domingo, 22 de diciembre de 2013

Camino de los fusilados


de Veronika Engler.




Tiempo de memoria Artigas, octubre de 2013: dos placas fueron colocadas en la plaza frente al Liceo Departamental número 1, en homenaje a Marisa y Daniel.1 Una de las placas es de la Junta Departamental de Artigas, la otra, sumándose al homenaje, es de la Junta Departamental de Canelones.

Convocatorias. Pasado el primer semestre del año, recibí una llamada del hermano de Daniel, emocionado, explicando que se estaba preparando el tan esperado homenaje a Marisa y Daniel en Artigas, ciudad natal de ambos, a 39 años de su secuestro en Buenos Aires en el marco del Plan Cóndor.
La junta norteña había votado el homenaje por unanimidad. La idea era además concretar una función de la obra Antígona oriental, la primera que se haría fuera de la capital. En el acto estaban las fotos de los cinco, que parecían querer salirse de ese marco. Quizá porque allí estaban todos, sus hermanos, amigos, compañeros de estudios, también una de las maestras de Marisa. Marita Basaldúa, compañera de escuela de Daniel, abrió y condujo el acto con orgullo y emoción.
El comienzo fue con palabras de Patricia Ayala, la intendenta, destacando que es la primera vez en el norte uruguayo, en la ciudad de Artigas, que se obtiene este logro de rescate de la memoria.
Paralelamente, desde la Junta Departamental de Canelones llegó la convocatoria para este 21 de diciembre, nuevo aniversario del fusilamiento de los cinco casi seis: se le dará el nombre de Camino de los Fusilados a la ruta departamental 70. El 25 de octubre, por iniciativa del intendente Marcos Carámbula, se votó esta denominación. Obtuvo 24 votos en 27.
Recorridos en y desde Canelones. Los represores eligieron este paraje para fusilar a los compañeros, ninguno de ellos había nacido o crecido allí. De todos modos ya el 19 de diciembre de 2009 la Junta canaria había decidido sumar su homenaje colocando un monolito al lado del mural que habíamos inaugurado en diciembre de 2008. Esa vez, antes de descubrir el monolito y bajo una fuerte lluvia, por primera vez, Julio Abreu –sobreviviente de la masacre– nos habló a todos públicamente.
Este año, en la sesión de la Junta de Canelones, Julio habló destacando el hecho histórico de estar allí. Relató su historia, contando que en el 71 él era un simple militante wilsonista que luego marchó a Buenos Aires en busca de un futuro económico mejor, como tantos uruguayos, y allí fue a una fiesta de cumpleaños que luego se volvió la pesadilla más larga de su vida. El Cóndor ya estaba volando en el momento de ese cumpleaños, donde estaban Floreal, Mirtha y Amaral, el hijo de ambos, de 3 años de edad. Julio contó cómo fueron derribados a patadas, a golpes, con una violencia inusitada, introducidos en un Falcon e iniciando el periplo por tres centros de tortura. Luego los trasladarían a Montevideo, a la casona de Punta Gorda, en la rambla República de México 5515. Contó además que un día tocó timbre en esa casa, necesitaba volver a verla porque había dejado un pedazo de su vida ahí adentro.
Para diseminar el miedo y el silencio, bajo amenazas hacia él y hacia su familia, apenas cuatro días después del asesinato de los compañeros, lo liberaron. Él sigue insistiendo que estuvo en deuda con los compañeros por no haber hablado, lo cual entiendo no es así dado que en el primer semestre de 1975 recurrió a Adela Reta, quien lo acompañó en los momentos difíciles, dándole una mano, acompañándolo, aconsejándolo, ya que a ella sí le contó todo. Quizá su sentimiento de culpa se deba a no haber podido hablar claramente con la familia de Amaral, que estaba buscando al niño, pero tengamos presente que él estaba amenazado por los represores y, por otra parte, ¿qué podía saber Julio sobre Amaral si lo habían dejado de ver tras el segundo sitio de torturas en Argentina? Seguramente el generar tantos y diversos sentimientos de culpa en tantos compañeros es parte del minucioso y sistemático trabajo de la represión política.
Durante esta sesión en Canelones, la Comisión por la Memoria de los Fusilados de Soca hizo entrega de más de mil adhesiones a la iniciativa de renombrar la ruta 70, recalcando que en estos territorios “todos fuimos víctimas” del Plan Cóndor. Estaban también algunos familiares que viajaron desde varias localidades. Uruguay, hermano de Floreal, lo recordó: “fue campeón panamericano de boxeo en 1963 en Brasil, con sólo 20 años de edad; éramos cinco hermanos de un barrio muy pobre, el barrio Marconi. Se decía que era el país de las vacas gordas, yo digo que no. Floreal fue campeón comiendo pan con mortadela y no tenía para el boleto de ómnibus. Él quería un mundo mejor, un mundo donde no hubiera gente que pasara mal”; y agregó: “queremos un país mejor y no lo tenemos”.
El próximo sábado 21 de diciembre seguiremos andando los caminos de la memoria recorriendo/inau­gurando el Camino de los Fusilados. n

