo allí secándose y formando una cáscara que luego le tenían que sacar y con la cáscara se iba también la piel.”
Realmente tremendo este testimonio y una muestra más de los tipos de torturas a la que nos veíamos sometidos.
También fueron cruelmente creativos en cuanto a lograr desequilibrar compañeros, por aquí pasaron muchos, totalmente carentes de cordura, se podían escuchar sus gritos, sus llantos, incoherencias y lamentos.
Aquí, en éste Hospital de las fuerzas armadas, también se nos venía a interrogar, estuviésemos en condiciones o no, y solo como una anécdota les cuento al pasar, que una mañana en la cual se me había retirado el yeso y supuestamente no podía sentarme (por peligro) fui sacada en silla de ruedas a una salita donde el Presidente del Supremo Tribunal Militar Silva Ledesma vino a interrogarme pues querían recuperar la bandera de los 33 orientales.
Cuando volví fuimos pasando el mensaje de cama en cama, y luego de sorprendernos por la “visita” del famoso coronel y del año de la orientalidad, brindamos virtualmente por la no caída de la bandera.
Por este lugar pasaron cientos de seres humanos, se fugaron algunos, murieron demasiados.
La vida hizo que fuese yo, quien esté recordándolos hoy. Los médicos hicieron caso omiso al famoso juramento al que hago referencia y dejaron morir a jóvenes compañeros, enloquecieron a otros tantos, dejándonos con grandes secuelas a todos los que tuvimos la desgracia de pasar por aquí.. Secuelas en el alma, en la psiquis y también físicas.
Antes de terminar, no podemos ni queremos dejar de citar lo que para nosotros es una incongruencia: que estemos poniendo una placa recordando que aquí se cometieron todo tipo de atrocidades y sin embargo en el 5to. Piso, en la actualidad, se atiendan a los que fueron los torturadores, violadores y ladrones de niños.
No podíamos dejar de señalar esto, ni de remarcarlo, dado que en este 5to. piso está todo preparado para atender al presidente de la república. Es el piso que cuenta con la mayor tecnología existente en nuestro país. Y en él es donde atienden hoy a los presos de Domingo Arena.
Entonces no podemos dejar de preguntarnos ¿Por qué la prisión domiciliaria para estos asesinos?
Seguiremos luchando para acabar con la Impunidad que aún hoy perdura, para que se abran los archivos y se reactive las investigaciones sobre nuestros compañeros detenidos desaparecidos.
No nos parece justo dejar que las generaciones presentes y futuras, tengan que cargar con la pesada mochila de la impunidad, que intenta poner un manto de olvido sobre los aberrantes crímenes ocurrido en nuestro pasado reciente.
Este es hoy nuestro compromiso y seguirá siéndolo hasta que la Memoria, la Verdad , la Justicia y la Reparación a las víctimas y familiares, sean una realidad y no solo meras palabras.
Para que ello suceda, se necesita voluntad política, la cual hoy no solo reclamamos, sino que exigimos.
Mesa Permanente contra la Impunidad
>>> Testimonio
sábado, 29 de octubre de 2016
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En el 5to. Piso, en la actualidad, se atiendan a los que fueron los torturadores, violadores y ladrones de niños. No podíamos dejar de señalar esto, ni de remarcarlo, dado que en este 5to. piso está todo preparado para atender al presidente de la república. Es el piso que cuenta con la mayor tecnología existente en nuestro país. Y en él es donde atienden hoy a los presos de Domingo Arena. Entonces no podemos dejar de preguntarnos ¿Por qué la prisión domiciliaria para estos asesinos? Seguiremos luchando para acabar con la Impunidad que aún hoy perdura, para que se abran los archivos y se reactive las investigaciones sobre nuestros compañeros detenidos desaparecidos. No nos parece justo dejar que las generaciones presentes y futuras, tengan que cargar con la pesada mochila de la impunidad, que intenta poner un manto de olvido sobre los aberrantes crímenes ocurrido en nuestro pasado reciente.
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