TREINTA AÑOS DEL VIAJE DE LOS NIÑOS DEL EXILIO
Cuando los niños jugaron en serio
Este 5 de diciembre a las 17 horas en AEBU, se recordará los treinta años del vuelo de los niños del exilio. Será otra marca de la memoria, que no debemos olvidar. A continuación, reedito un artículo que escribí para Rel-UITA cuando, unos años atrás, el episodio fue recordado en el Parlamento.
El 26 de diciembre de 1983 un pueblo cubrió la rambla para darles la bienvenida. Era el broche de oro para un año en el que habían resurgido los movimientos sindical, cooperativo y estudiantil. Algunos de aquellos actores recordaron este hito en un acto en el Parlamento uruguayo.
Era un grupo de niños, pero
no de niños cualesquiera. Eran hijos de encarcelados, de exiliados, o de
insiliados. Llegaron al Aeropuerto de Carrasco en un avión procedente
de España. Fueron recibidos por un pueblo en ebullición, que ya había
comenzado a rescatar libertades a la dictadura.
Aquel 26 de
diciembre de 1983 los alambrados y cercos de púas que rodeaban la
terminal aérea no pudieron detener la risa y la frescura de aquellos
chiquilines llenos de vida, que venían a (re)conocer su patria, la de
sus padres y abuelos, quienes les habían hablado de un lugar llamado
“paisito”.
Una cadena humana se formó sobre la rambla para
saludar su trayecto hasta la sede de la Asociación de Empleados
Bancarios (AEBU), donde muchos se hospedaron. Desde allí recorrieron la
ciudad y sus gentes, vieron el río que sus padres llamaban mar,
sintieron el calor humano y el aroma de la solidaridad.
Ese
año, el movimiento sindical había convocado a cientos de miles frente al
Palacio Legislativo, se movilizaba la Federación de Cooperativas de
Vivienda (FUCVAM), y los estudiantes, reorganizados en torno a ASCEEP,
habían realizado una histórica marcha de la primavera hasta el Estadio
Luis Franzini.
UNA LOCA IDEA
La
idea de aquel viaje había comenzado en España, entre activistas por los
derechos humanos, militantes del Partido Socialista Obrero Español
(PSOE), sindicalistas de la UGT, y uruguayos, los que estaban exiliados y
los que habían viajado para susurrarles a gritos lo que ocurría en
Uruguay.
En aquel entonces, Víctor Vaillant compartía con
Ernesto de los Campos y Jorge Lorenzo la dirección de Convicción, el
semanario que bajo la edición periodística de Enrique Alonso Fernández
se había constituido en una herramienta para la reorganización del
movimiento sindical.
Desde Convicción, Vaillant divulgó la
idea del viaje de los niños del reencuentro. Era lo que había hablado en
España con el exiliado Artigas Melgarejo y los españoles Enrique
“Quico” Mañero, Jesús Vacca y otros jóvenes activistas de los derechos
humanos.
La idea fue hecha carne por organizaciones como la
Unión Internacional de Trabajadores de la Alimentación (UITA), cuya
dirección regional ejercía Enildo Iglesias, y por toda una generación
joven movilizada en torno al Plenario Sindical de Trabajadores, la
estudiantil ASCEEP y la cooperativa FUCVAM.
A TRAGOS CORTOS
El
arribo de los niños del reencuentro fue el broche dorado de un año
histórico para la reinstitucionalización del Uruguay. Era el comienzo de
un desexilio y una excarcelación que aún tardarían en concretarse, pero
para las cuales aquellos jovencitos se constituyeron en bandera,
ondeando en viento de libertad.
Algunos hablaban un mal
español, con acentos suecos, holandeses y franceses, otros manejaban
mejor que los uruguayos la lengua de Castilla, o renegaban de ella desde
sus tonos gallegos o catalanes. Sabían de tango, milonga, “cantopopu”,
murga y “borocotó chas chas”.
Tomaban mate a tragos cortos,
como si faltara yerba. Pedían asado con olor a madera bañada en cal de
obra en construcción. Querían oír bombos, platillos y redoblantes,
bailar con pianos, repiques y chicos, encontrar empedrados y campitos
para ver la pelota picar distinto que en una cancha de césped sintético.
Se
reían mucho, encandilaban con sus sonrisas para que no se les notara el
temor heredado que en ocasiones pasaba por sus ojos, generalmente
cuando sus miradas cruzaban un uniforme. Abrazaban. Buscaban el contacto
con piel de color familiar. Respiraban hondo, como para llevarle a
alguien este aire.
PICHÓN DE GORRIÓN
Mientras
buscaba todo los lugares de los cuales sus padres le habían hablado y
que él redescubría en las esquinas marcadas con exactitud en un viejo
mapa de Montevideo (de los que regalaban en las estaciones de gasolina
de la ESSO), uno de aquellos niños quedó mirando el vuelo de los
gorriones.
Como si fueran pájaros distintos a los de París,
Amsterdam o Madrid, aquel joven adolescente parecía hipnotizado por los
saltitos de las aves que jugaban a quitarse las migas de pan que él les
arrojaba dentro del patio interior del sindicato bancario, donde minutos
antes había almorzado.
Andar con el gorrión, le dicen en La
Habana a la nostalgia que por su país siente el extranjero. Sin embargo,
aquel muchachito de pelo castaño, largo y lacio, de piel blanca,
marmolada y nórdica, tenía un brillo alegre en aquellos ojos claros que
seguían el vuelo de las pequeñas aves urbanas...
Su boca
parecía hablarle a los pájaros y sólo de cerca se podía comprobar que,
en realidad, arrastrando las “eres”, tarareaba la letra de una mítica
canción de la murga Asaltantes con Patente…"Gorrión que abriendo sus
alas,/ deja su nido de sombras,/ como la tímida alondra,/ que del azul
lo reclama...".
Roger Rodríguez
(Publicado por Rel-UITA el 28 de diciembre de 2005)
Qué texto más lindo y cuántos recuerdos que es capaz de conservar la fotografía. Tendrían que estar en los manuales para niños. Solo así podremos construir memoria, identidad y patria.
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