1. María de los Ángeles Corbo (conocida como Marisa, embarazada de seis meses y medio) y Héctor Daniel Brum (conocido como Daniel, ya que Héctor era el nombre de su padre), dos, casi tres de los fusilados de Soca. Los otros tres eran Graciela Estefanell, Mirtha Yolanda Hernández y Floreal García Larrosa.









por Carlos Medina Viglielm
En el día de ayer se llevó a cabo la apertura en forma oficial, del denominado “Camino de los Fusilados”. El acto se realizó en el lugar en el cual hace 39 años, agentes que integraban el “Plan Cóndor” ejecutaron a 5 jóvenes revolucionarios previamente secuestrados en Buenos aires (7/11/74): María de los Ángeles Corbo (Marisa, embarazada de 6 meses), Graciela Estefanell, Mirtha Hernández, Héctor Brum y Floreal García. Junto a ellos fueron secuestradas a Julio Abreu (sobreviviente del hecho) y Amaral García.
El lugar, la Ruta 70, a unos 200 m. de la Ruta 9, cercano a Capilla de Cella, Piedras de Afilar y un poco más lejos la ciudad de Soca. Esa ruta comunica, en una dirección aproximada de sur a norte, la Ruta Interbalnearia con la ruta 9. En la punta sur se ubica la entrada al balneario Cuchilla Alta (km. 72 de Interbalnearia). Esta ruta es, todavía, un camino bastante estrecho sin asfaltar, que corre entre campos apenas poblados, con cultivos de maíz y papas, protegidos a veces con francas de montes de eucaliptus.
Bajo el sol abrazador del mediodía, las alrededor de 500 personas asistentes  escucharon las palabras recordatorias a cargo de, entre otros, Marcos Carámbula, Intendente de Canelones, Elena Bicera, de la  Comisión por la  Memoria de los Fusilados de Soca y Roberto Herrera, integrante de la Asociación de ex presas y presos políticos (Crysol).

Martes 24 de octubre de 2006

n grupo de abogados vinculados a las causas sobre violaciones a los derechos humanos durante la dictadura patrocinará esta semana ante la Justicia Penal de Pando el caso de los “fusilados de Soca” en 1974, quienes habían sido trasladados ilegalmente desde Argentina en el “vuelo cero”.
La denuncia penal será presentada por familiares de los matrimonios Floreal García y Mirtha Hernández, Héctor Brum y María de los Angeles Corbo, y de Graciela Estefanel, los cinco uruguayos ejecutados por el aparato represivo dictatorial como “represalia” por la muerte del coronel Ramón Trabal en París.
Entre los testigos se encuentran Amaral García, hijo de Floreal y Mirtha, quien permaneció diez años como niño desaparecido; Julio Abreu, único sobreviviente de aquel secuestro y traslado a Uruguay; y el capitán de fragata Héctor Corbo, ante quien el régimen se excusó por la muerte de su hermana.
El caso de los “fusilados de Soca” denuncia a los ex dictadores Juan María Bordaberry y Gregorio Alvarez, a los mandos civiles, militares y policiales de la época y a los oficiales que actuaban en el Servicio de información y Defensa (SID) o el Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas (OCOA).
Entre las pruebas solicitadas se incluye el testimonio de LA REPUBLICA en el que se publicó una investigación periodista con el primer testimonio de Abreu, luego de 30 años de silencio, y datos de informantes propios que confirmaron los lugares en los que el grupo estuvo detenido en Argentina.

