Mis huesos flacos, pulverizados.
Mi piel quieta, hojas caídas, pisoteadas.
Mi pélvis oxidada, sin curiosidad, sin deseos.
Mi humanidad, licuado triste de cañadas mugrientas.
Soy el terreno plomizo y enfermo del suburbio.
Ando encorbado rezongando a un carrito sin caballo.
Me arrastro, me caigo, me levanto, me muero.
Pero no, la muerte no me quiere. Me desprecia.
Soy un guacho en chancletas lleno de mocos.
Manos frías y labios secos sin asco al mal olor.
Revuelvo con la habilidad de una rata.
No mastico, solamente trago y escupo.
Nadie sabe quién soy.
Nadie dice: “Ahí va el Viejo Sucio del carrito”.
Sólo yo sé que soy el mismo al que me incorporé.
Sólo yo me reconozco en una miseria que venceré.
Porque es así de simple: soy el pasado y el futuro.
Soy la luz de la sombra que un día alumbrará la mañana.
Soy la cosa más sencilla y elemental.
Soy la humanidad que saltará de la cañada y atacará.
Soy el que fuí y el que será.
Porque la muerte no me quiere. Me desprecia.
Gabriel –Saracho- Carbajales / Montevideo, 28 de abril de 2014.
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