El comunicado de 1974

El 21 de diciembre de 1974 un comunicado oficial de la Jefatura de Policía de Canelones daba cuenta de la aparición de cinco cadáveres en las cercanías de la localidad de Soca. La información ocupó las primeras planas de los diarios La Mañana, El Día y el País.
Dos días antes había sido asesinado en París el ex director de Inteligencia, coronel Ramón Trabal, cuyos restos  contaba la prensa  serían repatriados a Uruguay en esos días. El homicidio del militar se adjudicaba a una brigada internacional presuntamente vinculada al MLN-Tupamaros.
“Las primeras observaciones demostraron a simple vista que los cadáveres presentaban varias heridas de armas de fuego (de calibre 45 y 9 mm) que les habrían provocado la muerte.
Todos los cuerpos estaban vestidos con ropas y calzado de procedencia argentina y, entre ellas, se encontraron cigarrillos y fósforos del mismo origen y también uruguayos. Todos los cuerpos carecían de documentación que pudiera facilitar su identificación”, decía el comunicado.
Pese a esa “dificultad” para identificarlos, en el propio comunicado policial se daban los datos filiatorios de los occisos, como sus antecedentes ideológicos y prontuariales. “Ninguna de estas personas se encontraba requerida en la actualidad”, sugería el parte de la “efectiva” Policía canaria.
Durante tres décadas aquel homicidio colectivo quedó cubierto por el “silencio austero”. Se dijo que había sido una represalia por el homicidio de Trabal. Se estableció el mensaje de que diez subversivos serían ejecutados por cada militar muerto. El régimen nunca reconoció aquel fusilamiento.

La aparición de Amaral

Diez años más tarde, en el marco de las movilizaciones de organizaciones de familiares de las víctimas a la salida de la dictadura, en Argentina se encontró al niño Amaral García, hijo de Floreal García y Mirtha Hernández, quien, secuestrado con sus padres, estaba en manos de una familia de policías.
Amaral García fue uno de los primeros casos de identidad recuperada por las Abuelas de Plaza de Mayo. El matrimonio que se lo apropió había fallecido y niño quedó bajo la tutela de un tío y un hermanastro. Una gestión del entonces senador José Germán Araújo permitió que Amaral volviera a Uruguay.
Amaral había nacido el 25 de octubre de 1971, cuando su padre Floreal estaba preso en la cárcel de Punta Carretas tras el golpe de Estado del dictador Juan María Bordaberry. Con sus padres viajó a Chile y Argentina. Tenía sólo tres años cuando el secuestro, pero nunca olvidó lo ocurrido.
La aparición de Amaral García evidenció con mayor dramatismo que sus padres no habían ingresado ilegalmente a Uruguay antes de ser asesinados, sino que habían sido secuestrados en Argentina y, de alguna forma, entonces desconocida, trasladados a Uruguay cuarenta días antes de sus muertes.
Múltiples investigaciones de prensa señalaron, desde entonces, que el homicidio masivo de los “fusilados de Soca” más que una represalia por la muerte del coronel Trabal (cuya ejecución el MLN negó), pudo ser una coartada de la propia dictadura para cubrir un asesinato de Estado.

El testimonio de Abreu

Treinta años después de los asesinatos, el único testigo vivo del episodio, un uruguayo llamado Julio Abreu, quien también fue secuestrado en Argentina y sobrevivió al calvario de los “fusilados”, aceptó romper un silencio forzado por las amenazas, en una entrevista de LA REPUBLICA el 7 de noviembre de 2005.
Julio Abreu narró entonces lo ocurrido los días siguientes a aquel 8 de noviembre de 1974, cuando fue detenido por un grupo vestido de civil en Buenos Aires junto a Floreal García, su esposa Mirtha Hernández y su hijo Amaral, durante el cumpleaños de otro uruguayo.
El sobreviviente contó que fueron conducidos a una base donde había un garaje y lo encerraron en una pequeña pieza de un metro de lado, desde donde escuchó la llegada de otros detenidos: Héctor Brum, su esposa, María de los Angeles Corbo, con cinco meses de embarazo, y Graciela Estefanell.
Abreu (de filiación blanca y ajeno a la “subversión”) escuchó la salvaje tortura a sus compatriotas. “Le pegué una patada en la panza que casi le saco el chiquilín por la boca”, oyó de uno de los captores. También sintió la presencia de Amaral y a quien decían: “Quedate tranquilo que papito se está divirtiendo”.
Tres o cuatro días después, todos fueron trasladados a otro lugar, que tenía celdarios con puertas de metal. Allí escuchó la voz de Floreal a pocas celdas de distancia y la de Amaral hablando con sus padres. Allí sufrieron falsos fusilamientos, entre otras torturas físicas y psicológicas.

El viaje del “vuelo cero”

El relato de Abreu señala que fueron conducidos finalmente a unas casitas rodantes, en un paraje donde sobrevolaban aviones. Allí pudo hablar con Floreal, quien le mostró las marcas de la tortura con la que le habían quemado testículos y pene. Brum también había sido brutalmente torturado.
En ese sitio, un médico les colocó inyectables para dormirlos. Llegó a ver a Graciela Estefanell, que parecía la más lastimada de todos. En aquel lugar ya no escuchó la voz del niño Amaral, quien probablemente ya había sido entregado a sus padres apropiadores.
Antes de desvanecerse por los efectos de la droga inyectada, Abreu recuerda que los subieron a una camioneta y luego a un avión donde quedó sentado solo. Detrás de él sintió la voz de Floreal. Alguien se sentó a su lado y le dijo “¿Cómo te llamas?”. Era la voz de un uruguayo que le tomó sus datos.
Cuando el avión aterrizó, alguien les dijo “Bienvenidos a Uruguay”. Fueron trasladados a una casa (Abreu está convencido que estuvo en el centro clandestino de reclusión “300 R”, la casona, de Punta Gorda), donde se oía el ruido del mar y música fuerte de un lugar cercano.
Permaneció encapuchado. Recuerda la saña con que era torturada Estefanell y que siempre estaba encendida Radio Colonia. Un día, un custodio de tez morena le levantó la c
apucha y le dijo: “Yo sé que vos sabés que estás en Uruguay y que no tenés nada que ver. Quedate tranquilo que te van a soltar”.

La hora de la ejecución

Abreu recuerda un día una de las “guardias buenas”, que les permitió hablar a los dos matrimonios y dejó que él hablara con Estefanell. Ella le dice que a él no lo matarían y que solo le pedía que le avisara a la organización que ellos no habían hablado. “Que no somos traidores, que echamos para adelante”, dijo.
“Una noche había silencio, mucho, como si fuera una espera. Los guardias iban y venían tensionados (…) las cosas se empezaron a endurecer, se impuso la disciplina”. Los días de “tensión” coinciden con las horas previas y posteriores al asesinato de Trabal, del que ellos no tenían información.
“Fue de noche, sentimos ruido de armas, entraron y dijeron: “¡Levántense los Tupamaros!”. Cuando yo me levanto me dicen: “¡Dije Tupamaros, no tarados!” y me dejaron ahí. A ellos se los llevan y al otro día de mañana, siento que sube el que manda, el de la voz fuerte, dura, imperativo, enérgico y dice: “Bueno, ya los matamos, están todos muertos estos comunistas”.
Abreu fue formalmente informado de que sería trasladado a Uruguay por barco. Seguían fingiendo que se encontraban en Argentina. Le pusieron algodón y parches en los ojos que cubrieron con lentes negros, lo llevaron a un lugar cerca del agua, pero lo volvieron a llevar a la misma base.
Luego le dijeron que lo trasladarían en avión, y hasta lo subieron en una avioneta. Pudo ver unos hangares amarillos. Le dicen que lo llevarán hasta la casa de una tía en Neptunia. Lo amenazan de por vida. “Así como matamos a cinco, si hablás, te matamos a vos y a toda tu familia”, le dijeron al liberarlo.

Los datos confirmados

El testimonio de Julio Abreu a LA REPUBLICA fue corroborado por el propio Amaral García, quien presente en aquella entrevista recordó detalles de los lugares donde habían permanecidos detenidos antes del viaje del “vuelo cero” en el que sus padres fueron trasladados a Uruguay.
Los lugares descriptos por Abreu también fueron identificados por el mismo informante argentino que aportó los datos que permitieron encontrar a Simón Riquelo y que denunció la existencia del “segundo vuelo” de Orletti con el que en 1976 se trasladó a otra veintena de uruguayos que también ejecutaron.
La fuente argentina, miembro de la banda de Aníbal Gordon, considera que Abreu y los fusilados de Soca estuvieron en el garaje de la Brigada de San Justo, luego en un local de la Policía Federal donde se coordinaba con el Ejército uruguayo y en las casas rodantes que había en Campo de Mayo.
Otro testimonio de vital importancia en la causa que se presenta esta semana es el del capitán de fragata (r) Héctor Corbo, hermano de María de los Angeles, a quien el entonces comandante en jefe de la Armada, Luis González Ibargoyen le pidió disculpas porque no pudieron evitar la decisión del Ejército.
Los entretelones de esa decisión de fusilar a los cinco tupamaros ha sido narrada por el escritor Carlos Martínez Moreno en el cuento “La Arboleda” de su libro “El color que el infierno me escondiera”, donde se habla de una votación realizada en el Consejo de Seguridad Nacional (Cosena).

Testigos e indagados

El caso de los “fusilados de Soca” fue objeto de una extensa instrucción en el Juzgado de Pando, donde hay múltiples pruebas y testimonios de lo ocurrido. La causa fue archivada durante el gobierno de Julio María Sanguinetti poco antes que debiera declarar el ex dictador Juan María Bordaberry.
También se requerirá al comandante en jefe de la Fuerza Aérea, brigadier general Enrique Bonelli, una revisión de los vuelos que en esos días realizó el arma y donde puede constar el “vuelo cero” que trasladó (a Abreu se le pidió el nombre y demás datos en el avión) a los seis uruguayos secuestrados.
Como pruebas testimoniales se pide a la Justicia que cite en calidad de “indagados” a los mandos de la época y a todos los oficiales que participaron del SID y el OCOA, además de los ex dictadores Bordaberry y Gregorio Alvarez, quien entonces era el jefe del Estado Mayor Conjunto (Esmaco).
También se piden la declaración testimonial de Julio Abreu, Amaral García, familiares de las víctimas y el periodista de LA REPUBLICA, y que se libren oficios al juzgado de Pando, los ministerios del Interior y de Defensa y al Colegio de Abogados, y a la Justicia argentina que trató el caso de Amaral.
“La realización del vuelo clandestino, llamado “vuelo cero” es en sí mismo un hecho delictivo de suma gravedad y corresponderá que la Sede actuante proceda a investigar sobre el mismo y el destino final (Homicidio) de la mayoría de las personas trasladadas, disponiendo las responsabilidades penales que corresponden”, subraya la denuncia penal. *





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